24. Aibyleen.
Doy dos vueltas en la cama hasta que estoy a punto de caerme, me sostengo con fuerza de las sábanas y gruño, sentándome de una manera poco femenina. Me muerdo mi labio inferior y retuerzo mis dedos entre sí, diciéndome a mí misma internamente que puedo hacer esto, de que no moriré en el intento.
—Tranquila, Aibyleen —murmuro en un susurro—. Demián no te va a comer, él no es tan... ogro como parece.
Inhalo profundamente y me pongo de pie, me calzo las pantuflas de panda y salgo de mi habitación, para bajar las escaleras de dos en dos. Voy a la cocina primero, saludando a Diana en el proceso, agarro una manzana y camino hacia el estudio de Demián.
—¿Estás ocupado? —le pregunto cuando entro, él levanta la cabeza y me regala una sonrisa.
—No, pasa —cierro la puerta detrás de mí y camino hacia la silla frente del escritorio, sentándome.
—¿Qué haces? —le pregunto, dándole vueltas a la manzana entre mis manos.
—Nada importante, terminando de firmar unos papeles para la nueva inversión —responde, asiento—. ¿Qué te trae por aquí?
—Nada importante —miento con descaro, mostrándole una sonrisa inocente—. ¿Has hablado con papá o mamá?
—No, de hecho, estaba por preguntarte lo mismo, pensé que nos pondríamos de acuerdo para ir en Navidad a Australia...
—Estoy enamorada de Sebastián —lo suelto de golpe, sintiendo como mi corazón late furioso contra mis costillas.
Las manos me están sudando y tengo miedo, no de él, sino de su reacción. Me da miedo que no lo entienda, que se oponga, que no lo acepte. Le entierro mi uña a la manzana, mordiendo mi labio inferior con fuerza.
—¿Cómo has dicho? —cuestiona, con la voz ahogada, y es cuando me atrevo a mirarlo.
—Que estoy enamorada de Sebas —reafirmo mi anterior confesión, carraspeo y me dispongo a ser lo más clara posible—. Demián, vine aquí para que me escucharas y entendieras lo que siento.
—¿Estás enamorada de mi mejor amigo? —frunce el ceño, mirándome fijamente. Asiento, me remojo los labios—. ¿Y por qué carajos no me lo habías dicho?
—Porque me di cuenta de que mis sentimientos por él eran más fuertes que una simple atracción física, Demián —confieso, bajando la cabeza unos segundos—. Esto no lleva mucho tiempo, Demián, así que, es nuevo para mí también.
—¿Y por qué dices estar enamorada si es nuevo? —pregunta, dejándose caer sobre su silla.
Si bien creí que, su reacción sería muy diferente, no me quejo. Aprovecho su estado de extraña calma para poder explicarle las cosas antes de que las saque de contexto y todo se vuelva un caos.
—Sebastián me ha gustado desde siempre, eso lo voy a negar —admití en un susurro—. Es caballeroso, atento, amable y muy educado. Éramos amigos, y siempre hubo uno que otro roce entre nosotros, pero nunca llegamos a más... Y eso lo hicimos por ti.
—¿Por mí? —asentí.
—Eres su mejor amigo, yo soy tu hermana, creímos que sería una falta de respeto o algo por el estilo —digo, me paso el cabello detrás de la oreja.
—¿Y por qué ahora no lo es? —espeta, ahora más serio.
—Porque me cansé de esconder lo que me pasa cuando estoy con él, lo que siento por él y lo que nunca he sentido por nadie más que él —musito demasiado bajo, pero sé que él me está escuchando—. Tengo miedo, ¿Sabes? Siempre creí que nunca nadie me iba a aceptar con todos mis traumas, aún y cuando los he superado. La mayor parte del tiempo, pienso que, aún y cuando yo me acepto con todo y mi pasado, creo que nadie pueda soportar el peso de la carga —un nudo se forma en mi garganta, las lágrimas pican en mis ojos—. En ocasiones, creo que podría quedarme sola para siempre, y ser la tía solterona y millonaria de la familia —me rio de mi propio chiste sin gracias, dejando escapar una lágrima—. Sebastián y su picardía siempre me distraían de ese pensamiento, su mirada me demostraba que no solo era hermosa, sino que, también era interesante. Nunca llegamos a más, no hasta que mi corazón decidió darle frente al asunto y pareció funcionar —recuerdo todas sus sonrisas desde que estamos juntos oficialmente y sonrío como idiota—. Le conté todo, Demián.
Me mira en silencio, se frota el mentón y suspira.
—¿Por qué?
—Porque me hace feliz, porque quiero estar con él, porque quiero que funcione de verdad con alguien, porque quiero que él me quiera —termino sin aliento, conteniendo la conmoción en mi voz. Esto de decir lo que uno siente en voz alta es... cansado—. Y para que todo marche bien, no debo tener secretos con él.
—¿Y que te dijo él? —cuestionó, pareciendo estar conteniéndose.
«Tú y nada más. Esa es la imagen que tengo de ti y que nunca va a cambiar».
—Que no importaba, que soy yo y solo yo —suspiré, mordí mi labio—. Me gusta estar con él, Demián, me hace sentir bien y eso no es algo que consigo con otras personas. No con todas, al menos —rasco mi sien, dejando la manzana sobre mis piernas—. Estoy aquí y te lo estoy contando es para que no creas que te oculto cosas, quiero que me apoyes, que entiendas que con Sebas las cosas van en serio y que me des tu mano en esta nueva etapa de mi vida —termino diciendo.
Demián está apacible, con su expresión inescrutable, esa que aprendió de papá. Y la misma que mamá y yo odiamos por igual, son dos gotas de agua, igual de tercos y mandones.
—Mi hermanita y mi mejor amigo —se ríe y sin gracias, mi estómago se anuda. Apoyó sus codos sobre el escritorio y suspiró—. ¿Cómo debo tomarme esto?
—Mira, te lo dije para que estuvieras informado, ¿bien? —dije.
—Eso ya lo veo —dice sin emoción—. ¿Y si digo que no?
¿Cómo dices que dijiste?
—¿Si dices que no a qué? —pregunto sin entender.
—A esto, a tu rara relación con Sebastián —señala, mi ceño se frunce—. ¿Si no lo acepto? ¿Si no quiero que estés con él?
Suelto una risita sin humor, frotándome la mejilla.
—No me importa, Demián, no me importa que no lo aceptes —me encogí de hombros, restándole importancia—. Solo te lo conté, te dije para que lo supieras y no hubiera secretos entre nosotros, pero nada más —digo un poco enojada, porque no me esperaba esto, mucho menos de su parte—. Se trata de mí, Demián, yo. Sabes todo lo que luché por ser quien soy, por tener lo que tengo, y por llegar a dónde estoy. Sabes que sufrí como una condenada intentando encontrar mi propia felicidad, y resulta que Sebastián complementa esa felicidad —espeto, con el corazón desbocado y mis ojos fijos en los suyos—. Además, Sebas me pidió que fuera su novia hace una semana y le dije que sí, así que no hay marcha atrás.
Me mira, en silencio y sin ningún indicio de absolutamente nada en el rostro. Lo odio, odio que no me diga nada, que se atragante con las palabras y me deje en incógnita.
—Ya me lo esperaba —suspira, arrugo la nariz—. Las miradas, esas sonrisas entre ustedes, todo... Es obvio que algo así pasaría, solo que no estaba preparado para que fuera tan pronto.
—Yo no lo elegí, simplemente sucedió —bajé la mirada.
—Lo sé, uno no elige a quien amar, Aiby —asentí—. ¿Conoces a Sebastián McCain? Es el hombre más terco y obstinado de la puta vida.
—Lo sé, no hace falta que me lo digas —me reí, recordándolo—. Lo conozco, Demián, no fue solo amigo tuyo.
—No sé qué decirte, Aiby —se pasa las manos por el cabello—. Eres demasiado terca, y nada de lo que haga te hará cambiar de opinión.
—Nop —él se ríe de mí.
—Bueno, supongo que debo apoyarte, ¿no? —se levanta y yo hago lo mismo, luego de dejar la manzana sobre el escritorio—. Para eso están los hermanos.
Voy corriendo hacia él y lo abrazo con fuerza, sintiendo la emoción recorrerme entera. No pensé que fuera tan sencillo, y más que no muriera en el intento, más cuando tenía tanto miedo.
—Te adoro, Aiby —me apretuja contra su pecho.
—Y yo a ti, hermanito —beso su mejilla y me alejo de él, otra vez corriendo, solo que ahora en dirección contraria para ir a mi habitación.
Subí las escaleras prácticamente trotando y cuando llegué a mi cueva, busqué mi teléfono, me acosté en mi cama y comencé a teclear como posesa.
Oye, ¿dónde estás?
Esperé, esperé y esperé. Cinco minutos después, la respuesta llegó.
En una conferencia.
¿Y tú? ¿Qué haces?
Mordí mi labio inferior y le escribí con rapidez.
Ya hablé con Demián, lo tomó mejor de lo que esperaba.
Es un avance, pero creo que deberíamos hablar con él directamente los dos.
Opino lo mismo, peach.
¿Esta noche está bien para ti?
Obvio sí.
Entre más pronto, mejor.
La pantalla se puso negra de pronto, enseñando el nombre de mamá, era una llamada. Contesté.
—Hola, mamita mía —dije mimosa, después se ríe.
—Hola, mi amor. ¿Cómo estás?
—Bien, mamá, todo está bien. Hoy Demián no fue a trabajar y yo tengo el día libre, así que los dos estamos en casa.
—Qué bueno, cielo. Tu padre tampoco trabajó hoy, lo que es muy bueno —dice con reproche y sé que papá la está escuchando—. Te llamaba para saber qué haremos en Navidad, ¿Van a venir, cierto?
—Sí, mamá, eso creo —digo dudosa, aún no hemos planeado nada—. Deberías hablar con Demián también, tal vez el responda esa pregunta con más claridad.
—Ustedes son de lo que no hay —reprende, haciéndome reír—. Bueno, me alegro que estén bien, voy a ayudar a tu padre con algo, hablamos luego, bebé. ¡Y dile a tu hermano que me llame!
Y cuelga. Sonrío, mi madre es una cosa, pero bárbara.
Okey, estaré ahí a las ocho.
Va, te espero.
Bloqueo mi teléfono y ruedo sobre la cama, suspiro y ahogo un suspiro de alivio, sintiéndome mejor después de la conversación con Demián. Es un peso que me quito de los hombros, así me puedo concentrar en llevar las cosas a mi paso y no me preocupo por el qué dirán.
Enamoradadedemián.com
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