33. Aibyleen.
(+18)
Abrí los ojos cuando la luz me da de lleno contra el resto, suelto un bufido al darme cuenta que tal vez no haya cerrado las cortinas anoche, pero al estirarme y ver qué Sebastián no está en la cama, lo más probable es que haya sido él quien abrió las puertas del balcón.
—¿Sebas? —lo llamé, pero al parecer, no estaba en la habitación.
Suspiré y me senté en la cama, sin embargo, mi trasero dolió ante el roce de las sábanas contra mi piel.
—¿Qué demonios? —me levanté y traté de ver qué era lo que causaba el dolor—. Oh no, no, no —me alteré por completo al divisar cierto color rojizo en mi nalga izquierda. Caminé con rapidez hacia el espejo y solté un jadeo de estupefacción—. Maldito seas, Sebastián.
Tenía su mano marcada en mi trasero. ¡Su maldita mano!
Nos habíamos excedido un poco en cuanto a lo sexual la noche anterior, y sí, yo sabía que él tenía una obsesión con mi trasero. Digo, yo también, mi trasero es lindo. ¡Pero jamás como para que me dejase la mano marcada!
Dios, agárrame que lo mato.
Hecha una furia me encaminó al baño, me doy una ducha de unos siete minutos y salgo disparada del mismo, busco un vestido de lana gris con mangas cortas y me recojo el cabello en una coleta alta. Salgo de la habitación con la misma rabia y bajo las escaleras de dos en dos, me encuentro con mi familia en la cocina.
—¡Buenos días, gente! —expreso con algarabía, aún y cuando debo estar molesta.
—Buenos días —responden todos al unísono, haciéndome reír.
—¿Quieres desayunar, cielo?
—Sí, mami, gracias —le sonrío, pero frunzo el ceño al no ver a mi novio—. ¿Y Sebastián?
—Está afuera, creo —me dice Anggele antes de llevarse un trozo de pan tostado a la boca—. Está hablando por teléfono.
—Oh —es todo lo que emito, muerdo mi labio y rasco mi sien—. Ahora vuelvo.
Camino hacia la puerta que da a la playa, saliendo de la casa sin importarme en lo más mínimo que solo llevo calcetines puestos. Diviso a Sebastián de pie junto a una de las tumbonas con el teléfono en la oreja.
Me acerco lentamente, sin querer interrumpir su llamada.
—Sí, es reciente, por eso no te había llamado —alcanzo a escuchar, llego a su lado y su rostro se gira un poco para verme—. No, lo más probable es que la veas cuando vuelvan, aunque eso sea en mil años —una pequeña sonrisa se abre paso en sus labios y su mano libre se levanta para acariciar mi mejilla con suavidad—. Sí, está bien, le diré —su pulgar se presiona contra mis labios y mi lado caníbal sale a flote y muerdo su dedo—. Okey, no te preocupes... Sí, lo haré. Yo también —me reí de su expresión y sujeto su mano, la rabia se ve reemplazada con rapidez cuando su brazo rodea mis hombros y me estruja contra su pecho—. Adiós, nos vemos.
Escondí mi rostro en su cuello y me abracé a él justo cuando sus brazos me rodearon. Me era imposible estar molesta con él, más cuando me sentía tan bien a su lado.
—¿Todo bien? —mi voz sale en un susurro.
—Perfecto —besó mi mejilla, dejando sus labios ahí más de la cuenta—. Era mi madre.
—¿Qué te dijo? —no hablamos mucho sobre ellos, Sebastián era demasiado cerrado con el tema y lo respetaba.
—Se quedarán unas semanas más en París —dice mientras acaricia mi espalda—, al parecer la luna de miel se extendió.
—Que divertido —sonrío, él también lo hace, lo siento sobre mi piel—. Estoy molesta contigo.
—¿Por qué, exactamente? —se aleja un poco de mi para ver mi rostro, sin dejar de abrazarme.
—Por poco y dejas tu mano pegada a mi trasero —le dije entre dientes.
—¿Qué tiene tu trasero? —frunce el entrecejo, lo miro confundida.
¿Cómo es que no lo sabe?
—¿De verdad? —miré por sobre su hombro hacia la casa y a través del vidrio no veía a nadie.
Me di la vuelta y subí mi vestido para dejarle a la vista mi pobre trasero.
—Mierda —suelta, me acomodo la ropa y me vuelvo para verlo con los brazos cruzados—. Amor, lo siento, de verdad.
«Amor. Amor. Amor».
¿De verdad me dijo amor?
—¿Cómo es que no te diste cuenta? —murmuré, ignorando el cosquilleo en mi estómago, el martilleo constante de mi corazón enloquecido y lo dulce que había sido escucharlo llamarme amor.
—Para ser sincero, no sé qué decir —dio un paso hacia mí y sostuvo mi rostro. Sonrió con picardía y culpa al mismo tiempo—. Perdóname, no sé qué me pasó.
—Ya veo —solté, intentado sonar enojada, pero fallé por mucho. Sus labios se apretaron contra los míos en un beso casto—. Ahora no podré ponerme mis bikinis por tu culpa.
—¿Por qué no?
—Oh, bueno. Será sencillo explicarle a mi padre por qué carajos tengo una mano marcada en el trasero —le di una sonrisa falsa y él me sonrió en grande, luciendo tan precioso como siempre.
—Bueno, en el caso de tu padre, estamos jodidos —sus labios rozaron los míos en un beso lento, húmedo y caliente—. En cuanto a otros aspectos, así todos sabrán que eres mía.
—Bobo —no pude resistirme más, así que sujeté su nuca entre mis manos y lo atraje hacia mí, consumiéndolo, justo como él siempre hace conmigo.
[...]
Hoy era noche buena, mamá estaba emocionada con la idea que hacer una cena para todos por todo lo alto. Anggele estaba aburrida, pero, aun así, nos ayudó a mamá y a mí a organizar todo. En cuanto a papá, Demián y mi novio, ellos se la pasaron hablando de quién sabe que toda la tarde.
La tarde pasó, la noche tomó posesión de Sydney y todo parecía ir de maravilla, la cena fue genial y debía admitir que estar con las personas que amo no tenía precio.
Si me pidieran elegir entre mi fortuna y mi familia, elegiría mil veces esto, porque sin ellos no sería absolutamente nada.
Las risas, los besos y abrazos no faltaron.
La noche fue única.
—Familia, tengo algo que decir —murmuró Demián llamando la atención de todos los demás, se puso de pie—. Mierda, estoy nervioso.
—Las palabras, hijo, cuida las palabras —le dijo papá a modo de reprimenda y yo solo pude reírme disimuladamente, enterrando mi rostro en hombro de Sebastián.
—Perdón —carraspeó—. Bueno, primero que nada, no pensé hacer esto nunca, porque jamás creí encontrar a la persona correcta —en cuánto dijo eso, mi cuerpo se tensó. Los ojos de mi hermano fueron a Anggele, quién se había sonrojado repentinamente—. Hace ocho años me tropecé contigo y nos conocimos de la manera menos especial del mundo, y aunque me caíste pésimo, desde el primer instante en el que te vi, supe que serías la mujer de mi vida.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar esas palabras provenientes de la boca de Demián Whittemore, la roca humana.
El castaño le tendió la mano a su novia, la llevó al centro de la sala y en menos de un instante, se arrodilló frente a ella.
—Te amo, y estos últimos ocho años solo me sirvieron para darme cuenta de que podemos pasar por cualquier tormenta, aun así seguiré pensando que eres la persona ideal —se sacó una pequeña cajita de terciopelo del bolsillo y se la enseñó a la rubia que estaba al borde de las lágrimas—. Te adoro y quiero pasar toda mi vida contigo, rubia fastidiosa. ¿Te casarías conmigo?
Sin necesidad de decir algo, solo asintió y todos supimos la respuesta.
Definitivamente, las vueltas que da la vida son realmente sorprendentes.
Contentos con la noticia, una hora más tarde papá sugirió ir a celebrar a otro lado, cosa que a mamá le encantó y a los demás ni se diga, pero yo tenía otros planes y nadie los iba a arruinar.
—Tu padre se afilió con un restaurante nuevo, y está siendo la sensación del momento —dijo mamá—. Es bueno, pero no he tenido tiempo de ir.
—Mamá, estoy cansada de verdad —murmuré, hice un puchero—. Me gustaría ir, pero quiero dormir tres días seguidos.
Ella se ríe y se acerca para sujetar mi rostro entre sus manos finas y cálidas.
—Está bien, cariño, no te preocupes.
—Te amo.
—Yo a ti, mi niña —besó mi mejilla y se alejó.
Me despedí de todos una vez que se marcharon en el auto de papá, sonreí mientras sacudía mi mano y cerré la puerta justo cuando el automóvil desapareció de mi vista. Corrí escaleras arriba, apagando todas las luces en el proceso, mordí mi labio inferior en cuanto entré a la habitación.
—¿Sebas?
—¿Sí? —salió del baño, e inevitablemente me sentí acalorada.
Sebastián se veía tan sexy con esa camisa negra que se les pegaba a los músculos.
Dios, llévame contigo ahora.
—¿Te fuiste a las nubes? —se ríe de mí, sacándome de mis pensamientos.
—No —caminé hacia él—. Ya todos se fueron.
—¿Y nosotros nos quedamos porque...? —ladeó la cabeza.
—Porque es hora de que le quites la envoltura a tu regalo —sonreí.
—Aibyleen...
—Y cuando hablo de regalo —lo interrumpí, poniéndome de puntillas para alcanzar sus labios y darle un pequeño beso—, me refiero a mí.
Me miró fijamente por unos largos segundos, y, al darse cuenta de qué hablaba en serio, soltó un pesado suspiro. Entonces, sus manos fueron a mi rostro y sus labios a los míos, demandantes y complacientes.
—Así que eres mi regalo de navidad —musitó sobre mis labios, dándole una lenta mordida al inferior. Asentí, sintiendo mi rostro arder ante la mirada lujuriosa que me dio—. Qué bien, entonces, me voy a tomar el tiempo para desenvolverte.
Jadeé, no podía de la excitación. Sebastián tenía la virtud de encender cada célula de mi cuerpo con tan solo un dulce toque, quitándome la lucidez en el proceso.
Lo único que le atiné a hacer fue quitarme los tacones, tener los ojos cerrados y sus labios recorriendo mi mejilla, me tenían en un estado de hipersensibilidad que era increíble. La presión de sus besos en mi cuello lo sentía en todas partes, sus manos en mi cintura, su respiración cerca de mi oreja... Lo sentía en todo mi cuerpo.
Escuché el sonido del cierre de mi vestido cuando Sebastián lo bajó lentamente por mi espalda, rozando sus dedos por mi piel en el proceso, enviando corrientes placenteras a todo mi torrente sanguíneo. Me despojó del vestido negro de mangas largas que él mismo había escogido esta tarde, sus ojos grises se oscurecieron, a tal punto de parecer negros y sus pupilas se dilataron en el momento justo que el vestido tocó el suelo.
Había mencionado una vez que no me gustaba la lencería, pero quise hacer la excepción por una vez, entonces me había encargado de escoger un conjunto con el que me sintiera cómoda. Sí bien, este era mi regalo para él, yo debía sentirme bien con lo que llevaba puesto, y no era para nada incómodo.
Era un conjunto sencillo, un sujetador sin tiras y unas bragas finas, todo en encaje blanco. Era sutil, aún y cuando a mí me gustaba lo extravagante.
—Puedes decir lo contrario —murmuró, fijando sus ojos en los míos—, pero eres perfecta.
Suspiré con el corazón enardecido, di un paso hacia él y comencé a quitarle la camisa, porque necesitaba hacer algo coherente y atraer algo de cordura a mi cuerpo. Cuando quité la prenda negra que cubría la parte superior de su cuerpo, nuestros labios volvieron a unirse, esta vez con más lentitud y dulzura.
Beso tras beso. Caricia tras caricia. Somos la perfecta mezcla de amor y caos que pocos entienden, pero que anhelan tener.
En algún momento, sin que yo pudiera darme cuenta, estoy sobre la cama. Agitada y con una fina capa de sudor cubriendo mi cuerpo, lo veo inclinarse hacia delante, pero cuando creo que se va a cernirse sobre mí, me da la vuelta.
Suelto un suspiro sin saber que carajos está haciendo conmigo, pero sin poner resistencia alguna. Pone sus manos en mi cintura y tira de mi hacia atrás, dejándome en cuatro sobre la cama.
Ay Dios. Ay Dios.
—Me gusta esto —siento sus labios sobre mi piel, justo donde está la marca de su mano—, pero no lo volveré a hacer —dos besos más y un suspiro de mi parte—. Lo prometo.
—Más te vale —suspiro, ida y atolondrada.
Deja de tocarme un segundo, sé que se está quitando el resto de la ropa, lo escucho. Cuando sus manos vuelven a mi cuerpo, lo primero que hace es técnicamente obligarme a levantar más el trasero. Sin ser brusco en ningún momento, manteniendo su nivel amoroso al máximo. Apoyo mi torso sobre la cama y Sebastián sostiene mis manos en mi espalda baja.
—Eres el mejor regalo que me han dado jamás —sus dedos hacen la tela de mis bragas a un lado, presionando los mismos contra mi clítoris hinchado. Suelto un gemido ahogado contra una de las almohadas y cierro los ojos cuando el placer me despierta por completo—. Ayer dijiste que nadie te había hecho gritar como yo —murmuró, sentí su erección en mi entrada, subiendo y bajando lentamente—, veamos que tanto puedes gritar.
Solté un largo gemido cuando lo sentí irrumpir en mi interior con fuerza, apreté mis puños y cerré los ojos. Dios, estar en esta posición me dejaba sentirlo más profundo en mi interior, y el hecho de que arremeta contra mí sin parar me deja sin respiración.
—Dios —gemí, mi piel ardía, mi corazón latía desbocado dentro de mi pecho.
—Me pasaría el día entero haciéndote mía —murmura con la voz ronca, aprieta mi cadera con una de sus manos y me embiste con fuerza, sin contemplaciones.
—¡Oh, por Dios! —me muerdo el labio inferior, como si eso pudiera aplacar el remolino de sensaciones que se acentúa en mi vientre—. Sebastián...
La oleada de placer nos envuelve y Sebastián suelta mis manos para sujetar mis caderas y llevarme a su encuentro. Aprieto las manos sobre la sábana y suelto un gemido cargado de excitación. Una de sus manos se desliza por mi cintura y baja por mi abdomen hasta encontrarse nuevamente con mi clítoris.
Sentirlo duro y pasional dentro de mí, sus embestidas certeras, sus palabras... Todo me tiene al límite, en un punto en dónde no recuerdo que debo hacer. Estoy por llegar, siento el orgasmo formarse en mi vientre, pero este nunca llega.
—Sebas... —gimo y chillo al tiempo que me da la vuelta, mi espalda queda contra el colchón y nuestros ojos se encuentran. La imagen me excita en sobremanera y tengo que apretar las piernas cuando veo sus intenciones, pero ya es tarde cuando me quita las bragas—. Sebastián.
—Abre las piernas —ordena, sin opción a negarme, sus manos se deslizan por mis muslos hasta abrirme de piernas para él. Sus dientes se pasean por la cara interna de mis piernas, luego su lengua y entonces siento su respiración en mi centro—. Amo tu sonrisa, Aibyleen, pero esta siempre será mi parte favorita de tu cuerpo.
Su lengua se arrastra por mi centro y mi cuerpo se tensa completamente, la sensación es indescriptible y tengo que hacer acopio de mis fuerzas para no perder la razón.
—Oh Dios, Sebastián —mi mano vuela a mi boca para ahogar el grito que amenaza con salir de mi garganta, sin embargo, de alguna manera, Sebastián logra tomar mi mano con la suya—. ¡Sebastián!
—Eres escandalosa, no te contengas —se alejó para decir eso y volvió a su tarea segundos después.
Estaba hiperventilando, mi respiración era un completo desastre y la excitación que recorría mi cuerpo iba en aumento. Quería llegar a la cima, quería sentir esa sensación tan liberadora, pero mi novio parecía no querer lo mismo que yo.
—Por favor, por favor —supliqué, arqueando la espalda y moviendo mis caderas contra su boca experta que me llevaba a las nubes—. Sebastián, por favor...
Y ahí estaba de nuevo, la presión en mi vientre, las estrellitas en mis ojos y las ganas de querer tocar el cielo con las manos. Y, de nuevo, nada pasó.
—Por Dios —me quejé, estaba a punto de llorar.
Los besos de Sebastián se desviaron y comenzaron a subir por mi abdomen hasta llegar a la cima de mis pechos.
—Eres preciosa, peach —le da leves mordiscos a mi piel que me hacen suspirar, su mano se pierde bajo mi espalda y desabrocha el sujetador para después quitármelo y arrojarlo al suelo—. Jamás me cansaré de besarte, de escucharte gemir mi nombre —sus labios se cierran alrededor de uno de mis pezones y tira de él suavemente con sus dientes, suelto un gemido y enredo mis dedos en su pelo—. Eres lo mejor que tengo y me es imposible resistirme a ti.
Sus labios suben a mi cuello, besando y succionando cada tanto, un lloriqueo abandona mis labios cuando lo siento presionarse contra mí.
—Por favor, Sebastián —le suplico, su rostro sale de mi cuello y queda a la altura del mío.
Él sabe lo que quiero, lo veo en sus ojos grises totalmente oscurecidos, sus labios caen sobre los míos en un beso fiero y su lengua se abre paso en mi boca para acariciar la mía.
—Quiero que te vengas conmigo dentro de ti —dice sobre mis labios, mordiéndolos con fuerza.
Lo aprisioné con mis piernas porque esta vez no se saldrá con la suya, lo siento introducirse en mi interior con lentitud y todo pierde enfoque para mí. Cierro los ojos en cuanto comienza a embestirme, paso mis uñas por su espalda y echo la cabeza para atrás.
—Dios —suspiro y muerdo mi labio inferior.
—No tienes idea de lo bien que te sientes, Aiby —expresó, arrastrando sus labios por mi mandíbula—. Eres perfecta en todos los sentidos.
Jesús bendito, esta había sido la mejor idea que he tenido en años.
Mi interior se contrae cuando ya no puedo contener le placer que siento, las estocadas de Sebastián incrementan su fuerza como si aquello fuera posible, haciéndome sentir en la mismísima luna. Mi cuerpo entero se tensa y los músculos de Sebas igual, sin darme cuenta un espasmo sacude mi cuerpo justo cuando un potente orgasmo me golpea con fuerza.
Sebastián se mueve unos segundos más hasta que su liberación llega y se corre en mi interior, tan increíblemente placentero como siempre. El hermoso hombre sobre mí suelta un pesado suspiro y se deja caer suavemente en mi pecho.
Deseo con todo mi corazón quedarme así por siempre, siendo uno solo.
—Feliz navidad, mi Sebas —susurro con los ojos cerrados.
—Feliz navidad, preciosa.
★★★
Capítulo larguito para hacerlos felices.
¡¿Por qué tienen que ser tan perfectos?!
En otras noticias, les tengo una sorpresa:
¡Nuestros bebés se van a casar!
¿Qué les pareció el capítulo de hoy?
¡Voten y comenten mucho!
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