31. Sebastián.
El sol se estaba ocultando, la noche se acentuaba en Sydney y todo parecía de otro planeta.
—¿Cuándo fue la última vez que ustedes dos se tomaron un descanso? —preguntó Anggele sacándome de mis pensamientos.
La rubia estaba sentada junto a Demián en una de las tumbonas que se encontraban fuera de la casa, tal y como estaba Aibyleen sobre mí.
—En la época arcaica —soltó mi novia, quitándome la cerveza de la mano y dándole un trago ella.
—No estamos trabajando justo ahora —le recuerdo, pasando uno de mis brazos por sus hombros.
—Porque hice que me lo prometieras —rodó los ojos y apoyó su espalda en mi pecho.
—¡Tú no me has prometido nada, idiota! —le reprochó Angge a su novio.
—Porque no me lo has pedido —expresó mi mejor amigo fingiendo inocencia.
—¡Imbécil!
—¡Ya basta! —Aiby sacudió su mano—. Volvamos al tema.
—¿Vacaciones en serio, dices? —le pregunté, asintió—. Creo que fue hace como dos años, no recuerdo.
—¿Cuándo fuimos a Dubái? —asentí en dirección de Demián—. Oh sí, esa fue la última vez.
—Uy no, fue hace demasiado —la rubia entrelaza su mano con la mía y se gira para observarme.
—El trabajo nunca falta, peach —le quité un mechón rubio de la mejilla.
—¿Se están oyendo? Se morirán jóvenes si siguen así —comunicó Anggele—. Deberíamos hacer un viaje los cuatro, a otra parte. Un lugar al que ninguno haya ido.
—¡Santorini! —saltó mi novia con rapidez, hizo un puchero—. Jamás he ido.
—¿Sugerencias? —cuestionó la otra rubia de nuevo.
—Tailandia —dije.
—Eso suena bien —me secundó Demián—. ¿No querrás ir a Disney otra vez, hermanita?
—Cállate —el cuerpo de Aibyleen se tensó completamente.
—¿Qué? ¿Tu novio no sabe lo que hiciste en Disneyland? —su hermano se ríe, y la anatomía de la rubia entre mis brazos comienza a temblar ligeramente—. Creo que tengo una fotografía...
—¡Ni se te ocurra! —exclama ella, con los dientes apretados y las mejillas rojas. Demián saca su teléfono y Aibyleen se levanta de un salto—. ¡Te voy a matar!
—No puedes —murmura, y en algún momento ya se encontraba huyendo de su hermana, quién parecía estar dispuesta a matarlo de verdad.
Sacudo la cabeza totalmente divertido con la situación, ellos eran tal para cual, dos inmaduros.
—Estoy embarazada —suelta Anggele cuando estamos solos.
Mi ceño se frunció y mi cerebro comenzó a procesar sus palabras.
—¿Qué?
—Estoy embarazada —susurró, tomó una lenta respiración y se llevó las manos al rostro—. Dios, estoy tan asustada. De verdad que no esperaba que esto sucediera, en serio —dijo con rapidez, buscó mis ojos y los suyos estaban llenos de lágrimas—. Demián fue por mí a Rusia y me pidió que regresara con él, entonces acepté y... —señala su estómago con recelo—, eso pasó.
—¿Demián lo sabe? —es todo lo que consigo decir, realmente estoy en shock.
—No, y estoy nerviosa porque no sé cómo reaccionará cuando se lo diga —suspiró—. Acabamos de darnos una oportunidad, y ambos dijimos que esta sería la última vez. No es sano para ninguno de los dos seguir terminando y volviendo cada siete meses. Hemos hecho lo mismo por casi ocho largos años, y ya ninguno tiene la fuerza suficiente para hacer lo mismo —seca la lágrima solitaria que baja por su mejilla con el dorso de su mano—. Solo ha pasado un mes, Sebastián, y tengo miedo que esto sea nuestro talón de Aquiles.
—Vaya —observo a Aibyleen correr detrás de Demián intentando quitarle el teléfono—, no sé que decirte.
—Es un tema complicado, lo sé —cierra los ojos con fuerza—. No sé cómo decírselo, me da miedo que no lo tome bien.
—Demián es complicado, Anggele —comienzo—. Lo conozco desde hace tiempo, quizás tú tengas una percepción de su personalidad diferente a la mía, pero sé que él te ama —le recuerdo—. Pase lo que pase, él jamás te dejaría sola.
La rubia parpadea con rapidez y sonríe.
—Es lo más lindo que me has dicho en siglos —musita.
—¿Las hormonas ya te están afectando? —me burlé, a lo que puso los ojos en blanco.
—Imbécil —carraspeo—. Tienes razón, las hormonas ya me están afectando —dice y se levanta—. Tengo que ir al baño.
—Estás loca —golpea mi hombro con su mano abierta, y tengo que admitir que la desgraciada golpea fuerte.
—Eres el peor hermano del planeta, Demián —escucho la voz de mi novia cuando camina hacia mí.
—Ya borré la foto, no tienes de que preocuparte.
—¿Terminaron? —les pregunté.
—Por mi parte, sí —responde Demián—. ¿Y Anggele?
—En el baño —asiente y se va al interior de la casa.
Observo a mi novia de pie frente a mí, lleva una sudadera rosa enorme que cubre aquel pequeño short que definitivamente no es ropa. De igual manera, se le ve un trasero espectacular.
—¿Escaneo terminado? —indaga con diversión, sentándose en mi regazo.
—Jamás me cansaré de mirarte —beso su mejilla—. ¿Vas a decirme que hiciste en Disneyland?
—Oh no —se cubrió el rostro con las manos—, no voy a contarte eso.
—Siempre puedo pedirle a Demián que me diga —murmuro en un tono persuasivo.
—Él no se atrevería a decirte nada —dijo con los dientes apretados—. No sí quiere tener descendencia, al menos.
Mierda.
Esto de saber que Anggele estaba embarazada antes que todos era duro.
—Es mi mejor amigo, tiene que contarme todos los detalles de tu vida...
—Sebastián —me amenazó—, ni se te ocurra.
—No te dejaré en paz hasta que me digas —la amenaza fue de mi parte esta vez, se cruzó de brazos e hizo un puchero—. Peach...
—Está bien. ¡Ahg! Eres tan exasperante —se acomodó entre mis piernas y se giró un poco para ver mi rostro—. Fue hace como un tiempo, no recuerdo muy bien. Tú estabas de viaje en algún país y me fui con Anggele a Disney porque había discutido con mi hermano, entonces la ayudé a huir.
—¿A Disney? —me burlé—. De todos los lugares que existen... ¿Huyeron a Disneyland?
—¿Y que querías? —golpeó mi pecho, solté una carcajada mientras rodeaba su cintura—. Bueno, la cosa es que, fuimos a Disney y la pasamos bien.
—¿La pasaste bien? —cuestioné—. ¿Y por eso tanto drama?
—¡Ay! Me emborraché, ¿okey? —gruñó, apoyándose contra mí—. Intenté violar a un guardia de seguridad.
¿Qué intentó que?
—¿Qué? —fruncí el ceño.
—No me hagas contártelo —lloriqueó.
—No, tienes que decirme —le quité las manos de la cara—. No puedes soltar algo así y esperar a que no pregunte.
—¡Sebastián! —soltó una risa con las mejillas rojas.
—Dime.
—Bueno —suspiró—, es que Anggele y yo nos quedamos en una habitación juntas ese día. Ambas bebimos de más y bueno, las cosas se salieron de control —frunce el entrecejo—. Para mí, al menos. La cosa es que, salí de la habitación en medio de la borrachera e intenté besar al vigilante y... ¡Ahg! De alguna manera alguien tomó una foto y la subieron a internet. Fin.
Se cruzó de brazos y miró hacia otra parte.
Intenté recordar si en algún momento llegué a ver esas fotografías en internet, y la verdad es que nada se me viene a la cabeza.
—¿Y por qué no recuerdo haber visto esas fotos? —cuestioné.
—Porque Brady se encargó de no se hicieran viral, solo pasaron diez minutos y ya habíamos borrado toda la evidencia —explicó.
—¿En serio intentaste violarlo? —de verdad que no podía con la estupefacción.
—¡No te rías de mí! —se quejó, escondiendo su rostro en mi cuello—. Solo intenté besarlo... ¡Pero él no se dejó!
—Lo siento —besé su cabello rubio, apretando mis brazos a su alrededor—. No lo violaste, Aiby...
—Pero yo lo sentí así —se alejó un poco para mirarme a los ojos—. Nunca me había lanzado a alguien, y al hacerlo a un desconocido y sin su consentimiento... Para mí fue una violación.
—Estás loca —sujeté su perfecto y hermoso rostro entre mis manos—. Eres la persona más loca del planeta.
—Así me quieres —sonrió con suficiencia, y no podía evitar sentirme tan bien al saber que ella era tan fuerte y valiente como para darse a sí misma el lugar que se merecía.
—Así te quiero —afirmé, ella soltó una risita y rodeó mi cuello con sus brazos. Me besó castamente y suspiró.
—Eres el mejor novio del mundo —un beso. Dos besos. Una sonrisa inocente y persuasiva.
—¿Qué quieres? —suspiré.
—¿Me acompañas al centro comercial? —me mostró una amplia sonrisa.
—¿Para?
Rueda los ojos y suspira como si estuviese cansada.
—Se me olvidó comprar absolutamente todo —musitó con dramatismo—. No tengo nada que regalarle a mamá, papá o Demián.
—Y quieres que sea tu esclavo —afirmé sin que ella me lo dijera, pero sabiendo que era lo que quería exactamente.
—Sí —asintió con otra sonrisa.
—Está bien —terminé por aceptar, no es como si tuviera otras opciones.
—¡Ay! Eres el mejor —besó mi mejilla y se puso de pie, corriendo a toda prisa al interior de la casa—. ¡¿Papá?! ¿Me prestas el auto?
Reí, ella estaba loca, pero así la quería, no la cambiaría jamás.
★★★
Ay, es que estos dos son tal para cual.
¿Quién se esperaba la noticia de Anggele?
Nuestro pobre Sebastián tendrá que guardar el secreto y apoyar a su amiga.
¿Les gustó el capítulo de hoy?
¡Voten y comenten mucho!
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