2. Sebastián.
Los papeles y los cientos de documentos en mi escritorio parecen una montaña rusa, ocasionado que cada a vez que la observe, una punzada de dolor azote mi cabeza. Miro la hora en el reloj de mi muñeca, dándome cuenta que falta poco para las seis de la tarde y se me hace demasiado extraño ver qué me quedé una hora de más. Mi usual horario de salida es a las cinco de la tarde, más tardar cinco y media, pero todo lo relacionado con la empresa y la apertura de la próxima me ha dejado más trabajo de lo normal.
Un toque en la puerta me hace levantar la mirada.
-Pase -anuncio lo suficientemente alto como apara que Dayra escuche y entre segundos después.
-Señor, disculpe que lo interrumpa, pero la señorita Vanessa está al teléfono -murmura mirándome a través de sus largas pestañas negras.
-¿No le dijiste que estoy ocupado? -pregunto soltando los papeles sobre el escritorio.
-Sí, señor. Pero ella parece muy insistente y quise preguntarle directamente -explica rápidamente con sus ojos color caramelo abiertos a tope.
-¿En qué línea está? -cuestiono en un suspiro.
-La línea tres, señor -informa, le señalo con la mirada la silla frente a escritorio, Dayra cierra la puerta detrás de sí y prácticamente corre para poder ocupar la silla. Presiono el número tres del teléfono local y llevo el aparato a mi oreja.
-¿Qué quieres, Vanessa? -pregunto sin rodeos, ganándome un chillido por su parte.
-Hola, para ti también -dice con sarcasmo, ruedo los ojos tapándome los mismos con la mano-. ¿Sabes? Tu secretaria es una inepta -dice, haciendo que lleve mis ojos hacia Dayra, quien me mira atentamente.
-Le di una orden, ella la cumplió -defiendo a mi secretaria-. Más bien, deberías agradecerle, de lo contrario, no te habría contestado.
-Discúlpame, entonces -bufa, pero luego suelta una risita-. ¿Por qué no me has llamado? Te he extrañado mucho.
-Porque no es mi obligación llamarte -digo, pegando la espalda al respaldo del asiento.
-¡No seas insensible conmigo! -exclama, aprieto el puente de mi nariz con los dedos.
-Mira, Vanessa. No tengo porque llamarte, ni ser sensible contigo -le digo, intentando dejar los puntos claros-. No tenemos una relación amorosa y mucho menos tengo algún tipo de compromiso contigo, sabes perfectamente cuál es nuestra relación, si no te gusta puedes dejar de buscarme -termino-. Si no te importa, estoy ocupado. No tengo tiempo para hablar contigo en estos momentos.
Cuelgo y coloco el aparato sobre el escritorio con más brusquedad de la necesaria, veo a Dayra dar un respingo en su lugar.
-Señor, siento si interrumpí algo importante...-comienza a excusarse, pero levanto mi mano indicándole que guarde silencio.
-No has interrumpido nada, me hiciste un gran favor de todos modos -me encogí de hombros-. Si tengo suerte, Vanessa dejará de llamarme.
-Lo dudo mucho, señor -Dayra se sonroja-. Esa mujer es... insistente.
-Estás en lo cierto -asiento-. Solo para la próxima, apenas escuches su voz, le cuelgas, ¿está bien?
-Por supuesto, señor -se pone de pie con rapidez-. ¿Necesita algo más?
-No, Dayra, muchas gracias -trato de organizar el desorden sobre mi escritorio-. Puedes irte a casa.
-Gracias, señor -me sonríe y camina hacia la puerta, pero se detiene antes de salir-. Si me permite... creo que esa mujer no es para usted -dice sorprendiéndome-. Es muy codiciosa y eso no está bien, usted merece algo más -asiente sin borrar la sonrisa-. Que descanse, señor McCain.
-Tú también, Dayra -es todo lo que puedo decir, pues me dejó sin palabras.
¿Está insinuando algo? ¿Es una sugerencia?
No lo creo, en los cinco años que Dayra ha trabajado para mí, ha sido muy profesional y respetuosa durante todo su ámbito laboral.
¿Por qué habrá dicho eso? Quizás le tenga alguna especie de odio a Vanessa y no la culpo, la pelinegra es bastante irritante en todos los sentidos posibles. ¿Qué pasó por mi mente al acostarme con esa mujer? Sinceramente, no lo sé.
La pelinegra es una mujer hermosa y muy llamativa, pero debo admitir que no es la mujer que me gustaría para tener una relación formal.
En ese caso, Dayra tiene razón. Vanessa es interesada, codiciosa y muy, muy irritante. Ella tiene el don de irrumpir en mi vida en los momentos menos oportunos, cómo ahora.
Mi teléfono suena, y el nombre de Marco destella en la pantalla.
-¡Hey, Golden Boy! -exclama con su tono hostil de siempre, haciendo acopio de ese horrible apodo que comencé a odiar desde hace mucho tiempo-. Hasta que te encuentro, ¿dónde carajos te metes?
-Trabajo, Marco, tengo una empresa que llevar -le recuerdo, escuchando como suelta un resoplido al otro lado de la línea-. ¿Por qué el afán? ¿Qué tienes para mí?
-Hay nuevos autos, Sebastián -dice-. Llegarán este viernes, por si quieres probar alguno y patrocinarlo, ya sabes.
-¿Qué pasó con el otro patrocinador? -frunzo el ceño, mirando la hora otra vez en el reloj.
-Franco discutió con él, se acostó con su esposa o algo así, no lo sé.
-Franco no pierde el tiempo, ¿no? -sacudo la cabeza.
-Es un niño, tiene veintidós y está en descontrol. Tú eras igual, por lo que no es la primera vez que lidio con algo así. Pero es uno de los mejores corredores del puto país, se ha ganado dos trofeos con la Fórmula 1, Sebastián, no podemos dejarlo.
-Mmh, me lo pensaré -murmuro, intentando recordar si tengo alguna reunión el viernes o algo por el estilo-. Estoy muy ocupado ahora, pero veré qué puedo hacer. Si tengo algún espacio, te avisaré.
-Muy bien, así tal vez puedes decirle a tu socio que también patrocine, necesitamos publicidad, hermano, la cosa se pone fea.
-Intentaré ayudarte, pero no prometo nada.
-Está bien, gracias de todos modos.
-Nos vemos.
Cuelgo, suspiro y me pongo de pie, apago el ordenador y salgo de la oficina, para encontrarme a Dayra aún detrás de su escritorio.
-Creí que te habías ido a casa -le digo, ella da un respingo y abre mucho sus ojos.
-Lo siento, señor. No quise irme, por si necesitaba algo -responde en un susurro.
-Bueno, en ese caso, ¿podrías revisar la agenda de esta semana? -asiente-. ¿Tenemos alguna reunión el viernes?
-No, señor, la última reunión para la apertura de la siguiente sede fue ayer, no tendremos más hasta el martes de la próxima semana -dice luego de teclear algo en su computador.
-Bien, gracias -asiente-. Ahora sí puedes irte.
-Claro, señor, hasta mañana.
[...]
Apenas entro al departamento lo primero que hago es quitarme la maldita corbata que tanto detesto, dejo las llaves del auto sobre la encimera y voy a la cocina para servirme un trago. La botella de whisky es la primera que encuentro, y ciertamente, no tengo cabeza para buscar nada más. Después de que mi padre decidiera irse con mi madre de luna de miel por el mundo hace cinco años, dejó todo en mis manos, dado que era hijo único.
Me concentré de lleno en la empresa, en todos los proyectos que aún teníamos por llevar a cabo y otros que cerrar. Y, no puedo quejarme, la importación y exportación de repuestos para autos es un excelente negocio.
No obstante, es agotador y cada día, la tensión parece incrementar su nivel, y necesito despejarme y claramente no quiero llamar a Vanessa, eso me estresaría aún más. Debo buscar una descarga de adrenalina, y sé dónde encontrarla.
Busco mi teléfono y llamo Marco, quien me contesta segundos después.
-¿Qué decidiste?
-Iré, necesito despejarme -murmuro, acercándome al ventanal-. Me quedaré en el Marriott, así que no te preocupes por el hospedaje.
-Excelente, te estaremos esperando.
-Espero que esos autos sean veloces, Marco, estoy interesado en patrocinarlos.
★★★
Capítulo number two, mis pandas.
Y sí, aquí les traje a su nuevo ser amado. Al hiper mega triple papasito protagonista.
¿Cómo va la historia hasta ahora?
¿Que les parece Sebastián McCain?
¡Voten y comenten mucho!
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