14. Aibyleen.
(+18)
Diciembre había llegado y con él, el espíritu navideño, la gente estaba como loca, la nieve comenzaba a cubrir las calles de Nueva York y el frío se hacía cada vez más insoportable. Las tiendas estaban colapsadas, los juguetes para los niños estaban agotados y los aeropuertos llenos de personas que venían a pasar vacaciones con sus seres queridos.
Todo marchaba bien, y eso me hacía feliz.
El pequeño reportaje de la revista The Most Top había salido hace unos días y fue todo un éxito, se vendieron muchísimas copias y eso era increíble. Sumando también, que la revista In The Sights había publicado su apartado de nuevos talentos y yo había sido la primera en la página de inicio.
Todo eso nos llevó a ocuparnos más de la cuenta con un montón de entrevistas que tuvimos, los Live en Instagram y las apariciones en una que otra reunión. No tenía tiempo ni para respirar, me sentía cansada, aturdida y muy estresada, sin embargo, esta era mi vida y la amaba tal y como estaba.
Hoy, para mí muy buena suerte, era la inauguración de la nueva cede la fundación, y estaba nerviosa y con los pelos de punta. Me había arreglado lo más casual posible, me puse unos jeans negros ajustados, una camisa blanca de seda y unos tacones negros. Dos días antes me habían vuelto a poner las extensiones en el cabello por una sesión de fotos que había tenido y eso contribuyó en mi imagen el día de hoy.
Se suponía que debía dar un discurso para todas las nuevas personas que se habían instalado con nosotros en el nuevo establecimiento y eso me ponía ansiosa, lo que es curioso, ya que he estado en pasarelas con un montón de gente viéndome.
—Relájate, Aiby, lo harás bien —me digo a mi misma, observando aquel gentío que está de pie frente al mini escenario que los chicos se encargaron de hacer.
Mierda.
Inhalo profundamente y veo a Emma venir corriendo hacia mí, suspira y se ríe.
—Ya está todo listo, puedes salir —dice, asiento.
La veo irse hasta donde están todas las personas y aprieto mis manos en puños, hago mi camino fuera hacia el escenario y varios flashes no tardar en cegarme. Muestro una gran sonrisa y me detengo frente al micrófono.
—Hola —sacudo mi mano a modo de saludo—. Cómo ya todos saben, soy Aibyleen Whittemore y soy la fundadora de la fundación Give love to receive love, la cual hoy, abre las puertas de una cede —aplausos y mi corazón salta de felicidad—. Primero que nada, les agradezco infinitamente a todos por venir a acompañarme en este día tan especial, a mi equipo por apoyarme y trabajar conmigo hombro con hombro para hacer de este gran sueño, una gran realidad. Si bien, esta fundación tiene tres años en funcionamiento, recibiendo a todas esas criaturitas que están necesitadas de amor y tiempo, de aquellos seres que aman incondicionalmente sin pedir absolutamente nada a cambio —suspiro, entrelazo mis manos—. Recuerdo que muchas personas dijeron que esto sería una perdida de tiempo, y a todas ellas, les digo: invertir tiempo en amor, cariño, protección y apoyo, tiene una enorme recompensa. Esta fundación tiene espacio para todas aquellas almas que vienen al mundo con el propósito de dar afecto, ese que también debemos darles. Les agradezco inmensamente a todos los que aportaron su granito de arena para que, el día de hoy, estemos inaugurando el hogar de muchos animales —sonreí—. Gracias.
Bajo de la tarima otra vez, sintiéndome dichosa y muy contenta. Los fotógrafos no tardan en aparecer y un montón de periodistas me hacen un sinfín de preguntas, toman fotos de todo el equipo y el establecimiento. La publicidad es lo que más necesitamos, si queremos tener más animalitos y rescatar a los que no pueden defenderse, debemos ser reconocidos.
—¡Ah! —grita Anggele antes de correr hacia mí y abrazarme con todas sus fuerzas—. ¡Estuviste increíble! Te luciste, eres la mejor en esto.
—Gracias, Angge —beso su mejilla y me sumerjo en los brazos de mi hermano.
—Estoy tan orgulloso de ti —besa mi cabello—. A mamá y a papá les hubiera encantado estar aquí.
—Pero están en mi corazón, con eso basta —me alejo de él y le sonrió.
—¿Vendrás con nosotros a cenar? —cuestiona Anggele.
—Oh, no —hago una mueca—. Tengo que terminar el inventario, y después iré con los chicos a tomar algo.
—Oh, bueno —se encogió de hombros y entrelazó su mano con la de Demián.
—¿Llegarás temprano a casa? —rodé los ojos en dirección del castaño.
—No lo sé, Demián —gruño—. No sé cuánto durará mi plan.
—Bueno, pero trata de llegar temprano, por favor —pide, asiento y le doy un abrazo de costado—. ¿Quién lo diría? Tengo a dos chicas conmigo.
—¡Puaj! —me alejo de él riendo a carcajadas—. Ponle un freno, Angge, porque yo no soy de nadie.
—¡Eres un idiota! —le dice su novia—. No somos muebles, somos damas.
—Oh, Santo Cristo —se frota los ojos—. Ustedes son tan melodramáticas.
—Así nos amas.
Le guiñé uno de mis ojos, sin embargo, me alejé, necesitaba terminar mi trabajo temprano para poder llevar mis planes a cabo.
[...]
—Sebastián... —gimo apretando las sábanas entre mis dedos, sintiendo como su lengua recorre mis pechos—. Sí, no pares...
—Eres muy escandalosa —tira de mi pezón erguido entre sus dientes y suelto otro grito, sintiendo sus embestidas aumentar su ritmo.
—Es tu culpa —rodeo su cintura con mis piernas, invitándolo a ir más profundo en mi interior.
—¿Vas venirte otra vez? —pregunta, aumentando la fuerza en sus estocadas.
—Voy a desmayarme... —jadeo, ya había perdido la cuenta de los orgasmos había tenido desde que había llegado a su departamento—. ¡Por Dios, Sebastián!
Le paso las uñas por la espalda, sus labios muerden los míos y el ritmo que impone se encarga de llevarme al límite en cuestión de segundos. Me retuerzo bajo su cuerpo, pero no para de embestirme, no hasta que llega al final y se deja caer levemente sobre mí.
—¿Te desmayaste? —reí ante su estúpida pregunta, se recostó a mi lado y me llevó a su pecho.
—No, pero casi —suspiré y me apreté más a él, trazando líneas imaginarias en su fuerte abdomen—. Creí que irías a la inauguración.
—Intenté ir, de verdad —acarició mi cabello—. Pero tenía un asunto pendiente con el patrocinio de la carrera de Franco, me quedé sin tiempo. Lo lamento.
—Está bien —sonreí, incliné mi cabeza hacia atrás y miré sus ojos grises—. No te preocupes, entiendo.
—¿Qué tal te fue? —cuestiona.
—Bastante bien, de hecho —musité—. Creo que las cosas irán bien luego de esto, ya no teníamos tanto espacio y debíamos buscar otro lugar —muerdo mi labio inferior—. Resulta que estaban llegando más animalitos, y me partía el alma ver cómo no podíamos recibirlos por falta de espacio... ¿Qué? —pregunto sonriendo cuando no deja de mirarme.
—Me encantan oírte hablar así, cuando te preocupas por los demás sin importar nada —murmura, embelesándome—. Te admiro mucho, Aiby.
Su mano sube a mi mejilla para darme una suave caricia, muy dulce y cálida. Mi corazón se acelera ente la intensidad de su mirada y no puedo evitar pensar en todas las cosas que han pasado en las últimas semanas. Nuestros constantes encuentros, las citas, los besos, las conversaciones hasta la madrugada.
Estos pequeños momentos que nos unen sin saber si realmente estamos haciendo lo correcto o no. ¿Qué se puede hacer en estos casos? ¿Correr y esconderse? ¿Pararse firme y enfrentar lo que sea?
Me he estado inclinando por la opción dos, aunque esté muerta de miedo.
—Tengo hambre —digo apenas mi estómago comienza a sonar.
—Ya me he dado cuenta —reí y recibí un beso en la frente.
—¿Puedo pedir una pizza? —le pedí, haciendo un puchero al final.
—Es difícil decirte que no cuando me pones esa cara —apretó mis mejillas con su mano y me besó con ímpetu—. Está bien.
Me puse de pie de un salto, ignorando el hecho de que estaba totalmente desnuda, por lo que me agaché y agarré mis bragas junto con su camisa, esa que casi le arranqué apenas lo vi esta tarde. Salí a la sala y busqué mi teléfono, llamé y pedí el domicilio hasta acá.
¿Te quedarás con él?
Había cuestionado Anggele en un mensaje, fruncí el ceño.
Lo más probable es que sí.
¿Por?
La respuesta no tardó en llegar.
Para decirle a tu hermano que ya estás dormida cuando lleguemos a casa y no decida entrar a tu habitación.
Me reí y le contesté.
Está bien, gracias por cubrirme.
Te quiero.
Bloqueé el teléfono y lo dejé en la encimera. Caminé por la sala y fui directamente hacia el balcón, deslicé la puerta corrediza y el frío me invadió con rapidez. Observé la inmensidad de la piscina que ahí se encontraba, y me pregunté cómo carajos hacia este hombre para tener una piscina en el piso veinte de un edificio.
—¿Qué haces aquí? —sus brazos me rodearon desde atrás, dejó un beso detrás de mí oreja—. Hace frío.
—Lo sé —suspiré y dejé que me llevara con él, se sentó en el sillón que estaba cerca del balcón y me sentó sobre sus piernas—. No recordaba que tenías la piscina.
—Es el único departamento del edificio que tiene una —quitó el cabello de mi cuello y besó la parte donde mi pulso latía desesperado.
—Me da miedo el agua —susurré, como si fuera el más íntimo de mis secretos, cuando tenía muchos más.
—¿Por qué? —acarició mi mandíbula con sus dedos.
—No lo sé, pero sé que me aterra sumergirme —lo miré, recibiendo una sonrisa de su parte.
—¿Quieres que lo intentemos?
—¿Ahora? —jadeé—. ¿Para que nos dé hipotermia? No gracias, quiero morir de viejita —me abracé a mí misma—. Quizá otro día.
—Cuando quieras —acarició mi mejilla con dulzura—. ¿Qué harás mañana?
—¿Mañana? —me lo pensé—. Es miércoles, lo más probable, es que siga con el paleo del traslado, y bueno, si surge otra cosa, Brady me llamará —le expliqué, asintió—. ¿Por qué?
—Cena conmigo mañana —dijo, mirándome fijamente a los ojos.
—¿Cómo en una cita? —mordí mi labio, emocionada.
Él lo notó mi raro entusiasmo, sonrió y pellizcó mi mejilla.
—Como en una cita —afirmó, sonreí.
—Está bien —asentí.
Me removí, me senté a horcajadas sobre su regazo y besé sus labios. Gemí inevitablemente y enredé mis dedos en su cabello negro. Moví mis labios sobre los suyos lentamente y los separé con suavidad, para luego dejar que mi lengua se rozara con la suya en una caricia demasiado pasional para ser solo un simple beso.
Sus manos dejaron mi cintura y fueron a mi cabello, echando mi melena rubia hacia atrás. La caricia me hizo cerrar los ojos y suspirar, luego sus labios dejaron un beso demasiado tierno en la comisura de los míos.
Mi corazón salto emocionado dentro de mí pecho, dándome cuenta por dónde iba marchando el asunto. Me asusté, pero me mantuve serena ante el sentimiento que me abordó, y dejé que siguiera su curso, después de todo, el destino es el que decide.
Efecto McCain.
¿Quién más está así?
Estoy como muy romántica y dando mucho amor.
Me volveré mala.
*inserta risa malvada*
¡Voten y comenten mucho!
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