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Capítulo Ocho: Reina contra el mundo

La tranquila cena que planeábamos tener se alejó lentamente por la ventana. Mamá danzaba de un lugar a otro ofreciendo a Dylan café, pasteles, golosinas y cualquier elemento que representara una ofrenda.

Mi tía Patty, por otro lado, lucía extrañada e incómoda y me miraba de vez en cuando como si buscara preguntarme algo. Y no es que me incomodara tener a Dylan ahí, él se había comportado de maravilla, pero mi madre me abrumaba demasiado.

Cuando terminó la cena y sorbimos la última gota del café que servimos para acompañar el postre, aquel dulce chico se levantó y agradeció a todos mientras que tomaba mi mano para caminar a la puerta.

—Tu familia es asombrosa —me dijo Dylan con una sonrisa.

Nos habíamos colocado en las pequeñas escaleras que daban a mi entrada. Había verificado que mi madre no nos estuviera vigilando desde la cocina, pero como alcancé a ver uno de sus collares colgando, decidí cerrar la puerta.

—Gracias, Dy —respondí sonrojada—. Me gustaría ir a comer con tus abuelos en algún momento.

—Por supuesto, ellos estarían encantados —dijo y sacó algo de la bolsa de su saco. El chico había vestido muy elegante para el evento—. Te traje un regalo.

La pequeña caja dorada que brillaba entre la oscuridad, se coló hasta mis manos y despertó en mí una verdadera sensación cálida y maravillosa. El suave y corto listón que custodiaba el contenido fue desamarrado por mí, y mis ojos se iluminaron cuando observé un hermoso anillo que tenía una pequeña nota musical como adorno principal.

—Es lindísimo —comenté colocándomelo—. ¿Cómo supiste que adoro la música?

—Kevin dijo algo con relación a eso un día —respondió mirándome con dulzura—. Sé que serás una maravillosa cantante.

—Hace demasiado tiempo que no compongo nada, ni he practicado —dije con un poco de vergüenza.

—Eso no importa, realmente... —comenzó a decir tomando la mano en que me había colocado el anillo—, cuando la música viene del corazón.

El chico colocó su mano en mi espalda y se acercó un poco más.

Sí, era extraño. Nunca había besado a Dylan, pero cuando sentí sus ojos miel tan cerca de mí, un escalofrío me recorrió y me dejó paralizada. Y así seguí... sin responder.

Dylan colocó sus tiernos labios sobre los míos y me rodeó en una especie de abrazo. Pasaron unos cuantos segundos y después se alejó de mí con la mirada iluminada como la envoltura del regalo que me había dado.

—Nicole, eres la chica más increíble que he conocido —pronunció y yo me quedé muda—. Me gustaría que fuéramos novios por mucho, mucho tiempo.

—Vaya, Dy... muchas gracias por tus palabras —dije sin saber qué responder.

—Mañana pasaré por ti al trabajo, ¿de acuerdo? —planteó él con una sonrisa.

—Por supuesto. Cuídate —concluí y le di un abrazo.

Él me plantó, nuevamente, un beso y salió caminando por la calle con un aura de alegría.

—¡Qué guapo es tu novio! —dijo mamá en cuanto volví a casa.

—Mamá —reclamé con pesadumbre—, es mi novio hace apenas unos días. No exageres.

—No exagero, Nicole. Él es adorable, me encantaría verlo más seguido en esta casa. ¿No te encantaría que lo invitáramos a comer el domingo? —propuso ella con una sonrisa.

—Voy a mi habitación —respondí abrumada y me dirigí a las escaleras.

La voz de mi madre proponiendo más eventos para invitar a Dylan me persiguió hasta que cerré la puerta de mi habitación y me lancé a la cama.

Mi mirada se escapó hasta encontrar la mesita de noche. El cuaderno que me había tejido mi abuela yacía a un lado de una lámpara en forma de flor. Aquellas hojas en las que había plasmado mis mejores canciones ahora me parecían ajenas. Hacía mucho tiempo que ya no quería escribir y no sabía por qué.

"¿Por qué no intentas descubrir qué te apasiona en verdad?", recordé en mi cabeza las palabras de Kevin y me levanté para aproximarme al cuaderno.

Pasé las hojas una a una, recorriendo los versos.

Me asustaba el hecho de no poder componer, de no poder encontrar la inspiración nunca. Cerré el cuaderno con fuerza y volví a lanzarme a la cama.

—Nicole, ¿se puede? —dijo una voz a través de la puerta.

—Pasa, tía —respondí con debilidad.

La mujer entró con cautela a mi cuarto y se sentó en el sillón más próximo a mi cama.

—Cariño, ¿qué es lo que pasa? —preguntó ella.

—¿A qué te refieres? —dije incorporándome poco a poco.

—Bien, te gusta ese chico Kevin, pero eres novia de Dylan, ¿no te parece un poco ilógico? —cuestionó ella y yo le sonreí.

—No, tía. Es una confusión. Sí es cierto que Kevin ya no me desagrada tanto, supongo, pero yo soy novia de Dylan. Yo lo aprecio muchísimo y sé que nuestra relación podrá durar mucho tiempo —exclamé y ella asintió lentamente.

—Puede que a todos les haya agradado demasiado ese chico, pero si quieres mi opinión, creo que podrías conseguir a alguien más interesante —dijo la tía Patty y se acercó a la puerta—. Finalmente, tienes toda una vida para encontrar a la persona ideal o para no encontrarla.

No sabía exactamente qué me quería decir mi tía, pero mi mente se distrajo cuando un mensaje provocó el sonido de mi celular.

"Descansa, bonita. No olvides que eres la chica más especial".

Era Dylan. Y mi mente, al recibir tal información, se detuvo y paralizó mis dedos. Tal vez era el cansancio, pero ninguna respuesta se acercó a mí ni por un milímetro. Resolví bloquear el teléfono y dedicarme exclusivamente a tratar de dormir.

💙💙💙💙💙💙💙

No quería aceptarlo, pero sentí una profunda tristeza cuando vi el Coronet Super Bee alejándose por la calle. Afortunadamente, mi tía me había dejado su número de celular y ahora podría hablarle más frecuentemente.

Aquella ocasión quedó para siempre en mi memoria, como el día en que la tía Patty regresó a mi vida.

Después de la gris despedida, mis padres decidieron partir más temprano a la oficina para poder continuar con el caso que había estado consumiéndolos. Jamás había sido bueno cuando un caso tan grande llegaba a la firma, siempre absorbía a mis padres por varios días. Sin embargo, este en especial (el mismo que me había arrebatado la Navidad con mis padres), me parecía verdaderamente extraño.

Ellos siempre me habían hablado sobre la mayoría de los detalles de sus casos, pero ahora, no se había hecho ni una sola mención sobre el asunto. Después de reflexionar un momento sobre el tema, decidí dejar de lado mis dudas y preguntar en la noche a mis padres sobre esto. Los esperaría hasta que llegaran y así terminaría el misterio.

Abordé la calle con la mochila gris y avancé hasta la casa de Fred en donde sería la siguiente reunión.

—Donna no vendrá —anuncié tomando asiento en uno de los sillones.

A la reunión habían llegado ya Dylan, Kevin y Fred. La ausencia de Mónica me hacía dudar acerca de lo bien que había terminado aquella noche después de que castigaran a Donna.

—¿Podemos iniciar? —preguntó Kevin a Fred, él levantó levemente los hombros y asintió—. Bueno... Nicole y yo hablamos con Martin por teléfono. Él dice que también vio a este sujeto de sudadera negra.

—¿Cómo descubriremos quién es? —pregunté colocando mi mochila a un lado.

—Ahora ya sabemos que sí hablamos de alguien importante. Para descubrir quién es, tenemos que buscar quién más lo vio —dijo Kevin jugando con el plumón.

—¿Entrevistaremos a todos los que estuvieron en el baile esa noche? —dijo Fred con ironía. Se mostraba molesto e incómodo.

—Eso nos llevaría una vida —comentó Dylan con tranquilidad.

—Hubo una persona... —comencé a decir mientras reflexionaba—, que estuvo ahí toda la noche. Y que, probablemente, lo vio entrar o salir.

—¿Quién? —cuestionó Kevin con interés.

—Reina Bucket —dije y él sonrió antes de anotar el nombre en el pizarrón blanco—. Ella estaba en la puerta de entrada y, ya saben cómo es, seguro lo recordará.

Todos estuvimos de acuerdo en encontrar a Reina para preguntarle qué era lo que había visto esa noche y, con tal estatuto, terminó la reunión del día.

Había sido muy extraño estar sin Mónica. Sin lugar a dudas, iría a buscarla después del trabajo. No tenía muy claro lo que había sucedido, pero estaba casi segura de que los problemas con Fred no superarían la capacidad de recuperación de la que me había hablado Kevin.

Avanzaba con seguridad hacia el taller de Chuck después de la reunión. Me sentía con toda la fuerza de defender mi lugar con las bases que me había dejado la tía Patty.

Deslicé la puerta que daba a la oficina de mi jefe, encontrándolo con el ceño fruncido acomodando unas notas.

—Buenos días, Chuck —dije sentándome frente a él—, ¿cómo está su hermana?

—Está mejorando poco a poco —respondió con seriedad y se levantó del escritorio.

—Eso es maravilloso... Bueno, ya estoy lista para comenzar a trabajar —exclamé siguiéndolo hasta entrar a la zona del taller.

—Tienes que acomodar...

—No, Chuck —interrumpí con fuerza—. He estudiado un poco sobre autos. Ponme a prueba y te demostraré que puedo aprender.

—Eres una niña muy testaruda —dijo el hombre tomando uno de los trapos para limpiar una herramienta.

—Necesito que  me des una oportunidad —pedí y me coloqué frente a él.

—Te daré una sola oportunidad —expresó Chuck y se acercó a uno de los autos que yacían en el taller—. Solo contesta esta tres preguntas, si aciertas, te dejaré ayudar, pero si no, volverás a tus labores de oficina, ¿de acuerdo?

—¡Adelante! —respondí con emoción y me acerqué para escuchar a la perfección.

—Esta flecha comienza a ascender y casi alcanza el tope —dijo el hombre señalando uno de los indicadores del tablero—. Vas circulando sobre una avenida y el auto no muestra señales de estar descomponiéndose. ¿Qué es lo que haces?

—Esa flecha señala la temperatura del auto —respondí sonriente—. El motor probablemente se está sobrecalentando. Debo orillarme de inmediato, parar la marcha y, de ser posible, colocar anticongelante o esperar a que se enfríe el auto. Eventualmente, debería ser revisado por un profesional.

—Fue demasiado fácil, aunque no creí que la supieras —justificó Chuck colocándose una mano sobre la barbilla—. Bueno... si el auto no enciende a menos que se hagan varios intentos y la marcha va con tirones. Abrimos el cofre y encontramos que las puntas de encendido de las bujías están llenas de carbón. ¿Qué pasó y cómo lo solucionamos?

—Pues... —comencé a decir sentándome en una silla cercana—. Es posible que hayamos abusado de la primera velocidad durante demasiado tiempo, también podría ser que el aire y el combustible se hayan mezclado demasiado o que el sistema de encendido no esté funcionando bien. Otra opción es que la bujía sea demasiado fría para el auto.

—¿Y cómo lo solucionas? —preguntó él sentándose con interés a mi lado.

—Depende del verdadero problema, pero podríamos cambiar las bujías por unas más calientes, claro, antes de revisar que no sea alguna de las otras opciones —respondí y el hombre movió la gorra que traía sobre la cabeza.

—El auto de un cliente estuvo sin uso dos años y medio. Necesita un cambio en el líquido de frenos, pero el cliente quiere saber por qué si jamás lo usó en ese tiempo —dijo Chuck—. ¿Qué respondes?

—El líquido de frenos tiene vida útil de, aproximadamente, dos años. El líquido de frenos atrae humedad y si estuvo detenido tanto tiempo es probable que haya acumulado bastante —respondí y Chuck giró los ojos.

—Voy por la caja de herramientas —concluyó el hombre—. Hoy nos llegó un auto nuevo. Golf MK1, enciende unos segundos y después se apaga. ¿Estás lista para comenzar?

Mi rostro se iluminó considerablemente y di un par de saltitos. A pesar de que él nunca lo hubiera admitido, sé que el gesto de Chuck también se suavizó.

Ese no era solo el día en que yo me convertía en una pieza importante en el taller, sino que también, para mí, era el primer día de verdadero trabajo.

La tía Patty había cubierto muchos temas fundamentales aquella noche frente a mi casa con su Coronet Super Bee, sin embargo, sabía que aún me faltaba mucho por aprender. ¡Y me emocionaba demasiado!

Después de una mañana en la que Chuck y yo examinamos el pequeño Golf color rojo hasta el último detalle, terminamos descubriendo que era solamente un fusible de la bomba de gasolina, aquello que no dejaba que el auto diera marcha de manera adecuada.

Cuando vimos ganada nuestra batalla, el hombre me sirvió en un plato un poco de carne deshebrada y se puso a preguntarme todo aquello que me había enseñado en nuestra primera sesión de aprendizaje. Me pidió que lo ayudara a acomodar unos últimos papeles faltantes en lo que él adelantaba otros autos que ya estaban avanzados.

Prometió, entonces, que, de ahora en adelante, medio tiempo lo dedicaría a la oficina y medio a ayudarlo con los autos. Al fin y al cabo, alguien necesitaba poner orden administrativo.

Justo antes de que dieran las cinco, el dueño del Golf regresó por el auto. Admirar la sonrisa de satisfacción del cliente cuando escuchó que el motor seguía andando no tuvo comparación para mí. Realmente adoraba trabajar junto a Chuck y agradecía infinitamente a la tía Patty por haberme ayudado.

La hora de salida llegó y yo acomodé mis cosas en la mochila para despedirme de mi jefe.

—Nos vemos, Chuck y muchas gracias —dije mientras me aproximaba a la puerta.

—Espero que no te metas en problemas —respondió él con su clásico tono cascarrabias. Yo solté una risita y me giré para toparme con otra persona.

—¡Dylan! —grité sorprendida al tiempo que él me abrazaba.

—Nicole, ¿lista para irnos? —preguntó y Chuck se acercó a nosotros.

—Con que tú eres el vago que andaba rondando por aquí —exclamó él y yo lo miré extrañada.

—Solo estaba esperando a Nicole —justificó Dylan sonrojado.

—¡No me gustan los vagos, fuera de mi taller! Dile a tu abuelo que te discipline mejor —exclamó Chuck molesto y después se fue a encerrar a la oficina.

—¿Qué le sucede? —preguntó Dylan mientras avanzábamos hacia la calle.

—No tengo idea. Él siempre tiene mal humor —dije con una sonrisa—, pero nunca lo había visto tan enojado. Oye... ¿me acompañas a ver a Mónica?

—Por supuesto —respondió y me rodeó con el brazo—, por ti haría lo que sea.

El sol nos envolvió mientras charlábamos por las calles del pueblo. Nuestras sombras se juntaban a la distancia y podía percibir el leve aroma a mango que Dylan desprendía.

Cuando la casa de Mónica (una belleza al estilo victoriano) quedó frente a nosotros, ambos nos miramos con preocupación y llamamos a la puerta. Pocos segundos después, abrió una señora regordeta que tenía los brazos llenos de tatuajes. Era la madre de Mónica.

—Hola, Dylan —dijo ella con seriedad—, ¿qué te trae por aquí?

—Quisiéramos hablar con Mónica, señora —respondió el chico—. Ella es Nicole, también es amiga nuestra.

—Ella está un poco afectada, será mejor que la vean en otro momento —puntualizó la mujer antes de despedirse con la cabeza y cerrar la puerta.

—¿Tú crees que algo muy malo haya pasado esta vez? —cuestioné a Dylan mientras volvíamos a retomar la calle.

—Eso no lo sé... Fred no pudo haber sido tan cruel con ella —dije y yo lo miré—. Él la ama totalmente.

—¿Por qué Kevin y tú dicen eso? ¿Qué es lo que ha pasado entre ellos? —cuestioné y Dylan soltó una risita.

—Demasiadas cosas para mi gusto —dijo y suspiró—. Fred le confesó a Kevin primero que quería salir con Mónica. Cuando me lo dijeron a mí fue sorprendente, jamás había visto a Fred así. Recuerdo que nos escapábamos en las tardes para que Fred pudiera observar a Mónica leyendo en la biblioteca o escuchando música en su cuarto.

—¿De verdad hacían eso? —pregunté y él asintió con añoranza.

—La tarde en que Mónica le dijo que sí quería ser su novia, él estaba tan feliz que le compró un ramo de rosas rojas enorme y se lo fue a entregar mientras le cantaba una canción —relató el chico apretándome un poco más con su brazo—. Solo he visto sonreír a Fred genuinamente cuando está con Mónica.

—Entonces, ¿por qué la engaña? —cuestioné y la sonrisa de Dylan desapareció unos segundos, como si la pregunta le hubiera dolido.

—¿Conoces a los padres de Fred? —preguntó él y yo asentí—. Bueno, sabes que son contadores, se les ve de un lado para otro y pocas veces asistieron a las juntas en la escuela y asuntos por el estilo.

—Mis padres son parecidos —exclamé—. Ellos también trabajan en la ciudad.

—Por lo que sé, tus padres se quieren mucho. Y se les ve siempre contentos y atentos a ti —dijo Dylan con suave seriedad—. Los de Fred no son así. El padre de él engañó a su madre y los abandonó un tiempo. Al volver, ambos se reconciliaron, pero todos sabemos y, desafortunadamente, eso incluye a la madre de Fred, que él no ha cambiado. Hay temporadas en la que sus padres vuelven al equilibrio, pero cuando el hombre regresa a las infidelidades, la casa de Fred solo es una maraña de nervios. Usualmente, es ahí cuando el chico busca a alguien más. Nunca escala a nada, pero... la intención está ahí.

—No puedo creerlo —comenté reflexionando—. Lo que hace su padre no está bien, ¿por qué él lo replica?

—Eso no lo sé —respondió Dylan con tristeza—. Hemos tratado de ayudarlo, pero nunca lo logramos. Él dice que es su forma de alcoholizarse para olvidar. Las chicas son la adicción que tapa sus heridas.

—Mónica es una persona increíble. No merece esto —expresé y él asintió en señal de acuerdo.

—No hay nada que podamos hacer, Nicole —dijo y yo suspiré.

La historia que acababa de contarme Dylan solamente confirmaba aquello que me había dicho Fred la otra tarde. Yo no conocía ni la mitad de lo que eran.

Había visto a los padres de Fred muy pocas veces, sin embargo, eran conocidos en el pueblo e incluso habían trabajado en un caso de desfalco de la mano de mis padres en una ocasión.

¿Cómo es que el caos puede ser ocultado tan fácilmente?

Llegamos a mi casa y él se acercó a darme un beso. Parecía que el inocente atardecer enmarcaba la escena perfecta de despedida, sin embargo, antes de que pudiera terminar de admirar el calmo brillo de sus ojos, mi madre apareció detrás de mí con un pastel para Dylan.

Había llegado temprano y, según papá, había pasado horas eligiendo el postre que pudiera gustarle más al chico.

Gracias al cielo, él rechazó la invitación para cenar (debía ir a cuidar a sus abuelos) y me dejó en casa tranquila con la rabieta que comenzaba a emerger de mí.

—No entiendo por qué te molestas conmigo, Nicole —exclamaba mamá mientras preparaba café y papá solo nos miraba con tranquilidad.

—Es... algo exagerada tu reacción, mamá —dije y su mirada severa me recorrió—. Oigan... tengo una pregunta —pronuncié cambiando el tema.

—¿Qué pasa, hija? —preguntó papá feliz de que se hubiera cambiado el tema.

—No me han contado nada sobre el caso en el que trabajan —dije y ambos se miraron—. ¿Pasa algo que yo no deba saber?

—Bueno... —dijo mamá con nerviosismo—. Nicole, tienes que comprender que algunas cosas son totalmente laborales, son cosas que se separan de nuestras opiniones personales.

—¿Por qué me lo dicen? —cuestioné interesada y papá se adelantó un poco en su asiento.

—¿Te parece si platicamos mañana más tranquilos? —exclamó él y mamá asintió.

—De acuerdo... Iré a mi habitación. Estoy algo cansada —me excusé para levantarme de la cocina.

Arrastré los pies hasta alcanzar la parte de arriba de mi casa y cerré la puerta tras de mí. Volví a lanzarme a la cama y mis ojos volvieron a buscar el cuaderno de letras... sin embargo, no estaba ahí.

Me levanté confundida y revisé si no se había caído por la orilla de la mesita de noche.

—Y aún sigues sin cerrar la ventana —dijo una voz que me asustó tanto que terminé golpeándome la cabeza con la mesita—. Ya te he advertido de las consecuencias, Nicolasa.

—Hace un tiempo que no me decías así —respondí sobando el golpe que acababa de propiciarme.

—No había estado muy de humor —contestó Kevin mientras levantaba mi cuaderno de letras con un gesto travieso—. Son buenas.

—¿Por qué entras a mi habitación y todavía te atreves a hurgar en mis cosas? —cuestioné sentándome en la cama.

—¿Cómo es que recuerdas la melodía si no tienes partitura?

—No sé leer partitura —respondí arrebatándole el cuaderno—. Yo recuerdo la melodía.

—Quiero escuchar una —expresó mirándome de una forma especial.

—No voy a cantar para ti, si es lo que quieres —dije y él se levantó de un salto.

—Entonces, hablemos de otro tema. Parece que tienes problemas con tu mamá y el pequeño y dulce Dylan —expresó de manera burlona.

—Tú ganas —respondí y caminé hacia el armario en donde guardaba mi guitarra. Abrí el cuaderno en una canción al azar y comencé a cantar.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba mis propias composiciones. Me gustaría decir que la interpretación fue perfecta, pero mi canción "Lluvia de estrellas" no era lo que yo esperaba. Desafinaba constantemente y la fuerza de mi guitarra no ayudaba mucho. Sin embargo, Kevin me miraba casi como si estuviera escuchando a Vivaldi en persona.

Y si pudiera... conocerte, entre una lluvia de estrellas —concluí dando las notas finales con mi guitarra.

—Es horrenda —bromeó con una risita maliciosa.

—Bueno, nunca te he visto pintar para poder criticarte —dije regresando la guitarra a su lugar—, pero estoy segura de que es lo más feo que el mundo podría conocer.

—Sí, claro —dijo sonriente—. Perdona, Sadstone, pero soy la persona más talentosa de este universo.

—Dime, ¿a qué viniste? —pregunté riendo.

—Olvidas que soy tu compañero de investigación... Vamos por Reina —expresó él tomando, nuevamente, mi cuaderno para regresarlo a la mesita de noche.

—Está bien —respondí tomando mi mochila gris—. Cómo odio esta cosa —comenté mientras luchaba contra el cierre.

—¿Qué pasó con la otra? —preguntó ayudándome a desbloquearlo.

—¿Cómo que qué pasó? Tu extraño viaje hizo que me la robaran —dije y él asintió sonriendo—. Adoraba la otra.

—Listo —dijo cuándo la mochila logró cerrar—. Sé dónde la podemos encontrar.

Nos deslizamos desde la ventana hasta mi jardín, con esa habilidad que solamente pude haber adquirido por convivir con Kevin, y nos aventuramos por la oscura noche.

—¿A dónde vamos? —pregunté mientras pasábamos junto al parque.

—Reina solía pasar todas sus tardes en la sala de artes de la escuela, pero, ahora que ya no está disponible, el salón Warhol es el lugar de refugio ideal para crear cosas —explicó el chico avanzando.

—¿El salón Warhol?

Por Andy Warhol —respondió riendo.

—¡Ya lo sé! Pero... creí que nadie lo usaba. ¿Tú has ido ahí?

—En ocasiones —respondió ocultando la cara con sus manos antes de ponerse rojo—. No mucho, en realidad.

El salón Warhol había existido desde siempre. Era un bello inmueble que tenía caballetes, pintura, pinceles y miles de materiales perfectos para que un artista pudiera pasar horas y horas esculpiendo, diseñando, pintando, entre otras cosas. Todo de manera gratuita.

Siendo honesta, nunca me había pasado por ahí, no tenía razones para ir. Pero se rumoraba que, cuando no estaban en la escuela, el equipo de artes manuales (al que pertenecía Reina) se encontraba en el salón Warhol.

Doblamos una esquina y el gigante edificio se hizo presente. Se alcanzaba a apreciar cómo algunas personas pintaban en los balcones o cargaban materiales hacia la entrada.

Kevin ingresó al inmueble y empezó a buscar en los salones a Reina. Yo, por otro lado, le dije que necesitaba ir al sanitario, así que me escabullí a la primera planta y entré a los baños de mujeres.

Todo parecía haber sido tocado por las manos de algún pintor. Las paredes lucían bellos murales y los espejos tenían hermosos acabados.

Cuando salí del cubículo observé a una muchacha de lentes ovalados y cabello en una coleta. ¡Era Reina!

—Hola —saludé mientras me lavaba las manos junto a ella.

—Hola —respondió cortante y siguió en su labor.

—Oye... necesito de tu ayuda —dije y ella terminó de lavarse las manos para tomar uno de los pañuelos para secarse.

—Qué lástima. —Caminó hacia la puerta de salida.

—¡Espera!

—¡Quítate de ahí! —gritó Reina al ser obstruido su camino por mí.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Te hice algo? —pregunté y ella cruzó los brazos.

—¿Qué ganas al salir con Dylan Keller? —cuestionó empujando un poco mi hombro—. ¿No te basta con Kevin Baxter?

—Yo no tengo nada con Kevin —aclaré levantando los brazos como si estuviera libre de cualquier culpa—. Y yo no gano nada al estar con Dylan. Él me gusta.

—Por supuesto —dijo irónicamente—. Ni siquiera lo mirabas desde que llegaste a este pueblo y, de repente, todo tu interés se vuelca en él.

—Bueno, así suele suceder, Reina. No tengo malas intenciones —respondí nerviosa—. Además, ¿por qué te interesa tanto?

—¿Sabes remotamente quién ha estado en todos los momentos importantes de Dylan? —cuestionó con molestia—. ¿Quién fue su compañera de ciencias en la feria? ¿Quién intercambiaba el almuerzo con él para que no tuviera que comer mortadela? ¿Puedes imaginar quién es la persona que se ha interesado en él SIEMPRE?

—¿Te gusta Dylan? —dije y ella giró los ojos.

—No eres tan lista como creía, Nicole —expresó y yo apreté mis puños.

—Lo siento, Reina. Dylan y yo estamos saliendo y no hay nada que pueda hacer por ti —expresé y ella me quitó de la entrada.

—Ni yo por ti.

Me quedé un segundo ofendida, pero acto seguido abrí la puerta del sanitario y me dispuse a seguirla cuando me topé con Kevin que apenas se había acercado a Reina.

—Kevin, ya intenté...

—No te preocupes, Nicole —interrumpió Kevin—. Reina dice que está encantada en ayudarnos, ¿verdad?

—Claro —contestó ella cruzando los brazos con fastidio.

—Estamos en una investigación —comenzó a explicar el chico con cierto aire de superioridad—, es sobre la escuela. Nuestro sospechoso número uno es un sujeto con sudadera negra. ¿Viste a alguien así esa noche?

—Llevaba un auto que tocaba Chasing Murders a todo volumen —complementé y ella suspiró.

—Sí... Vi el auto —respondió con pesar—. Lo reconocí por la canción. Era un auto largo y negro que tenía un caballo en el frente.

—¿Un Mustang? —pregunté y ella levantó los hombros.

—Se fue hacia la carretera que da a la ciudad —concluyó.

—Gracias, Reina —dijo Kevin y ella se puso muy derecha.

—No hay de qué... No puedo negarle nada al presidente del club —sentenció y después de mirarnos con malicia se fue.

—¡¿Eres el presidente del club de artes plásticas?! —grité y él soltó un suspiro.

—Sí, gracias por gritarlo de esa forma —dijo y yo me llevé las manos a la boca.

—No puede ser, tú eres el que ha decorado tantos bailes y el que organizó el mural de flores para primavera. Eres el que hizo el corazón gigante con cartas de amor el día de San Valentín y también quién hizo esa pintura de las sirenas, la que está en el salón de Literatura.

—Sí, bueno, ese soy yo —respondió poniendo sus manos en los bolsillos.

—¿Por qué eres anónimo? —pregunté sorprendida.

—Ven, tengo que mostrarte algo.

Cuando tomó mi mano para guiarme, una chispa recorrió mi corazón, así que me solté porque inmediatamente comencé a sudar. Él solo se rio y entró a un salón que estaba bajo llave para cerrarlo detrás de nosotros.

El azul y el violeta dominaban aquel escenario. Había cantidad de pinturas que abarrotaban las paredes, hermosas manualidades brillaban desde las esquinas y los marcos dorados deslumbraban a quien intentara admirar los bellísimos dibujos a carbón que custodiaban estos.

—Kevin —dije asombrada mientras me acercaba a una pintura que tenía fondo violeta y un montón de chispas en tonos azules claro y blancos—... Esto es maravilloso.

—¿No que era "lo más feo que el mundo podría conocer"? —preguntó sonriente y yo lo miré divertida—. Solo Fred y tú los han visto.

—¿Es en serio?

—Totalmente —afirmó acariciando sus rizos con nerviosismo.

—Y entonces, ¿por qué eres anónimo? —repetí y él suspiró.

—Todo esto... es algo más que solo pintura en un lienzo. Es mi vida. Son mis sentimientos, mis miedos... muchas cosas y yo sé que no todos lo entenderían. No estoy listo para que todos lo sepan —dijo y yo asentí.

—Ahora sé por qué les encantaste en la universidad —afirmé y él se acercó.

—¿Te gustaron de verdad? —preguntó sujetando mi mano—. Creo que algunos todavía necesitan más trabajo.

—No, Kevin —contesté sonriente—. Son preciosas. Frescas, originales y misteriosas... Vaya, supongo que son como tú.

—Gracias, Nicole —dijo e inmediatamente me abrazó

El abrazo duró varios segundos y la calidez de todo el arte que nos rodeaba me envolvió tan fuerte que no pude hacer otra cosa, aunque mi cabeza dijera que lo que iba a hacer estaba mal.

Me separé unos segundos de Kevin y él parecía tener el mismo tipo de conflicto por la manera en que me miraba, pero al final, pasó simplemente, y así... nos dimos un segundo beso. 

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