15. Aibyleen.
El miércoles amaneció húmedo, aunque un poco caluroso aún entre tanta nieve. Era un día muy lindo, las familias habían salido a divertirse un poco en medio de tanto estrés que la época ameritaba, era el primer día en funcionamiento de la nueva cede y ya habían adoptado a varios perritos y gatitos para dar como obsequio de navidad.
En fin, las cosas marchaban realmente bien para mí y mis chicos, solo que todo se fue al drenaje como a eso de las once de la mañana.
—¡Tú! ¡Maldita zorra! —gritó una voz femenina que me sobresaltó. Despegué mis ojos del computador
Para llevarlos hacia donde provenía el ruido. Una mujer alta, cabello negro y de ojos claros, los cuáles, me están fulminando.
¿Es conmigo?
Me pregunto internamente y me pongo de pie cuando la veo caminar con rapidez hacia mí y gritar—: ¡Quien te crees que eres, ¿eh?! Insípida.
—¡Okey! —sacudo mis manos en el aire, mirando su rostro rojo—. ¿Nos conocemos?
—¡No te hagas la idiota! —exclamó con rabia, tanta que me causó gracia. Los demás miraban la escena como si fuera sacada de una película de terror—. ¡Me lo quitaste! ¡Él era mío!
—Discúlpame, pero no sé de qué me hablas...
—¡De Sebastián! —abrí mis ojos, y ella sonrió—. Sí, eres una desgraciada, metiéndote dónde no te llaman, ¿quién te crees para arruinar mi relación?
—¿Relación? —pregunté, sintiendo un pinchazo de dolor en lo profundo de mi estómago—. Él no está en ninguna relación...
—¡Por supuesto que sí! Conmigo, es mío y tú, viniste a quitármelo —sisea, dejándome descolocada, fruncí mi ceño sintiéndome decepcionada de repente—. No eres más que una zorra oportunista, lo único que quieres es sacarle su dinero...
—Muy bien, suficiente —rodeo el escritorio y me sitúo frente a ella—. No sé quién carajos seas, y tampoco me interesa, así que te pido muy amablemente que te retires.
—¡No me voy a ir! —exclama, dando un paso hacia mí, es más alta que yo, pero eso no me intimida, por lo que levanto la barbilla—. No me iré hasta que todos aquí se enteren que eres una perra.
—¡Me cansé! No sé quién demonios te crees como para venir a mi lugar de trabajo a insultarme como si tuvieras derecho —grito de vuelta—. Me importa un comino si tenías una relación con Sebastian McCain y tampoco me interesa si crees que soy una zorra, ¿por qué sabes que? —me acerco a ella lentamente—. No eres nadie, ni lo serás jamás.
—Eres una plástica estirada —gruñó, haciéndome fruncir el entrecejo—. ¡Pareces una banana magullada!
¡Ja! Como si no hubiera escuchado eso antes.
—¿Y tú piensas que me harás sentir mal por decirme así? —la miré por sobre mi hombro, reí—. Por favor, no me hagas reír —me crucé de brazos y la miré con suficiencia—. Mira, niña, ¿más grande que yo? La Tierra, ¿y sabes que? La estoy pisando, así que no me vengas a insultar con comentarios de segunda —su rostro fue un poema, tan divertido que me obligué a no reírme—. Así que te aconsejo que te vayas, no me obligues a llamar a la policía, y mucho menos a denunciarte por invasión a propiedad privada y alteración al orden público.
—Esto no se va a quedar así —dice con la mandíbula apretada.
—Oh, claro que no, por supuesto que no se quedará así —le regalo mi más falsa sonrisa y la veo caminar hacia la salida—. Maldita.
—¿Qué fue todo eso? —me preguntó Emma, totalmente extrañada.
—No tengo ni la menor idea —murmuro con sinceridad, me apresuro a tomar mi teléfono y mi bolso—. Hazte cargo mientras vuelvo.
—¿A dónde vas? —pregunta.
—A solucionar un problema.
Salgo con rapidez del lugar y camino hacia mi auto, cerrando la puerta con algo más de fuerza y me pongo el cinturón. Lanzo el bolso al asiento del copiloto, enciendo el auto y piso el acelerador a fondo, saliendo disparada por toda la calle, ignorando olímpicamente los bocinazos de protestas de los demás autos a mi alrededor.
—Relación, estaba en una relación. ¡Una maldita relación! ¿Para eso me insististe tanto, Sebastián? ¡¿De verdad?! —le pegué al volante y gruñí—. Respira, Aiby, solo respira.
«¡Estás celosa!» Susurra mi subconsciente con una cara de picardía. «¡No, no estoy celosa!» Le respondí «Sip, si lo estás».
—¡No estoy celosa! —le grito a la soledad de mi auto—. ¡Maldición!
Me concentro en conducir sin chocar con nadie, no puedo estropear mi Ferrari. Apreté mis dedos alrededor del volante intentando calmarme, por suerte, el tráfico era ameno y me permitió llegar a mi destino con más rapidez de lo que creí. Cuando bajé del auto, la inmensidad del edificio me causó mareo, pero no me importó y caminé hacia él interior del lugar. Mis tacones resuenan con fuerza haciendo que varias miradas se posaran en mi, pero no me importa,
Mucho menos cuando estoy molesta.
La misma mujer castaña de la recepción está en su puesto de trabajo, sin embargo, está hablando por teléfono, por lo que simplemente hago mi camino hacia el ascensor que lleva directamente a presidencia.
Comencé a pensar cosas sin sentido, en especial, por culpa de la pelinegra que llegó a importunar mi dichosa y perfecta mañana. Estúpida y mil veces estúpida, ¿Quién demonios era? «¡Es mío y tú, viniste a quitármelo!» ¿Qué yo le quité que? No puede ser, jamás y en ningún universo alterno le quitaría el novio a una mujer. Y, en todo caso, Sebastián era soltero, siempre lo supe.
Las puertas del ascensor se abrieron y salí disparada, otra mujer estaba sentada detrás de un escritorio, pero la ignoro completamente.
—Señorita, ¿puedo ayudarla en...? —cuando me vio caminar hacia la única puerta que estaba en ese piso, comenzó a llamarme.
Oh no, nadie puede detener a una Aibyleen Whittemore molesta. ¡No, señor!
Abrí la puerta con demasiada fuerza, logrando que Sebastián, quien estaba de pie junto a su escritorio hablando por teléfono, se diera la vuelta y me obsequiara una mirada cargada de confusión y un ceño fruncido.
Colgó sin siquiera dar explicaciones y se giró completamente, yo arqueé una de mis cejas en su dirección.
—Señor, lo lamento, no creí... —comenzó a decir su secretaria, pero él la detuvo.
—No hay problema —dice, mirándome fijamente—. Dayra, ella es mi novia, Aibyleen Whittemore —novia, ¿desde cuándo me decía así? —. Aibyleen, mi secretaria.
—Disculpe, señorita. No lo sabía —sacudí la cabeza.
—No te preocupes, no hay problema —dije, sin dejar de mirar al hombre frente a mí.
—Con permiso —la puerta se cierra detrás de mí y entonces, estamos completamente solos.
—¿A qué debo tu visita? —pregunta acercándose a mí.
—A que una pelinegra llegó a mi trabajo, llamándome zorra oportunista porque le quité a su novio, a eso se debe —respondí abriendo mucho mis ojos, cruzándome de brazos.
Su rostro parece confundido, luego de unos segundos, cierra los ojos y suspira.
—¿Vanessa fue a tu trabajo?
—¡No sé cómo se llama y tampoco me interesa! Solo quiero saber porque me acusa de haberte arrancado de su lado cuando sé que no tienes novia —digo con los dientes apretados.
—Si tengo novia —responde, da otro paso hacia mí—. Eres tú.
—¿Y por qué ella no lo sabe? —espeto, ignorando el cosquilleo en mi estómago.
—No tengo la menor idea de cómo se enteró de que estoy contigo —comenta con rapidez, aprieto el puente de mi nariz sin saber que pensar—. No debería preocuparte ella en ningún aspecto...
—¡No lo hace! Ella no me importa —confieso—. Me importa esto, lo que sea que estemos empezando, porque estoy asustada y porque no quiero que se arruine. ¿Comprendes? —paso un mechón detrás de mi oreja y desvío la mirada—. Pero estoy segura de lo que quiero, y espero no ser la única que lo sienta todo.
—Hey. —Sujetó mi rostro entre sus manos—. Mírame. —Eso hice, me topé con su mirada de tormenta —. Ya basta de esto, ¿está bien? No se va arruinar, no pasará.
Volví a bajar la cabeza, pero él sujetó mi barbilla y me hizo mirarlo.
—No sé que seamos, pero tenemos que seguir siéndolo, ¿no te parece? —pregunta, sus dedos acarician la piel de mi cuello y creo que me está manipulando, cosa que me causa gracia.
—Sí, me parece —suspiro con resignación.
—Te ves preciosa cuando estás celosa —murmuró con una sonrisa antes de besar mi mejilla, rodé los ojos.
—No estaba celosa —mentí, puse mis manos en su pecho y me alejé de él—. Solo me fastidia que interrumpan mi trabajo —expliqué—. Y, hablando de trabajo, tengo que irme.
Antes de que pudiera abrir la puerta, su mano se cerró alrededor de mi brazo y tiró de mi hacia él.
—¿En qué estabas pensando cuando viniste a verme con ese vestido puesto? —mi espalda se pegó a su pecho, sus labios recorrieron la piel sensible de mi oreja. Suspiré cuando su mano rodeó mi cintura y se posó en mi vientre.
Oh, oh. Esto no es bueno.
Su mano libre se estiró y le puso pestillo a la puerta, el leve clic me erizó la piel por completo. Tiró del lóbulo de mi oreja, encendiendo mi cuerpo cuál cerilla de fósforo sobre asfalto caliente.
—Lo encontré esta mañana, de todas maneras, no planeaba verte a ti —le dije, intentando no parecer una idiota sofocada.
—Ya estás aquí, y no vas a escapar —solté una risita nerviosa cuando me giró entre sus brazos y después me besó.
A esto me refería cuando dije que nunca nadie me había hecho sentir igual, ninguno —y no es que haya estado con muchos— pudo ponerme a mil como él. Ningunas manos me acariciaron de tal manera, nunca nadie pudo pronunciar mi nombre como él lo hace.
Sus manos se cerraron alrededor de mi cuello, obligándome a abrir la boca para recibir su audaz lengua. Era demoledor, sentirlo acariciarme así, poniendo mi mundo patas arribas con un solo beso.
—¿Qué estás...? —me besó castamente y tiró de mi mano para encaminarme hacia su escritorio.
Presiona el número tres de su teléfono local y se pone el aparato en la oreja.
—Dayra, cancela mi reunión de la una, y... —observa el reloj en su muñeca—. Puedes ir a almorzar.
Cuelga, y yo, más confundida de lo normal, frunzo el ceño. Él me quita mi teléfono de la mano y lo deja a un lado sobre su escritorio, el cual, por alguna extraña razón, está muy despejado.
—Sebastián... —alargo su nombre cuando me doy cuenta de lo que planea—. No, estamos...
—Silencio —rodea mi cintura con sus manos y me pega a su cuerpo.
Sus ojos me miraron con anhelo, un brillo en su mirada despertó las mariposas en mi estómago y el deseo en mi torrente sanguíneo. Bajó su rostro al mío y besó mis labios con cuidado, acariciando mi lengua con la suya lentamente, encendiendo el fuego en mi interior. Sus manos bajaron por mi espalda y se perdieron bajo mi vestido, en dónde apretó mi trasero y me pegó a su anatomía. Podía sentir el calor subir por mis piernas y acentuarse en el punto exacto de mi entrepierna.
Mierda. Mierda. Y muchísima más mierda.
Sus manos me alzaron y me sentaron sobre su escritorio, solté un suspiro cuando sus labios bajaron a mi cuello, descendiendo lentamente a la par de sus dedos por el escote de mi vestido.
—Recuéstate —murmuró tirando de mi cabello hacia atrás.
—¿Qué? —esta idiotizada, por su olor, por su cercanía, por toda su esencia—. No, Sebastian, no...
—Hazlo —me miró directamente a los ojos, como si pudiera ver mi alma.
Un último beso es dejado en mis labios y me veo a mi misma cumpliendo su orden sin más objeciones y recostándome sobre la superficie fría de madera. Observo el color gris del techo y lo siento quitarme los tacones, y después tomar asiento en su silla.
—Hemos hecho esto muchas veces, peach, no comiences a avergonzarte ahora —dice cuando cierro las piernas, sus manos acarician mi piel, erizándome.
—Sí sabes que mi hermano está al otro lado del edificio, en este mismo piso, ¿verdad? —cuestioné con los ojos cerrados, sintiendo la expectación invadir mi cuerpo.
—Tienes que ser silenciosa, entonces —murmuró a su vez.
Santo Dios.
Se viene lo bueno, panditas.
Comenten muchos "🔥" si quieren que suba otro capítulo hoy.
¡Voten y comenten mucho!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro