Capítulo Trece: La noche de las luciérnagas.
Existen ocasiones en las que uno desearía que las cosas fueran diferentes. Un hecho innegable era que yo apreciaba lo increíblemente lindo que era Dylan, sin embargo, nuestra relación, al menos para mí, no parecía representar una buena elección.
Desperté muy nerviosa por lo que estaba a punto de hacer. Iba a ser yo la que rompiera el corazón de una persona tan noble como él. ¿Qué tipo de monstruo era? Debía pensar en una buena forma para evitar lastimarlo demasiado.
Bajé al desayunador tratando de evitar el ruido para que la tía Patty no se levantara y me fui directamente hacia el plato vacío que yacía entre mis padres.
No quería conversar demasiado, no me sentía completamente bien, en unos minutos vería a Dylan en la cafetería del pueblo para terminar y tenía la sensación de estar a punto de ejecutar a un batallón de guerra.
Terminé de comer y con manos temblorosas preparé mi mochila para el día.
Al ser domingo, mis padres preguntaron a dónde me dirigía, sin embargo, en cuanto les dije que era un plan para recuperar la amistad de Donna, no hicieron más preguntas y dejaron que me marchara sin preocupación alguna.
No podía decirles la verdad... Sabía que mi madre se opondría totalmente.
El suave sol que asomaba en la lejanía ya no se sentía tan cálido como todas las mañanas, parecía estar seco y reflejar todas las preocupaciones que en ese momento habitaban en mí.
Por dentro, tenía la sensación de ser una bomba de tiempo que solo esperaba por el juicio para explotar. Era difícil comprender por qué nadie se sentía tan ansioso como yo. Ni siquiera Kevin, que sería el representante de todos.
Al avanzar por la avenida principal vi de lejos a dos chicas que caminaban con bolsos de compras, eran las gemelas Morrison. Preparé mi mano para saludarlas, pero ellas me lanzaron un gesto de miedo y cambiaron rápidamente la ruta.
Me quedé un segundo observando cómo se alejaban antes de continuar mi camino. Yo creía que habíamos quedado como amigas, ahora parecía que trataban de evitarme. A veces es complicado comprender las relaciones humanas.
Logré divisar la cafetería y mi corazón comenzó a latir. El nudo que me había ahorcado el estómago y la garganta durante estos días regresó más furioso que nunca y tuve que parar unos pasos antes de la entrada para no perder completamente el aliento.
Fue ahí que vi, entre los comensales, a Dylan. Tenía la mirada perdida hacia arriba como si intentara visualizar los sueños que llenaban su cabeza. Su sonrisa, como siempre, era cálida y tranquila... Diablos, ¿qué estaba a punto de hacer?
—Hola, Dy —verbalicé con dificultad mientras me aproximaba a su mesa.
—Hola, hermosa —respondió sonriendo ampliamente. Parecía querer levantarse, pero yo coloqué mi mano en frente y le indiqué que se quedara sentado—. Me preocupaste con tu mensaje, ¿está todo bien?
—Mira, Dylan... —comencé a decir mientras el resto de mi cuerpo se retorcía por dentro por el estrés—. No sé cómo decirte esto.
—No me asustes, corazón, ¿qué pasa? —preguntó tomando mis manos entre las suyas. Me quedé un segundo observándolo y poco a poco fui deslizando mis manos para apartarlas del chico.
—Eres un muchacho asombroso —expresé temblando—, te has comportado conmigo de una forma maravillosa. Es solo que... no creo ser la chica ideal para ti.
—¿A qué te refieres? —preguntó Dylan bajando la mirada—. Tú eres la chica ideal.
—Tú mereces a alguien que sí suspire cuando le lleves flores o le abraces —dije casi sin pensar y sus ojos se inundaron de lágrimas.
—¿Quieres decir que tú nunca... te interesaste por mí? —cuestionó y la bomba de tiempo dentro de mí fue adelantada para explotar en ese momento.
—No es lo que quise decir, lo lamento tanto —dije apenada—. Claro que yo aprecio todos los detalles que has tenido conmigo, es solo que... no creo que nuestra relación tenga mucho futuro.
Las mejillas del chico adoptaron un suave rosado y una lágrima le resbaló por su tersa piel. Parecía impresionado, aunque su expresión era un poco complicada de descifrar.
—Entiendo, Nicole —dijo al fin limpiando su lágrima—. Me siento muy triste, pero yo sé que, si tú lo sientes así, tal vez sea lo mejor. —Una sonrisa tierna volvió a invadir su rostro y me miró tranquilizadoramente—. Solo una cosa... No me gustaría que hubiera rencillas entre nosotros.
—Por supuesto que no —contesté aliviada por la rapidez con que aceptó la situación.
—Bueno, ahora que ya hemos hablado de ello, ¿te parece si te invito un helado? Como amigos, claro —propuso el chico y yo sonreí.
—Lo siento, Dy. Tengo que irme, me quedé de ver con Kevin en un rato —respondí sacando unas monedas de mi mochila—, pero yo te invito una malteada.
—Espera... ¿verás a Kevin? —cuestionó volviendo su expresión más seria.
—Sí, yo lo veré en el parque —respondí confundida—. ¿Te molesta?
—Nicole, tienes que ser muy honesta conmigo —dijo mirándome con intensidad—. ¿Me estás terminando por Kevin?
Seguramente mi rostro no era más que una maraña de expresiones mezcladas que intentaban ocultar la verdad. Coloqué mis manos en las bolsas de la sudadera para evitar que se notara mi temblor y después le regresé la mirada.
—¿Por qué preguntas eso? —expresé con una risa nerviosa.
—En ocasiones pareciera que ustedes tienen mucha química —comentó él sin levantar la expresión de seriedad.
—Yo no lo creo así, sabes que ambos nos odiamos —dije y él suspiró.
—Contesta mi pregunta, por favor —repitió y yo desvié un momento la mirada—. Nicole... solo dime la verdad, ¿él te gusta?
Después de haber recorrido todo el lugar exceptuando los ojos del chico, decidí que era momento de enfrentar lo que realmente sucedía.
—Lo lamento mucho, Dylan —expresé con pesar—. Es verdad lo que dices.
El chico se quedó un momento congelado, parecía que aún tenía la esperanza de que todo fuera una mentira y en cualquier momento fuera a confesarle que aquello era una broma, sin embargo, como eso nunca pasó, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas y se levantó.
—Tengo que irme —dijo tomando la chamarra que había puesto sobre el asiento—. Y no te preocupes... —comentó empujando las monedas que había colocado de su lado para que ahora me quedaran de frente. Acto seguido sacó su billetera y colocó un dólar sobre el montón de monedas—, yo acompleto la segunda.
Salió del establecimiento sin permitir que dijera nada.
Me quedé observando el dinero que había quedado en la mesa y después coloqué mi frente pegada a la mesa, deseando que todo aquello nunca hubiera pasado.
—¿Está usted bien, señorita? —preguntó una mesera que se acercaba.
—Sí... —respondí recobrando la postura—, de hecho, tengo que irme. Aquí está su propina —expresé y los ojos de la mujer se iluminaron.
—¿Desea la cuenta? —cuestionó sonriente.
—No consumí nada, en realidad —dije al tiempo que me levantaba—. Es mi forma de desearle un mejor día que el mío.
Caminé lo más rápido que pude hacia el parque. Nunca hubiera imaginado que Dylan me preguntara si me gustaba Kevin. En el momento creí que lo mejor era decir la verdad, pero ahora comenzaba a creer que había provocado mucho más daño del necesario.
Me senté en el borde de la fuente que adornaba el parque y coloqué a mis pies la mochila roja, ya no podía hacer nada.
Papá siempre decía que los problemas había que tomarlos como oportunidades para obtener algo mejor. Él creía en que agravarlos, solo provocaba que estos llamaran más cosas negativas.
Yo usualmente estaba de acuerdo con esa teoría, pero era complicado encontrar la forma en que pudiera sentirme mejor con lo que estaba pasando. Y, para colmo, Kevin no llegaba.
La ansiedad comenzaba a apoderarse de mí cuando un elemento inesperado se presentó: una gota de lluvia.
No podía ser... ahora, además de todo, iba a llover. Quise moverme hacia algún lugar que estuviera techado, pero las gotas caían tan rápidamente que pronto los negocios abiertos cerraron, protegiendo los interiores de quedar totalmente empapados.
Miré hacia la calle y no pude observar más que las grises gotas de lluvia que se amotinaban en todo el panorama.
Mi ropa comenzaba a escurrir por la lluvia y el humor se me iba amargando. Recordaba que, cuando era niña, solía divertirme mucho en estos días. Junto a mi padre, me dedicaba a saltar charcos. Cada uno tenía un puntaje dependiendo de su tamaño. En aquellos tiempos esa era pura diversión, pero ahora... no era nada más que una enorme molestia.
Apreté los brazos contra mi cuerpo para evitar que el frío hiciera grandes estragos en mí, sin embargo, la lluvia ya era tan intensa que era impensable tratar de evitar que esta me molestara.
Vi mi reloj y miré nuevamente alrededor. Aún no había señales de Kevin.
Suspiré sintiendo una presión en el cuello y comencé a mover mi pie alrededor de un charco. No tardé mucho en volver a recordar aquellas tardes jugando con mi padre... Vaya, ese sería definitivamente unos cincuenta puntos. Y el de allá, ese valdría unos veinte.
Sin pensarlo me levanté y comencé a avanzar por la calle... "Ese sería un diez, en definitiva", pensé fijando mi mirada en un charco. Aquel un treinta y ese... ¡Diablos! Ese sería un setenta... Tal vez si yo... Di un vistazo rápido alrededor para comprobar que no hubiera nadie, después de todo ya estaba completamente empapada, así que di un gran salto sobre ese charco. ¡Setenta puntos!
¡Ese de allá valdría cuarenta! Corrí y brinqué emocionada hacia él. Ciento diez puntos al bolsillo. Comencé a brincar de charco en charco soltando algunas risas de vez en cuando. De repente, toda la tensión que me había estado atormentando durante tanto tiempo se alejó justo como empezó la lluvia, con asombrosa rapidez.
El dolor en mi cuello desapareció y el nudo en mi garganta y estómago también dijo adiós. Se sentía muy bien dejar todo ese estrés de lado, parecía como si estuviera comenzando algo nuevo en mí. Algo fresco y maravilloso.
Mis jeans estaban empapados hasta las rodillas por los charcos y mis Converse no eran más que una extensión de la lluvia. Tal vez cualquiera podría creer que aquello no tenía ni el más mínimo sentido y que me estaba portando demasiado infantil, pero ese momento fue uno de los más maravillosos de mi vida y no lo cambiaría por nada.
—¡Nicole! —gritó alguien que se aproximaba desde el interior del parque. Tardé en reconocer el rostro de quien me hablaba, pero al fin pude ver a Kevin que corría hacia mí al tiempo que escurría de la misma forma que yo—. ¡Lo lamento tanto!
—¡No hay ningún problema! —respondí replicando el grito para hacerme escuchar sobre la lluvia.
—¡Vamos a refugiarnos! —dijo él tomándome del brazo y mirando alrededor—. ¡No puedo ver nada!
—¡Yo tampoco y todos los negocios están cerrando! —respondí notando cómo la lluvia se intensificaba notablemente—. ¡Mi casa queda aún muy lejos!
Kevin se quedó un momento titubeado y después abrió la boca dejando escapar unas palabras que parecieron salir en contra de su voluntad.
—¡Vamos a mi casa!
Un escalofrío me recorrió por completo cuando lo escuché pronunciar aquello. A pesar de eso, la paz que me trajo el pequeño juego con los charcos me permitió acceder a la propuesta y ambos comenzamos a correr a través del parque.
Jamás me había adentrado tanto. Un pequeño bosque parecía rodear el parque, Kevin evadía hábilmente los árboles que se interponían en su camino y me sujetaba fuerte de la cintura para compartir conmigo los beneficios de esa habilidad.
El bosque comenzaba a volverse muy sombrío cuando una pequeña casa apareció frente a nosotros. Lucía francamente macabra con aquellas ventanas quebradas y las cortinas empapadas que revoloteaban con el viento. Tampoco había una sola luz en el lugar, aumentando su apariencia de casa abandonada.
Kevin sacó una pequeña llave del pantalón y después de luchar contra la cerradura, empujó con fuerza la enorme puerta de madera vieja para dejar ver el mismo recinto que me había descrito Fred.
—Lamento el desorden... bueno, más bien, todo —expresó Kevin con nerviosismo mientras se quitaba la chamarra.
—Gracias por refugiarnos —dije sonriéndole con calidez.
—Estás empapada —comentó admirando todo mi vestuario—. Te prestaré una sudadera.
Se dirigió a las escaleras y comenzó a subir. Yo sabía que lo mejor era quedarme en la planta baja, pero no quería estar sola en ese sitio, así que lo seguí para alcanzar el primer piso.
La apariencia tenebrosa continuaba en aquel nivel. Puertas que casi se caían protegiendo habitaciones que no proyectaban que alguien las habitara... Era eso. Esa casa daba tanto miedo porque no parecía que una familia viviera ahí. No se percibía esa sensación inexplicable que emiten las casas hogareñas.
—Mi habitación es aquí arriba —dijo el chico señalando el ático—. Te doy la sudadera y luego cerraré para que puedas cambiarte.
—Claro —respondí fingiendo tranquilidad.
Después de que Kevin desplegara las escaleras hacia el ático, ambos subimos hacia lo que se convertiría en la única habitación que parecía tener vida en toda la casa.
Un foco se encendió en cuanto Kevin tocó el apagador.
El chico se dirigió a un mueble con largos cajones y después me entregó una sudadera negra con un tigre gris en el frente.
—Puedo prestarte esta... en realidad casi no la uso —expresó él y después bajó por las escaleras—. Avísame cuando termines.
En cuanto la entrada del ático se cerró, mis ojos comenzaron a escudriñar todo el cuarto. Me preguntaba por qué a Kevin no parecía preocuparle que alguien se apareciera en su casa.
Mi atención se rompió cuando topé con una de las esquinas del cuarto de Kevin. Tenía todo decorado con pinturas en forma de flores, árboles y figuras coloridas, el pequeño "espacio artístico" también poseía un par de dibujos de paisajes y hermosas aves que nunca había visto.
Comencé a recorrer el resto de la habitación poco a poco. Había logrado convertir ese pequeño y destartalado espacio en un lugar acogedor y repleto de arte.
Tenía un pequeño y ordenado estante lleno de libros, caminé hacia el lugar y recorrí los lomos con mis manos. La mayoría eran sobre pintura, exceptuando el último libro, ese era nada más y nada menos que el anuario de la escuela.
Lo abrí y comencé a observar las fotos. Yo también había comprado el de aquel año y noté que todas las imágenes eran diferentes. Pasé página por página y me di cuenta de que las fotos originales habían sido reemplazadas por fotografías de Mónica, Fred y Dylan junto a él.
Reí con ternura al percibir lo mucho que él quería a sus amigos, y mi sonrisa aumentó cuando noté que yo también estaba en el álbum. Existían algunas fotos de grupo en la que se había recortado el marco para dejarme sobresalir entre todos.
"Ella" recitaba con plumón morado al pie de una de las imágenes.
Traté de cambiarme lo más rápido que pude y en cuanto terminé empujé las escaleras para que Kevin entrara.
—Lamento no poder prestarte más ropa —señaló observando mis jeans empapados.
—Gracias por la sudadera —respondí sonriendo—. Está lindo tu cuarto.
—En realidad eres la primera que está aquí —confesó sentándose en su pequeña cama.
—Vaya, me siento muy privilegiada —dije riendo y tomando asiento en la silla que se posaba frente a una mesita con muchas velas—. No podemos salir con esta lluvia, tenemos que esperar para poder ir por Donna.
—Bueno, mientras pensaremos en nuestro plan —dijo Kevin levantándose para tomar un cuaderno de otro estante—. Aquí podemos anotar ideas.
Dejó el cuaderno a un lado mío y yo pude admirar su rostro más de cerca. La curiosidad volvió a asaltarme y clavé mi mirada en él.
—¿Tus padres no se molestarán si me ven aquí? —pregunté y él desvió su mirada.
—No, ellos están fuera —respondió con seguridad y regresó a sentarse en su cama.
—Ya veo. —Me quedé un minuto mirándolo con duda y él hizo un gesto curioso—. No se me ocurre nada para lo de Donna, la verdad.
—¿Traes tu teléfono? —preguntó recuperando la expresión normal.
—Sí, está en mi mochila —dije y abrí el cierre para sacarlo.
—Tengo una idea, primero que nada tienes que buscar todas las imágenes en las que aparezca Donna —expresó con emoción y se acercó a mí—. Armaremos la mejor sorpresa del mundo, te lo prometí.
—Claro, como nunca rompes tus promesas —dije con una risa y él sonrió.
—Nunca lo he hecho.
—Por supuesto, señor "no hice nada grave en la fiesta" —expresé y él se soltó a reír—. ¿No te parece que ha pasado una eternidad desde ese día?
—¿Por qué lo dices? —preguntó recargándose en la pequeña mesa que tenía en frente.
—No lo sé, he pensado en eso últimamente —reconocí tomando el cuaderno como si tuviera algo escrito—. Es que hemos pasado tanto juntos que pareciera que nos conocemos de hace años.
—Pienso lo mismo —respondió con una sonrisa—. ¿Sigues nerviosa por el juicio?
—Algo —dije hojeando el cuaderno—. Yo veo que tú no estás ni un poco asustado.
—¿Estás loca? —expresó echando su cabeza para atrás—. Voy a plantear esta historia frente a todos... me aterra fallar.
—No lo harás, Kevin.
—Me gustaría estar tan seguro como tú —dijo riendo suavemente. En ese preciso momento cayeron un montón de fotos desde una de las páginas del cuaderno, cuando me agaché para recogerlas pude admirar que eran las fotos que Kevin había subido a Facebook el día de la fiesta.
—¿Qué es esto, Baxter? —pregunté soltando una risita—. ¿Imprimiste las fotos?
—No —dijo con la voz temblorosa—. Es que, obviamente, es para la coartada.
—Sí, por supuesto —expresé y él me arrebató las imágenes.
—¿Sabes, Nicole? A veces extraño los tiempos en los que no me molestabas —dijo guardándolas en un cajón.
Se escuchó un pequeño estruendo y la casa entera crujió. Kevin se acercó a mí con rapidez como si intentara protegerme. Ambos nos quedamos callados un instante escuchando solo el sonido de la lluvia.
—Fue el viento, me parece —dijo Kevin regresando a su lugar con cautela—. Es mejor que nos vayamos en cuanto acabe la lluvia.
—¿Pasa algo malo? —pregunté mirándolo con angustia. Quería escuchar de su boca todo lo que me había contado Fred. No para escuchar un chisme, ni mucho menos, yo quería ayudarlo—. Lo que sea... puedes contármelo.
—No pasa nada —respondió lanzándome una mirada de duda—. ¿Debería?
Nuestras miradas se cruzaron un instante y yo dudé en decirle que había hablado con Fred. Él escudriñó mi rostro como si pensara en hacerme el mismo cuestionamiento.
—No... Solo me da la impresión de que estás un poco nervioso —respondí y suspiró.
—Es solo una impresión. Aquí todo está normal —dijo desenfadado, yo fingí una sonrisa.
Estuve recorriendo todos los archivos de mi celular para poder encontrar las fotografías que tuviera con mi mejor amiga. Cuando terminé, Kevin me dijo que las acomodara en una carpeta nueva y que se las enviara a su computadora.
Cuando quedaron enviadas, él sacó una pequeña laptop de la mochila que yacía en el fondo del cuarto.
—¿Esa no era de Fred? —pregunté al recordar la computadora que el chico solía llevar a la escuela.
—Me la regaló cuando sus padres le dieron la nueva —respondió tranquilamente—. Aquí iremos juntando las fotos y...
El discurso de Kevin se vio interrumpido por un fuerte portazo que provenía de la puerta principal.
El chico dejó la laptop a un lado de inmediato y se levantó de un brinco. Los fuertes pasos que penetraron en la casa recorrieron la entrada hasta alcanzar la zona de la cocina.
Mi corazón empezó a latir tan fuerte que podía sentir ese latido recorrerme todo el cuerpo. Kevin puso su dedo índice sobre los labios y se levantó con extremo sigilo para apagar la luz.
—¡Maldita sea, Sara! ¡¿Dónde demonios estás?! —gritó un hombre con voz agresiva. Seguido de aquella oración se escucharon un par de vidrios rompiéndose y el sonido de una silla rechinando—. ¡El maldito vago de tu hijo no está! ¡Les juro que los mataré a los dos!
El sonido de los pasos indicaba que el hombre comenzaba a subir hacia el primer piso. Mis piernas temblaban al tiempo que el ruido se hacía más fuerte. Cuando creía que ya no podía con el miedo, sentí la mano de Kevin entrelazándose con la mía y, en ese mismo instante, el hombre comenzó a golpear la entrada del ático con la palma.
—¡¿Estás ahí, idiota!?! ¡Necesito comer, por un demonio! —expresó el hombre furioso. Kevin cerró los ojos con fuerza y sujetó mi mano con firmeza—. ¡Púdranse!
Los pasos regresaron y más vidrios se rompieron en el camino. Finalmente, el portazo inicial se repitió.
Kevin se levantó con suavidad para asomarse por la pequeña ventana circular que daba a la calle. Pude observar desde mi lugar que no se despegó de ahí hasta que la silueta que se tambaleaba se perdió totalmente en el bosque.
Tardó en darme la cara, como si quisiera retrasar el momento en que tuviera que enfrentarse a mí, aun así, en cuanto nuestros ojos chocaron, él bajó la mirada y sus ojos se rozaron.
—Puedes contarme lo que sea —repetí y tomé una de sus manos entre las mías.
—Es... —comenzó a decir al tiempo que una lágrima se le escapaba—. Es algo muy difícil.
—Kevin, no importa lo que pase, tú cuentas conmigo. Estoy aquí y no me iré —expresé con una leve sonrisa, él fijó sus ojos en mí para después regresar a mi lado.
—Recuerdo... que cuando entré al jardín de niños entendí todo —dijo limpiando las lágrimas que habían comenzado a salir—. Yo no tenía una vida como la de todos los niños. Cuando veía a sus padres, bueno... ellos lucían tan amables y divertidos. Ninguno era como mamá o papá —relató él con pesar—. Y, también lo noté con las celebraciones, ya sabes, Navidad, Pascua. Yo nunca recibía nada y todos los demás llegaban al salón con sus robots nuevos y guerreros increíbles.
—¿Qué sucede, Kevin? —pregunté colocando mi mano sobre su hombro.
—Mi padre, fue el que entró hace rato —dijo soltándose a llorar—. Estaba muy, muy ebrio, yo sé reconocerlo. Él nos hace mucho daño a mamá y a mí todo el tiempo. Es algo... tan duro. Hay días en los que creo que ya no puedo.
—No digas eso, Kevin —expresé abrazándolo—. Yo sé que eres un chico muy fuerte.
—Es que es un día tras otro —dijo entre sollozos, como un niño pequeño—. Me da mucho miedo cuando le hace daño a mi mamá. Tengo mucho miedo, pero no puedo demostrarlo. Estoy aterrado, en realidad. Es... la primera vez que lo digo.
Sus mejillas se pusieron totalmente rojas, aquellos ojos que siempre proyectaban fuerza y vida, ahora estaban completamente destrozados.
—No quiero preocupar a nadie —siguió diciendo mientras limpiaba sus mejillas.
—Escúchame —dije levantando su rostro con mis manos—, nadie puede guardar una guerra dentro de sí por mucho tiempo.
—Yo lo he hecho —respondió tratando de recuperarse del llanto—. Tengo que ser fuerte por mamá, por mis amigos.
—No tienes que ser fuerte conmigo —expresé mirándolo. Él se quedó un segundo dudando sobre la idea que, estaba segura, nos rondaba a los dos, pero inmediatamente la apartó y se colocó las manos sobre la cara.
—Qué vergüenza que hayas visto todo esto —dijo soltando una leve risa—. Por eso no quería traerte aquí.
—¿Dónde está tu madre, Kevin? —cuestioné y él suspiró.
—Ha estado en el hospital —dijo con pesar—. Está algo grave, por eso llegué tarde hoy... le estaba haciendo una visita. Mi padre no se había pasado por la casa desde el día en que internaron a mamá.
—¿Te has quedado solo?
—Sí —respondió y sacudió su cabeza—. Estoy preocupado por ella también. Los padres de Mónica pagaron por los servicios en el hospital. A pesar de que ahora ya no trabajan ahí, siguen siendo los dueños y lograron que atendieran a mamá.
—Lo lamento mucho, Kevin —expresé con sinceridad antes de darle otro abrazo—. Quisiera poder hacer algo.
—Estás escuchándome, eso es mucho —dijo sonriéndome.
Su gesto se veía francamente abatido, así que me levanté y lo tomé de ambas manos para que me siguiera. Busqué por los cajones un encendedor hasta que hallé un par de cerillos en una repisa. Como estábamos a oscuras, prendí todas las velas que yacían en su mesa hasta que lo único que nos iluminara fueran estas y las luciérnagas que se alcanzaban a observar en el bosque. Acto seguido, desbloqueé mi celular para buscar una canción en mis archivos, y cuando la canción lenta ya estaba en reproducción, lo rodeé con mis brazos como en el baile de Navidad al tiempo que le sonreía.
—Dicen que la música sube el ánimo de inmediato —expresé y él soltó una risa colocando sus manos en mi cintura para comenzar a balancearnos al ritmo de la canción—. ¿Te cuento una cosa?
—Dime.
—Hoy terminé con Dylan —solté de repente, él se quedó mirándome y después noté una sonrisa disimulada.
—¿En serio? —preguntó y yo asentí—. Hacían una bonita pareja, después de todo.
—Yo sé que, obviamente, tú creías eso —dije con ironía mientras aquella sonrisa en su rostro se alejaba de ser disimulada.
—¿Por qué decidiste hacer eso?
—Porque... me di cuenta de que, él era el chico perfecto, pero no el chico perfecto para mí —expresé acercándome más para recargar mi barbilla sobre su hombro.
—Es un chico maravilloso —comentó colocando una de sus manos en el cabello que me caía sobre la espalda—. Creo que sería perfecto para la mayoría de las chicas.
—Estoy segura de que alguien más logrará enamorarse de todas sus cualidades —dije tomando unos de sus rizos con mi mano para jugar con él—. Yo no soy esa persona.
— Entonces, ¿cómo tendría que ser alguien para que fuera perfecto para ti?
—Eso no te lo diré —respondí despegándome un poco para mirarlo divertida.
—¿Por qué? —preguntó soltando una risa mientras yo tomaba otro de sus rizos.
— ¿Qué te hace pensar que yo revelaré eso para ti cuando me has causado tantos problemas? —expresé—. Tendrías que decirme primero, cómo tendría que ser alguien perfecto para ti para que estemos a mano.
—Creo que tú sabes la respuesta a eso, Nicolasa —respondió recuperando ese hermoso brillo en los ojos—. Lo he dejado claro.
—Solo respóndeme, tonto—dije pasando mis manos por un nuevo rizo.
—Pues... su sonrisa sería irresistible y su cabello lacio y brillante —expresó mirándome.
—¿En serio? Que superficial, Baxter.
—Sería valiente, divertida, fuerte e inteligente —complementó, pasando una de sus manos por mi mejilla—. Necesitaría tener una mochila roja por alguna extraña razón y se sonrojaría un poco cada que sonríe. Ella disfrutaría de componer música, pero solo porque le gusta guardar las canciones, en realidad a ella no le interesa ser famosa por eso. Escribiría letras asombrosas que se quedan guardadas en el corazón, aunque uno las haya escuchado solo una vez. Ella, seguramente, amaría los autos clásicos y no se daría cuenta hasta después, aunque en séptimo grado su lonchera fuera de un Porsche clásico que amaba con toda el alma. —Comencé a sentir cómo me sonrojaba con cada palabra, al tiempo que la expresión de Kevin se tornaba cada vez más soñadora—. Esa chica me haría suspirar cada que pasara cerca de mí por los pasillos con esa misma mochila roja que sabía de memoria y que podría encontrar con los ojos cerrados, si algún día la perdiera. Y, por último, no tendría ni idea de que es todo lo anterior, porque siempre da lo mejor de sí por los demás y no recuerda que ella también es increíble.
—¿Y destruirías su volcán, aunque creyeras todo eso? —pregunté y él cerró los ojos para sonreír.
—No le habías puesto bicarbonato.
Solté una risa desenfadada antes de que ambos regresáramos al momento.
—Ahora contéstame —pidió mirándome con ternura—, ¿cómo es ese chico perfecto?
—No podría darte una explicación tan grande como la tuya, porque no soy tan cursi —dije y él me miró divertido—. Así que resumiré todo. Tardé mucho en entender que ese chico, es más de lo que yo podría describir. Por eso yo sé que para ser perfecto, solo se requiere una cosa.
—¿Cuál? —preguntó impaciente.
—Su nombre necesita ser Kevin Baxter —expresé acercando mi rostro al suyo—. Tú eres mi chico perfecto.
Cuando sus labios tocaron los míos sentí como si fuera Año Nuevo en mi corazón. Los fuegos artificiales que, creía eran invención de las películas románticas, aparecieron de la nada dentro de mí, dejándome disfrutar del beso más dulce que hubiera probado.
No quería irme nunca, ni separarme a pesar de lo que sucediera. Y aunque había tardado tanto en darme cuenta de lo importante que era ese chico en mi vida, ahora que lo comprendía no quería dar marcha atrás a nada de lo que había vivido en ese tiempo.
La canción finalizó al mismo tiempo en que nos separamos. La lluvia era el único sonido que ahora se escuchaba. Nos miramos un instante antes de romper el abrazo que nos unía y volver a sentarnos frente a la pequeña laptop.
Ninguno dijo nada hasta que Kevin volteó hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja.
—Te gusto, te gusto, te gusto —expresó burlonamente al tiempo que picaba mi estómago juguetonamente.
—Yo también te gusto a ti —refuté dándole un empujoncito—. ¿No que me ibas a ayudar a recuperar a mi amiga?
—Claro, claro. Yo haré lo prometido, aunque, será difícil si tú te distraes con mis encantos muy seguido —finalizó riendo.
Era tan molesto, pero tenía razón, él me gustaba y me gustaba mucho. No podía creer que existiera una persona que me hiciera sentir tantas cosas al mismo tiempo. Y aunque él solamente bromeaba, al final fue verdad y mi mirada se distraía a cada instante por observar su sonrisa, sus rizos y el brillo de esos ojos mientras planeábamos la sorpresa para Donna.
Finalmente, la lluvia cesó y nosotros terminamos de preparar todo. Íbamos a necesitar la ayuda de Fred, así que tomamos nuestras mochilas, apagamos todas las velas y nos dispusimos a salir hacia la calle.
Esa tarde recuperaría a mi amiga, sin importar lo que costara.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro