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32. Sebastián.

Cuando cumplí los dieciocho supe de inmediato a lo que quería dedicarme.

Me gustaba la adrenalina, y la Fórmula 1 me garantizaba una dosis adecuada de ella, para mí era necesario correr, así que eso hice.

Superé a un montón de corredores veteranos, sobrepasé mis límites y rompí con los récords impuestos en ese deporte. Conforme pasaban los años, superaba mi propia marca, me hice conocer en el país entero. Con tan solo veintiún años mi nombre era reconocido al nivel mundial, entonces me convertí en el Golden Boy del siglo veintiuno.

Tenía el mundo a mis pies: una buena racha como corredor, una empresa que me esperaba cuando le diera la mano a mi retiro, amigos y familia. Era un maldito afortunado, no necesitaba más.

Nunca busqué una relación seria, las mujeres llegaban a mí y, sinceramente, yo no desaprovechaba las oportunidades que se me presentaban. Eso sí, de una noche no pasaba. Las cosas cambiaron cuando conocí a Vanessa, su padre trabaja para Demián y para mí, la morena era hermosa y sí, me gustaba, no puedo mentir.

Solo sexo.

Esa era nuestra única regla, pero ella nunca pareció comprenderlo y entonces decidí darle fin antes de que todo pudiera complicarse.

A los veintitrés tuve aquel accidente que marcó el fin de mi etapa como corredor, ese accidente que cambió mi vida para siempre. Mi salud era más importante que un auto, eso siempre lo supe, por lo que no le di vueltas al asunto y me dediqué de lleno la empresa.

Demián había sido mi mejor amigo desde la universidad, el único imbécil capaz de soportar a otro imbécil, que este caso sería yo. Pero luego de aquel suceso catastrófico para mi vida, nuestros lazos se estrecharon el triple, a tal punto de convertirlo en mi hermano.

Gracias a él conocí a la persona más maravillosa del planeta. Aibyleen Whittemore había revolucionado mi mundo con tan solo diecinueve años, una sonrisa amable y unos ojos azules dispuestos a poner a medio mundo a sus pies.

Esa mujer cambio mi vida para siempre, y ella ni siquiera lo sabía.

¿Quién carajos tiene el descaro de decirme que soy el desgraciado con más suerte en el planeta?

Verla ahora, actuando como si fuera la reina de su propio mundo, con tanta soltura y naturalidad me eriza la piel. Todos siempre dicen que cuando alguien te importa, su bienestar lo es todo para ti, y tenían razón.

Aquella rubia que había soportado tanto en tan solo veinticinco años, es quien hoy está estabilizando mi vida, y jamás creí decirlo, pero sin ella no soy nadie.

—¿Crees que a Anggele le guste esto? —se acerca a mí, con un bolso Gucci de pedrería brillante y una etiqueta que decía ochocientos dólares.

—Supongo, a ella le gusta todo lo extravagante —le respondo.

—Tienes razón —frunce los labios en una fina línea—. Ahora lo difícil será elegir el color... —ladea la cabeza, bufa y se encoge de hombros—. Le llevaré los dos.

—Estás loca —musito, ella se ríe.

—Debo escoger los mejores regalos de navidad —dice, como si fuera obvio. Deja los bolsos en el carrito que ella ha estado empujando desde hace una hora—. Por cierto, no sé que comprarte.

—No tienes que comprarme nada, peach —le digo, pasando mi brazo por sus hombros.

—Pero yo quiero comprarte algo —gruñe, refunfuñada, como siempre—. Es navidad.

—No es necesario —beso su sien, ella me empuja levemente para que la suelte.

—No me importa, te voy a comprar algo —espetó y se alejó de mí.

Sacudí la cabeza sin saber qué hacer con ella exactamente, Aibyleen era terca, a mí no me gustaba que me llevaran la contraría, nuestras personalidades, por mucho que fueran diferentes, se encontraban entre sí.

A ninguno le gustaba perder.

Me di cuenta en las últimas semanas que, si ella debía ganar, mi deber era dejarle el camino libre. Cuando yo tenía razón, aunque a ella no le gustaba admitirlo, me dejaba ganar a mí, yo podía notarlo.

Aibyleen era, sin temor a equivocarme, el ser más complejo que alguna vez haya visto. Sin embargo, lo complicado siempre ha sido algo me ha llamado la atención.

Me gustan los retos, tanto como me gusta ella. No me iba a rendir, no sin antes dar la batalla.

Suspiré y la seguí de cerca por casi media hora, todo lo que parecía gustarle lo metía al carro, y la situación no parecía querer cambiar. Con el pasar de la última hora, noté varias miradas sobre ella y realmente me incomodaba, porque no eran miradas amables precisamente.

¿En serio estaba celoso?

Jamás en mi vida había sentido esa sensación abrumadora, Aibyleen era mía, en el buen sentido claro.

—Creo que ya tengo todo —expresó contenta, tenía una expresión en el rostro que pocas veces había visto, y de verdad me gustaba saber que estaba feliz—, y también creo que compré demasiado.

—¿Tú crees? —me dio un golpecito en el brazo cuando supo que me estaba burlando de ella.

—No te rías de mí —hizo un puchero justo cuando llegamos a la caja—. Hola, ya estamos listos para pagar.

—Excelente —dijo la chica castaña al otro lado de la caja.

—Mamá se va a morir cuando vea el vestido que le compré —musita, mordiendo una sonrisa.

—Ya lo creo.

—¿Tarjeta o efectivo?

—Tarjeta —dijo Aibyleen, apresurándose a sacar su tarjeta del forro de su teléfono.

—Ese es el peor lugar para guardar una tarjeta de crédito, peach —le dije.

—Nadie me ha robado nunca, así que todo está bien —me sonrió con cinismo.

—Bien, son dos mil quinientos dólares —murmuró la cajera con una expresión de horror.

—Está bien —asintió mi novia, luego se acercó a mí para susurrarme—. Creí que me había gastado más.

—No me digas —volvió a golpear mi brazo, rodando los ojos en el proceso.

Después de pagar, sufrir con la rubia mientras ella misma se empeñaba en llevar todas las bolsas al auto, logramos llegar vivos a la casa. Ella parecía un huracán, llegaba y dejaba todos patas arriba, pero era de esa clase de desastres increíbles que revolucionan la vida de alguien y jamás vuelve a ser la misma.

Hay caos que nos dejan sin esperanzas, que entierran nuestras vidas en el agujero más profundo. Sin embargo, existe otra clase de caos, esos que llegan sin previo aviso, llenando de luz y color cara rincón oscuro.

Ella es mi desastre favorito.

—Mañana me encargaré de envolver este montón de cosas —suelta una risita luego de salir de su closet.

—¿No te falta nada? —le pregunté, dejando mi teléfono en la mesita de noche.

Negó y se acercó hasta donde me encontraba.

—Gracias por acompañarme —murmuró, deteniéndose frente a mí, dándome una leve sonrisa.

—No tienes que agradecer —la atraje hacia mí por la cintura.

—Este será uno de mis viajes favoritos —murmura en un susurro, como si me estuviera contando su más grande secreto—. ¿Sabes por qué?

—¿Por qué?

—Porque es la primera vez que viajamos juntos —musita, mirándome con sus enormes ojos azules.

Sonreí y le quité el cabello del rostro, conmocionado al darme cuenta de la cantidad de cosas que esta mujer despertaba en mí.

—Siempre será un placer viajar contigo.

Soltó una risa y se puso de puntitas para alcanzar mis labios, su cuerpo se amoldó perfectamente al mío y sentir el calor que emanaba su anatomía, encendió cada parte de mi ser.

—¿Te acuerdas esa noche en Los Ángeles? —jadeó sobre mis labios, encargándose de quitar los botones de mi camisa con dedos temblorosos.

—¿Cómo olvidarlo? —sonrió y ladeó la cabeza.

Jamás olvidaría ese día, todo tomó un rumbo diferente para nosotros luego de lo que sucedió en aquella ciudad.

—No creí que vendrías.

—¿Por qué? —se acercó mucho a mi cuerpo, embriagándome con su exquisito olor a vainilla. Me miró directamente a los ojos con esa seguridad que la caracteriza—. ¿Acaso piensas que soy tan cobarde?

—No —dije, mirando todo su rostro—, está claro que no eres una cobarde.

Jamás me había sentido tan nervioso, tal vez era por ella y por esas ganas de hacer las cosas bien solo porque se trataba de Aibyleen.

—Bueno —susurró, sacándome de mis pensamientos. Llevándose toda mi atención, como comúnmente hacía—, ese día descubrí dos cosas realmente sorprendentes.

—¿Cuáles?

Alejé sus manos de mi cuerpo y giré el suyo, se sobresaltó y dejó escapar un suspiro bastante audible que me hizo sonreír.

—Dime cuáles fueron esas dos cosas sorprendentes que descubriste aquella noche —la animé, subiendo la sudadera rosada que cubre la parte superior de su perfecto cuerpo hasta quitársela.

—Bueno, la primera... —carraspea cuando le indico que se quite los zapatos.

—¿La primera?

—La primera —le quito el cabello del cuello, pasando mis labios por toda la extensión de su hombro—, nadie me había hecho sentir como tú.

Sonreí, dejé una leve mordida en el lóbulo que la hizo suspirar.

—Eso ya lo sé, peach —besé el hueco entre su cuello y su hombro—. Estamos igual, porque nadie me hace sentir como tú.

—Me gusta tu honestidad, McCainsonríe.

—¿Y la segunda? —indago, pasando mis manos por la marcada línea de su cintura.

—Y la segunda —se gira entre mis brazos, buscando mis ojos y me regala esa linda sonrisa que tanto me gusta. Da un paso hacia mí, sube sus manos a mi rostro mientras que las mías acarician su espalda—, fue que esa noche supe que estaba enamorada de ti, aunque me costara admitirlo —su boca entonces reclama la mía, llevándose todo mi autocontrol con ella.

Ella tenía su punto, aquella noche descubrió cosas que no pensó sentir jamás, y yo también. Ese día me di cuenta que no se necesita buscar placer en la piel, sino el amor en la persona correcta.

Tomo el control de la situación y enredo mi mano en su pelo rubio para tirar suavemente de su cabeza hacia atrás, saqueando su boca sin descanso. Recibo un gemido en respuesta y la desesperación de su parte, sus manos ansiosas van al botón de mis jeans con rapidez.

—¿Sabes que otra cosa descubrí? —jadea cuando le quito el sujetador.

—¿Qué? —la hago retroceder, su cuerpo se cómoda sobre la cama, jadeante y sonroja.

—Que nadie me había hecho gritar como tú —dice con picardía, como si quisiera volverme completamente loco.

—¿Quieres matarme? —me incliné hacia ella, tanteando el short que tenía puesto y, en el proceso, descubro que no es de jeans, sino leggins.

—Me gusta volverte loco —admite con cinismo la muy descarada.

—Que bueno que a mí me gusta hacer lo mismo —dije, para después tirar con fuerza de la tela hasta romperla.

—¡Sebastián! —jadeó ella, sorprendida, divertida y furiosa—. ¿Qué demonios te pasa?

—No soy muy fan de este short, nena —soy sincero, metiéndome entre sus piernas aún vestido—. Mucho menos cuando algún imbécil se te queda viendo.

—Me la vas a pagar —gruñe, pero en el fondo sé que no está enojada. Sus manos van a mi cuello y sus labios a los míos—. Tendrás que hacerme muchas cosas para que te perdone.

Soy todo tuyo.






Si los amo más, se me acaba el espacio que tengo en el corazón.

No diré que se viene el drama, muchxs de ustedes quieren, quizá les dé un poquito.

¡Amé este capítulo, ¿y ustedes?!

¡Voten y comenten mucho!

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