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27. Sebastián.

(+18)

La navidad no era una fecha que me emocionaba demasiado, tal vez que, porque siempre pasábamos haciendo lo mismo, en casa, con los abuelos o algo. No la pasábamos mal, pero tampoco era la gran cosa para mí. Mucho menos cuando comencé en mi etapa de la adolescencia, peor aun cuando inicié mi carrera en la Fórmula 1 y me descontrolé por completo.

Todo lo que me importaba era correr y yo mismo, nada más. Pero, las cosas habían cambiado desde las últimas tres semanas, y todo gracias a un arrebato. Aibyleen Whittemore había revolucionado mi mundo desde hace seis años atrás, pero ahora todo había aumentado su intensidad y estaba ansioso por descubrir que pasaría después.

Me bajo del auto una vez estacionado, sintiendo el frío de diciembre calar por mis huesos aún con la chaqueta puesta. Rodeo el automóvil para abrir la cajuela y sacar la maleta.

—Buenos días, señor —dijo Malcom llegando junto a mí.

—Buenos días, Malcom.

—Déjeme ayudarle.

—Gracias.

Él solo asintió y siguió con su tarea, mientras yo me encargué de bloquear el auto.

—¿Por qué carajos llevas tantas maletas, Aibyleen? —escuché la voz de Demián a modo de reproche a lo lejos, así que me encaminé cuando los vi salir de la casa—. Solo iremos dos semanas.

—¿Te parece poco? —dijo su voz chillona, haciéndome sonreír al verla vestida completamente de blanco, abrazándose a si misma—. Me debo a mi público, Demián. Además, no he ido a la playa en un largo tiempo, debo hacerme varias fotografías y Anggele me va a ayudar.

—Oh no, querida, yo iré a broncearme —dijo la rubia al salir con un enorme bolso guindando de su hombro—. Qué te ayude tu novio.

Cuando Anggele me señaló, Aiby se dio la vuelta con rapidez, curvando sus labios hacia arriba en una hermosa sonrisa antes de comenzar a caminar —prácticamente trotar— hacia mí. Me detuve a medio camino cuando se lanzó a mis brazos, recibiéndome con un beso efusivo, lleno de sentimientos.

—Siento que han pasado días —dice contra mi boca, haciéndome reír.

—No ha pasado tanto tiempo —afianzo su cintura, sintiendo como se estremece cuando el viento helado sopla a nuestro alrededor.

—Gracias por venir —me dijo en voz baja, observándome a través de sus largas pestañas, con esos hermosos y grandes ojos azules.

—No tienes por qué agradecer —acaricié sus mejillas rojas por el frío, dándole un pequeño y delicado toquecito a la punta de su nariz completamente roja.

—¡Oigan, tórtolos! —exclamó Demián—. Tenemos que subir al Jet en veinte minutos si queremos llegar mañana a las seis.

—¡Hace mucho frío! —dijo Anggele corriendo hacia la camioneta de Demián.

—Nos espera un largo vuelo —le digo a la rubia frente a mí, beso su frente y paso mi brazo por sus hombros para comenzar a caminar hacia la Toyota.

—Veinte horas sentada —refunfuña—. Aún no comienzan y ya me duele el trasero.

Sonrío ante su intento de berrinche y subo a la parte trasera de la camioneta luego de ella. Su cuerpo se acerca al mío y apoya su cabeza en mi pecho, es tan cálida que no puedo evitar abrazarla.

—¿Listo para entrar en la boca del lobo? —me dice con diversión.

—Siempre y cuando tú estés ahí.

[...]

Llevábamos cinco horas de viaje y sí, Aibyleen tenía razón, era tedioso estar sentado todo el tiempo. Sin embargo, las horas pasaban amenas y tranquilas, Demián y Anggele estaban en la parte delantera del avión, por lo que Aiby y yo estábamos completamente solos.

—Papá te va a interrogar —dijo mirándome con terror—. Y, aunque mamá tratará de aligerar las cosas, todo será incómodo. ¿Lo sabes?

—Sí, pero no tienes nada de qué preocuparte —tomé su mano, entrelazando nuestros dedos—. Tus padres me conocen desde hace mucho, no creo que haya problema.

—Pero solo eras el mejor amigo de Demián, ahora eres mi novio y yo nunca he llevado un novio a casa —susurra con la voz ahogada, abre mucho sus ojos y contiene la respiración—. Te estoy llevando a tu propia muerte.

—Estás tan loca —sacudo la cabeza sin poder creer lo que estoy viendo, prácticamente está a un instante de llorar—. Relájate, todo saldrá mejor de lo que piensas.

—¿Cómo estás tan seguro? —dice con los dientes apretados.

—Porque yo siempre tengo razón —me encogí de hombros.

—Eres demasiado arrogante, Sebastián McCain —entrecierra sus ojos hacia mí, se me remueve en el asiento hasta acomodarse de perfil y poder verme—. Pero me gusta que seas así. En parte, siento que me ayudas a mantenerme firme y olvidar el hecho de que alguna vez estuve rota.

—Recogiste todos tus pedazos, peach y los uniste de la mejor manera, de lo contrario, no serías quien eres ahora —acaricio su mejilla rosada, recibiendo una sonrisa resplandeciente.

Su teléfono sonó y desvió su atención de mí para centrarse en el aparato, soltó una risita y negó con la cabeza.

—Somos tendencia, ¿sabes? —murmura dejando el teléfono de lado.

—¿Cómo no saberlo? Mi teléfono no ha parado de sonar —ella se ríe y estira su mano para buscar la mía—. No es divertido.

—¡Sí lo es! —se acercó para darme un beso en la mejilla—. ¿Acaso ya olvidaste lo que es ser famoso?

—No he dejado de ser famoso, Aibyleen —digo con suficiencia, a lo que ella rueda los ojos.

—Ay, sí. Discúlpeme, Golden Boy del siglo veintiuno —soltó un bufido—. Bueno, en todo caso, estamos en el ojo público, Sebas, somos la pareja del momento.

—Y eso te hace feliz, ¿no es así? —deduje, era imposible no darse cuenta cuando tenía una expresión de felicidad y una gran sonrisa en los labios.

—Obvio sí —dice, se levanta de su asiento para venir hacia mí y sentarse a horcajadas sobre mí regazo—. De esa forma todas las mujeres que andaban detrás de ti, sabrán que eres solo mío.

—O sea que, es una estrategia —abrazo su cintura.

—Es mi manera de marcar territorio —confiesa en un susurro, acercándose para dejar un beso casto en mis labios.

—En ese caso, debería presumirte más —alejé su cabello de su cuello, presionando mis labios contra su pulso que latía desbocado, haciéndola temblar—. Así todos sabrán que eres mía, que solo yo te puedo hacer sentir así, que solo yo puedo tocarte...

—Sí, solo tú —suspira antes de buscar mi boca, cierro los ojos dejándome llevar por esa húmeda y dulce caricia, por su embriagante aroma y por la calidez de su cuerpo sobre el mío.

Sus manos se afianzan a mi cuello, sus labios se vuelven exigentes sobre los míos, buscando más. Siempre buscando más. Bajo mis manos por su espalda, apretando cuando llego a su trasero.

—Sebas... —echa la cabeza hacia un lado, mordiéndose el labio—. Tócame.

—Ya te estoy tocando —le digo bajando mis labios por cuello lentamente.

—Así no —se queja, soltando una pequeña risa, sujetando mi rostro entre sus manos—. Tócame, por favor.

—Aiby... —y mi teléfono sonó, y lo agradecí por un momento, porque de lo contrario, no sería responsable de mis actos—. Tengo que contestar...

—¡Sebastián! —soltó un gemido de frustración, me removí aún con ella sobre mí para sacar el teléfono de mi bolsillo—. Sebas...

—Es Marco —le digo, sus ojos azules me miran suplicantes, dejé un beso en sus labios a modo de disculpa, pero ella siguió quejándose—. ¿Sí?

—Recuérdame por qué sigo con Franco, por favor —gruñó exasperado al otro lado de la línea.

—¿Por qué es el mejor corredor actual del país? —le dije con duda, pero el movimiento de Aiby me distrajo. Tenía una sonrisa malvada en sus labios y todo se puso peor cuando la vi recogerse el cabello en una coleta alta—. ¿Me esperas un segundo? —le dije a Marco al teléfono y silencié la llamada un momento—. ¿Puedo saber que estás haciendo?

—No quieres tocarme —me reprende, poniéndose de rodillas entre mis piernas—. Lo siento, ahora te aguantas.

—Aiby...

—Cállate, Sebastián —se pasea la lengua por los labios y comienza a desabrochar el botón de mis jeans—. ¿No estabas hablando por teléfono?

—Mierda —vuelvo a encender el teléfono—. ¿Marco?

—No lo soporto, McCain, Franco es peor que un niño pequeño —gruñe, pero no le presto la suficiente atención por mirar a la preciosa rubia que baja el cierre con lentitud.

—¿Qué hizo ahora? —dejo caer la cabeza en el respaldo cuando la siento acariciar mi erección por encima de la tela, para después bajar el bóxer.

—Chocó el auto en pleno entrenamiento porque no lo dejé subir la velocidad, no le pasó nada, pero destrozó el auto —dice con exasperación.

—No sé qué decirte, Marco —suelto un siseo cuando las manos de Aibyleen se cierran alrededor de mi miembro, subiendo y bajando lentamente—. No puedes quedarte sin él...

—Lo sé, pero me tiene harto, ni tú en tus mejores años te comportabas así —observo la sonrisa maliciosa en sus preciosos y llenos labios antes de pasar su lengua por toda la extensión de mi erección.

La simplemente imagen fue la más caliente de mi maldita vida, y me voló la cabeza. Verle los ojos, ese azul cielo lleno de deseo era mi perdición, y le tenía tantas ganas que la dejé hacer lo que quisiera conmigo.

—Voy a suspenderlo, sí, eso haré —dijo llamado mi atención, pero yo solo podía concentrarme en la mujer de rodillas entre mis piernas.

—Eso sería un buen castigo... —apreté la mandíbula cuando Aibyleen succionó con fuerza antes de meter la mitad de mi miembro en su boca.

—Sí, lo más probable es que se enfade, pero me vale mierda —llevé mi mano libre a su cabello rubio, sus ojos no se separan de los míos mientras hace magia con sus labios—. No soportaré más sus juegos.

—Debe aprender de una forma u otra.

—Lo sé —suspira, yo ahogo un gemido mordiéndome los labios—. Olvidemos a Franco, ¿qué planes tienes para navidad?

—Iré a Australia —respondo, elevando las caderas y hundiéndome más profundo en su garganta, Aiby cierra los ojos unos segundos y se retira, toma aire y me sonríe con malicia antes de volver a su trabajo—. Formalizaré mi relación con mi novia.

—Felicidades, me enteré que Aibyleen Whittemore está contigo —dice con orgullo—. Yo iré a Italia, necesito alejarme de América por un tiempo.

—Ya somos dos —murmuro y maldigo mentalmente al ver que puede meter todo mi miembro su garganta, se aleja segundos después y comienza a mover sus manos sobre mí.

—Bueno, te dejo, hablaré con Franco —murmura—. Feliz navidad, chico.

—Igual —cuelgo sin pensarlo dos veces y dejo el teléfono en el asiento de al lado—. Mierda, Aibyleen.

—¿Acaso no te gusta? —dice en un tono demasiado inocente.

—Me estás matando —digo y ella sonreí con suficiencia antes de lanzarse a mi hombría con experiencia.

No sé si haya hecho esto antes, pero la condenada sabe lo hace y se siente tan malditamente bien que no puedo cuestionar nada más. El sonido de su garganta, el movimiento de su lengua, las succiones... Estoy a mil, me contengo de no ser brusco, la dejo a ella llevar las riendas del asunto y todo se torna catártico en cuestión de segundos.

—Aiby...

—Quiero que te vengas en mi boca —gime al separarse, tiene las pupilas dilatadas y los labios hinchados.

—No puedo negarme a eso —digo con la respiración agitada, ella sonríe y se relame el labio inferior.

Vuelvo a echar la cabeza para atrás, apretando mis dedos en su coleta justo cuando un escalofrío recorre mi columna, y es inevitable contenerme, Aibyleen deja de moverse justo cuando me vengo en su garganta. La rubia da una última succión que me estremece y me obliga a abrir los ojos, tiene una sonrisa de maldad y se relame los labios.

—Guardemos esto en su lugar —dice subiendo mi bóxer y cerrando mis jeans, pone sus brazos en mis piernas y apoya su barbilla sobre los mismos, mirándome con una sonrisa que no le queda después de lo que hizo—. Es la primera vez que hago esto.

—¿Qué? —digo sin entenderla, se encoge de hombros—. Me estás jodiendo, Aibyleen. No puedes decirme eso después de...

—Pues, es la verdad —hace un puchero demasiado adorable, parpadea con rapidez—. Nunca lo había hecho.

—Eres increíble, Whittemore —me inclino para acariciar su labio inferior, mirando el deseo brillar en el mar azul de sus ojos—. Es mi turno.

—¿Qué? No —dice, pero ya la estoy levantando del suelo y sentándola de espaldas a mí entre mis piernas—. Sebastián...

—No te vas a escapar, peach... —susurro bajando hasta su cuello, subiendo su camisa a la altura de su abdomen—. No después de todo lo que has hecho.

—No hice nada malo —suspira, su pecho comienza a subir y bajar con frecuencia cuando mis dedos se pierden bajo el elástico de su pantalón de algodón—. Creí... creí que te había gustado.

—Voy a guardar ese momento para siempre en mi memoria, que no te quede duda de ello —su espalda se apoya en mi pecho y deja caer su cabeza en mi hombro.

—Sebas... —jadea en un susurro, meto mi mano bajo su ropa interior y me deslizo con suavidad hacia su centro—. ¡Sebastián!

—Silencio —una de sus manos vuelva a su boca y reprime otro gemido, presiono mis dedos unos segundos contra su clítoris y se tensiona entre mis brazos—. ¿No era esto lo que querías?

—Sí, oh santo Dios —cierra su mano alrededor de mi brazo y se muerde el labio inferior—. Sebastián, por favor.

—Shhh —dejo un beso en su cuello, sumergiendo uno de mis dedos en su calor, haciéndola dar un respingo—. ¿Eso te gusta?

—Oh, sí —cierra los ojos—. Por supuesto que sí... ¡Ah!

—Tienes que hacer silencio, Aiby —le digo, adentrando otro dedo.

—Lo sé, pero no puedo —gira su rostro en mi dirección y me observa con los ojos llenos de lágrimas—. Bésame.

Eso hago, capturo sus labios llenos entre los míos, llevándome todos sus gemidos. Muevo mis dedos más deprisa, y el deseo no tarda en explotar en mi cuerpo nuevamente, pero ahora solo me importa ella, su placer, sus gemidos, sus ojos azules suplicándome que la haga llegar pronto, sus labios musitando mi nombre en voz baja, con ese tono tan bajo que tanto me pone.

—Eres mi adicción, Aibyleen —beso su mejilla, la comisura de sus labios—. Y todo comenzó cuando me sonreíste por primera vez.

—Por favor, por favor —me súplica, gimoteando y temblando entre mis brazos—. McCain, por favor.

—¿Harías algo por mí? —le susurro al oído, llevándome el lóbulo de su oreja entre mis dientes. Su feminidad me aprieta en su interior y sofoca un grito cuando separo mis dedos en su calor.

—Lo que tú quieras —gime, presionándose contra mi pecho, apretando las manos en puños sobre mis piernas.

Está cerca, la conozco, he aprendido a leer esa expresión de placer en su rostro que me dice que está por llegar. Sus ojos se adormecen, su nariz se sonroja aún más y sus labios se entreabren. Su pecho comienza a subir y bajar con fuerza, su cuerpo tiembla y pequeñas lágrimas empiezan a salir de sus preciosos ojos.

—Vente para mí —y lo hace, cierra los ojos y se muerde los labios.

Cierra las piernas como eso pudiera aplacar el deseo, sin embargo, no dejo de mover mis dedos en su interior, alargando su orgasmo hasta que sus labios buscan los míos para callar el gemido que irrumpe en nuestro beso.

Cae rendida sobre mi pecho, con la respiración agitada y los ojos cerrados.

—¿Cómo podría cansarme de esto? —dice en un suspiro entrecortado.

—No puedes, yo no podría cansarme de ti. Eres mi sueño, uno tierno y sucio a la vez. Voy a darte todo, Aibyleen Whittemore, y si algún día te falta amor, solo me dices y te lo hago.












¡Agua, mucha agua!

Que capítulo, gente.

¿Quién necesita un bañito de agua fría?

¿Qué les pareció?

¡Voten y comenten mucho!

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