Capítulo Tres: El misterioso caso de Conan Bowell
Si tan solo entrando al plan de Kevin todo se solucionara, no dudaría ni un minuto en aceptar su propuesta. Sin embargo, yo sabía que así como sus planes triunfaban de manera épica, también solían fracasar de forma catastrófica; como aquella vez que lo suspendieron una semana por haber robado las respuestas del examen de Química o cuando descubrieron que él y sus amigos habían sido los autores de la bomba apestosa en el gimnasio.
Revolvía con la pajilla el licuado que mamá había hecho para acompañar el desayuno, mientras todas las posibles consecuencias de aceptar el trato se escurrían en mi mente como lluvia que se colaba.
—Nicole, ¿estás bien? —preguntó papá al notar que mi mirada se perdía cada vez más en mi bebida—. Estoy seguro de que todo quedó bien mezclado por la licuadora.
—Sí, lo siento —respondí recobrando el sentido y dando un sorbo a mi pajilla.
—¿Qué harás hoy, cariño? —dijo mamá mientras se sentaba en la mesa.
—No lo sé. Mirar un poco de televisión y tal vez salir con Donna, no sé, aún no me ha confirmado si nos veremos en el restaurante.
—¿Segura? —preguntó ella y de pronto todo volvió a mi mente.
—Cierto... Al parecer estaré buscando un trabajo en vez de hacer todo lo anterior —corregí y mis padres sonrieron satisfechos.
Había olvidado por completo que tenía que conseguir una fuente de ingresos para pagar el auto de Martin y mis salidas.
Después de que todo, los protestantes fueron retirados, mis padres pudieron pasar y llegaron a casa hasta pasada la media noche. Se les notaba muy cansados, pero seguían interesados en saber todos los detalles sobre el acuerdo con la alcaldesa.
A diferencia de la mayoría de los adolescentes de mi edad, yo adoraba a mis padres. Es cierto que casi no pasaban tiempo en casa, pero yo entendía que era por la distancia entre la firma de abogados para la que trabajaban y nuestro hogar.
La única discusión fuerte que había tenido con ellos alguna vez fue cuando les plantee no asistir a la escuela de leyes, pero bueno... eso es historia. Yo sé que, en ese sentido, no puedo contradecirlos y... Bueno, es mejor cambiar de tema. Buscar un trabajo ahora era mi reto más grande.
Terminando de desayunar, mis padres se despidieron y tomaron la carretera principal hacia la ciudad. Busqué el mapa del pueblo que tenía guardado papá en la biblioteca, afortunadamente, este tenía los nombres de los negocios y centros de interés para visitar, así que comencé a marcar los posibles lugares en donde le darían empleo a una chica de diecisiete años. Una vez terminado esto, doblé el mapa y me dirigí a la calle para iniciar mi travesía.
Recuerdo que la primera vez que llegué a este pueblo pensé que era demasiado pequeño para vivir. Yo había pasado doce años en una enorme ciudad y no podía más que lamentarme por el hecho de que mis padres hubieran tenido que vender casi todos sus bienes una vez que fueron despedidos de la firma de abogados en la que trabajaban.
Lo único que quedaba era una pequeña casa que había pertenecido a un amigo de papá durante su infancia y que le traspasó con facilidades para un pago lento que nos permitiera no quedarnos a dormir en la calle. Ahora esa pequeña casa era mi verdadero hogar.
Es curioso, ahora no me parecía tan pequeño todo. Yo creía que era exactamente del tamaño perfecto para poder conocer a todo el mundo, caminar sin prisas por las aceras y pasar toda una tarde recostada en el parque principal o leyendo en la fuente o en las cafeterías.
No cambiaría el pueblo por nada.
Doblé una esquina para llegar a mi primer punto: El Green Lab.
—Hola —dije al cajero que siempre nos atendía a Donna y a mí—, quería saber si hay puestos disponibles para mí. Estoy en busca de un empleo.
—Lo siento, Nicole —respondió mientras acomodaba unos tickets sobre el mostrador—. Ahora no hay puestos, estamos completos.
—Bueno, gracias de todos modos.
El cajero me dirigió una sonrisa y salí del lugar.
Me gustaría decir que mi recorrido tuvo mucha más suerte después de eso, pero no sería cierto. Después del Green Lab fui a un restaurante de hamburguesas que era muy popular entre los chicos de mi escuela, pero no obtuve respuestas positivas.
Comencé a pensar que me sería difícil encontrar a estas alturas algún lugar que tuviera vacantes. Y es que la desventaja de estar en un pueblo como el mío era que las personas que trabajaban en un negocio llevaban años con sus puestos y los dueños, usualmente, no estaban dispuestos a arriesgarse con un elemento nuevo.
Caminaba cabizbaja por la calle que desembocaba en la iglesia y un pensamiento asaltó mi cabeza con pistola en mano: ¿Y si Kevin me estaba esperando?
No, claro que no. Además, él no especificó la hora. Ya pasaba de medio día y seguramente se refería a encontrarlo temprano. Bueno... pero tampoco me haría daño pasarme por la cafetería en que nos encontraríamos, digo, para saber si había algún empleo para mí.
Mientras más me acercaba a la cafetería, las consecuencias que había estado pensando en la mañana volvieron a mí y me arrepentí un segundo de estar a punto de atravesar la puerta.
—Hola —dije a la mesera que se encontraba recargada en la barra—. Quería saber si tienen empleos disponibles.
—Iré a preguntar —respondió y caminó hacia la parte trasera del establecimiento.
Tomé asiento en una de las mesas intentando no levantar la vista. No, Kevin ya se había ido seguramente.
—Lo siento, estamos llenos —dijo la camarera mientras volvía a su lugar en la barra.
Solté un suspiro dándome media vuelta. Después de todo sí se había ido. Sonreí ampliamente y cerré la puerta de la cafetería para seguir con mi recorrido.
—¡Tardaste demasiado, Nadia! —gritó una voz que provenía de la otra acera. Era Kevin que estaba sentado en las escaleras de la iglesia—. Tuve que salir de allí antes de que se preguntaran qué tipo de problema me impedía terminar una rebanada de pastel en menos de dos horas.
—Nunca dije que vendría... y no soy Nadia —respondí antes de voltearme para continuar mi marcha.
—No, pero tampoco dijiste que no lo harías. Era una invitación abierta —explicó Kevin mientras aceleraba el paso para alcanzarme—. ¿Y bien?
—¿Y bien qué? Ya te he dejado claro que no quiero nada contigo.
El chico me rodeó y terminó caminando de espaldas frente a mí.
—Es un trato que te conviene, no me hagas rogarte, Nadia. ¿Tienes algo mejor que hacer? —insistió sonriéndome ampliamente.
—¡No aceptaré el trato de una persona que no puede decir bien mi nombre! —reclamé enfurecida—. Y claro que tengo algo mejor que hacer, para tu información estoy buscando un empleo. Además, me encuentro segura de que si acepto me arrepentiré, ¿cómo sabes que todo saldrá bien?
—Mis planes siempre triunfan.
—¡Eso no es cierto!
—Bueno, bueno, acepto que a veces fracasan y tengo la fama de siempre estar en problemas. Pero si lo piensas con lógica, tú nunca estás en problemas y las probabilidades de que te salves de conflictos es muy alta basándonos en tu historial —argumentó deteniéndose de golpe. Dirigió su mirada hacia otro lado, provocándome voltear por curiosidad.
—¡Amiga! —gritó Donna corriendo hacia nosotros—. Vaya, qué sorpresa encontrarte aquí —comentó sonriente mientras recorría a Kevin con la mirada—... con tan buena compañía.
—Él ya se iba —dije con seriedad.
—¡Donna!, ¿cómo estás? —exclamó Kevin regalándole una sonrisa a mi amiga.
—No creí que supieras mi nombre —rio ella acomodándose el sombrero de plumas naranja que traía sobre la cabeza.
—Bueno, te he visto en la escuela. Me gustan tus diseños —comentó el chico señalando el sombrero.
—¡Gracias! —respondió Donna con una expresión de emoción. Kevin sabía cómo ganarse a la gente—. ¿Van a algún lado? ¿Los puedo acompañar?
—Íbamos rumbo a la casa de Fred —comentó él mientras retomaba el paso con calma—, ¡y claro que puedes acompañarnos!
—¡Qué maravilla! —dijo Donna sumándose a la caminata.
Nuevamente, acepté su plan sin querer. Sabía que al no haber rezongado era como si diera una respuesta afirmativa a formar parte de su extraño teatro.
Al paso que avanzamos traté de alejarme de él. Quería que el camino fuera incómodo y que al sentir el penetrante silencio, el chico se fuera, pero Kevin supo elevar la conversación hasta convertir a Donna en una maraña de risas y chistes que provocaban un ambiente muy bueno.
Yo, por supuesto, no me uní. Caminaba con distancia y solo sacaba una sonrisa de vez en cuando, cuando la broma era demasiado buena.
Llegamos a la casa de Fred y Kevin sacó su celular para llamarlo a que nos abriera.
No pasó mucho para que bajara su alto y delgado amigo con una lata de refresco en la mano, dicho que lanzó una mirada de sorpresa hacia nosotras antes de invitarnos a pasar.
Los padres de Fred no estaban. Al igual que los míos, ellos trabajaban en la ciudad, la diferencia era que ellos eran contadores. La única cosa que él y yo teníamos en común.
Recuerdo que cuando pasamos a octavo grado, me llegó el rumor de que yo le gustaba a Fred, pero todo fue tapado por una broma que sirvió de distracción. Después de haber sido atacada con globos de agua en el gimnasio, me di cuenta de que seguramente yo no le gustaba tanto como decían.
El chico nos condujo hasta su sótano, estaba lleno de videojuegos, sillones y pantallas para pasar el rato con sus amigos.
Entretenido con uno de los videojuegos se encontraba Dylan, el único del grupo al que no había visto realizar maldades por voluntad propia, siempre parecía dejarse llevar por la corriente. Nos miró con sus ojos color miel y, después de sonreír, volvió a su videojuego.
Y en uno de los sillones, hojeando una revista, se encontraba Mónica, la novia de Fred, que había establecido una enemistad no dicha conmigo desde aquel rumor de octavo grado. Ella no se inmutó con nuestra llegada.
—¿Para qué querías vernos, Kev? —preguntó Dylan dejando a un lado el control del videojuego.
—Chicos, chicos, no sean descorteses. Primero saluden a mis invitadas: Donna y Nadia —presentó el chico. Giré a mirarlo con furia y él se soltó a reír—. Nicole, ella es Nicole.
Todos nos escudriñaron confundidos y el único que levantó la mano para saludar fue Dylan.
—Ya dinos qué quieres —reiteró Fred mientras se sentaba junto a Mónica.
—Los necesito a todos para un plan que tengo, muy especial —comenzó Kevin mientras nos invitaba a sentarnos en otro sillón y él tomaba asiento en el suelo—. ¿Qué les parece si investigamos quién fue el que provocó que clausuraran la escuela?
—¡¿QUÉ?! —gritaron al unísono Dylan, Mónica y Fred.
—A mí me parece una gran idea —apoyó Donna con una enorme sonrisa.
—Chicos, ¿qué tal si traen otra ronda de refrescos para celebrar la nueva investigación? —propuso Kevin refiriéndose a mi amiga y a Fred.
Este último, sin entender mucho lo que sucedía, tomó del brazo a Donna y la invitó a acompañarlo a la cocina. Una vez que ellos salieron de la habitación, Kevin nos miró y bajó un poco la voz.
—Ya sé que fui yo, tontos, pero tengo un plan. Nicole me ayudará a recolectar evidencia que apunte a otra teoría. Así matamos dos pájaros de un tiro: demostramos que la escuela no es culpable y también desviamos la atención sobre mí para que nunca sepan que yo tuve la culpa —planteó el chico satisfecho de sí mismo, como si acabara de decir el mejor plan del mundo.
—Claro, genio, ¿y quién planeas que dará la cara en el juicio? —dijo irónicamente la novia de Fred, al tiempo que regresaba la revista a un estante del fondo.
—Yo, claro. No quiero involucrarlos más —afirmó Kevin mirando hacia el suelo un instante y luego regresando su rostro hacia nosotros.
—¿Y entonces para qué me quieres a mí? —pregunté abruptamente.
—Te necesito para que me acompañes a recolectar la evidencia. Todos juntos lo haremos, pero tiene que parecer que tú fuiste la de la idea. Hay que ser honestos, del baile para acá todos creen que tenemos algo. El día del juicio solamente diré que tú me convenciste para ser el que diera la cara. —Kevin se levantó y nos miró a todos suplicante—. Lo único es que Donna creerá que en verdad no sabemos quién fue el culpable, no podemos decirle la verdad. Esto no puede salir de aquí. ¡Vamos! ¡Esto salvará la escuela!
—¿Desde cuándo te interesa la escuela? —preguntó Mónica con mirada desafiante.
—Aceptaron mi solicitud de beca en una universidad. Me llegó ayer la carta —confesó el chico lanzándose al sillón.
—¿Ah sí? ¿De cuál? —insistió la chica de voluminosos rizos negros.
Kevin se puso ligeramente pálido y pareció agradecer que en ese momento regresaran Donna y Fred con una charola llena de refrescos y papas.
—¿De qué nos perdimos? —interrogó mi amiga al tiempo que regresaba a su asiento con franca emoción.
—Bueno, todos han aceptado ser parte del equipo —afirmó Kevin mientras nos pasaba las latas de refresco—. Así que solicito un brindis por este nuevo equipo de investigación.
—¡Por la verdad! —gritó Donna levantando su lata.
—Por la verdad —contestamos todos desganados y Kevin soltó una carcajada.
—Ya verán que esto valdrá la pena —concluyó y todos bebimos nuestro refresco en sepulcral silencio.
La reunión terminó poco después. Donna y yo nos retiramos juntas, ella muerta de la risa por las bromas de Fred y Kevin, y yo, amargada tal cual lo estaba Mónica, quien no quitaba los ojos de encima a mi amiga, como si ella planeara lanzarse encima de su novio.
Acompañé a Donna a casa y la despedí en la puerta mientras el sol comenzaba a ocultarse en la lejanía.
—¡Qué divertida reunión! No puedo creer que ya seamos amigas del grupo de tu novio —exclamó Donna mientras abría la puerta de su casa.
—Él no es mi novio —dije tan rápidamente que parecía que había estado guardando esa frase para usarla.
—Bueno, tal vez no oficialmente, pero quién puede dudarlo después de las miradas que te lanzaba en la reunión —comentó ella recargándose en el marco de su puerta entreabierta.
—Eso no es cierto —respondí y ella solo rio para despedirse con la mano.
¡No era posible! ¿Cómo es que Donna acababa de atreverse a imaginar que Kevin y yo éramos algo? Ella me conocía desde hacía años y era insultante que resultara tan poco observadora.
A pesar de todo, una vez que Donna se involucró en todo esto del "equipo de investigación" me sentí un poco más tranquila. Al menos una persona de todo el grupo era calificable como honesta y sensata; además de tener una conocida que me acompañara si había consecuencias en todo este loco plan.
Lancé un profundo suspiro al darme cuenta de que ya no encontraría muchos negocios abiertos a esa hora, así que mi recorrido en busca de empleo iba arrojando cada vez más tristes resultados. Resolví regresar a mi casa caminando lento, esperando que las cosas se arreglaran por sí mismas.
"Tengo la primera pista".
Un número desconocido había mandado en ese preciso momento aquel mensaje. Sin darme tiempo a responder, llegó el segundo:
"Nos vemos mañana en el sótano de Fred al medio día".
Cerré la tapa de mi celular y lo guardé en la sudadera gris que traía aquel día. ¿Cómo había obtenido mi número? Seguramente Donna se lo había dado mientras estaba distraída tratando de escapar mentalmente. A ella le había caído tan bien Kevin que me hacía dudar de todas aquellas veces que lo criticó conmigo por ser un chico demasiado bravucón.
Llegué a casa y noté que no estaba el auto de mis padres, así que agradecí por no tener que dar una explicación de por qué no había podido encontrar un empleo y subí hasta mi alcoba.
Quería dormir un poco. Y vaya que lo necesitaría para el día que tendría.
💙💙💙💙💙💙💙
Amaneció y me levanté con pesadez. Había estado pensando toda la noche, ¿cuál sería la primera "pista" que había encontrado Kevin? Ahora me sentía muy cansada.
Revisé el reloj de reojo, noté que marcaba las 11:00 de la mañana.
Me duché y vestí lo más rápido que pude tomando mi mochila roja antes de salir de mi habitación (estaba segura de que la necesitaría si teníamos que salir a "investigar").
Bajé las escaleras como un rayo y me encontré de frente a mis padres que se encontraban desayunando.
—¿Cómo te fue ayer, querida? —preguntó papá dando un sorbo a su café.
—Regular. No conseguí nada —me limité a decir subiendo la cremallera de mi sudadera.
—¿No vas a desayunar? —dijo mamá abriendo el periódico.
—No, ya me voy. Donna llevará una barrita para mí —contesté al tiempo que mi estómago rugía.
—¿Te llevará? ¿Tienes planeado ir a algún lado? —interrogó mamá mirándome por encima de la página principal.
—Sí, bueno, es un grupo de amigos. Se ofrecieron a ayudarme a encontrar un empleo —contesté rápidamente y mi madre asintió.
Conocía ese ademán, significaba: "No te creo nada, pero no diré ni una palabra hasta que tu mentira te meta en problemas por sí misma". Usualmente acertaba.
—Bueno, ya me voy —me despedí de ambos temblorosa y salí corriendo por la puerta.
No sabía por qué me preocupaba tanto llegar a tiempo a la reunión si ni siquiera había aceptado por mi propia voluntad ingresar a ese club de investigación, pero mis piernas que corrían a toda velocidad hacia la casa de Fred no habían recibido el memorándum de que esos chicos eran nuestros enemigos naturales.
Apenas llegué, comencé a tocar el timbre tantas veces como mi ansiedad me lo permitía. Esperé a que abrieran recargada en la fachada y, como tardaron un poco, me dediqué a golpear la puerta con violencia hasta que fue abierta abruptamente.
—¿Qué es lo que se le ofrece, jovencita? —dijo severamente la madre de Fred. Yo había dado por hecho que ellos no estarían en casa como la última vez.
—Lo... lo siento, señora. Yo, buscaba a Fred —respondí al tiempo que el rojo inundaba mi rostro.
—Lo llamaré, pero para la próxima toca una sola vez el timbre, muchacha. ¿Sabes que estaba durmiendo? ¿Tienes idea de cuántas horas puedo dormir en un día? —La mujer me miró con tanta fuerza que tuve que apartar la mirada y hundirme en mi propia vergüenza de nuevo.
—Lo lamento —salió de mí como un hilo de voz casi inaudible.
La madre de Fred cerró la puerta y pocos minutos después salió su hijo para recibirme.
—Qué pésima educación —dijo en tono burlón al admirar el rojo de mi rostro.
—Hazme un favor... cállate—respondí y entré a la casa.
Recordaba el camino hacia el sótano, así que avancé (tratando de evitar la mirada de la madre de Fred) para entrar al cuarto en donde habíamos sellado nuestro pacto.
Todos ya estaban ahí, inclusive Donna, con un vestido rosa fosforescente con diamantina y unas botas a juego; así que cuando entré todos me miraron acusadoramente. Era una hora pasado el mediodía.
—Buenas noches —dijo Kevin con ironía.
—Lo siento, ¿por qué no iniciaron sin mí? —pregunté mientras me sentaba en uno de los sillones.
Noté que había una un enorme pizarrón instalado entre los libreros que se encontraban llenos de comics y revistas.
—"Alguien" no quería iniciar sin ti —comentó Donna mirándome pícaramente.
—Es importante que en todas nuestras reuniones no se pierda ningún integrante de toda la información —aclaró Kevin y se colocó frente al pizarrón—. Bueno, ahora que todos estamos aquí, comenzaré. He estado pensando en el sitio en donde deberíamos iniciar la investigación y encontré el punto exacto.
—Pues ya dilo —reclamó con desesperación Mónica.
—Si me dejas hablar, por supuesto que lo diré —respondió el chico haciéndole una mueca—. La noche del baile alguien llamó a la policía porque encontró a un alumno desmayado frente a la puerta principal. Al final, cuando la policía inspeccionó, encontraron que había otro más en la bodega del gimnasio. Ese es nuestro punto de partida, debemos entrevistar a las dos personas que se encontraron en el lugar de los hechos.
—¿Cómo sabremos quiénes eran? —preguntó Donna interesándose más por la conversación.
—Gracias a los registros del hospital —contestó Mónica mirando a Kevin—. ¿Para eso me pediste los registros?
—Así es. Para quienes no sabían, los padres de Mónica son los dueños del hospital del pueblo, así que ella me permitió una lista de las personas que entraron esa noche y... por la hora en que fueron ingresados, sé quién es la primera persona —explicó el chico y se giró para anotar algo en el pizarrón—. Es nuestro querido presidente del club de música, ganador de todos los shows de talentos y amado por todo aquel que quiera sentirse como una estrella de rock... Él es Conan Bowell.
Terminó mostrándonos el nombre escrito en mayúsculas sobre el pizarrón. Todos nos miramos un instante, sabíamos quién era.
La introducción de Kevin había sido muy buena, recordaba la primera vez que Conan demostró a la clase su habilidad con la guitarra. Nos sentíamos en un concierto en vivo y eso le sumó puntos de popularidad hasta topar con el cielo, sin embargo, el chico mantenía siempre su estilo: pantalón negro roto a juego con su playera de manga larga y su camisa gris a cuadros que llevaba encima, siempre traía un gorro oscuro y nos había sorprendido siendo el primero en la escuela con piercings en la cara.
Así que habría que investigarlo a él primero. Kevin nos explicó que su madre lo tenía castigado desde lo sucedido en el baile. Y cuando digo "castigado" es realmente castigado. No podía salir de casa, ver a nadie, hablar con nadie, ni usar su teléfono.
¿Cómo íbamos a hablar con alguien así?
—Entraremos por su ventana —planteó Kevin sonriéndonos a todos.
—¿Todos? —preguntó Mónica—. No sé si te hayas dado cuenta, tarado, pero somos seis personas. La madre de Conan, seguro nos notará.
—Es por eso que solo iremos Nicole y yo, tarada —respondió el chico girando el plumón con el que había escrito en el pizarrón—. Ya les había explicado que todas las misiones de espionaje, serán ejecutadas por nosotros.
—¿Cómo demonios entraremos ahí? —pregunté sobresaltada.
—¿Y cuándo lo harán? —añadió Donna.
—Esta noche —concluyó Kevin y yo solté un suave gruñido mientras me desplomaba en el sillón.
La oscuridad se apoderó del pueblo, cubriéndolo como un manto que nos protegía ante los ojos curiosos. Kevin y yo habíamos ido a nuestras casas a esperar el momento adecuado, y también para cambiar nuestra ropa por prendas oscuras que dificultaran nuestra identificación.
Dejé mi mochila roja en casa porque creí que tal color solo llamaría gritando: "¡Miren! ¡Me estoy colando en una casa, vengan por mí!". En cambio, me llevé un pequeño bolso con nada más que una lámpara de baterías.
Me quedé de ver con Kevin en la fuente en cuanto oscureciera, así que tomé mi bolso, así como mi valentía, y caminé hasta nuestro punto de encuentro.
—¿Estás lista? —preguntó cuando nos encontramos.
—Eso creo —respondí caminando a su lado.
—No te preocupes, todo está controlado —dijo revisando el bolso que traía—. La mamá de Conan suele irse a dormir casi después de que anochece, dicen que la está pasando mal vigilándolo todo el tiempo.
—Pues, más te vale que todo resulte.
La casa de Conan finalmente se alzó frente a nosotros. Afortunadamente, el edificio de enfrente estaba abandonado, así que nos permitió acostarnos detrás de los arbustos con los binoculares que había traído Kevin.
—Su mamá sigue despierta —susurró el chico señalándome la planta baja de la casa. Se alcanzaba a observar la tenue silueta de una mujer regordeta que miraba televisión—. La habitación de Conan es esa —dijo mostrándome la primera planta en donde se observaban dos enormes ventanas, una al frente de la fachada y la otra al costado.
Esperamos un buen rato a que la madre se fuera a dormir aunque, al parecer, había decidido que aquel sería un gran día para desvelarse.
—Kevin, me estoy durmiendo —susurré, al mirarlo noté que estaba dormitando sobre el césped—. ¡Kevin!
Se despertó sobresaltado y se colocó el dedo índice sobre los labios al tiempo que volvía a verificar por sus binoculares que la televisión siguiera prendida y la madre de Conan en el sillón.
—¿Qué es lo que le pasa a esa señora? —preguntó Kevin bostezando—. Creo que tendremos que arriesgarnos a entrar aunque esté despierta.
—¡¿Qué?!
—No te preocupes, solo sígueme en lo que haga.
El chico apagó su lámpara y cruzó con sigilo la calle, yo lo seguí de cerca. Pasó junto a la ventana, como cualquier transeúnte, pero cuando terminó de atravesar la fachada, se introdujo en el espacio que había entre la casa de Conan y la de sus vecinos.
—Podemos trepar por ahí —dijo observando que la fachada del costado estaba decorada con piedras.
—¿Cómo demonios quieres que lo haga? —repelé, pero el chico ya comenzaba a trepar.
El volumen de la televisión era audible para ese punto y eso me puso el corazón a mil por hora. Respiré profundamente tratando de tranquilizarme antes de comenzar a sujetarme de las rocas.
Me resultó difícil maniobrar entre las piedras, mi pequeño bolso y la ansiedad, hasta que finalmente... sucedió. El bolso se me resbaló y cayó en seco sobre un tramo de pavimento. En ese momento, el volumen de la tele bajó y los pasos de la madre de Conan se escucharon cada vez más cerca.
—¿Por qué tenías que traer ese bolso? —me reclamó Kevin que ya casi alcanzaba la ventana de Conan.
—¿Qué hacemos? —pregunté aterrada al escuchar la puerta del frente abrirse.
—¡Sígueme!
Kevin se soltó y cayó con un estruendo, comenzó a correr hacia la parte posterior seguido de mí y mi corazón suplicante. Al escucharse el ruido de Kevin, los pasos se convirtieron en anuncios de una posible persecución, así que comencé a sollozar del miedo.
—¡Malditos rufianes, fuera de mi casa! —gritó la señora.
Mi acompañante alcanzó uno de los árboles que coronaban la esquina del fondo en el patio trasero de la casa y lo trepó con tal habilidad que casi me hizo sorprenderme por la facilidad con que pude imitarlo.
—No hagas ruidos —me susurró y me apretó a él para que nuestras siluetas no se distinguieran.
La madre de Conan apenas doblaba la esquina, tenía la cara morada de furia y un sartén en la mano. Se quedó un momento observando todo con la respiración entrecortada y después abrió la puerta trasera de su casa para volver a entrar a la misma.
—Casi, Nicolasa —dijo y me miró con complicidad.
Por un momento me pareció percibir un brillo peculiar en esos ojos oscuros que tenía tan cerca, pero al sentir su respiración traspasarme, decidí darle un pequeño empujón y bajar del árbol con extremo sigilo.
—Es mejor subir por aquí —explicó desde la parte de arriba del árbol—. Ella estará más atenta, hay que entrar por el balcón.
Admiré la rama que sobresalía del árbol y que desembocaba en un enorme balcón. Asentí, sin tener opciones, y volví a trepar.
Kevin ya casi alcanzaba el balcón y yo esperé a que desocupara la rama para pasar detrás de él.
—Bien... ¿y ahora? —pregunté agitada.
—Podríamos intentar abrir con un "pasador" para el cabello como en las películas —comenzó a decir él—, o podríamos abrir como personas civilizadas —afirmó y abrió las puertas del balcón con normalidad—. Casi nadie se preocupa por cerrar bien los balcones, creen que nadie los alcanzará —explicó con satisfacción.
—¿Eso lo sabes por todas las chicas a las que visitas en su balcón? —dije y él me miró extrañado.
No sé por qué había dicho eso, pero, por un segundo, me estremeció el imaginarlo en los balcones de las chicas del pueblo. Él solamente me sonrió y entramos a la habitación.
Parecía ser un cuarto de costura, por todas las telas e hilos que decoraban las mesas y las paredes. Kevin se escurrió sigiloso hasta alcanzar la puerta que daba a la casa y la abrió con cuidado.
Las luces se admiraban tenues, según los cálculos de ambos, la puerta de la habitación de Conan debía ser la que se encontraba atravesando el corredor. Avanzamos lentamente por el pasillo, el cual, era atravesado a la mitad por las escaleras. Cuando logramos pasar por tal espacio, y casi conseguíamos nuestro objetivo, nos detuvo una voz que subía.
—¿Ya estás dormido, Conan? —gritó la madre del chico.
—Entra aquí —dijo Kevin y me jaló hacia la habitación más cercana, justo a tiempo.
—¡No, mamá! —respondió la voz de Conan—. Estoy practicando.
—¡Te quiero dormido, ya! —exigió la mujer y aguardó un segundo antes de comenzar a acercarse a la habitación en donde estábamos Kevin y yo.
Miré alrededor y me di cuenta de que nos encontrábamos en nada más y nada menos que la habitación de la señora.
—¡Qué idiota, nos metiste en su alcoba! —reclamé susurrando.
El chico solo levantó los hombros y al observar la sombra de la madre de Conan frente a la puerta, me señaló el armario y ambos entramos.
—Esos malditos bandidos, ya no se puede confiar en nadie en este pueblo —rezongaba la mujer al tiempo que entraba.
Podíamos observarla por una delgada rendija, sentía a Kevin tan cerca de mí que comenzaba a sentir claustrofobia. La mujer llegó a su cama y se acostó de un solo golpe. Pasaron minutos que parecieron horas para que los ronquidos de la madre de Conan inundaran la habitación y Kevin y yo pudiéramos deslizarnos hacia la puerta.
—No puedo creer que esté pasando esto —dije tomando todo el aire que pude una vez que estuvimos es el pasillo—. Kevin, ¿no te reconocerá el chico?
—Él es mi amigo, además yo no golpee a nadie, eso sí es un misterio para mí también —explicó con tranquilidad—. Ya casi, chica, vamos —respondió Kevin que sudaba a chorros.
Abrimos lentamente la puerta de la habitación del muchacho y ambos asomamos la cabeza. Conan estaba sentado en cama con su guitarra, al escuchar la puerta, nos miró con sorpresa.
—¿Podemos pasar? —preguntó Kevin y recibió una respuesta afirmativa—. Hola, Conan.
—Hola, Kevin —respondió el chico escudriñándome—. ¿Quién es tu amiga?
—Ella es Nicole Sadstone, está tratando de descubrir qué pasó la noche del baile —explicó mi acompañante y yo no pude más que dirigirle una sonrisa.
—No creo poder ser de mucha ayuda —contestó apartando su guitarra—. Pero dime, chica, ¿qué puedo hacer por ti?
—Bueno... —comencé titubeante—. Me gustaría que me contaras, ¿cómo terminaste en la entrada de la escuela?
El muchacho sonrió y miró hacia la ventana.
—No fue como todos creen.
—¿Qué sucedió? —preguntó Kevin.
—Yo no asistí al baile —inició el relato dejándonos sorprendidos—. Yo estuve en el bar "Kaleidoscope"¸ fui con unos amigos. Sufrí la sobredosis en ese bar, estoy seguro, pero no sé cómo ni por qué llegué a la escuela.
—¿No caminaste hacia la escuela? —interrogué con profunda curiosidad.
—No —aseguró Conan—. Yo perdí la conciencia en el Kaleidoscope, ahí tengo mis últimos recuerdos.
—¿Entonces qué pasó? —preguntó Kevin asombrado.
—Como dije, no les puedo ayudar. Pero sé quién pueda tener la respuesta... Kraken —afirmó Conan volviendo a tomar su guitarra—. Vayan al bar y pregunten por él. Yo no he podido hablarle, pero estoy seguro de que él vio al culpable.
—Gracias, Conan —dijo Kevin y me tomó del brazo.
—Gracias a ustedes, llevo días sin recibir visitas —bromeó el chico sonriéndonos.
Ambos alcanzamos la puerta de salida y recorrimos sigilosos la casa hasta la planta baja, en donde nos esperaba la libertad.
—¿Por qué no sabías nada de Conan? Kevin, ¿qué es exactamente de lo que eres responsable? —pregunté una vez que caminábamos por la calle.
—No te lo puedo decir. Por ahora, tenemos que ir con Kraken —respondió el chico acelerando el paso.
—¡Es muy tarde! —reclamé alcanzándolo.
—Es la hora perfecta, Nicole. No me abandones ahora. Ya llegamos hasta este punto.
Miré fijamente a Kevin y su mirada me atravesó como flecha. Volvía a recordar su cercanía en el árbol y se me escapó un suspiro.
Esta noche, aún no había terminado.
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