
20. Aibyleen.
Franco había llegado hace una hora al departamento de Sebastián, tenía una expresión de culpa y arrepentimiento en el rostro que me causaba ternura, pero la cara de ogro de Sebas me excitaba, más cuando lo veía regañar a Franco.
Le dije que podía irme a mi casa, así podría arreglar el problema con Franco a solas, pero él insistió en que no era nada y que podía quedarme aquí un rato más. Yo no me resistí mucho tampoco, de hecho, creo que me quedé por voluntad propia más que por su petición.
Luego de lo de ayer, de cómo sus ojos grises tormentosos me demostraran que nada iba a cambiar, que lo que sentimos el uno por el otro, seguía intacto o más fuerte que antes, sería difícil alejarnos.
Había sido una noche larga, de eso no cabía duda, pero ahora, después de sus palabras y de todo el cariño que me ofreció, supe que todo cambiaría para nosotros, y que sería para bien.
—¿Qué fue lo que te dije, Franco? —le cuestionó Sebastián apoyándose contra la encimera y cruzándose de brazos.
—Que no querías que viniera a lloriquear a tu puerta —el pelirrojo bajó la mirada, aún sentado en el otro sofá.
—Y es justamente lo que estás haciendo —respondió, logrando que Franco frunciera el ceño.
Me causaba gracia esta situación, se parecía bastante a cuando Brady me regañaba por algo. No obstante, mi representante no daba tanto miedo como Sebastián McCain.
—¿Qué fue lo que pasó exactamente? —suspiró Sebas.
—Estuve en una fiesta ayer, no dormí mucho —se explica—. Fui a la prueba temprano, todo estaba bien. Dawson llegó con este nuevo patrocinador y con su guardaespaldas —echó la cabeza para atrás—. El muy hijo de puta insinuó que era un inservible, que era una pérdida de tiempo... ¡No pude controlarme! Solo salté sobre él y bueno... Ya sabes lo demás.
Sebastián se pasa las manos por el cabello, luciendo exasperado, pero al final, suelta un suspiro.
—Voy a llamar a Marco, y solo eso —le advierte antes de diga algo más, pero el pelirrojo ya está sonriendo—. Franco, tienes que parar, ¿comprendes? ¿Sabes cuántos desearían estar en tu lugar?
Dejé de escuchar porque mi teléfono sonó, era Brady, lo pegué a mi oreja y me levanté para ir hacia el balcón.
—¿Bueno?
—Hola, linda, ¿cómo estás?
—Bien, sorprendida de que no me hubieras llamado antes —escuché su risa al otro lado de la línea—. Cuéntame.
—Tengo buenas noticias —responde, muerdo mi labio—. Cartier quiere que seas su imagen navideña.
—¿Qué? —pregunté extasiada.
—Como lo escuchas, cariño. Me llamaron ayer por la tarde, me dijeron que querían tu precioso cuello luciendo un collar de 2.4 millones de dólares.
Mi cuero cabelludo comenzó a picar, mi corazón a palpitar con fuerza.
¡¿Qué carajos?!
—No puedo creerlo —solté una risita histérica.
—Pues, créelo, porque es real.
—¡Qué emoción! —di un saltito en mi lugar—. ¿Cuándo es?
—El próximo lunes tenemos la sesión de fotos en el Central Park, ellos quieren algo con la nieve o algo así, no lo sé —le resta importancia, chasquea su lengua—. Con suerte, una semana antes de navidad, estarás en la portada del catálogo.
—No me lo creo, yo... ¡Jesús! Qué impresión —me reí, pasé un mechón de cabello detrás de mí oreja—. Gracias por esto, Brady.
—Cariño, todo es por ti y tu preciosa carita —se ríe y sacudo la cabeza con diversión—. Bueno, te dejo, arreglaré todo lo demás. Te quiero.
—Y yo a ti, adiós.
Miré la cuidad de Nueva York desde la altura a la que estaba, mi corazón saltaba emocionado, esto era una gran oportunidad, un peldaño más para mí carrera.
Estoy tan incrédula que cuando vuelvo a entrar, Sebastián frunce el ceño al verme.
—¿Todo bien? —cuestiona.
—Voy a ser la imagen de Cartier —susurro, trago forzado.
—Felicidades —me regala una sonrisa, y es cuando termino de asimilarlo.
—Gracias, estoy muy contenta —inhalo profundamente, arrugo la nariz al verlo solo—. ¿Y Franco?
—Ya se fue, tiene que hablar con Marco —murmura, camina hacia mí y pone sus manos en mi cintura.
Sus labios caen sobre los míos segundos más tarde, besándome lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Paso mis manos por su cuello, suspiro y le doy libertad a su lengua dentro de mi boca. El toque tierno pierde su suavidad cuando aprieta mi trasero y me levanta del suelo, se mueve por la sala hasta sentarse en el sofá conmigo sobre su regazo.
—No creo que me canse nunca de ti —entierra su boca en mi cuello, dejando un beso en mi pulso enloquecido—. No puedo mirarte, tocarte o solo besarte sin querer más —jadeo, sus manos me presionan contra su entrepierna y no paso por alto el bulto que allí se encuentra—. Eres mi droga, y no sé si quiero abstenerme.
—Te necesito tanto, que ni siquiera sé cuándo pasó —apoyo mi frente sobre la suya, respirando su mismo aire—. No quiero que te alejes de mi lado, quiero caminar contigo.
—Voy a sostenerte —acuna mi rostro entre sus manos, nos miramos fijamente a los ojos. Una tarde de tormenta y una mañana de verano—. Lo prometo.
Sin poder evitarlo, me lancé sobre él y sus brazos me recibieron gustosos. Y si antes estaba derretía completamente por él, lo que hizo, me dejó aún más perdida de lo que ya estaba, maravillada con cada faceta que él poseía.
En cómo me desnudó con parsimonia y me acarició con suavidad y cuidado. En la manera en la que me llevó a la habitación y me recostó sobre la cama para después cernirse sobre mí, ocupando el lugar que le correspondía entre mis piernas.
Eso no era sexo desenfrenado, mucho menos llevaba esa común desesperación que nos caracterizaba como en cada encuentro. Al contrario, era un acto delicado, armonioso y tierno. Tan suave y sutil que me llevó a pensar que nunca lo había experimentado de tal manera.
Fuimos besos pausados y húmedos. Gemidos tímidos y calmados. Toques y apretones considerados. Sus ojos y los míos conectaron, mirándonos como si conociéramos el alma del otro, como si supiéramos el porqué de la existencia de cada uno. Su cuerpo se movió sobre el mío de tal manera que parece que está reclamando lo que le pertenece por derecho, llevándome a la luna y trayéndome de regreso con cada vaivén pausado de sus caderas. El ritmo no incrementó ni disminuyó, se mantuvo lento y calmado, cada embestida en mi contra es un peldaño más en la escalera del placer.
Era casi increíble lo rápido que mi corazón podía latir, más si sus labios no dejaban de besar los míos y como en pequeñas fracciones de segundo sus ojos grises me miraban. Era indescriptible, tan mágico que casi podía parecer majestuoso.
Estaba embelesada con él, con su cercanía, con su dulce e imponente presencia.
Estaba enamorada de él.
¡El amor, el amor, el amor!
Ay, que lindo es el amor.
¿Qué les pareció el capítulo?
A mí me gustó mucho.
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