21. Sebastián.
Días después.
Camino hacia la oficina de Demián con un extraño sentimiento que me aborda el pecho, sé que no debería estar haciendo esto, pero no puedo dar otro paso más si no lo hago. Necesito aclarar las cosas de una vez, y, aunque suene absurdo, estoy asustado, pero deseo que todo salga bien.
—Señor McCain —saluda Mariana, la secretaria de Demián, cuando me ve—. ¿Puedo ayudarlo?
—¿Está ocupado? —señalo la puerta de la oficina, la morena sacude la cabeza.
—Acaba de salir de una reunión, pero pasé —indica, asiento y sigo mi camino.
Abro la puerta como siempre, sin tocar, Demián me observa sin decir absolutamente hasta que cierro detrás de mí y camino hacia su escritorio.
—¿Recordaste que tienes mejor amigo? —dijo con dramatismo, solté un bufido y me senté frente a él.
—No seas marica —se ríe, sacude la cabeza y deja el bolígrafo sobre la mesa.
—¿Qué te trae por aquí un martes tan temprano? —se apoya en su silla, mirándome expectante.
—Quiero hablar de Aibyleen —trago, su ceño se frunce.
—¿Sobre Aiby? —asiento, levanta una ceja—. ¿Qué hizo?
—Nada, no ha hecho nada —niego.
—¿Entonces? —cuestiona.
Mierda, esto es más difícil de lo que pensé. Jamás en mi puta vida me había sentido tan nervioso. ¿Cómo carajos le digo a mi mejor amigo que estoy enamorado de su hermana?
—Sebastián, si no me dices lo que está pasando, asumiré que es...
—Estoy enamorado de ella —respondo, dejándolo perplejo, sacándome una espina de la garganta.
Se queda en total silencio, su rostro es apacible, no demuestra absolutamente nada. Es Demián Whittemore, una roca. Casi puedo ver los engranajes trabajando en si cabeza, analizando la situación. Está pensando en si responderme o simplemente levantarse y golpearme.
Lo conozco mejor que a mí mismo, sé cómo funciona su cerebro, tal y como él sabe cómo funciona el mío. Y, si tengo suerte, él comprenderá que estoy siendo lo más sincero posible, porque me conoce, es prácticamente mi hermano.
—No estoy jugando, Demián, si es lo que piensas —decido romper el silencio, concentrándome en el sonido de mi voz y no en el martilleo desenfrenado de mi corazón detrás de mis oídos—. Sabes que no jugaría con algo así...
—Espera, espera —me interrumpió, sacudió la cabeza y frunció el ceño antes de mirarme fijamente—. ¿Cómo que estás enamorado de mi hermanita?
—Sí, como lo escuchas —afirmo, tan contundente como puedo.
Él sacude la cabeza en negativa, frunce el entrecejo y se pasa las manos por la cabeza. Suelta una risa que, más de confusión, suena a histeria.
—No, Sebastián —está muy incrédulo, lo veo en su rostro—. ¿Cómo...? Ni siquiera te gusta, mierda... No puede ser, ustedes ni siquiera...
—Hemos estado saliendo desde hace un par de semanas, casi un mes, de hecho —respondo, me inclino hacia adelante y busco sus ojos—. Demián, estoy completamente enamorado de tu hermana desde que la vi por primera vez, pero no me acerqué, no hasta ahora, no hasta que ella misma vino a mí, ¿entiendes?
—Tienes que dejar de decir que estás enamorado de ella, de lo contrario, te golpearé —me señala con el dedo, suelta un bufido y se afloja el nudo de la corbata—. Has estado saliendo con mi hermana, con mi hermanita... Dios, esto es... —aprieta la mandíbula, me observa, sus ojos marrones aún más oscuros que antes—. Aibyleen es más de lo ves, Sebastián. No es solo la modelo que gana más que tú y yo juntos en un mes, no es solo un alma caritativa que ama a los animales, no es solo una mujer que lucha con un trastorno que se reproduce en una de cada cien personas —sisea, está molesto, pero preocupado al mismo tiempo—. Es mucho más, tiene secretos que nadie más sabe, tiene cosas guardadas que te helarían la sangre...
—Lo sé, me lo contó —respondo, ahora está más sorprendido que antes.
—¿Te lo contó?
—Todo —asiento con firmeza—. Las pesadillas, la anorexia, el hecho de que no sabe cómo estar con alguien más por miedo a que la rechacen. Me lo contó absolutamente todo, Demián.
Su pecho se eleva, tomando una lenta respiración, se pasa las manos por el rostro. Apoya los codos sobre el escritorio y sostiene su cabeza, negando afligido.
—¿Por qué carajos no lo sabía? —resuella, mirándome molesto—. ¿Por qué carajos no me lo dijiste?
—Porque le prometí que esperaríamos, que te íbamos a decir cuando se sintiera lista...
—¿Por qué estás aquí, entonces? —frunce el ceño—. Estás rompiendo su promesa. ¿Así me demuestras que estás enamorado?
—No, estoy aquí para que me apoyes, como siempre lo has hecho —le digo, estiro mi mano y aprieto su saco—. Eres mi hermano, y necesito que me des tu aprobación.
—¿Y si no quiero que estés con ella? —espeta, mi corazón se detiene—. ¿Y si digo que no? Qué no lo acepto, que no quiero que ella esté contigo... ¿Qué harás?
Lo suelto, lo miro con incredulidad y fijeza al mismo tiempo.
—En ese caso, no me importaría —niego, sonrío—. Vine para decirte que estoy a los pies de tu hermana, que la quiero conmigo y que haré lo que esté en mis manos para que estemos juntos —su mirada se humedeció, sonrío otra vez—. Espero que lo entiendas y me des tu apoyo, pero si no lo haces, no me importa. La quiero a ella, y sé que ella me quiere, aunque no lo diga en voz alta, y ni tú ni nadie, me separará de Aibyleen.
Apoya su barbilla sobre sus puños, cierra los ojos y una lágrima baja por su mejilla. Bajo la mirada, Demián es demasiado sentimental, todo sonrisas, un hombre serio y frío, pero con un corazón enorme. Esto le afecta, soy su mejor amigo y estoy profundamente enamorado de su hermanita, esa niña por la que daría su vida.
—Estos últimos días, ella ha estado diferente —murmura, miro sus ojos—. Está contenta, sonríe por todo, se ríe a carcajadas... ¿Sabes cuándo fue la última vez que la vi así? —negué—. Jamás. Aibyleen ha soportado mucho desde muy pequeña, su trastorno, el bullying, el rechazo, la anorexia... Y lo ha superado, cada batalla que ha ganado es un triunfo para mí y mi familia. ¿Sabes lo que significa? Ella es nuestro mundo, Sebastián, y, esta felicidad solo se debe a ti. ¿Cómo puedo tomarlo? Eres mi hermano, mi mejor amigo, mi mano derecha.
—No voy a lastimarla —garantizo.
—Eso lo sé, porque te cortaría las pelotas si lo haces —se ríe, sacudo la cabeza—. ¿Estás dispuesto a superar cada obstáculo con ella?
¿Cuántas veces tenía que repetirlo? ¡Mierda que sí! Ella lo es todo para mí justo ahora. ¿Qué más puedo decir?
—Estoy dispuesto a sujetar su mano cuando todo se esté derrumbando —asiento.
Me mira, largo y tendido. Suspira y se pone de pie, camina hacia mí con determinación. Una de dos, o me va a golpear, o no sé qué carajos hará. Se detiene junto a la silla en dónde me encuentro sentado, estira su mano. Me levanto y la estrecho, y segundos más tarde, me está abrazando, como hace tanto no lo hacía.
—No sé cómo hacer esto y tú lo sabes —siento sus manos en puños detrás de mí espalda—. Pero lo acepto, porque te conozco y porque jamás había visto esa expresión en tu rostro. La amas, aunque aún no lo sepas. Y ella te ama, aunque no se haya dado cuenta —se aleja, me observa y me sonríe—. Bienvenido a la familia, cuñado.
¡Ahhh!
Griten conmigo, por favor.
¡Pero que conversación, señoras y señores!
Díganme qué no soy la única que está enamorada de Sebastián y de Demián en partes iguales.
¡Voten y comenten mucho!
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