Capítulo Seis: Maratón de corazones rotos
—¿Cómo demonios olvidaste la gasolina? ¡Y además cerrar la cajuela del auto! —pregunté furiosa a Fred al tiempo que todos salíamos—. Hasta te dimos el dinero para que pudieras llenar el tanque antes de irnos.
—Discúlpame, pero no recuerdo en ningún momento que tú me lo recordaras —respondió el chico acercándose a mí peligrosamente.
—Ya basta, chicos. Pelear no ayudará en nada —interrumpió Dylan separándonos.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Donna sentándose en la defensa del auto.
—No nos queda otra opción que caminar hasta la gasolinera —señaló Kevin pateando una de las llantas.
—¿Y el dinero, genio? —recordó Mónica girando los ojos.
—Si llegamos a la parte poblada de la ciudad podremos hacer algo para conseguirlo. No podemos hacer la gran cosa parados aquí —refutó el chico y todos asintieron.
—Alguien tendrá que quedarse cuidando el auto. Si fueron capaces de robarse las mochilas, mucho más el auto de mi abuela.
—No pienso caminar quince kilómetros. Me quedo en el auto —sentenció Fred y abrió la puerta para retomar su lugar como conductor.
—Es el auto de mi abuela, lo siento mucho, pero yo también —siguió Dylan entrando, igualmente, al vehículo.
—Yo me quedo con Fred —dijo Mónica y subió como copiloto.
—Yo no puedo caminar hasta allá con estos tacones —se excusó Donna e imitó a todos.
Kevin intentó regresar a su lugar, pero Mónica cerró el seguro de la puerta y bajó el vidrio.
—Honestamente, creo que el que debería ir es, necesariamente, quien propuso este estúpido viaje —dijo ella y todos asintieron.
—¿Cómo iré solo hasta allá? —preguntó Kevin tratando de alcanzar el seguro.
—No irás tan solo —añadió Donna señalándome. Yo me había quedado de pie junto a la defensa tratando de tranquilizarme y cuando noté la mirada de todos me acerqué a la ventana de Mónica.
—Yo los acompaño, entonces —dijo Dylan e intentó salir del auto, pero Kevin colocó su mano con suavidad tras mi espalda y comenzó a caminar lejos del lugar.
—¡No se preocupen, nosotros los salvaremos! —gritó él mientras nos alejábamos.
—¡Oye! Yo tampoco quería caminar quince kilómetros —reclamé mientras me soltaba y seguíamos avanzando.
—Sabía que si no íbamos tú y yo jamás obtendríamos la gasolina —dijo el chico metiendo sus manos a los bolsillos—. Los demás son un poco flojos.
—¿Qué? —pregunté con furia—. Todos hicieron su mejor esfuerzo para venir hoy.
—Todos vinieron por su voluntad —planteó con una sonrisa maliciosa.
Me quedé en silencio dejando que la furia me recorriera y burbujeara como un brebaje que había sido puesto al fuego.
Kevin me miró de reojo mientras avanzábamos por el sendero que conducía al final del parque. Yo mantenía los labios de la boca pegados como si hubiera usado un bálsamo de engrudo y mi expresión se mantuvo inexpresiva por un buen rato.
—¿Estás enojada? —preguntó Kevin con cautela.
—¿Qué te hace pensar que me agrada que me molestes? —interrogué girándome con fuerza. Él se quedó examinándome como si quisiera hallar la respuesta en mi rostro.
—Solo jugaba —respondió sonriéndome—... no quería molestarte.
—Deberías pensar más en lo que dices —dije con seriedad.
—Bueno, tú deberías dejar de molestarte tanto conmigo, ¿no crees? —planteó cambiando su expresión
—¿De qué demonios hablas? Si me molesto contigo es porque tú lo provocas —justifiqué elevando el tono.
—Claro que no, Nicole. Debes admitir que tiendes a exasperarte más conmigo. Ya dime, ¿por qué me odias tanto?
Una ola de frío me atacó inesperadamente cuando esa pregunta salió del chico. Era muy cierto, yo lo sabía, desde siempre lo había odiado y cada que él abría la boca no podía evitar enfurecerme.
—No te odio, tonto —respondí después de unos segundos de silencio.
—Sí, claro —dijo con un toque de ironía—. Apuesto a que preferirías que te atrapara la policía antes de seguir con la investigación.
—¿Por qué me atraparían a mí? ¡Tú hiciste todo! —reclamé y él sonrió.
—Tenemos aproximadamente unas tres horas para llegar al final del camino —comenzó a decir el chico con tranquilidad—. ¿Qué te parece si por primera vez no peleamos y solo hablamos?
El ambiente se sentía húmedo, casi como si nos encontráramos en una montaña perdida en la Tierra. Esperaba pasar todo ese tiempo en silencio, atrapada en una caminata extraña con el chico que odiaba... pero que había besado en Nochebuena.
Miré al muchacho con una chispa de duda en mis ojos y él simplemente soltó una pequeña risa.
—No sé por qué crees que soy tan malo —dijo y yo me puse colorada.
—Eres desconsiderado —comencé—, grosero, egoísta, narcisista...
—Bueno, bueno —me detuvo con tranquilidad—. Te lo acabo de decir... conóceme mejor.
Solté una risa y repasé en mi mente alguna pregunta que pudiera hacerle.
—Está bien... —respondí más calmada—. ¿En qué universidad te aceptaron?
—Nicole —dijo entre risas—, ¿por qué empiezas con esa pregunta?
—¿Qué tiene de malo?
—Nadie lo sabe, en serio —argumentó con nerviosismo y yo lo adelanté un poco para quedar de frente.
—Querías que te conociera, ¿no? —dije y él negó con la cabeza sonriente para después pasarse las manos por sus característicos rizos—. No tengas miedo, estamos solos. No le contaré tu secreto a nadie.
Hizo una ligera mueca y después me miró con profundidad.
—No le tienes que decir a nadie, ¿lo prometes? —preguntó Kevin y yo asentí rápidamente—. Es la Escuela de Artes Visuales de Nueva York.
El corazón se me detuvo por un instante. ¿Una escuela de artes? ¿Él? Siempre se había burlado de las clases artísticas y no parecía tener, precisamente, un alma creativa.
—¿Es en serio? —interrogué y él asintió—. Me sorprendes, en verdad. ¿Te gusta el arte?
—Pues claro que sí —contestó riendo—. Si no, jamás hubiera mandado la solicitud.
—Vaya, eso es verdaderamente inesperado —comenté y él bajó la mirada—. ¿Qué tipo de arte practicas?
—Pinto —dijo y después sonrió como si el recuerdo de sus momentos artísticos lo invadieran repentinamente—. No es algo que todos sepan. Por ejemplo, Fred sabe que pinto, pero no le dije que me habían aceptado en la universidad. Sé que se preocuparía con todo este asunto de la escuela y no quiero que esté estresado por eso.
—¿Y tu familia?
—No saben que pinto, ni mucho menos que mandé la solicitud. Ellos... preferirían que me quedara un tiempo a ayudar en casa —explicó él y yo recorrí los árboles del parque como tratando de encontrar palabras adecuadas a esa situación—. Bueno, ¿y qué hay de ti? ¿Irás a la universidad?
—Por supuesto que sí —respondí rápidamente—. Mis padres no permitirían que no fuera. Estudiaré leyes como ellos.
—¿Y tú qué quieres hacer, en realidad? —interrogó y sentí como si un hielo se derritiera en mi nuca.
—¿Yo?... Bueno... La verdad a mí me gusta cantar y componer canciones —dije y el chico me regaló una ligera sonrisa—. No son muy buenas, pero disfruto hacerlo.
—¿Dirías que eso es lo que más te gusta hacer?
—No en realidad... No hay algo que me apasione realmente. Creo que de ahí viene el problema principal, no tengo qué defender si no tengo una verdadera pasión —expliqué con un nudo en el estómago.
—¿Por qué no intentas descubrirlo?
—¿Qué?
—Sí, ¿por qué no intentas descubrir qué te apasiona en verdad? Tenemos mucho tiempo libre, ahora que no hay escuela. Sería una buena idea que lo pensaras mejor antes de tomar una decisión —concluyó y yo asentí con suavidad.
El resto de la plática fue bastante buena. Hablamos de tantos temas que sería difícil recordar exactamente cómo es que uno iba relacionado con el otro. Y reímos tanto que me parecería complicado contar en cuántos momentos sentí una chispa especial recorriéndome.
La compañía fue tan amena que llegamos al final del parque en un santiamén. Estábamos muy cansados y empapados hasta las uñas de sudor, pero eso no disminuía la emoción de aquel viaje.
La gasolinera se notaba a la distancia y los dos comenzamos a acelerar el paso para alcanzar nuestro objetivo. Casi llegábamos al ansiado oasis cuando me detuve en seco y recordé nuestro mayor problema: no teníamos dinero.
—Kevin, ¿qué es lo que haremos ahora? —pregunté y miré alrededor como buscando una respuesta. Los edificios comenzaban a aumentar su tamaño considerablemente mientras entrabamos a la zona en donde yacía la gasolinera.
—Fácil —respondió limpiándose el sudor de la frente.
El chico divisó a una persona que caminaba sobre la acera y se acercó con impetuosidad.
—Hola. Disculpa, lo que pasa es que no tenemos dinero y... —apenas comenzaba la explicación de Kevin cuando la señora pasó de largo y siguió caminando.
Ambos nos miramos y como no teníamos una mejor idea, seguimos molestando extraños por un buen rato.
La gente se quedaba mirando a nuestras ropas sudadas y a las caras demacradas, pero no parecían tener ningún tipo de consideración hacia nosotros.
Jamás volteaban y siempre apresuraban el paso cuando nos veían acercarnos.
Estuvimos un rato caminando cerca de la gasolinera hasta que los pies ya no daban para más y nos sentamos en las escaleras que daban a la entrada de un edificio.
Me dolía el estómago, no habíamos comido y ya estaba más que exhausta. Kevin mantenía la cabeza gacha y jugaba con una lata que estaba tirada en el suelo produciendo un sonido repetitivo.
—Para ya con esa lata —reclamé mirando hacia otro lado.
—Perdóneme, señorita. Estoy muy cansado, con hambre y sin dinero... es lo único que me mantiene cuerdo —aclaró con ironía y siguió jugando con la lata.
—¡Ya, Kevin! —grité y un señor que caminaba en la otra acera se nos quedó viendo un segundo y después siguió caminando.
—Eso es... —dijo el chico con una sonrisa y tomó la lata.
—¿De qué hablas? —pregunté confundida al tiempo que él comenzaba a golpear el suelo con la lata rítmicamente.
—Hay que llamar la atención —concluyó con energía y después se levantó para comenzar a rapear—. Yo en la calle voy, muy hambriento estoy. Atrapado en el cemento de esta calle hoy. Si quisieran regalarme un poco de atención, yo pudiera convencerlos de mi convicción... Sigues tú —me susurró siguiendo con el ritmo de la lata. Algunas personas habían girado su cabeza al pasar cerca y emanaban una ligera sonrisa, como si dos adolescentes sudados que rapeaban a todo volumen fuera lo más divertido que hubieran visto—. ¿Qué no eres cantante?
—No es mi intención, lastimar su corazón. Lo que quiero es salir de esta situación. Girando sin dirección. Revoltura en la canción. Desearía aparecer en otra dimensión.
—Limita la oportunidad, de salir de esta ciudad. Que nos eviten todo el tiempo en su caminar. No deben ya juzgar, lo que podemos cantar. Es tan fácil que podríamos rimar sin escuchar.
Empezó con una sola persona deteniéndose a escuchar nuestras extrañar rimas y poco a poco los demás se arremolinaron con miradas curiosas y los celulares listos para grabar.
—Conociendo melodías para revolucionar. Las canciones y las letras que han tenido que inventar. No se pueden comparar. No se pueden ni acercar. Una historia de aventura les tenemos que contar.
—Sin permiso ni dinero nos venimos a escapar. Una falla en nuestros planes nos dejó en este lugar. No podemos regresar, y quisiéramos llorar. Pero ni gritando fuerte ya nos podremos salvar.
La gente comenzó a seguir el ritmo con las palmas y las rimas fluyeron y fluyeron. Una pequeña montaña de brillantes monedas se formó lentamente a un lado de nosotros y los flashes continuos de las cámaras que grababan nos empezaron a deslumbrar.
Cuando terminó nuestra primera función, la gente aplaudió con mucha fuerza y la montaña de monedas había incrementado considerablemente su tamaño.
Contamos el dinero y aún faltaba un poco, así que hicimos una segunda y una tercera función.
Finalmente, teníamos dinero suficiente para poder comprar gasolina y comida.
Una vez que llegamos a la gasolinera, contamos nuestra historia y uno de los trabajadores se ofreció a llevarnos hasta el auto en el mirador junto con el bote de gasolina que nos habían proporcionado.
Cantar con Kevin había sido una de las cosas más divertidas que había hecho no solo en el viaje, sino en bastante tiempo atrás. Así que una sonrisa me acompañó desde que partimos de la gasolinera hasta que volvimos a encontrar al resto de nuestros acompañantes del viaje, con caras de cansancio y molestia.
El empleado nos ayudó a ponerle la gasolina al automóvil y después se fue.
Fred encendió el auto lo más rápido que pudo, y una vez que todos estuvimos adentro, aceleró para llevarnos al restaurante más cercano.
Pagamos todo con un motón de monedas y, a pesar de que los meseros nos miraban extrañados, disfrutamos de la comida como nunca.
Las luces artificiales de la ciudad iluminaban todo. La oscuridad ya había caído para ese entonces, pero, como el hambre ya no era un problema para nosotros, los ánimos se habían calmado y el viaje volvía a ser de lo más tranquilo y cómodo.
—Gracias por haber traído la gasolina, Nicole —dijo Dylan mientras circulábamos por la carretera de regreso a casa—. Debiste haberte cansado mucho, ¿mañana irás a trabajar?
—La hermana de Chuck está enferma, regresaré a trabajar hasta el lunes —expliqué y él me miró con emoción.
—¿No te gustaría que saliéramos mañana? —preguntó entusiasmado—. Tengo boletos para el cine y también podríamos ir a la pista de hielo que está en el centro comercial.
—¿No te castigarán después de esto?
—No te preocupe por eso. ¿Sí quieres salir? —respondió y yo me quedé pensando un instante.
Estaba casi segura de que mis padres no se darían cuenta de mi salida. Al igual que la última vez, intentaría escabullirme silenciosamente hasta mi habitación y no habría problema alguno.
—De acuerdo —acepté y él sonrió con dulzura.
—Ustedes son suertudos. Sus padres trabajan en la ciudad y no se darán cuenta de que desaparecieron todo el día —dijo Donna que se estaba quedando dormida.
—Claro, son muy suertudos —respondió Kevin con una risita—. ¿Te irá muy mal?
—No puedes imaginarte —dijo Donna mientras cerraba los ojos.
Los padres de Fred, los de Mónica y los míos trabajaban en la ciudad. Los abuelos de Dylan estaban jubilados, así que pasaban todo el día en casa. Los padres de Donna eran dueños de la mejor pastelería del pueblo y, aunque todo el tiempo estaban trabajando, siempre se mantenían atentos a mi amiga porque la casa yacía en la parte superior de la pastelería.
Yo no sabía nada sobre los padres de Kevin. Tampoco sabía en dónde estaba su casa, siempre se le veía en casa de Fred o en casa de Dylan, pero jamás se había sabido de alguna vivienda extra que frecuentara el chico.
La madre de Kevin, como había dicho, frecuentaba mucho la oficina del director. Siempre con el cabello rizado (muy parecido al de su hijo) cubriéndole la cara y chamarras color claro que parecían no haber sido lavadas en mucho tiempo.
Jamás se detuvo a hablar con nosotros y en todas las ocasiones que la vi mantenía un gesto muy serio (comprensible por las travesuras de su hijo).
No sabía, por lo tanto, si iban a castigar a Kevin. No conocía el trabajo de sus padres. Ni siquiera nuestros padres sabían con claridad quiénes eran. No los habían visto mucho en las juntas de la escuela ni en los eventos familiares. Sin embargo, por la expresión desenfadada de Kevin, observable desde el asiento de atrás, parecía que las consecuencias no iban a ser graves.
Cuando llegamos a nuestras casas eran, aproximadamente, las diez de la noche.
No tuve que hacer uso de mis habilidades de espía porque mis padres, usualmente, llegaban un poco más tarde. Así que, sin ningún problema, entré por la puerta principal y subí a mi habitación.
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Al siguiente día me llegó un mensaje de Donna confirmando que la habían castigado y no podría salir en todo el fin de semana.
Mis padres habían llegado media hora después de mí, así que no se habían dado cuenta de mi ausencia.
La mañana parecía ser perfecta. Un olor a panqués recién horneados inundaba la casa y, como me moría de hambre, la carrera por obtener uno no se hizo esperar. Me deslicé por las escaleras hasta la cocina y vi que mis padres ya estaban degustando las delicias que había horneado papá.
—Hola, Nicole —saludó mamá mientras revisaba unos documentos y mordía el panqué que tenía en la mano.
—Buenos días, ¿puedo tomar uno? —pregunté a papá y él me dio uno de los panqués con una sonrisa.
—La tía Patty llamó a la oficina ayer —anunció mamá bajando los documentos—. ¿Sabías que vendría?
—Le pedí ayuda para aprender más sobre mi nuevo trabajo —expliqué y los dos asintieron.
—Dijo que llegaría a las siete de la noche. Quería llegar más temprano, pero le llegó un trabajo de última hora —comentó papá terminando su jugo—. Cuando venga tu tía, dile que se puede quedar a dormir. No me gusta que conduzca tan tarde.
—Lo haré, papá.
—¿Irás a trabajar hoy? —preguntó mamá y yo negué con la cabeza.
—La hermana de Chuck enfermó, pero saldré con un amigo —expliqué y mi madre me miró.
—¿Un amigo, amigo? —cuestionó ella con una risita.
—Un amigo real, mamá —dije y ella me guiñó el ojo.
Mi madre siempre se había emocionado demasiado por las citas.
La primera vez que salí con un chico (cuando tenía trece años), recibió al pobre Mike con una enorme cámara y miles de sonrisas. Me acompañó a comprar el vestuario adecuado para la cita y me llamaba cada diez minutos para saber si necesitaba ayuda.
Mi historial de novios también estaba lleno de momentos vergonzosos en los que mi madre adoraba tomar el té con sus "consuegras" un día después de iniciada la relación o en los que planeaba por mí citas demasiado "cursis" para mi gusto.
Es por ello que Dylan, pasara lo que pasara, sería mi "amigo" ante mis padres.
La noche anterior había recibido un mensaje del chico confirmando la hora en la que nos veríamos, así que en cuanto terminé de desayunar me fui a preparar para salir.
Lamentaba mucho haber perdido mi mochila roja, era verdaderamente especial para mí, pero no había nada que hacer para recuperarla. Una vez que terminé de peinarme tomé una mochila gris que casi no usaba y me dirigí al centro comercial.
Dylan miraba los anaqueles de una tienda de flores cuando yo llegué. En cuanto me vio se iluminó su mirada y me abrazó de inmediato.
—Te ves muy linda —dijo mientras comenzábamos a caminar.
—Gracias —respondí sonrojada—. ¿Qué película vamos a ver?
—Me gustan las películas de acción —dijo y yo sonreí.
—A mí también me gustan mucho, vamos a ver una.
Caminábamos rumbo al cine mirando los aparadores de las tiendas. Lo bueno del centro comercial era que los artículos a la venta eran difíciles de encontrar en el resto del pueblo, todo venía directamente de la ciudad y eso emocionaba a todos los que compraban ahí.
Al avanzar, nuestras manos se iban acercando poco a poco más hasta que, como si tuvieran vida propia, se tomaron con naturalidad.
El cine empezó a notarse y Dylan sacó de su bolsillo dos boletos. Me dijo que eran una cortesía, así que podíamos entrar a la función que quisiéramos. Yo estaba más que feliz con las películas proyectadas, así que lo dejé elegir la que quisiera.
Compramos las palomitas y entramos a la sala.
Me sentí muy cómoda con la compañía del chico, como siempre. Nuestras manos no se separaron durante toda la función y mi cabeza fue a dar a su hombro desde la mitad de la película.
Ambos sabíamos que algo más estaba surgiendo durante esa cita, porque eso era, una cita.
Mi corazón latía cada vez más lento cuando me acercaba a él y parecía que Dylan sufría los mismos efectos porque sus ojos brillaban un poco más cada que lo miraba.
Salimos de la película con las manos mucho más apretadas y nuestros cuerpos cada vez más juntos. Cruzamos la plaza para llegar a la pista de patinaje y, después de pagar la entrada, nos pusimos los patines para acceder.
—Ten cuidado, no caigas —decía Dylan con una suave risa mientras me sujetaba.
—En realidad, hace mucho que no venía a patinar —comenté tratando de mantener el equilibrio
—Hola, chicos —dijo una voz que provenía de las butacas que rodeaban la pista de hielo.
—Hola —respondí sorprendida al ver a Mónica, Fred y Kevin en los asientos—, ¿qué hacen por aquí?
—Quería comprar unos discos y los caballeros investigadores aceptaron acompañarme —explicó Mónica acercándose a la pista al tiempo que Dylan y yo patinábamos hasta ellos.
—Y... ¿Qué están haciendo? —preguntó Kevin levantándose para quedar junto a Mónica.
—Patinamos —respondí girando mis ojos—, creo que es bastante obvio.
—Bueno, creo que ya nos vamos. Nos falta recorrer un par de tiendas. No queremos interrumpir —dijo la chica guiñándonos un ojo.
—Yo me quedaré un rato con ellos —dijo Kevin y todos nos miramos confundidos.
—Claro, chico. Y nosotros somos hadas mágicas —respondió Mónica y lo tomó del brazo para llevárselo con ellos—. ¡Nos veremos luego!
Nuestros amigos se alejaron, aunque la mirada de Kevin no se ausentó hasta que dieron la vuelta en la primera esquina.
Estuvimos patinando un rato más hasta que Dylan ofreció invitarme a tomar un chocolate caliente en la cafetería de la plaza. Acepté encantada y nos quitamos los patines.
Aquella cita iba saliendo tan perfecta, pero el hecho de que Kevin hubiera querido quedarse con nosotros me perturbaba un poco. ¿Cómo es que siempre encontraba la forma de robarse el protagonismo de mis pensamientos?
—Oye, Dylan... ¿tú sabes algo de los padres de Kevin? —pregunté cuando estábamos en la cafetería.
—¿Cómo? —dijo él con gesto curioso.
—Sí. Lo que pasa es que yo sé que tus abuelos fueron médicos, todo el pueblo lo sabe. Ahora son jubilados. Los padres de Fred son contadores en la ciudad, los míos abogados, los de Donna son pasteleros y los padres de Mónica se dedican a hacer tatuajes en la ciudad como hobbie después de que su hospital quedó a cargo de otros. ¿A qué se dedican los padres de Kevin?
—Bueno... —empezó con indecisión—, honestamente, me sorprende que lo preguntes. ¿Puedo saber por qué?
—Es solo curiosidad —contesté mientras daba un sorbo al chocolate.
—Yo no sé mucho sobre ellos. Creo que su madre es costurera o algo parecido, pero casi no se le ve en las calles. No, no, no... espera —se interrumpió mientras comía el pastel que había pedido—. Ahora recuerdo... su madre es ama de casa y su padre... la verdad de él no habla mucho.
—¿Cómo es que no sabes si eres su amigo? —cuestioné con curiosidad.
—Kevin no habla casi nada sobre su familia. De hecho, no habla sobre nada demasiado personal. Supongo que para eso tiene a Fred, ellos son amigos prácticamente desde que nacieron —explicó Dylan y yo me quedé un momento pensando.
—¡Suéltame! —gritaba una persona desde fuera de la cafetería. Cuando nos giramos para observar la escena, notamos que eran Fred, Mónica y Kevin. Los primeros forcejeaban y el último chico intentaba separarlos.
No dudamos ni un instante en levantarnos y correr hacia ellos para ayudar a Kevin.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté conmocionada.
—¡Mónica, tienes que escucharme! —gritó Fred que estaba totalmente rojo y sudoroso.
—¡Cállate! ¡Ya no quiero escucharte nunca más! —respondía Mónica frenética—. ¡Nicole, sácame de aquí, ahora!
—De acuerdo, de acuerdo —contesté tomándola del brazo. Miré a Dylan y él me sonrió en señal de comprensión.
—¡Vuelve, Mónica! —dijo Fred que estaba siendo retenido por sus dos amigos.
Caminamos lo más lejos que pudimos y llegamos al área de comida de la plaza. Justo en donde habíamos salido por primera vez Donna y yo con aquella chica.
El delineador negro que siempre portaba, ahora estaba escurrido sobre sus mejillas por las lágrimas y su peinado, en grandes rizos, estaba todo enmarañado.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunté cuando vi que estaba comenzando a tranquilizarse.
—Estábamos en la tienda de discos y una chica se acercó a Fred —relató Mónica con dificultad—. Le habló con tanto cariño y le preguntó si era un hecho que se verían hoy en la noche.
—No puede ser —respondí con incredulidad.
—Claro que sí. Ese idiota me ha estado engañando de nuevo. Ya no lo perdonaré nunca más, aunque me duela —dijo volviendo al llanto.
—Mónica, si él se atrevió a engañarte de esa manera, no merece...
—¡Mis lágrimas, lo sé! Es lo que siempre dicen, pero estas no son para él, son para mí. Para no sentir que algo me come por dentro todo el tiempo.
Aunque traté de decir un argumento distinto, la realidad era que Mónica tenía mucha razón. La estuve acompañando en su llanto y después de un rato le ofrecí un helado.
Su nariz estaba tan roja que estaba casi segura de que el resto de personas creerían que habíamos peleado entre nosotras, pero eso no me importó ni un segundo.
Había llegado a apreciar a Mónica en el tiempo y me sentía muy mal por ella.
Afortunadamente, el antídoto número uno para corazones rotos funcionó y las lágrimas de Mónica cesaron. Después de un par de agradecimientos, la chica me dijo que ya quería regresar a su casa.
Caminábamos rumbo a la salida mientras Mónica volvía a arreglar su aspecto, cuando vimos a alguien que llamó nuestra atención.
Era una joven con el cabello teñido de gris y largas extensiones. Ella era la que fue, antes de que cerraran la escuela, la líder de las porristas, una de las chicas más populares y bonitas de todo el cuerpo estudiantil. Nada más y nada menos que Kimberly White.
—¡Es ella, Nicole! —dijo Mónica entusiasmada, aunque casi de inmediato abandonó la emoción y recobró su temperamento habitual—. Hay que hablarle o el baboso de Kevin no dejará de molestar.
—Vamos —indiqué con una sonrisa y ambas corrimos hacia ella.
Iba con su mejor amiga, Mary Candles, ambas traían un número considerable de bolsas de compras, aunque eso no parecía ser un problema para portar sus tacones altos.
—¡Kim! —vociferó Mónica y la chica giró sus ojos perfectamente delineados hacia nosotras— Kim, necesitamos hablar contigo.
—¿Quién demonios son ustedes? —preguntó la chica con gesto indiferente.
—Creo que la de la sudadera gris es la perdedora "Sanistole", o algo así —dijo Mary, quien sostenía un batido de fresa en una mano mientras colocaba sus costosos lentes de sol sobre su cabello californiano—. La otra es la "amiguita" de Fred Cooper.
—Ya no somos... "amiguitos" —respondió Mónica con amargura y las chicas rieron burlonamente.
—Qué lástima, besa increíble —comentó Mary dándole un sorbo a su batido mientras la cara de Mónica se encendía.
—El punto es... —interrumpí antes de que todo eso terminara en una pelea—. Queremos preguntarte sobre la noche del baile, cuando estuviste con Demian.
La cara de Kim palideció y su amiga se volvió a colocar los lentes de sol para ocultar su gesto preocupado.
—No pienso hablar de él —sentenció la chica de cabellera gris y trató de continuar su paso antes de que Mónica y yo lo obstruyéramos.
—Es información indispensable para...
—No crean que no sabemos qué es en lo que andan —dijo Kim con voz dura—. Se rumora que estás investigando sobre la noche del baile junto a Kevin Baxter. No pienso ser parte de todo eso.
—¿Por qué no? —preguntó Mónica—. ¿Qué es lo que te pasa? ¿No quieres que se salve la escuela?
—¡Claro que sí! —respondió Kim bajando todas sus bolsas de compras—. Claro que sí. Había sido admitida en la escuela de modas junto con Donna. Es solo que ya fui a la protesta y no quiero entrar más en el asunto.
—Creí que no sabías quiénes éramos —argumenté levantando las cejas y ella giró los ojos.
—Vamos a otro lugar —concluyó y tomó todas sus bolsas, nuevamente—. Ahí contestaré todas sus preguntas.
Seguimos a Kim y a Mary hasta alcanzar el último piso de la plaza. Ahí, había un restaurante japonés que tenía compartimentos separados para cada mesa.
Kim pasó y dijo que venía de parte de la familia White. Los meseros se apresuraron a darnos la más privada de las mesas y se ofrecieron a guardar sus compras durante la estancia en el restaurante.
—¿Para qué necesitas una beca si eres tan influyente? —preguntó Mónica mientras el camarero nos traía sodas y una bandeja con sushi de diferentes tipos.
—Bueno, soy influyente aquí y ahora —respondió Kim golpeando suavemente la mesa con sus uñas postizas—, pero no todo es para siempre, ¿saben? Donna y yo fuimos juntas al curso de inducción el mes pasado. ¿No te lo dijo?
—No, en realidad no —respondí sorprendida.
—La conocí ahí y por eso la ayudé en la protesta —explicó tomando sus palillos—. Planeamos hacer un blog de modas juntas.
—Vaya —dije un poco seria—. Nunca me contó nada de eso.
—No es que eso no sea importante —interrumpió Mónica—, pero queremos que nos hables de la noche con Demian.
Las amigas volvieron a tomar una postura diferente.
—Demian —comenzó a decir Kim y sus ojos se inundaron de lágrimas—. Es que... sigue siendo muy difícil hablar de eso.
—¿Por qué? —pregunté bebiendo un poco de mi soda.
—Fue una relación de siete años, tarada. Claro que va a ser difícil —defendió Mary tomando la mano de su amiga.
—Es cierto. Comenzaron a ser novios un año antes que Fred y yo —recordó Mónica con nostalgia—. Eras la primera niña en tener novio en todo el salón.
—Sí, bueno, eso es historia —dijo la chica limpiándose una lágrima—. Todo terminó la noche del baile.
—¿Qué sucedió? —cuestioné y ella suspiró.
—Ese día se convirtió en algo mágico para mí —comenzó a relatar Kim—. Llegué a casa muy temprano para poder arreglarme. Compré el vestido más bonito que pude encontrar, uno que fuera del color favorito de Demian. Él pasó por mí en una bonita limusina blanca... todo se sentía como en un cuento.
—Así mismo hice yo con Fred, ese día —comentó Mónica y una lágrima volvió a resbalar por su mejilla—. Es como si hubieran sacado un fragmento de alguna película y...
—Lo hubieran colocado en tu vida —completó Kim y Mónica asintió—. Fue justo así. Hasta que... le dije. Creí que era el momento adecuado.
—¿Qué fue? —pregunté con impaciencia y la chica rompió a llorar libremente.
—Hay una razón por la que mis padres ya no pagarían la universidad. Claro, si se enteran. En algún punto se enterarán. Es que... estoy embarazada.
—¡¿QUÉ?! —gritamos Mónica y yo y las chicas nos silenciaron.
—No hagan un escándalo de esto, por favor —dijo Kim y volvió a limpiar las lágrimas que habían caído—. Obviamente, Demian es el padre. Cuando le dije, él simplemente me contestó que no quería saber nada del niño en este momento. No pude soportarlo y me puse histérica. Rompí con él en el instante.
—Kim, no teníamos ni idea —expresó Mónica con comprensión y también tomó su mano.
—Quiero tener a mi hijo y quiero darle una vida que sea buena. Por eso necesito la beca, ya veré cómo junto el resto del dinero este año, pero sin ella no podré hacer nada por él —explicó y volvió a llorar.
La situación era crítica, así que nos dedicamos únicamente a acompañar a Kimberly. Las piezas de sushi se terminaron de manera increíblemente rápida, sin embargo, los meseros nos fueron trayendo más y más.
Kim no paró de llorar en varios minutos, cuando se tranquilizó, nos relató toda la historia de amor que había vivido con Demian. Nos dijo que habían llegado a ser tan cercanos que sus familias se habían ido de vacaciones juntas en varias ocasiones.
Mónica no desaprovechó la oportunidad para relatarle su historia con Fred y, por un momento, pareció que no había diferencias entre nosotras. Como si hubiéramos sido amigas toda la vida y las clasificaciones entre populares e impopulares tampoco se notaran.
Después de mucho llanto, muchas risas, críticas y anécdotas, Kim pidió la cuenta y se ofreció a pagar por todas.
Vi mi reloj y faltaba media hora para las siete, así que comencé a despedirme de todas para poder partir a mi casa.
—Kim, antes de irme, te quiero preguntar algo —dije al quedar cerca de la chica—. Cuando terminaste con Demian, ¿viste a alguien... sospechoso, cerca de ahí?
—Ahora que lo pienso... Había un chico de sudadera negra y capucha... Muy raro para el baile —contestó ella reflexionando—. Los demás se veían de lo más común.
—Gracias —le dije y también me despedí de Mónica.
Así que había dos personas que vieron al sujeto de la sudadera negra. No entendía completamente quién era aquel sujeto y qué tenía que ver con lo sucedido en el baile.
¿De qué parte exactamente era culpable Kevin? ¿Por qué no sabía nada del sujeto misterioso?
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Corrí por la calle que desembocaba en el taller de Chuck para poder llegar a mi casa y recibir a la tía Patty, pero, cuando menos me lo esperaba, me encontré con Dylan y Kevin que caminaban charlando por la acera contraria.
—¡Nicole! —expresó Dylan sonriente mientras cruzaba la calle seguido por su amigo—. Creí que no podría despedirme de ti hoy.
—Acabo de dejar a Mónica, ya está mucho mejor. ¿Qué pasó con Fred? —pregunté preocupada.
—Ya se calmó —dijo Kevin que se notaba un poco incómodo.
—Bueno, chicos. Tengo que ir a mi casa para recibir una visita —expliqué y Dylan dio un paso al frente y tomó mi mano.
—Quiero decirte algo... ¿Nos disculpas, Kevin? —preguntó mirando a su amigo.
—Íbamos a jugar videojuegos a tu casa —expresó sin mirarme—. Creo que no hay nada que no pueda escuchar.
—De acuerdo —contestó Dylan con una sonrisa— Nicole, me la pasé muy bien hoy contigo. Y no solo hoy, también en estas semanas. Parece muy pronto, lo sé. Pero lo he estado pensando mucho y, finalmente, si no funciona podemos tomar marcha atrás. Dime... ¿quisieras ser mi novia?
Kevin y yo abrimos los ojos lo más que pudimos e intercambiamos una mirada rápida.
Vaya, tenía al chico más dulce del mundo frente a mí, pidiéndome que fuéramos novios. E incluso ante esa situación, la presencia de Kevin me provocaba unas ganas muy grandes de decir "no".
Ahora los pensamientos y las respuestas se arremolinaban en mi mente y en ese preciso instante mi celular vibró. Era un mensaje de Donna.
—Disculpa un segundo —respondí y para sorpresa de todos, me puse a leer el mensaje de la chica.
Parecía ser el día de las tragedias porque en la pantalla solo yacía la figura de un corazón roto.
"Te llamaré mañana"
Escribí rápidamente y cuando guardé el celular noté de nuevo la mirada de Dylan ansiosa por una respuesta.
Quería huir. No sabía qué contestar y cuando comenzaba a creer que lo mejor sería empezar a correr, Dylan volvió a hablar.
—¿Y bien?
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