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Capítulo Dos: ¡Salvemos la escuela!


No podía ser, no podía ser.

¿Cómo es que algo tan malo pudo suceder y provocar que clausuraran la escuela?

La cabeza me iba a explotar cada que recordaba las letras del periódico anunciando el fin de nuestra más representativa institución. Y no es que amaramos la escuela como tal, pero vamos, era el lugar donde conocimos a nuestros amigos, en donde hicimos el ridículo, nos enamoramos, odiamos y vivimos. Cada día de nuestra vida estaba dedicado a ese lugar.

Papá y mamá se fueron temprano, afortunadamente. Me duché lo más rápido posible y casi resbalo en mi habitación por la rapidez con que intentaba vestirme para ver a Donna.

Moría por contarle a mi mejor amiga. La presión de esta noticia provocó en mi estómago una sensación peor que una bomba atómica. ¡Santo Cielo!

Nos veríamos en el café que se encontraba a dos cuadras de su casa, cerca del parque principal, el "Green Lab". Aunque aquel no era precisamente el tipo de nombre que todos esperaban para un café de moda, tenía excelentes opciones para pasar toda una tarde charlando con amigos o, como solía hacerlo los sábados por la mañana, con un buen libro a tu lado.

Mi cabello escurría porque había preferido salir corriendo de casa antes que pasar la secadora por mi cabeza. Llegué a la cafetería con la respiración agitada y el corazón a mil por hora, sin embargo, no me detuve mucho en los detalles de mi taquicardia y busqué con la mirada a Donna; la admiré sentada en la mesa del fondo, nuestra favorita (perspectiva perfecta para cotillear o relatar una historia muy triste). En el aire, Unwritten de Natasha Bedingfiel, contrastaba fuertemente con mi tormenta interior.

—¡Donna! —grité con alivio y ella se giró hacia mí con una expresión de alegría al ver que me aproximaba a la mesa.

—¡Tendré que matarte, hermana! —reclamó abrazándome y regresando a su asiento—. La próxima vez que decidas ocultarme algo así te mato.

—¿De qué hablas? Mira, yo me fui porque....

—Espera, espera, primero que nada déjame contarte la tragedia de anoche —interrumpió estruendosamente y dio un sorbo al café helado que yacía sobre la mesa—. Un idiota llamó a la policía, pero eso seguramente ya lo has de haber leído en los periódicos. El punto es que toda la comisaría entró al baile y revisaron la escuela entera. Todos nos asustamos tanto que empezaron a empujarse como maniáticos por todo el estacionamiento. ¡Era una locura! Casi me da un ataque nervioso cuando empezaron a esposar alumnos que habían consumido sustancias "sospechosas".

—¿A ti no te pasó nada?

—¿Que si me pasó algo? En el momento no, amiga, ¡claro que no! Pero no sé si leíste que la escuela está clau-su-rada. ¡No puedo más que detestar al bicho que hizo esto!... ¡O bichos! Estoy segura de que no actuó por sí mismo —dijo con furia y un nudo se me formó en el estómago—. Mi beca en la escuela de diseño de modas... Si me tardo más de dos meses de la fecha que anoté en mi solicitud, cancelarán mi aceptación. ¡Es la mejor escuela de Nueva York, Nicole!

Una lágrima escapó y cayó directo sobre su mejilla llena de colorete. El nudo que se había formado en mi estómago ahora no era menos que una flecha perforando mi interior. No, no podía decirle que yo ayudé a que el culpable no fuera detenido de inmediato.

—Sólo te perdono porque te escapaste en una aventurilla, ¿eh? —finalizó recobrando la compostura.

—¿Aventurilla?

—Kevin Baxter ya subió todas sus fotos a Fotolog. No me quieras mentir —rio pícaramente—. Te escapaste con Baxter... ¿Se besaron?

—Yo... emmm —titubee un momento y los labios se me secaron—. No, no. No fue una salida en particular... interesante.

—¡Pero si te sonrojaste! —señaló burlona y dio otro sorbo a su café.

Las ideas para excusarme comenzaron a escapar de mi cabeza y las manos me temblaban como hace mucho tiempo no lo hacían. En ese instante, mi mirada se distrajo por el brillo de un auto que pasó por la ventana y ahí estaba... Kevin.

—Amiga, espera un momento aquí, por favor —dije rápidamente y me levanté para salir corriendo tras de Kevin que acababa de bajarse de aquel auto con sus amigos: Dylan y Fred—. ¡Kevin! —grité con fuerza para que me notara. Los tres detuvieron el paso y voltearon hacia mí casi en sincronía perfecta.

—¿Nicole? —preguntó confundido.

—Quiere otra cita —dijo Fred sonriendo burlonamente.

—No quiero otra cita... ¡No he tenido ninguna con él! —respondí furiosa. Ese chico tenía la habilidad de sacar de sus casillas a cualquiera con tanta facilidad, que se había convertido en uno de sus hobbies preferidos—. Quiero hablar contigo, Kevin.

—Tranquila, tranquila. Sé que seguro fue un evento memorable... soy simplemente inolvidable, ¿cierto? —dijo Kevin dejando asomar por sus labios una sonrisa traviesa.

—Ya deja de jugar. Tú me mentiste, me dijiste que no era nada serio —expresé y la sonrisa de Kevin se esfumó.

—No sé de qué me hablas.

—Pero es que tú...

—¡No tengo idea de que me hablas, Nadia! —concluyó y me dejó boquiabierta por el grito.

Ese desgraciado no sólo me había utilizado, sino que también planeaba olvidarse de que lo había hecho. Pero la culpa no era de nadie más que mía por haber aceptado aquel plan tan extraño.

No me quedó otra alternativa que tragarme mi orgullo y regresar al Green Lab con Donna.

—Gracias por haberme dejado plantada —exclamó mi amiga en cuanto me senté—. Por segunda vez.

—Lo siento. Tenía que hablar con alguien...

—Claro. Y ese alguien, de casualidad se apellida "Baxter" —sugirió levantando sus cejas.

—No es lo que crees.

—No, no, no. Claro que no —rio Donna terminando su café.

Era casi totalmente imposible dar cuenta a mi amiga sin que supiera que yo fui una cómplice del mal. Ella sabría que por mi culpa, el creador de todo este desastre había logrado escapar sin un rasguño.

Pasamos el resto de la mañana platicando acerca de la clausura de la escuela. No era que el hecho de perder tu escuela sea un tema que ya tengas preparado para una conversación casual, como el saber qué tipo de películas prefieres y por qué; pero ambas estábamos tan preocupadas que lo único que podía calmar tal angustia era bromear sobre el asunto.

Dividimos la cuenta a mitades y salimos para rodear todo el pueblo caminando.

Pasamos muy cerca de la fuente que adornaba el parque principal. Ahí, sentadas junto a la orilla, estaban Allison y Mildred Morrison, las gemelas estrella de la clase de gimnasia.

—¡Donna, Nicole! ¡Vengan aquí! —gritaron al unísono mientras acomodaban unos carteles llenos de pintura fresca a un lado de sus pies—. Necesitamos que miren esto —dijo Allison y levantó uno de los carteles. En letras rojas se leía: "¡Exigimos justicia!".

—¿Qué es? —pregunté al notar los brillantes colores que envolvían las letras rojas.

—Es para protestar contra la clausura de la escuela —continuó Mildred tomando otro cartel que decía: "Sin educación, no le sirvo a la nación"—. Las estamos haciendo para repartirlas al inicio del recorrido.

—¿Habrá una protesta? —preguntó Donna sentándose en la fuente.

—¡Pero claro! No podemos quedarnos de brazos cruzados. Si dejamos pasar muchos más meses, no podremos recuperar las clases a tiempo y no nos graduaremos de la preparatoria tal y como habíamos planeado —explicó Allison mirándonos con un exagerado gesto de preocupación.

—No creo en realidad que las autoridades nos hagan caso —dije con sinceridad—. Somos solo un grupo de manifestantes.

—Claro que no, Nicole. Allison y yo ya pensamos en eso... ¡Hemos pasado la voz a cada persona de la escuela que hemos visto! Nos ayudarían mucho si también ustedes trajeran más gente para la protesta.

—Eso suena sensacional —comentó incrédula, Donna.

—¡Será algo monumental! —dijo Allison riendo mientras tomaba un nuevo cartel en blanco para garabatear nuevas frases en él.

Ocupamos un rato ayudando a las gemelas a terminar varios de los carteles que repartirían. Nos quedamos hasta que la pintura comenzaba a marearnos y las frases ya no llegaban a nuestras ingeniosas y revolucionarias mentes. No estábamos completamente seguras de que malgastar tanto tiempo en un plan que, posiblemente, no funcionaría fuera la mejor idea posible; pero Donna no deseaba otra cosa que la reapertura de la escuela y yo, bueno, yo quería que todo se arreglara lo más pronto posible.

Terminando, Allison y Mildred nos dieron un bonche de volantes para repartir y salieron en búsqueda de más participantes.

—¿Crees que realmente de resultado? —me preguntó Donna mientras caminábamos por la calle con los volantes en mano.

—No lo sé. Tal vez si logramos llamar mucha gente para el lunes en la mañana —comenté y le di un volante a uno de los chicos que pasaba a mi lado—. Aunque... yo tampoco sé si esto funcione.

—¿Y tú cómo estás tomando todo?

—¿A qué te refieres?

—Sí, ¿qué harás si perdemos el año escolar? —aclaró Donna, aunque ambas sabíamos que yo había entendido perfectamente y que solo estaba pidiendo un tiempo para pensar.

Mi futuro era un tema complicado. Desde niña había soñado con convertirme en una famosa cantante que recorriera los mejores escenarios acompañada únicamente por mi guitarra.

En los veranos, cuando me dejaban quedarme en la casa de mi abuela, me la pasaba escribiendo canciones mientras ella tejía un suéter y platicaba sobre sus épocas de juventud. Yo le cantaba mis creaciones finales a la hora de cenar y ella aplaudía sonriente como si se creyera que se encontraba en la primera fila del concierto más importante.

Desafortunadamente, cuando nos mudamos a este pueblo, ya no pude visitar a mi abuela tan seguido y los conciertos a la luz de las velas tuvieron que ser cancelados.

Una noche antes de que me fuera, ella me regaló el cuaderno en el que he escrito todas mis canciones hasta ahora, con cubierta tejida y un enorme corazón rojo en la parte de la contraportada.

Ahora, no todo sueño es perfecto, y la pequeña imperfección en el mío eran dos elementos fundamentales: mis padres. Para ellos la escuela de leyes era mi única opción y muy a pesar de todos mis intentos de sabotear las solicitudes a la universidad, la insistencia con cursos, introducciones y la redacción de cartas y cartas a rectores, parecían tomar fuerza y convertirse en un recordatorio de lo que me esperaba en el futuro.

Había sido aceptada en varias escuelas, pero... yo no quería. Sin embargo, sabía que no me quedaba otro camino que convertirme en otra abogada del clan Sadstone.

—Bueno... No lo sé. No me molestaría que la universidad esperara un poco más —pronuncié, pero al percibir el gesto de preocupación de mi amiga que contagiaba a los nuevos receptores de los volantes cambié de opinión—. Pero, claro. Yo creo que el hecho de que la escuela esté clausurada es definitivamente negativo.

—¿Tan negativo como cuando Lola Greenhouse vomitó en su primera cita? —bromeó mi amiga.

—Un poco menos.

—Amiga, ¿sabes que aún estás a tiempo de cambiar esa decisión? —dijo Donna mirándome de reojo.

Yo solo asentí y seguí caminando. No era tan fácil ir en contra de lo que mis padres decían.

Cuando empezó a oscurecer, ambas habíamos terminado de repartir los volantes. La protesta sería el lunes en la mañana, así que mi amiga y yo nos despedimos enfrente de su casa para descansar.

Donna cerró la puerta y yo caminé a paso tranquilo por la banqueta.

Llevaba las manos en los bolsillos de la sudadera, realmente me gustaba el pueblo en el que vivía. Aunque a muchos les pareciera aburrido o algo soso, la tranquilidad de caminar en la noche por las calles de este lugar no tenía comparación con nada. El viento soplaba suavemente y acariciaba las hojas de los árboles en los jardines de las casas color pastel desgastado. Sin embargo, y cuando menos lo esperaba, la tranquilidad del sedoso vals de las hojas se destruyó.

—¡Sadstone! —gritó una voz conocida al tiempo que algo chocaba contra mi cara.

—¡¿Qué es lo que te sucede?! —respondí asustada, limpiando el huevo que me acababan de lanzar.

—¿Cómo pudiste hacerme eso? —reclamó Martin mientras tomaba otro huevo de la caja que traía y me lo lanzaba.

—¿De qué hablas? ¡No te atrevas a lanzarlo! —exclamé furiosa y recibí otro golpe.

—¡Claro, Nicole me detendré! ¡Así como tú te detuviste para chocar el auto de mi mamá!

Mi cara comenzó a sentirse muy caliente y, por un momento, ya no me importaba recibir los golpes. ¿Cómo pude haber olvidado que fui tan terrible con él?

—Martin...

—¡¿Sabes cuánto tiempo estoy castigado?! —preguntó lanzándome más huevos.

—Martin, perdón...

—¡Ni siquiera podré ir a la protesta por tu culpa!

—¡Martin! —le grité y tomé su mano—. ¡Detente un momento!

Él me quitó de inmediato y volvió su mano a la caja, pero insistí en pararlo y esta vez cedió.

—Martin, de verdad, discúlpame —dije con un tono de voz suave—. Fue tonto de mi parte llevarme tu auto. Me siento muy mal por eso.

—¡No te creo nada! —contestó tirando la caja de un golpe.

—¡Es verdad, en serio! Sé que estuvo muy mal y no merezco que me disculpes de inmediato. Le pagaré a tu mamá los daños, en serio.

—Eso te lo aseguro. Ella fue a hablar con tus padres esta tarde a su oficina —dijo él admirando con satisfacción mi cara de angustia—. Bueno, ahora los dos estamos en problemas.

—Supongo... que es lo más justo —admití amargamente.

—Por supuesto que es lo más justo —siguió Martin acercándose a mí—. Y lo mínimo que me debes ahora por haberme traicionado es decirme, ¿por qué tomaste el auto?

—¿Qué? —pregunté temblando. No había pensado aún en una excusa lo suficientemente buena para justificarme ante Martin.

—¿Por qué lo tomaste? Incluso abandonaste a Donna. Caminamos juntos a casa al final.

Respiré profundamente y busqué algo rápido en mi mente. Tenía el cabello escurriendo y mi sudadera estaba completamente cubierta de los huevos que me había lanzado. Una idea llegó a mi mente y, aunque no me parecía, era el planteamiento más creíble.

—Es que, encontré a un chico que me gusta mucho en el baile —comencé a decir—. Yo quería impresionarlo, así que me llevé el auto. Perdimos el control en la carretera y chocamos. Lo siento mucho, fue... lo único que se me ocurrió.

Esperé un segundo a que me mirara y dijera "¡Sé que mientes!", pero se quedó un momento congelado y luego una sonrisa apareció.

—Dicen que te vieron con Kevin Baxter —comentó soltando una risita—. Qué bien te lo tenías guardado.

El calor regresó a mi cara, seguramente Martin lo notó. Sentía casi como si pudiera convertir en huevo frito toda la clara que me escurría sobre las mejillas. El chico me miró pícaramente y se quitó la chamarra para limpiarme la cara.

—Suerte con eso... —comentó mientras quitaba la mayoría de los restos de su venganza de mi cara—. Y lamento lo de los huevos.

Se volteó sonriendo y comenzó a alejarse.

¡Diablos! ¿Por qué había dicho eso? Ahora Martin creería que Kevin me gustaba. No me importaba mucho lo que ese chico creyera, pero si él lo sabía, probablemente también sus amigos, y los amigos de sus amigos y... ¡rayos!

Tomé mi segundo baño una vez llegué a casa. No solo necesitaba limpiar todo el huevo que me habían lanzado, sino que era urgente para mí un momento de tranquilidad dentro de todo este caos.

El lunes me vería con Donna frente a la fuente en donde habíamos encontrado a las gemelas, para unirnos a la protesta. El recorrido iría desde el inicio de la carretera, rodeando todo el pueblo y terminando en puertas de la escuela.

Era curioso, estaba emocionada por asistir, pero no por mí, mi fuerza para solucionar todo eran los demás: Donna, las gemelas, las mentes más brillantes de la clase, los artistas de la generación, los atletas que prometían ser las siguientes superestrellas... En fin, todos a quienes se les truncarían los sueños por culpa de Kevin.

Cuando terminé de tomar mi baño, me puse el pijama más cómodo que pude encontrar y bajé a la cocina para comer unas galletas con leche.

—¡Nicole! —gritaron al unísono unas voces que provenían de la sala. Mi corazón casi se salía cuando vi que eran mamá y papá mirándome con una expresión muy seria—. ¿Tienes algo que comentarnos?

—Yo... —me interrumpí unos segundos analizando las probabilidades de que ellos descubrieran mi mentira—. Sí, sí tengo. Yo... Es que yo choqué, un poco, el auto de la mamá de Martin.

—¡¿Un poco?! —replicó papá—. ¿Sabes lo mucho que tendremos que pagar a la madre de tu compañero por el accidente?

—Lo siento.

—¡Fue muy irresponsable de tu parte tomar un auto que no era tuyo, fugarte a otro lugar a altas horas de la noche y dejar a tu amiga y al dueño del auto abandonados a su suerte! —dijo mamá repasando mi mirada.

—De verdad lo siento —repetí esquivándola torpemente. No quería que ellos también supieran con quién fui y qué consecuencias tuvo.

—Nicole, pensábamos castigarte sin salir de esta casa hasta que la escuela sea reabierta —comenzó a plantear papá.

—¿No pasará eso? —pregunté sorprendida.

—No. Hemos llegado a la conclusión de que ese castigo lo hemos usado antes y pareces disfrutar mucho de ese tiempo a solas.

—¿Qué pasará entonces?

—Vas a trabajar, Nicole —concluyó papá contundente.

El trato era el siguiente: trabajaría hasta que liquidara por completo la deuda del auto de la mamá de Martin, pero eso no era todo, mis padres eliminarían mí mesada por completo.

Podía salir con amigos o comprar cosas, pero todo, absolutamente todo, tendría que correr por mi cuenta a partir de ese momento. Afortunadamente, el trato tenía dos especificaciones: La primera, ellos seguirían pagando todos los productos y servicios de la casa y yo podía usarlos (solo necesitaba cubrir los gastos de mis salidas externas); la segunda, si la escuela reabría, el trato se recorrería hasta el verano para dar tiempo a mis clases.

Vaya lío en el que me encontraba. ¿Encontrar un trabajo? Nunca en la vida había buscado uno. No era necesario. ¿Qué se supone que debía hacer?, ¿a quién debía preguntarle?

Cuando mis padres se molestaban solían sostener discursos de hasta cuatro horas hasta que su lengua, supongo, ya no daba para más. Sin embargo, al terminar esa primera fase, siempre regresaban a la normalidad con tanta rapidez como a todos nos gustaría que dijera sus discursos.

Una vez que ellos se encontraban en la segunda fase y todos estábamos sentados frente al televisor viendo una película, les relaté sobre la protesta que se llevaría a cabo el lunes.

A pesar de que a Donna y a mí nos parecía poco probable que un pequeño grupo de estudiantes moviera la sensibilidad de todo un sistema jurídico, a mis padres les pareció de las mejores ideas... Claro, muy a mi pesar, no lo suficiente como para dejarme ir, ya que aún no había encontrado el empleo que daría banderazo a nuestro trato. Así que, mientras todos vivían la primera protesta estudiantil en el pueblo, yo estaría encerrada en casa.

💙💙💙💙💙💙💙

Llegó el lunes y yo moría de la emoción.

Llamé unas horas antes a Donna para saber cómo se estaba dando todo. Ella me había dicho que parecía que el evento sería mucho más grande de lo esperado.

No podía dejar de temblar por la expectativa. Había escondido el control remoto para que nadie cambiara el canal, no dejaría que nadie quitara el noticiero local en ese preciso momento. Afortunadamente, mis padres volvieron a irse temprano y yo me quedé en casa sola con un enorme tazón de cereal acompañándome.

Encendí el televisor para poder ver la protesta en vivo, estaba segura de que si me mantenía al tanto, saldría aunque fuese una imagen sobre el asunto.

Casi terminaba mi tazón y todavía no le regalaban ni un solo minuto.

Me levanté para dejar mi plato en la mesa y aproveché para preparar unas palomitas.

Había dejado el volumen bajo porque prefería los sonidos suaves cuando estaba en casa, así que casi me perdí en mí misma durante el tiempo que estuve en la cocina preparando todo lo que llevaría a mi función en primera fila de la protesta.

Vacié las palomitas en una bandeja y regresé a la sala.

Ante mi sorpresa, la pantalla marcaba justo lo que yo esperaba: "Protesta estudiantil se apodera de las calles", así que corrí con las palomitas cayéndose de mi bandeja para alcanzar el sillón.

—... una protesta está creciendo en las calles en estos momentos. Al parecer son los estudiantes de la preparatoria local —comenzaba a narrar el conductor del noticiero—. Vamos con mi compañero Darrel para conocer los detalles.

—Gracias, John. Lo que comenzó como una protesta pequeña, ahora se expande de manera exponencial por las calles de nuestro pueblo. —La cámara enfocó a una multitud de jóvenes que desfilaba por las calles con los carteles que habían hecho las gemelas—. Todo parece indicar que el grupo que circula no solamente es integrado por estudiantes locales, sino que se han sumado jóvenes externos para apoyar la causa.

Era cierto, ninguna de las caras que atravesaban mi pantalla me resultaban conocidas y, aun así, las expresiones de todos eran de franca molestia. Me acomodé en el sillón para seguir el reportaje de cerca, sin embargo, el tema cambió y el noticiero regresó a las notas financieras.

"Amiga, esto saldrá de los planes originales"

Recibí de Donna en mi celular. Me pregunté a qué se refería cuando las notas se volvieron a interrumpir para volver a Darrel, el comentarista en las calles.

—John, con nuevas noticias sobre la protesta, cada vez se suman más y más elementos. Acaba de llegar un camión con más estudiantes de otras preparatorias que demandan la reapertura de la escuela...

—¡La educación es primero! ¡No tienen derecho a arruinar los sueños de los demás! —interrumpió una de las chicas, empujando al comentarista para quedar centrada en la toma.

—...como puedes observar, el control está comenzando a perderse —anunció el hombre recuperando su micrófono—. Cada vez más calles se encuentran obstruidas, lo que está provocando el cierre de comercios en el centro. La comisaría ha sido notificada de los disturbios que comienzan a generarse.

La razón por la cual tantos estudiantes de preparatoria se habían unido a nuestra revuelta la desconocí hasta semanas después. Ya les contaré.

Mi sorpresa al observar las calles de mi pueblo inundadas de estudiantes se elevó cuando observé un acercamiento hacia la calle principal y ahí vi a Donna que se encontraba en una esquina junto a Mary Candles y Kimberly White fabricando nuevos carteles a toda velocidad. Ahora la enorme masa de estudiantes estaba bellamente adornada con cientos de carteles que provocaban, a la vista, la sensación de estar observando un mar de colores moviéndose.

El noticiero pasó de hacer caso omiso a la pequeña protesta de los estudiantes, a mantener la transición en vivo muy de cerca.

Cada vez más negocios se veían forzados a cerrar y las entradas a la carretera comenzaban a reducirse manteniendo a los proveedores citadinos, y a los habitantes del pueblo que laboraban en lugares más lejanos (como mis padres), lejos de siquiera soñar con llegar a sus casas o clientes.

La marcha tocó el punto final y un estruendo magistral se escuchó cuando la escuela fue rodeada por el grupo principal de la protesta, los seguidores abarcaban tantas calles a la redonda que era imposible mantener el funcionamiento normal del pueblo sin ser brutalmente aplastado.

Cuando la luz comenzó a cambiar su intensidad comprendí que esto iba muy en serio y mi idea se confirmó, casi como magia, cuando el comentarista del noticiero anunció que la alcaldesa iba en camino al corazón de la protesta.

La alcaldesa Heart se aproximaba a la muchedumbre entre un montón de fotógrafos y comentaristas. Mi teléfono comenzó a vibrar y lo tomé sin mirar la pantalla.

—¿Diga?

—Nicole, soy mamá. Tenemos problemas para volver a casa, por alguna razón la entrada a la carretera está bloqueada —explicó con una voz preocupada—, ¿tienes idea de qué está sucediendo?

—Estoy viendo la televisión ahora. Está bloqueada por la protesta sobre mi escuela —expliqué mientras bajaba el volumen. Los reporteros bombardeaban a la mujer con preguntas y los protestantes se mostraban más vigorosos al mover los carteles improvisados.

—No puede ser, tus compañeros no bastan para bloquear todos los accesos.

—No sé qué pasó, mamá.

—¿Pero, sí estás en casa? —preguntó mientras la alcaldesa alcanzaba a atravesar la multitud de reporteros para llegar a los protestantes del frente.

—Claro que sí.

—No salgas por nada del mundo —advirtió ella con firmeza.

—No lo haré.

Alcancé a notar que la mujer hablaba con los estudiantes, sin embargo, la expresión de todos reflejaba desacuerdo. Cuando logré convencer a mamá de que yo me quedaría en casa cumpliendo mi castigo (como de por sí ya había estado haciendo), pude regresar el volumen a la normalidad y escuchar lo que pasaba.

—¡Basta, basta! ¡Escúchenme! —decía la alcaldesa con desesperación—. No puedo detener las acciones legales en contra de la escuela. Esa institución es la directa responsable de los hallazgos durante la noche de la inspección. La posesión de drogas y alcohol con menores de edad presentes es una falta mayor y no solo coloca a la escuela en una situación de desventaja legal, sino también ética ante los consejos de honor. No puedo dejar esto impune.

—¡Nosotros no somos culpables! ¡Detengan a los verdaderos culpables! —gritó uno de los chicos y todos respondieron con vítores en señal de acuerdo.

—¡Lo único que puedo hacer es prolongar la audiencia! —gritó la mujer para sobrepasar los gritos—. Prolongarla un mes.

El estruendo se hizo mayor y la alcaldesa tapó sus oídos por un momento antes de tomar aire y continuar.

—Puedo alargar la audiencia un mes, pero ustedes, como comunidad estudiantil, necesitan presentarme argumentos válidos y pruebas contundentes para evitar la clausura de la escuela —planteó la alcaldesa Heart—. Hasta entonces les pediré eviten los disturbios.

Así que ahora tendríamos que presentar evidencia de que la escuela no tenía la culpa. Pero... ¿cómo es que lo lograrían? Si llegaran a descubrir que fue Kevin... ¡Oh Dios! Me culparían a mí también porque yo estuve con él "toda la noche".

El corazón me empezó a palpitar muy fuerte y mejor decidí apagar el televisor.

Mamá y papá tardarían en llegar, así que subí a mi habitación y entré a mi baño para ducharme. Odiaba tener tantos problemas.

Enjuagaba el shampoo de mi cabello cuando comencé a escuchar ruidos extraños. Giré la llave del agua para escuchar con más atención, pero el ruido cesó. Seguí en lo mío, pero el ruido se repitió, así que cerré nuevamente la llave y me puse mi bata de baño para asomarme por la puerta.

—¡Santo Cielo! —grité aterrada cuando vi a alguien sentado en un pequeño sillón que tenía junto a mi ventana.

—Deberías cerrar esa ventana —dijo Kevin mientras miraba uno de los libros que estaban junto al sillón.

—¡¿Qué demonios te sucede?! ¡Sal de aquí, ahora!

—Si cerraras tu ventana, evitarías estos conflictos —aseguró mirándome con una sonrisa.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté mientras cerraba la puerta del baño y buscaba algo para vestirme.

Afortunadamente, había una pequeña repisa en donde mi madre había acomodado los pijamas que ya no me quedaban; así que tomé el que estaba hasta arriba y me envolví en un suéter para salir.

—Qué presentación, Sadstone —rio Kevin al verme con shampoo en el cabello y un pijama demasiado pequeño.

—Solo dime qué quieres para que te puedas largar.

—¿Escuchaste sobre la protesta? —preguntó mirándome fijamente.

—Claro, la vi por televisión, ¿qué hay sobre eso?

—Bueno, entonces seguramente escuchaste sobre el trato de la alcaldesa.

—Ve al grano, Kevin —exigí mientras temblaba por el frío.

—Necesito tu ayuda.

—Qué novedad —comenté girando los ojos.

—Verás... Si ellos investigan estoy frito, además tú también estarás frita —comenzó mientras se levantaba para caminar por la habitación—. Entonces pensé que lo mejor sería que nosotros "descubriéramos lo que pasó".

—¿A qué te refieres? —pregunté confundida mientras tomaba asiento en el sillón que acababa de desocupar el chico.

—Tenemos que comenzar a hacer una investigación, pero no para descubrir quién lo hizo, sino para recolectar evidencia suficiente para otra teoría. Será una nueva teoría que nosotros formaremos.

—¿Cómo piensas hacer eso?

—Cómo PENSAMOS hacer eso —corrigió Kevin—. Todos lo creerán porque nos verán investigando, y nos ayudarán, bueno... tú déjamelo a mí, soy experto en esto.

—¿Y entonces, para qué me quieres?

—Necesito que seas la cara de todo. Si me ven dirigiendo, sabrán que fui yo, eso no puede pasar. —Kevin recorrió con la vista mi tablero de fotografías y tomó una en la que estaba abrazada a mi padre en Navidad—. ¿Qué dices, me ayudarás?

Por un momento pensé en negarme, pero en verdad si atrapaban a Kevin me atraparían a mí, o más bien, me culparían a mí. No tenía más opción que ayudar a que la atención se fuera hacia otra explicación en vez de ganarme el odio de toda la escuela, incluida mi mejor amiga... Pero, ¿y si eso complicaba aún más las cosas?

—Tengo que pensarlo —contesté, él me sonrió cálidamente y se dirigió hacia la ventana para sentarse en el borde.

—Si decides hacerlo, te veo mañana en la cafetería que está frente a la iglesia —concluyó con firmeza y se dedicó a deslizarse por los relieves de mi pared hasta el suelo.

Diablos, a veces los problemas llegan solos, pero, ¿qué pasa si yo misma me los había buscado? Y, más importante, ¿qué pasaría si esos problemas se magnificaban sin control?

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