Capítulo Siete: Melodía delatora
—Bueno, Dylan... qué inesperado —contesté con la voz temblorosa.
—No te preocupes, si tú consideras que no es...
—No, no, no —interrumpí al chico y tomé un poco de aire—. Yo sí quiero ser tu novia, Dylan.
—Yo creo que... ya se me quitaron las ganas de jugar videojuegos —dijo Kevin comenzando a caminar por la calle.
—¡No! —le grité y se detuvo—. Kevin, ya me tengo que ir. Ustedes sigan con sus planes.
—¿Estás segura? —preguntó Dylan tomando mi mano.
—Completamente, mi tía Patty está por llegar, como dije —expliqué y él me abrazó.
—Entonces cuídate mucho. Te llamaré después —expresó y me regaló un beso en la frente.
Kevin admiró la escena desde lejos con gesto inexpresivo. Su amigo lo alcanzó con una fresca sonrisa en el rostro y ambos siguieron caminando rumbo a su destino.
Era cierto que había pasado muy poco tiempo desde que Dylan y yo comenzamos a hablar y conocernos, pero realmente pensaba que al estar junto a él no podía menos que sentirme cuidada y tan pero tan confortable.
Ya lo había dicho, su compañía era... indescriptible.
Sentí alivio al notar que mi reloj aún anunciaba diez minutos para las siete cuando llegué a casa. La tía Patty siempre se había caracterizado por ser una persona sumamente puntual y responsable, así que temía que ella hubiera tenido que esperarme afuera de mi hogar.
Dejé mi vieja mochila gris sobre el sillón de la entrada y subí a ponerme ropa mucho más cómoda.
El timbre emitió su sonido envolvente un par de minutos después. Mi ojo se pegó a la mirilla y admiré justo a la persona que quería ver, esa mujer de tez sumamente blanca y cabello teñido de rojo encendido en una coleta.
—¡Tía Patty! —grité emocionada mientras abría la puerta.
—¡Nicole!, ¿cómo estás, querida? —preguntó mientras me examinaba con la mirada—. Hace tanto que no te veía, ahora te siento mucho más grande.
—Creo que sí —contesté con una risita—. Ven adentro, tía. Tengo refrigerios, por si quieres...
—No, no, cariño. Si me llamaste para aprender, no debemos perder tiempo —interrumpió y me guío hasta la zona en donde había aparcado su coche—. Traje esta belleza para enseñarte todo lo básico sobre autos.
—En verdad es muy bonito—repuse admirando el curioso auto verde. La luz se reflejaba suave sobre la lisa pintura, parecía extraído de una postal antigua.
—Es un Dodge Coronet Super Bee de 1970. Uno de los más bonitos, a mi parecer y el favorito de todos mis muscle cars —expuso ella abriendo el cofre del auto—. ¿Y ahora, estás lista para la lección?
—¿Qué es un muscle car, tía? —pregunté acercándome.
—Me gusta pensar que son autos como nosotras, Nicole. Se ven fuertes, con gran potencia. Pero con los pies bien puestos sobre la tierra porque evitamos cotizarnos como el resto de los autos deportivos. Y, ¿sabes una cosa?... —dijo acercándose para susurrarme algo—. Así nos mantenemos como las favoritas del público.
—Estoy lista, tía —respondí con una risa.
La hermana más joven de los Sadstone causó la furia de mis abuelos cuando salió de la tradición de leyes y decidió fundar su propio taller mecánico.
Papá me contó que tenía apenas quince años cuando comenzó a leer grandes libros sobre mecánica a partir de que les mostraron un documental en la escuela. Patty Sadstone, de apariencia regordeta, comenzó siendo la burla de todo el pueblo. Sin embargo, trabajó tan duro que resultó ser la mejor mecánica de la redonda, logrando abrir otras dos tiendas que se dedicaban a vender refacciones difíciles de conseguir y a impartir cursos de mecánica básica.
En ocasiones, me gustaría ser tan valiente como ella.
Hacía mucho tiempo que no convivíamos como Dios manda, pero su compañía era tan amena que decidí no dejar de frecuentarla nunca más.
Después de que armó y desarmó más de una pieza y me relató aquellas situaciones en las que solía descomponerse un auto y cómo poder solucionarlas; describió todo el funcionamiento del auto y me explicó las variantes que tenía el modelo que había traído.
También me explicó, en un ámbito un poco más informal, por qué prefería los autos clásicos y no los modernos.
Me la pasé fenomenal. A pesar de que, al inicio, el sistema completo que integraba el auto parecía un laberinto, poco a poco se clarificó de la mano de mi tía. Y, por un momento, me sentí lo suficientemente emocionada por algo. Entusiasmada por aprender más e ilusionada por generar cosas que, probablemente, ayudarían a que aquello que aprendía se volviera mejor.
Terminamos ya muy entrada la noche, ofrecí a la tía Patty alojo en casa y, después de muchos ruegos, finalmente aceptó. Dijo que se quedaría para la víspera de Año Nuevo y que partiría el lunes en la mañana. Y, claro, eso implicaba que, si mis padres decidían faltar nuevamente a la cena, no estaría sola.
Nuestra casa no tenía habitación de huéspedes, así que la tía Patty se acomodó en mi cuarto.
Ambas empezamos a relatar todo aquello que habíamos omitido en esos años de incomunicación. Yo, por ejemplo, le conté sobre lo que había pasado en la escuela y, aunque dudé al inicio, le relaté todo lo referente a Kevin. Al inicio se quedó reflexionando en silencio, lo cual me hizo pensar que tal vez estaba decepcionada. Sin embargo, después de un tiempo solamente me dijo: "¿Y tú confías en él?".
¿Confiar yo en Kevin Baxter? Por supuesto que no o... tal vez. Es que, si no confiaba en él, cómo es que lo había seguido hasta ese punto.
Preferí no contestar esa pregunta y solo emanar una débil sonrisa. La tía Patty soltó una carcajada y me dijo: "¿Te gusta ese muchacho, Nicole?"
Mis ojos divagaron por el cuarto buscando escapatoria, pero al final volvieron a chocar con los de mi tía.
Sin saber por qué, simplemente, comencé a reír y mi acompañante me siguió, como si acabáramos de escuchar el mejor chiste del mundo.
Finalmente, nos quedamos dormidas, aún con todas las palabras que habíamos pronunciado en nuestros corazones.
💙💙💙💙💙💙💙
La luz inundó nuestra pequeña casa y las dos nos levantamos con el cabello sumamente enmarañado. Al admirar el parecido entre nosotras, volvimos a reír.
La tía Patty traía una mochila vieja con su ropa, así que le dejé el cuarto para que se cambiara y bajé hacia la cocina, en donde estaban mis padres.
—Nicole, buenos días —saludó mamá que aún seguía en pijamas—. Vimos el auto de tu tía en la entrada, ¿está arriba?
—Sí —comencé a decir con una sonrisa—, ¿por qué no te has cambiado?
—Hoy no iremos a trabajar, hija —respondió papá y mi rostro se iluminó.
—¡Eso es maravilloso!
Me dediqué a abrazarlos y a colocar un plato extra para la tía Patty.
Aquella mañana fue de lo más especial y, aunque parecía pintar bastante bien, recordé lo que le había afirmado a Donna una noche antes.
Entre las risas de mis padres recordando las anécdotas graciosas de la niñez, me escabullí con el celular en mano para llamar a mi amiga.
—¿Hola? —dije cuando escuché que contestó el teléfono—. ¿Qué sucedió, Donna? —pregunté admirando cómo mi mamá sacaba un delicioso pastel del refrigerador y comenzaba a repartirlo.
—¡Tengo un gran problema y necesito que vengas a casa! —respondió mi amiga con tono alterado.
—¿Justo ahora? —pregunté con pesar.
—¡Sí! Es una emergencia —expuso con preocupación y yo confirmé mi visita.
Apenas terminé la llamada, mi celular volvió a vibrar, sin embargo,el contacto era diferente.
—¿Diga? —pregunté, aún adivinando la respuesta.
—Nicole, soy Dylan —dijo este con voz emocionada—. ¿Cómo estás?
—Pues, bien, Dy —respondí saboreando el pastel de fresas sobre la mesa.
—Oye, quería saber si tenías planes para Año Nuevo —preguntó y me sacó del ensimismamiento—. Es que quisiera que la pasáramos juntos.
—Vaya, Dylan. Tengo a mi tía en casa y planeábamos pasar el resto del día con ella —me excusé y comencé a acercarme lentamente a la cocina.
—Ya veo, bueno... Entonces nos veremos después, ¿cierto? —preguntó desilusionado.
—Claro —respondí sin mucho interés y procedí a despedirme.
Corrí hacia la cocina alcanzando, finalmente, el pastel que me tentaba desde lejos.
—Mamá, tendré que irme un momento. Donna me necesita —expresé y ella asintió. Mi tía se quedó mirándome con curiosidad.
—¿Vas a ver a tus amigos, Nicole? —dijo ella guiñándome el ojo.
—Solo voy a ver a Donna, tía —respondí riéndome y mis padres se miraron confundidos.
No es que estuviera enojada con Donna, pero vaya, ocultarme el hecho de que se había encontrado a Kim en el curso sí que me había afectado.
Usualmente, todo aquello que se volviera, aunque fuera mínimamente, parte del universo de la otra, era relatado inmediatamente entre nosotras. No podía entender por qué me había ocultado tal evento.
De cualquier forma, no me negaría a visitar a mi amiga, así que en cuanto terminé de desayunar, fui a cambiarme y caminé rumbo a la casa Donna.
La pastelería de la chica era una de las más bonitas que jamás hubiera visto. La primera vez que estuve ahí, me impresionaron los hermosos anaqueles color crema atestados de pequeños panecillos glaseados. Los pasteles perfectamente decorados, parecían la fantasía ideal de cualquier niño, aquello incrementaba considerablemente mis visitas hacia Donna. Además de que disminuía el número de tardes solas que tenía que pasar.
Llamé al timbre y abrió el padre de mi amiga. A pesar de que estaba castigada, me permitieron ir a su habitación con la condición de que no saliéramos para nada.
—Amiga, gracias por venir —dijo ella en cuanto me sentó en su cama color naranja.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté sin ser demasiado empática.
—¿Estás bien? —interrogó ella con duda—. Te siento un poco diferente.
—¿Eres muy amiga de Kimberly White? —solté con tanta fuerza que me sorprendí a mí misma—. Ella me dijo que fueron al curso de la universidad juntas.
—Sí, Nicole. Ella me ayudo en lo de la protesta también —respondió con naturalidad.
—¿Por qué no me habías contado nada? —cuestioné y ella sonrió.
—Lo siento, lo olvidé. Sabes que odias al grupo de las porristas, y no quería que creyeras que estaba tratando de cambiar de grupo —explicó tranquilamente—. No quería molestarte, Nicole, sabes que a veces no se dicen ciertas cosas para evitar algún conflicto con alguien. ¿Te ha pasado?
Una corriente eléctrica pasó por mi garganta. Yo le estaba ocultando todo lo que pasó en la noche del baile y, aun así, tuve la desfachatez de molestarme por la "falta" de mi amiga.
—Lo entiendo —respondí nerviosa—. Sé que tú también entenderías si yo te ocultara algo.
—Claro, además no te oculté nada importante. Si hubiera sido así, tal vez sería diferente —dijo acomodándose más en su asiento—, pero bueno, tengo que decirte lo que me pasó. ¿Recuerdas a Chamber Olson?
—Por supuesto que sí, es el chico que te gusta de la clase de artes —respondí, al tiempo que ella sacaba su teléfono.
—Ayer me envió un mensaje... ¡Me invitó a su fiesta de Año Nuevo! —gritó con emoción mostrándome el mensaje—. Nicole, necesito que me ayudes a escaparme.
—Pero, ¿cómo lo vas a lograr?, es víspera de Año Nuevo. Seguramente tus padres lo notarán —comenté con cierta emoción por la aventura.
—Lo sé, lo sé. Es por eso que te necesito urgentemente —planteó ella—. Tienes que pensar en un plan para ayudarme.
—Donna, realmente quisiera ayudarte, pero no tengo idea de cómo te puedas escapar —respondí con sinceridad—. Si se te ocurre algo, cuentas totalmente conmigo.
—¿Sabes? Debimos haber acumulado más experiencia en esto de los escapes —dijo ella con una risa—. No puedo dejar perder esta oportunidad. Es el chico que más me ha gustado.
—Bueno... Si en verdad quieres salir con él —planteé en cuanto se me cruzó una idea por la cabeza—, creo que tengo una idea de quién puede ayudarte.
—No me digas, porque creo que pensé en la misma persona, ahora mismo —respondió marcando un número en su celular hasta que obtuvo respuesta—... Hola, Kevin.
No había nadie mejor para los problemas que Kevin Baxter, así que no dudamos en requerir su ayuda lo más pronto posible. Él dijo que lo arreglaría, pero que deberíamos esperarlo en la habitación de Donna dentro de una hora. Explicó que deberíamos comprar un par de cosas para llevar a cabo el plan, así que yo era la encargada de comprar refrescos, vasos, decoraciones de Año Nuevo y todo lo necesario para una fiesta improvisada.
Donna y yo juntamos todo el dinero posible y me encaminé hacia el supermercado del pueblo.
Tenía una vaga idea de lo que planeaba el chico, sin embargo, la ligera impresión de que, a pesar de lo bueno o malo que fuera la propuesta, se terminaría saliendo con la suya, no se alejaba de mí. Siempre sucedía.
Camino al supermercado marqué a mi casa y avisé que tardaría más de lo esperado. Mis padres no tuvieron problema, mientras que yo llegara para la cena de Año Nuevo.
Tenía que comprar todo rápidamente para regresar a la habitación de Donna.
Barrí los pasillos del supermercado para comprar todo lo que nos había pedido Kevin, tropezaba de vez en cuando y, en los momentos menos oportunos, se me caía algún producto del montículo que había formado en la canasta de compras.
Llegué a la caja deslizándome por el brillante piso y coloqué todos los productos a unos centímetros de la cajera.
—Nicole —saludó una persona que estaba formado detrás de mí.
—Hola, Martin —respondí al reconocerlo—. ¿Cómo has estado?
—Bien... Iré a entregarle el primer pago a tu madre, la próxima semana —expliqué y él sonrió.
—No me digas que estás trabajando —dijo sorprendido
—Yo misma pagaré el auto de tu madre —respondí con una expresión irónica—. Fue mi castigo.
—Lo lamento, Sadstone. Todos pagamos nuestra pena por esa noche —comentó mientras avanzábamos en la fila y la cajera comenzaba a cobrar mis productos—. Yo aún tengo secuelas de ese día.
—¿Tanto así? —pregunté con una risa.
—Claro que sí. Cuando recuerdo esa noche, no puedo evitar que mi cabeza empiece a girar. Me sobrepasé.
—Donna me dijo que apenas podías levantarte —dije entregando los billetes a la cajera.
—Estaba totalmente perdido. Tengo puros recuerdos distorsionados y extraños —expresó mientras comenzaba a tomar mis bolsas de compras.
—¿Qué es lo más extraño que viste? —pregunté con curiosidad mientras los productos de él eran tomados por la cajera.
—Cosas demasiado locas. Vi como el afro de Donna hablaba conmigo, Reina se convirtió en un caramelo gigante en mi cabeza y un hombre con un mazo que escuchaba música —relató divertido.
—El hombre con mazo que escuchaba música suena demasiado extraño —respondí riendo y él entregó unas monedas a la cajera.
—No me lo recuerdes, no puedo sacar la canción que escuchaba en su auto a todo volumen de mi mente. Además, ¿quién va a un baile con sudadera? Bueno, nos veremos luego, mi madre solo me deja salir para comprar cosas para la despensa —concluyó tomando la única bolsa de compras que tenía.
El chico se escabulló rápidamente hasta la salida. ¿Martin había visto al mismo sujeto que Kim y Kraken? Era imposible correr detrás de él, tenía demasiadas bolsas, pero, invariablemente, debía hablar de ese sujeto misterioso con el chico.
Apreté el paso hasta alcanzar, nuevamente, la casa de mi amiga. Sin embargo, en la parte de afuera de la pastelería, ya se encontraba Kevin esperando en la esquina del local. Al mirarnos, los dos hicimos una breve mueca de incomodidad y simplemente asentimos a manera de saludo.
—Sígueme —dijo el chico y llamó al timbre de la casa. El padre de mi amiga salió y me miró confundido.
—Hola, de nuevo, Nicole —saludó y yo solo sonreí.
—Hola, señor. Yo soy Kevin Baxter, amigo de Donna. Necesitamos su ayuda para algo muy importante —comenzó a decir el chico.
Kevin le dijo al hombre que Donna había sido invitada a la fiesta de fin de año que armaba cada año en su casa. Este año iba a ser especial pues el chico "se mudaría en dos semanas" y fungiría también como fiesta de despedida. Tenía ya todas las cosas listas para iniciar el festejo, pero Donna era una amiga tan querida que le parecía impensable celebrar sin ella.
Era por ello que él, al enterarse de su castigo, había organizado hacer una pequeña reunión en la habitación de la chica, claro, con el permiso de los padres.
Después de que Kevin le dijera que recogerían todo el desastre y que la reunión no intervendría con su cena de Año Nuevo, aceptó, y nos dejó pasar a acomodar las cosas para la fiesta.
—Tenemos que invitar a los demás para que todo sea creíble —dijo Kevin ayudándonos a acomodar los vasos sobre el pequeño escritorio de Donna y las frituras sobre recipientes de colores.
—No podemos invitar a Mónica y a Fred, se matarán si se ven —recordó Donna y ambos nos miramos.
—Invitemos a Fred, él es mi amigo —concluyó Kevin y yo le lancé un cojín.
—Mónica es nuestra amiga, además serían demasiados chicos en la fiesta —expliqué y él se sentó con expresión pensativa—. Si Fred es tan amigo tuyo, entonces entenderá por qué no lo invitamos.
—Suena muy divertida su fiesta, pero díganme, ¿en qué momento me podré ir con Chamber? —pregunto Donna con desesperación.
—Los padres, usualmente, suben a revisar cuando la fiesta va a la mitad. En el momento en que se vayan, tú saldrás por la ventana, ¿comprendes? Nosotros te cubriremos, pero tienes que volver antes de la cena de tu familia.
—Y antes de las nuestras —comenté—, ¿o tampoco celebran Año Nuevo en tu familia?
El chico me miró un momento y después sonrió. Era una sonrisa falsa, jamás la había visto en él, así que asumí que mi comentario no había sido muy adecuado.
Tomamos nuestros celulares y avisamos a Mónica y a Dylan que necesitábamos de su ayuda por unas horas. Ambos contestaron que llegarían en pocos minutos, así que el resto nos acomodamos para recibirlos.
Kevin les había explicado todo el antecedente de la situación, dejándoles el guion exacto que deberían decirle al padre de Donna cuando llegaran.
Y así, llegó Mónica muy pronto. Lucía mucho mejor que la última vez, excepto que su mirada estaba casi vacía. Estuvimos esperando un momento a que Dylan arribara para poner la convincente música de fiesta, pero, como el padre de Donna ya había subido a hacer la primera revisión excusada por los clásicos: "¿Necesitan algo, chicos?", era indispensable que siguiéramos el plan de acción de inmediato.
Donna salió cuidadosamente por la ventana y se escabulló hábilmente hasta alcanzar la calle que la llevaría hasta su chico ideal.
Kevin, Mónica y yo, logramos dejar la incomodidad a un lado y pasarla bien por un momento. Y digo "por un momento" porque cuando la puerta de aquella habitación se abrió, no estábamos listos para ver quién era.
—Dice Dylan que tiene algo muy importante que hacer ahora, pero que yo podía reemplazarlo en este plan —llegó diciendo Fred que dio un saltito al observar a Mónica dentro de la habitación.
—Kevin, no puedo creer que seas tan estúpido como para a invitar a este simio semi-civilizado —expresó la chica con furia, al tiempo que Fred cerraba la puerta de la habitación tras de él.
—Chicos, chicos —dijo Kevin con cautela—. No pueden pelear aquí porque el padre de Donna nos escuchará y sospechará algo.
El mejor amigo de Kevin tomó asiento en la silla que se encontraba más lejana a Mónica. Todos nos miramos con tanta incomodidad que parecía cómica la música de fondo.
—Por cierto —interrumpí con fuerza el silencio—, encontré a Martin en el supermercado.
—¡Qué bien! —contestó Kevin con la intención de seguir la conversación.
—Sí, bueno, yo charlé un momento con él y me dijo que la noche del baile vio a un tipo de sudadera negra, ¿creen que sea el mismo sujeto? —relaté con nerviosismo.
—¡No puedo creer que te atrevieras a venir! —gritó Mónica a Fred y este se tornó totalmente rojo.
—¡Ni siquiera sabía que vendrías! —reclamó el chico levantándose con fuerza.
—¡Es que no entiendo por qué hiciste eso!
—¡Ya olvídalo, Mónica! —refutó Fred acercándose a la chica—. ¡No puedo creer que siempre hagas un drama de todo!
—¡No fue un drama! ¡Me estabas engañando!
—¡Donna!, ¿está todo bien? —gritó el padre de mi amiga.
Kevin se colocó el dedo índice sobre los labios y todos nos paralizamos.
—Todo bien —contesté tratando de imitar lo mejor posible la voz de mi amiga que, con ayuda de la música, salió bastante parecida, logrando que el padre de Donna no subiera.
—No podemos arriesgarnos, chicos. Basta —reprendió Kevin.
—Si no hubieras invitado a este pedazo de imbécil, todo sería mejor —susurró Mónica temblando.
—Mejor me largo —respondió Fred acercándose a la puerta—. No vine para ser insultado.
—Fred, si te vas, el padre de Donna puede subir —rogó Kevin colocándose frente a la salida.
—¿Quieres que me quede con esta loca?
—No estoy loca, idiota —respondió Mónica lanzando otro de los cojines a Fred.
—¡Ya basta, chicos! —exigí desesperada—. Escuchen, entiendo que están enojados y que han terminado, pero...
—No hemos terminado —aclaró Fred molesto.
—Por supuesto que ya terminamos —dijo con fuerza la chica.
—El punto es —continué tratando de detener la pelea—, no dejen que todo esto termine con la amistad que se formó desde hace años, ¿no comenzaron siendo amigos?
—Nicole, sin ofender, eso es lo más estúpido que he escuchado —respondió Mónica girando los ojos.
—No, en serio. Nicole tiene razón —secundó Kevin—, ¿saben lo incómodo que es para mí y para Dylan cuando pelean? Los dos son nuestros amigos, no les pedimos que regresen, pero no se quieran matar cada que se ven.
—Yo... —comenzó a decir la chica, sin embargo, fue interrumpida por los pasos del padre de Donna que se acercaba a la puerta.
—Donna —dijo el hombre por la rendija de la entrada—, necesito que vengas a ayudarme un segundo a la cocina. Tu madre casi termina el turno de la pastelería.
Kevin abrió solo un poco la puerta y asomó su rostro.
—Señor, Donna está en el baño, pero en cuanto regrese le avisaré que tiene que ir a la cocina —exclamó el chico con propiedad y el padre de mi amiga agradeció.
—¿Qué demonios haremos? —dije alterada.
—Llama al celular de Donna —propuso Kevin y yo saqué mi teléfono con avidez.
Esperé un momento a que ella contestara, sin embargo, lo peor sucedió y el timbre de su móvil comenzó a sonar sobre su escritorio.
—No puede ser que no se llevara el teléfono —expresó Fred con clara molestia.
—Tengo que ir a buscarla —dije guardando mi celular.
—Voy contigo —exclamó Mónica acercándose a mí.
—Claro, y que el padre de Donna suba y vea solo dos hombres en la habitación de su hija —expresó Kevin—. Es mejor que yo vaya contigo.
—Está bien todo eso de la amistad y lo que quieran, pero no voy a quedarme aquí con Mónica —reclamó Fred—. Yo voy con ella y punto.
—¿Y qué hacemos si el padre de Donna regresa? —preguntó mi amiga con gesto preocupado.
—Tendrán que pensar en algo, mientras tanto nosotros debemos apresurarnos —respondí con prisa y me escabullí hacia la ventana. Detrás de mí se deslizó Fred y, cuando ambos alcanzamos el piso, solo pudimos admirar el ceño increíblemente fruncido de Mónica y el gesto de complicación de Kevin.
—¿A dónde demonios se fue a meter tu amiga, eh, Sadstone? —preguntó el chico caminando a mi lado. Su larga figura me cubría totalmente si es que acaso alguien nos hubiera visto de costado.
—En casa de Chamber —respondí apretando el paso para alcanzar la distancia que cubrían sus largas piernas.
—Vaya, vaya. Le gusta meterse en problemas —comentó con una risa.
—¿Y a ti no? —pregunté y él se quedó congelado—. Estoy segura de que si le preguntáramos a Mónica, ella opinaría algo contrario.
—Oye, no intentes meterte en mi vida —exclamó con fuerza—. Tú no sabes cómo es que han sido las cosas entre Mónica y yo.
—Como si no fuera de lo más obvio. No creo que tengas alguna justificación para lo que le hiciste —repliqué y él levantó sus pobladas cejas.
—Mira, Nicole, puede que Kevin te haya traído a nuestro grupo, pero no sabes nada sobre nosotros. Sobre ninguno —dijo el chico mirándome con intensidad.
Quería repelar, pero tenía razón, en realidad no sabía mucho de todos. Fue en ese momento, que recordé aquello que me había intrigado antes y encontré, en aquella oportunidad, el momento perfecto para averiguarlo.
—Fred... ¿tú sabes algo sobre los padres de Kevin? —cuestioné con cautela y él se giró inmediatamente y me examinó hasta el último centímetro.
—¿Qué es lo que sabes tú? —dijo entre dientes y yo me estremecí.
—Nada, en realidad. Dylan me dijo que su madre es ama de casa y no sabe nada de su padre. Me pareció extraño que no lo supiera.
—¿Por qué quieres saberlo? Ya tienes a Dylan, no molestes a Kevin —sentenció él y yo lo miré con sorpresa.
—No estoy molestando a Kevin —respondí y él solo giró su cabeza en dirección contraria uno segundos y después regresó—. No sé qué tiene que ver el hecho de que ahora salga con Dylan.
—Nicole... ¿por qué ayudas a Kevin? ¿Por qué trajiste a tu amiga, la loca, a nuestro grupo y por qué lo recibiste en Navidad en tu casa? —cuestionó y yo lo miré avergonzada.
—Pues... para no ser inculpada —dije con debilidad.
—Tú y yo sabemos que podrías zafarte fácil de esa, ¿no crees? Hay otra razón. Hay una razón y es por eso que te pido que te alejes de Kevin —expresó con severidad—. Si ya estás muy involucrada en todo este plan del chico, entonces continúa, pero ya no le sigas el juego.
—No te entiendo —expresé temblando ligeramente—... Un momento, ¿tú sabías lo de Navidad?
—Claro que sí —dijo frunciendo el ceño—. Y ya no quiero que juegues con mis amigos de esa manera.
—No lo hago —defendí adelantándolo un poco—. Esa no es mi intención... Kevin llegó ese día por su cuenta, dijo que estaba aburrido porque su familia no celebra Navidad.
—¿Eso dijo? —comentó él con una risa—. Está bien... Creeré que en verdad eres tan tonta para no darte cuenta.
Avanzamos hacia la casa de Chamber para encontrar a mi amiga. Fred parecía realmente molesto conmigo y yo no comprendía totalmente por qué.
Yo no estaba engañando a Dylan y con Kevin... bueno, yo no tenía nada.
Claro que estaba en la investigación para que mi nombre no se manchara es... es que yo no tenía salida, era muy claro.
Las palabras de Fred, sin embargo, me habían atravesado de manera agresiva y muy fuerte, dejando una sensación de franca culpa. Ahora, estaba segura solo de una cosa y era que el chico tenía razón. No conocía ni un tercio de lo que eran ellos. Ni Mónica, ni Fred, ni Kevin y... vaya, realmente, tampoco de Dylan.
Encontramos a Donna rodeando con sus brazos al mariscal de campo de nuestra escuela. Corrí hasta alcanzarla y, a pesar de que no era lo más adecuado, la jalé hacia nosotros, arrancándola de Chamber, para poder volver a casa.
—Amiga, tu papá te necesita en la cocina —expliqué mientras volvíamos a la casa—. ¡Tenemos que volver pero ya!
Nuestras piernas ya no daban para más cuando alcanzamos la ventana de mi amiga. Fred intentó enviarle mensajes a Kevin para que nos ayudara a subir, pero él nunca contestó, provocando que tuviéramos que valernos de nuestros conocimientos sobre escalar casas.
Cuando estuvimos, por fin, en la habitación de mi amiga, notamos que ya no había nadie más. No teníamos tiempo de preguntarnos en dónde se habían metido Mónica y Kevin, así que solo tomamos algunas golosinas (como si hubiéramos estado comiendo) y bajamos con los tazones a la cocina de Donna.
—Papá... perdón, me quedé charlando arriba y había olvidado que querías... —Dona se interrumpió cuando encontró a Kevin y a Mónica cortando zanahorias a toda velocidad vigilados por su padre—. ¿Qué es lo que pasa?
—Quisiera preguntarte lo mismo, Donna. Porque hasta hace unos momentos no te pude encontrar en toda la casa y ahora estás aquí —dijo el padre con seriedad—. ¿A dónde fuiste?
—Es que yo...
—¡Y no es posible que hayas traído a tus amigos a cubrirte! —gritó el hombre enfurecido—. No saldrás de esta casa, ni recibirás visitas en mucho tiempo.
Resulta que en nuestra ausencia, Mónica había tenido que ir al baño y una vez que el padre de Donna la vio salir de ahí, comenzó a sospechar que algo extraño sucedía.
Era realmente incómodo estar presente mientras reprendían a Donna, sin embargo, el padre de esta no era egoísta y compartió un poco de sus regaños con nosotros. No pudimos retirarnos hasta que terminamos de ayudarle con su cena de Año Nuevo y, claro, no pudimos parar de escuchar sus reclamos.
Comenzaba a anochecer y Mónica, Fred, Kevin y yo salimos de la casa totalmente exhaustos.
—Gracias por invitarme esta maravillosa fiesta —dijo Mónica con ironía.
—Bueno, al menos te la pasaste mejor que llorando en tu casa —respondió Kevin sonriendo y ella lo asesinó con la mirada.
—Mónica... creo que tenemos que hablar —exclamó Fred de repente.
La chica primero se resistió, pero al final accedió a dar una caminata con él para aclarar las cosas. Kevin ofreció llevarme a mi casa y, como ya no quedaba otra alternativa, acepté.
—Esos dos están locos —dije con una risa mientras atravesábamos la calle.
—Regresarán, yo lo sé. Los conozco desde siempre —respondió con entusiasmo—. Además, Fred ha hecho el mismo tipo de cosas que Mónica le ha hecho.
—¿Qué? ¿Te refieres a que Mónica lo ha engañado? —pregunté sorprendida.
—No, bueno. Eso no lo ha hecho... Me refiero a que Mónica ha herido a Fred de otras formas en distintas ocasiones. Supongo que es la forma en que procuran que el otro los recuerde.
—Es una forma muy extraña —comenté y él asintió.
—Oye, tenemos que marcarle a Martin —recordó él repentinamente—. Vamos a preguntarle por el sujeto de la sudadera negra.
—Claro... solo una cosa. Kevin, ¿por qué tú no sabes quién es el sujeto de la sudadera negra? —pregunté y él se puso un poco pálido.
—Nicole... yo no dejaría inconscientes a dos personas —dijo mirándome—. Es por ello que investigo ese asunto, vaya, si encontramos a quien les hizo eso, también podremos culparlo por lo que pasó esa noche, ya sabes lo de la droga y el alcohol. Es la distracción perfecta.
—Bueno... —respondí sacando mi celular para marcar al chico—. Vamos a seguir, entonces.
—¿Hola? —contestó Martin del otro lado de la línea.
Kevin y yo pusimos la llamada en altavoz y sujetamos el teléfono juntos para escuchar mejor.
—Martin, necesito tu ayuda —dije con tranquilidad—. Cuéntanos todo lo que recuerdes sobre el sujeto de la sudadera negra, del que me contaste en el supermercado.
—Fue solo una alucinación, Nicole —respondió él con una risa.
—¿Y si te dijera que no lo fue? Vamos, Martin. Cuéntame —supliqué y él suspiró.
—Pues... yo estaba en los árboles, vomité un poco. Un auto pasó cerca de mí y se estacionó a un lado. Se quedó unos minutos estacionado y se escuchaba una canción muy fuerte, una y otra vez... Era, ese grupo que antes sonaba todo el tiempo en la radio... ¿Chasing Muffins?
—¡Chasing Murders! —exclamó Kevin de pronto y acto seguido, se tapó la boca con una mano.
—Hola, Kevin —dijo el chico con tono pícaro—, ¿vas a pasar Año Nuevo con Nicole?
—Hola, Martin —contestó él mirándome como suplicando que lo disculpara.
—Sí, sí eran Chasing Murders, era la canción que va con el compás muy rápido —respondió Martin riéndose—. Después de un rato bajó del auto el sujeto de sudadera negra con un mazo y caminó hacia la entrada de la escuela.
—¿Eso es todo? —pregunté con curiosidad.
—Claro, chica, y oigan... sigan pasándosela genial —concluyó el chico entre risas y después cortó la llamada.
—Gracias por hablar, tonto. Ahora creerán que salimos —reclamé y Kevin sonrió—. Espero que no me causes problemas con Dylan.
—No te causaré problemas con tu noviecito —respondió girando los ojos—. Un momento... Chasing Murders no ha sacado el disco nuevo a la venta aquí. Quiero decir, el disco que trae esa canción que sonaba en la radio, no se puede conseguir aquí.
—¿Y entonces? —pregunté confundida.
—Ese disco solo se consigue en la ciudad. Esa persona tiene algo que ver con la ciudad. Tal vez sus padres trabajen ahí o algo parecido. Podremos descartar mucha gente con eso —concluyó Kevin y yo levanté las cejas.
—Falta que lo anotes en tu pizarrón —dije burlona y él me empujó suavemente con su brazo.
Dimos vuelta en la última calle y mi casa se vio a lo lejos.
—Bueno, Kevin. Gracias por acompañarme —me despedí con una sonrisa.
—Espera... —dijo él y yo me giré—. ¿Hoy también cenarás sola?
—No. Cenaré con mi familia —respondí—. ¿No irás a casa?
—Sí... voy para allá. —Se quedó mirándome un buen rato y yo solo pude sonreír con nerviosismo— Oye, no vayas a faltar a la reunión que habrá mañana... Muy temprano para que puedas llegar a tu trabajo, claro.
—Ya falta menos para el juicio, ¿nervioso? —pregunté y él negó con la cabeza.
—Ni un poco.
Me despedí con la mano y él sacudió sus chinos un momento como si intentara envalentonarse para algo.
Caminé hacia la entrada de mi casa con mi corazón latiendo un poquito más fuerte. Recordé las palabras de Fred, pidiéndome que me alejara de Kevin... era... ¿por este tipo de cosas?
Giré la llave de la puerta de entrada y caminé hacia el comedor para encontrar lo más inesperado de la noche: Mis padres, mi tía a Patty y el mismísimo Dylan que era atendido exageradamente por mamá.
—¡Nicole! —gritó ella emocionada—. ¡Tardaste mucho, jovencita!
—¿Qué pasa? —pregunté confundida.
—Lo siento, Nicole. Quise sorprenderte, pero no sabía que estabas en la fiesta a la que me invitó Kevin —explicó Dylan levantándose para abrazarme.
Mamá sonreía exageradamente y el miedo de que se enterara de la situación entre el chico y yo, me hizo alejarlo un poco cuando sentí sus brazos rodeándome.
—¿Y de qué hablaron todo este tiempo? —cuestioné nerviosa.
—El punto no es de qué hablamos, Nicole, sino de qué no nos has hablado. Dylan nos dijo que no son solo amigos
—¿Ah sí? —pregunté solo para alargar la mala noticia
—Nicole... ¡Él es tu novio! —expresó mamá dando saltitos.
No era posible.
Dylan no sabía lo que acababa de provocar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro