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22. Sebastián.

Estaciono el Audi fuera de la casa de Demián, apago el motor y espero a que mi preciosa chica salga de su hogar. Se supone que esto lo haría el miércoles, pero no se pudo, todo se complicó, pero ahora estoy aquí, seis días después.

La enorme reja de la entrada se abre, y mi diosa sale por la misma, caminado con esa elegancia que la caracteriza, luciendo perfecta, como siempre. Enfundada en un vestido negro de mangas largas, unos tacones y su cabello suelto. Simple, hermosa. Me pasaría toda la maldita vida viéndola y describiendo lo increíblemente hermosa que es.

Me bajo del auto, su sonrisa aparece cuando me ve y hasta ahora me doy cuenta de que la he extrañado como un maniático. Camina hasta mí y se detiene a centímetros, paso mis manos por su pequeña cintura y la atraigo hacia mí, pegándola a mi pecho.

—Estás preciosa —murmuro muy cerca de sus labios, esos que están pintados de rojo carmesí.

—Tú estás muy guapo —me pasa los brazos alrededor del cuello, aún y con los tacones es más pequeña que yo, cosa que me facilita tener mayor acceso a ella—. Te eché de menos ayer.

—Y yo a ti —bajo mi mano hasta esa curva en su espalda, justo en el inicio de su trasero—. Pero no quisiste venir conmigo anoche.

—No podía —acaricia mi nuca con sus uñas, mirándome a través de sus ojos azules y esas largas pestañas—. Tenía que levantarme temprano y tú no me dejarías dormir en toda la noche.

—Bueno, hoy no te me escapas —hace un puchero, y no puedo resistirme más.

Bajo mis labios a los suyos, presionándome contra esa boca carnosa que tanto me gustaba, saboreando su labio inferior entre mis dientes, recibiendo un suspiro como recompensa. Su lengua es la que busca la mía, sus manos me sostienen como si pudiera alejarme de ella. Pero lo hago, aún en contra de mi voluntad, debo parar, de lo contrario, la desnudaré y la haré mía justo aquí, encima de mi auto.

—¿Adónde vas a llevarme? —pregunta, recuperando la compostura.

—Es una sorpresa —beso su mejilla, me separo de ella y abro la puerta del copiloto—. Sube.

—No sé si estoy lista para enfrentarme a tu silencio —se ríe, pero entra al auto. Rodeo el mismo y ocupo mi lugar, enciendo el motor y me pongo en marcha—. ¿Has hablado con Demián hoy?

—No —miento, porque ella aún no está lista para saberlo—. ¿Por qué?

—Está actuando extraño —frunce el entrecejo—. Me abrazó y estuvo amoroso conmigo toda la tarde, Anggele se burló y le llamó nenita, solo por eso me dejó en paz.

—Ya está llegando a los treinta, debe ser la edad —busco su mano, acaricio suavemente sus nudillos—. Tranquila.

—Sí, debe ser eso —aprieta mi mano y me sonríe—. Estoy emocionada.

—¿Y eso?

—¿Hola? ¡Es nuestra primera cita! —se ríe, me mira con los ojos bien abiertos—. Es motivo para emocionarse.

—Si tú lo dices —ella gruñe entre dientes—. ¿Cómo te fue hoy?

—¡Estuvo de lo más! —exclama antes de comenzar a relatarme todo su día, de cómo se puso un collar que, cito sus palabras: vale más que mi propia vida. Y que tuvo el honor de conocer a una celebridad importantísima en su rango del modelaje.

Verla así, con las mejillas rojas, sonriendo contenta, esto todo lo que necesito.

Llegamos al edificio, es un centro comercial, pero es más pequeño que los otros. No es muy concurrido, pero tiene la mejor vista desde la terraza en el último piso. Me bajo del auto una vez que lo estaciono y voy a abrirle la puerta a Aiby.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunta, una vez que nos encaminamos al interior del centro comercial.

—Deja de ser tan curiosa —la reprendo.

—No puedo evitarlo, lo siento —frunce el entrecejo.

Me tomo la libertad de entrelazar su mano con la mía, y cuando pienso que se alejará, hace todo lo contrario. Aprieta mis dedos y se arrima más a mí, regalándome una sonrisa. Es la primera vez que salimos al público de esta manera, y no me sorprendería encontrar una fotografía nuestra en alguna página de chismes.

Pido el ascensor y ella me mira con el ceño levemente fruncido, pero no conseguirá información de mi parte, no hasta que lo vea, por supuesto.

—¿No vas a decirme nada? —prueba esperanzada cuando estamos en el elevador.

—No.

—¡Ahg! Aguafiestas —bufa y apoya su cabeza en mi hombro, aún con nuestras manos entrelazadas.

—¿Me haces un favor? —le pregunto una vez que estamos a un piso de nuestro destino, su rostro se gira y me observa.

—Lo que tú quieras —dice sin pensarlo.

—Cierra los ojos.

—¿Para qué?

—Dijiste que cualquier cosa.

—¿Y por qué esa?

—Porque sí.

—Eso no responde mi pregunta, Sebastián —entrecierra sus ojos hacia mí.

—Es una sorpresa —el ascensor se detiene y abre sus puertas—. Cierra los ojos, peach.

Se remueve inquieta, refunfuñona, pero lo hace. Cierra los ojos y se muerde el labio con fuerza.

—Como dejes que me caiga... —deja la advertencia en el aire, difundiendo su terror.

—Como si pudiera dejarte caer —susurro cerca de su oído, rogando porque me entienda y que sepa que estaré aquí siempre que ella lo necesite—. Tranquila, vamos.

La saco del elevador y nos encamino hacia la terraza, justo hasta el barandal y dejo sus manos ahí, sintiendo como se estremece ante el frío de la noche.

—¿Ya puedo abrirlos? —cuestiona, intentando retener la emoción, pero falla por mucho.

Me sitúo junto a ella, porque no me quiero perder su reacción.

—Puedes abrirlos —le paso un mechón rubio detrás de la oreja, justo cuando sus ojos se abren.

Queda estupefacta, sus labios se entreabren y su pecho se eleva tomando una lenta respiración, más tarde, una sonrisa cruza sus labios y se gira para observarme.

—Esto es tan precioso —se acerca lo suficiente para apoyar su rostro de perfil sobre mí pecho—. Gracias por traerme aquí.

—Sabía que te gustaría —acaricio su espalda con suavidad, dejando un beso en la cima de su cabello.

—Claro que me gusta —se aleja un poco, mirándome con una gran sonrisa—. ¿Por qué no sabía de este lugar?

—No es muy concurrido, pero tiene la mejor vista.

—De eso no me cabe duda —sonríe, suspira y tiembla cuando el viento helado la golpea—. Qué horrible frío.

—Tengo algo para ti —le digo, sonríe con picardía.

—¿Qué es? —cuestiona mordiéndose el labio.

Saco la pequeña caja de terciopelo negro del bolsillo de mi pantalón, lo pongo en la palma de su mano y ella solo sacude la cabeza sonriendo. Abre la caja y ladea la cabeza un poco.

—Una placa —dice mirándome por un segundo, para después volver su atención al pequeño objeto dorado en sus manos—. Oh, es un llavero, que lindo... Doce de diciembre —sus ojos buscan los míos—. Es la fecha de hoy.

—Y puede ser nuestra fecha especial si aceptas estar conmigo formalmente —respondo, la veo contener la respiración.

—Estás diciéndome que... —su voz se pierde en el aire, sujeto su rostro entre mis manos.

—Quiero que seas mía, por completo y pedirte que seas mi novia es el primer paso para llegar a ello —le doy una lenta caricia a su labio inferior, sus ojos azules comienzan a cristalizarse y un tierno y al mismo tiempo sexy puchero se forma en sus labios—. Eres todo lo que deseo, Aibyleen Whittemore.

Sin siquiera musitar palabra, sus labios se juntaron con los míos, tan efusiva y desesperada como siempre. Me tomé ese gesto como un , su suspiro como un por supuesto y el abrazo que siguió como la promesa de que esto duraría mucho tiempo.












¡Que no puedo con estos dos!

¡Ayúdenme que los amo cada día más!

Sebastián y Aibyleen son todo lo que está bien en este mundo. ¿Confirman?

Oficialmente son:✨Seyleen✨.

¡Habemus novios!


•••
En otras noticias: Ayer coloqué un anuncio en mi tablero y otro en mi Instagram, preguntando si querían que hiciera un grupo de Facebook para comentar cositas, chismosear, hacer spoilers y demás.

Déjenme 👉🏻 AQUÍ 👈🏻 sus respuestas y opiniones sobre esta idea.

Los leo.

¡Voten y comenten mucho!

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