23. Aibyleen.
(+18)
Días después.
Estábamos en una sesión de fotos para una nueva línea de lencería, me habían asignado un entero estilo corset de pedrería brillante en tonos azules y plateados, unas medias veladas de red y unos tacones azules brillantes. Habían decidido quitarme las extensiones y dejarme el cabello al natural, a la altura de mis hombros. Lo rizaron un poco y después me maquillaron, me dieron unos guantes largos de encaje negro para que el conjunto quedara completo.
Me veía increíble, y es que pocas veces me ponían esta clase de vestimenta.
Tomé mi teléfono y apunté la cámara hacia el espejo para tomarme una fotografía, me mordí el labio inferior y comencé a enviar un mensaje.
¿Qué estás haciendo?
Diez segundos después, llegó la respuesta.
Estoy lleno de trabajo.
¿Por qué?
Le envié la foto y un emoticón de fuego.
Para que no te estreses.
Y le di enviar.
Después, me golpeó el entendimiento. Abrí mucho mis ojos y ahogué una carcajada. ¿Por qué mierdas le había enviado ese mensaje? No puedo creerlo, estoy loca.
Mi teléfono sonó, pero no era un mensaje, era una llamada.
—Mierda —tragué con fuerza y contesté—. ¿Sí?
—Estás loca —me dijo con voz ahogada, mordí mi labio para no reírme—. ¿Por qué carajos me mandaste eso?
—Perdón —reí sin poder evitarlo, imaginándome su expresión de consternación—. No sé qué pasó.
—Acabo de salirme de la sala de juntas, Aibyleen —me acusa, pero puedo escuchar el deseo en su voz—. No sabes todas las cosas que me imaginé apenas vi esa foto.
—Tal vez puedas mostrarme más tarde —susurré con picardía—. Te echo de menos.
Hace varios días que no nos veíamos, cinco para ser exacta, y lo extrañaba. Él había tenido que salir del país con Demián, después yo tuve que ir a Jersey para una entrevista por radio y ahora ambos teníamos mucho trabajo. Navidad estaba a la vuelta de la esquina, y todo parecía ir con demasiado equipaje.
—Y yo a ti, peach —suspira—. Necesito tocarte, escucharte hablar, tenerte para mí todo el día —cerré los ojos al sentir un cosquilleo en la boca de mi estómago, mis mejillas se encendieron, mi corazón palpitó fuerte—. Solo necesito estar contigo para olvidarme de todo lo demás.
—Me pasa igual —suspiré, levanté la mirada cuando Brady me hizo señas para que fuera con él—. No quise interrumpir en tu trabajo.
—No lo hiciste —sonrío—. ¿Llevarás eso puesto todo el día?
—¿Por qué?
—Para arrancártelo yo mismo esta noche —me sonrojé hasta los pensamientos, su voz ronca me generó un raro calor que me estremeció por completo.
—No creo que eso sea conveniente, pero veré qué puedo hacer —me aclaré la garganta, optando por un tono más profesional—. Ahora, si me disculpa, señor McCain, debo trabajar y usted también.
—Estás cambiando el tema —me acusa.
—No, estoy siendo responsable —le reprocho en broma, y escucho su risa al otro lado de la línea—. Ve a tu junta y yo iré a mi sesión de fotos. Nos vemos.
—Adiós, peach.
Cuelgo, sonriendo como una adolescente idiota y enamorada. Pero no podía reprocharme, era prácticamente como me sentía. ¿Qué debía hacer?
Supongo que, después de los altibajos, solo levantar la cabeza y seguir adelante.
[...]
Me cubro con la gabardina negra de gamuza y termino de esponjarme el cabello, me aplico mucho perfume y tomo mi teléfono y las llaves de mi auto, salgo de mi habitación y bajo las escaleras.
—¿Va a salir, señorita? —cuestiona Malcom, asiento—. ¿Necesita que la lleve?
—No, tranquilo, puedes ir a descansar —le sonrío, él asiente y se retira.
—¿Saldrás? —cuestiona otra voz cuando estoy a un segundo de salir, me giro y observo a Demián.
—Sí, tengo planes —le regalo una sonrisa, él asiente y me corresponde.
—Bien, ten cuidado, ¿sí?
—No me pasará nada, Demián —le sonrío, voy hacia él y lo abrazo—. No te preocupes.
—Lo sé —besa mi cabello y me aprieta contra su pecho—. Siempre estaré aquí para ti, no lo olvides.
—Jamás —beso su pecho y me alejo—. Te amo.
—Y yo a ti —me acaricia la mejilla y me deja libre.
Salgo de la casa por fin y me subo al Ferrari, saliendo del recinto con rapidez. Me dedico a manejar despacio, las calles están cubiertas de nieve y hielo, no quiero tener un accidente.
Muerdo mi labio cuando me desvío hacia la autopista para ir al edificio de Sebastián, y hasta el camino ya me lo sé de memoria de tantas veces que he venido. Ha pasado una semana desde que le dije que sí a la propuesta de ser su novia, y desde entonces, tengo esa placa con nuestra fecha especial en las llaves de mi auto.
Sonrío automáticamente al sentirme feliz y dichosa de tenerlo para mí, de decir que es mi novio, el hombre que siempre deseé y que ahora está conmigo, derribando todos los muros que se nos atraviesen en el camino.
Entro al estacionamiento una vez que me identifica el jefe de seguridad del edificio, creo que ya me conoce, debido a que he estado viniendo muchas veces en las últimas semanas. Estaciono el auto y me bajo del mismo, subo al elevador del estacionamiento y marco el botón que me llevará al piso veinte.
Los nervios comienzan a invadirme cuando el elevador comienza a subir, pero ya estaba aquí y no iba a arrepentirme. Apreté mis puños y mordí mis labios para retener la ansiedad, porque me estaba volviendo loca.
Las puertas del ascensor se abrieron y fui capaz de salir, apresuré mi paso y toqué la puerta del único departamento de ese piso, mordí mi labio inferior y esperé atenta a qué abriera la puerta.
Ay, que se me cae la baba.
Lo miro de arriba abajo, detallando atentamente su torso desnudo bien trabajado, con pequeñas gotas de agua cayendo sensualmente por sus abdominales, una toalla alrededor de la cintura y el cabello mojado.
Es mi perdición.
—¿Así le abres a todo el mundo? —le pregunto con una ceja arqueada, con la excitación a flor de piel y las mejillas rojas.
—Solo a las personas que me interesan —me guiña un ojo, haciendo que yo ruede los míos—. Pero no, nadie tiene ese privilegio.
—¿Me dejarás pasar? —pongo mis manos en mi cintura, él se hace un lado dejándome el camino libre.
Cierro la puerta detrás de mí, apoyándome contra ella a modo de soporte, intentando llenarme de valor, lo que es estúpido, por supuesto, he hecho esto con él demasiadas veces como para sentirme tan avergonzada.
—¿Qué pasa? —cuestiona cuando me ve completamente quieta. Es entonces cuando decido quitarme la gabardina y dejarla caer a mis pies—. Mierda.
Sí, estaba despampanante. Me había puesto un conjunto de ropa interior rojo de encaje, no era lencería, pues esta no me gustaba, pero eso, decidí ponérmelo hoy. Era sencillo, simplemente un sujetador sin tirantes que lograba resultar mis pechos y unas bragas simples. Pero era muy sexy, eso debía admitirlo.
Sus ojos grises brillan en deseo y sus pupilas se dilatan a medida que me recorre con su mirada de pies a cabeza, pero repasa varias veces mis piernas, se relame el labio inferior como si tuviera el postre más delicioso en frente y no puedo soportarlo más.
Me saco los tacones de un movimiento y me encaminó hacia él con rapidez, llevo mis manos a su nuca y las suyas van a mi cintura por instinto, su boca recibe la mía con fervor y el deseo explota en el instante que nuestras lenguas se unen.
Oh Dios, lo había extrañado tanto.
Me pegó a él poniendo sus manos en mi espalda, bajando lentamente hasta mi trasero, apretándome contra esa erección que se esconde bajo la toalla. Enredo mis dedos en su pelo húmedo, tirando del mismo con suavidad, muerdo su labio inferior y vuelvo a meter mi lengua en su boca, gimiendo y recibiendo el gruñido que se le escapa como la mejor recompensa.
—Sebastián —sus labios bajan a mi cuello y tengo que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no perder la cordura—. ¡Sebastián!
—¿Mmh? —se hace el inocente, aún besando mi la cima de mis pechos, después de haber tirado de mi sujetador hasta casi desintegrarlo—. Te dije que iba a arrancarlo.
—¿Sabes que solo vine con esto puesto? —sostengo su rostro entre mis manos, aún sabiendo que la prenda está hecha trizas en el suelo.
—Ya te pondrás otra cosa —y baja sus labios otra vez a los míos, saboreando mi boca, haciéndome volar con tan solo una caricia—. Te necesito, ahora.
—Y yo a ti —bajo mis manos por su pecho y su abdomen, llegando al nudo que mantiene la toalla en su lugar, quitándole la misma. Mis dedos se cierran alrededor de su miembro, que ya está tan erecto que no logran abarcar su grosor.
Suelta un siseo contra mis labios y lleva sus manos a mis bragas, tirando de la tela con demasiada fuerza, el sonido característico de algo rompiéndose se funde con el jadeo que sale disparado de mi boca, el cual se convierte en un gemido cuando tira de mí cuerpo al suyo y me levanta del suelo.
Rodeo su cintura con mis piernas y me aferro a su cuello cuando lo siento caminar, después, mi espalda se pega a la puerta, estremeciéndome por el frío de la misma. Sebastián no deja de besarme, mucho menos cuando me sostiene firmemente sobre él con una mano en mi muslo, mientras que la otra se pierde entre mis piernas y comienza a frotar mi botón de placer en círculos.
—Oh por Dios —me separo de sus labios para poder llevar aire a mis pulmones—. Sebastián.
—Eres tan perfecta —susurra, enterrando su rostro en mi cuello, besándome lentamente—. Y eres toda mía.
Siento después como se presiona contra mí, penetrándome lentamente, llenándome por completo. Cierro los ojos con fuerza, apretando mis dedos contra sus hombros, soltando un suspiro de placer cuando comienza a subirme y bajarme sobre él con lentitud. El frío de la madera en mi espalda se fundía con el calor que sentía, con la exquisitez de su tacto sobre mí cuerpo, en como se impulsaba en mi interior sin restricción alguna. Sus labios sobre los míos creaban galaxias, mientras que nuestra unión se convertía en el universo entero.
—Sebastián —jadeé y solté un grito ahogado cuando me dejó sobre mis pies, aún dentro de mí, logrando que lo sintiera muy profundo en mi interior—. Oh santo Dios.
—¿Te gusta eso? —me besó, asentí.
—Sí, Sebastián —llevé mis manos a su cuello, buscando un lugar para cerrar toda mi atención.
—Te sientes tan malditamente bien —una de sus manos rodeó mi muslo y me hizo pasar mi pierna por su cintura, me sostuvo contra la puerta y bajó sus labios a los míos—. Eres todo lo que necesito.
—Sebas... —pasé mis manos por su espalda, bajando mis labios por su mandíbula hasta su cuello, enterrando mis uñas en su piel, gimiendo sin pudor alguno ante cada estocada que me daba.
—No te esperaba —admite, llevando una de sus manos a mi pecho, presionado mi tenso pezón entre sus dedos.
—Yo creí... ¡Por Dios! —me mordí con fuerza el labio inferior cuando una corriente eléctrica recorrió toda mi columna, eché la cabeza para atrás contra la puerta, mirando sus ojos grises mientras seguía moviéndose contra mí—. Después del mensaje de esta mañana, quise darte una sorpresa...
—Es la mejor sorpresa que me has dado —me corta dándome un duro beso—. Deberías repetirlo de vez en cuando.
—Lo tendré... en mente —aprieta mi trasero, sale de mí y entra con fuerza de una sola embestida, pongo los ojos en blanco y suelto un gemido demasiado audible—. Santo Dios, Sebastián.
Mete su rostro en mi cuello para comenzar a besarme, mordiendo ligeramente, pasando su lengua por varios segundos. Siento como todo sube su intensidad y mis paredes internas se aprietan a su alrededor, suelta un siseo en mi cuello y busca mis labios. El frenesí se hace presente entre nosotros y comenzar a arremeter contra mí de una manera extraordinaria, y se siente tan bien que no me puedo quejar.
Somos besos, manos, caricias, apretones. Nos devoramos mutuamente, nos miramos como si fuéramos el mundo de otro, nos decimos silenciosamente cuánto nos necesitamos y que el anhelo que sentimos, solo parece ir en aumento con el pasar del tiempo.
—Sebastián, por favor, por favor —le suplico por mi tan anhelada liberación y él solo sigue embistiéndome—. Por favor, déjame...
—Juntos, vamos, hagámoslo juntos —dice jadeante, apoyando su frente contra mía, asiento con frenetismo ante su pedido y espero a que los espasmos del orgasmo se hagan presentes, haciéndome temblar y gemir sin contención—. Córrete, nena.
Y eso hago, cierro los ojos con mucha fuerza y muerdo mis labios cuando mi cuerpo se sacude contra el suyo, liberándose de todo, llevándome al séptimo cielo de una sola vez. Los músculos de su espalda se tensan, suelta un pesado suspiro de placer sobre mis labios y se deja ir en mi interior, quedándose totalmente quieto junto a mí.
—No siento las piernas —digo una vez que logro controlar mi respiración, Sebastián suelta una ronca risa contra mi cuello.
—Espero no estés cansada, porque aún no termino contigo —no puedo contener la risa cuando me toma de voladas y vuelve a besarme.
[...]
Trato de agarrar toda la espuma que puedo con las manos, pero se hace una tarea difícil cuando el agua se escurre entre mis dedos. Tengo frío, pero aún así no quiero salir de la tina, no si Sebastián está junto a mí.
—Como nos dé hipotermia... —dejo la advertencia en el aire, sus manos tiran de mí hacia atrás y segundos más tarde, siento su sonrisa sobre mi cuello.
—No te va a dar hipotermia, peach —murmura, dejando un beso debajo de mí oreja.
—Son las dos de la madrugada, Sebastián —musito con los ojos cerrados, sintiendo sus dedos acariciar mi vientre bajo el agua—. Me duelen las piernas y estoy cansada, estuve de pie todo el día.
—Fue un día largo, pero fuiste la mejor parte de él —mi corazón se aceleró ante lo dulce y tierno que podía llegar a ser, y eso me embelesaba. Dejó un beso en mi hombro, sacándome un siseo de dolor—. ¿Te duele?
—No tanto —observé de reojo el hematoma que se había formado ahí, estaba de un color púrpura fuerte, y alrededor tenía una marca violácea—. Es más, un piquete de ardor que otra cosa.
—¿Por qué pasa?
—La sangre no circula como debería —suspiro, me acomodo a medida que puedo ver su rostro—. Voy a hablar con Demián.
—¿Sobre qué? —pasa un mechón de mi pelo húmedo detrás de mí oreja.
—Sobre nosotros —digo en voz baja, apoyando mi mejilla en su mano—. No quiero seguir ocultándolo y es estúpido no poder salir por miedo a que nos tomen una foto —suspiré, bajé la mirada—. He estado pensándolo, y creo que él merece saberlo. Tú eres su mejor amigo y yo soy su hermana, no es justo ocultárselo.
Había estado teniendo pesadillas en dónde Demián no aceptaba mi relación con Sebastián y eso me ponía los pelos de punta. No quería mentirle, tampoco que se sintiera mal por el hecho de que yo no le hubiese dicho desde un principio, o quizá que piense que tengo algo con McCain desde hace mucho, cuando no es así.
—Demián no se molestará contigo por esto, ¿entiendes? —sujetó mi rostro, pasando sus dedos por mis mejillas.
—¿Cómo lo sabes? —cuestiono.
—Porque él me conoce, Aiby, y sabe que jamás haría algo para lastimarte —dice, dejándome pasmada—. Estás en las mejores manos, peach.
—Estúpido —le enseño la lengua como niña pequeña y él solo deja un sonoro beso en mi mejilla.
Ojalá y tenga razón, pido porque Demián comprenda la situación y no se comporte como el ogro que a veces es. Sebastián me hace feliz, aún y cuando solo llevamos un par de semanas juntos en esa nueva etapa como pareja, y no quiero cambiar nada.
Échenme agua que me desmayo.
¿Quién más quedó así?
Denme sus opiniones, quiero saber que les parece la historia hasta este punto.
Estoy aburrida hoy y quiero leer sus comentarios, así que, si comentan muchos "🍑" "❤️" "🔥" subo otro capítulo hoy.
¡Voten y comenten mucho!
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