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Capítulo Diez: El premio al más popular

Lo mejor de mis padres era que ellos comprendían más allá de los actos comunes y analizaban las razones por las cuales alguien solía hacer una u otra cosa.

La noche en que regresamos de la comisaría creí que los castigos me lloverían de manera tan intensa que quedaría empapada como lo había estado antes de que me arrestaran. Sin embargo, al escuchar las razones que tenía para estar en la calle peleando con Kevin, mis padres se sentaron a mi lado y se rieron de los hechos con una tranquilidad que sólo ellos podían tener.

Nos quedamos dormidos viendo una película de acción que aún teníamos guardada en su empaque, y que todavía no nos habíamos atrevido a abrir, esperando el mejor momento para verla.

Cuando desperté, todos estábamos juntos en el sillón con el tazón de palomitas tirado en el suelo. Al admirar tal escena, los tres nos echamos a reír y cada quién se fue a su cuarto para comenzar a prepararnos para el nuevo día.

La reunión de aquella mañana era de vital importancia y la asistencia de todos era un requisito inminente. A pesar de ello, cuando llegué al sótano de Fred, Mónica y Donna seguían ausentes y los chicos sobrantes mantenían un gesto preocupado.

—Fred, ¿y Mó...? —comenzó a preguntar Dylan cuando su amigo se levantó.

—¡Iniciemos la reunión! —dijo Fred parándose junto a Kevin y su pizarrón.

—Bueno... —exclamó Kevin destapando el plumón. Lucía mucho mejor que la noche anterior, había recuperado su antigua energía y ahora parecía preparado para seguir con la investigación—. Nicole y yo tenemos el nombre.

—¿En serio? —interrogó Dylan asombrado.

Kevin asintió y sonriente anotó en el pizarrón "Chad Pennington"

—Ese es nuestro hombre, según el registro él es de la ciudad —dijo el chico tapando el plumón y todos nos quedamos en silencio admirando el nombre.

—No tengo ni idea de quién es —expresó Fred observando el pizarrón con profundidad.

—Tampoco nosotros —confesó Kevin y su amigo lo miró fastidiado—, pero lo averiguaremos.

—Alguien debe conocerlo, invariablemente —dije y todos asintieron.

—Tenemos que descubrir quién sabe algo de él, ¿alguno tiene ideas? —cuestionó Kevin y los demás se quedaron callados.

Fred recorrió el cuarto con una mano en la barbilla para después flexionar sus largas piernas con la intención de sentarse en uno de los sillones del fondo.

—Creo imaginarme quién podría saber —sentenció Fred y todos lo miramos con interés—. ¿Recuerdan el día de la protesta?

—Es algo difícil de olvidar —comentó Kevin sonriendo.

—Fue un éxito por una razón. Los estudiantes de las preparatorias de otros pueblos y de la misma ciudad vinieron a ayudarnos —recordó el chico satisfecho por su descubrimiento—. Significa que alguien les avisó, alguien que es popular y que podría convocar a las masas. Esa persona puede conocer estudiantes de la ciudad.

—¿Quién es esa persona? —preguntó Dylan.

—Error mío. "Esas personas" son las gemelas Morrison —concluyó y todos asentimos en señal de aprobación a su idea.

—Después de tu trabajo iremos a hablar con ellas —propuso Kevin mirándome.

Sentí un golpe en el estómago y me quedé un momento congelada antes de responder.

—No puedo —contesté rápidamente.

—¿Saldrás con el caramelo humano? —preguntó Kevin arqueando la ceja de manera divertida.

—No —respondí al notar la confundida mirada de Dylan recorriéndome—. Es que... tengo una cena... Sí, una cena familiar.

—¿A las cinco de la tarde? —cuestionó Kevin y yo suspiré.

—Tengo que ayudar a mis padres a preparar la comida... Vendrá a cenar su jefe a casa y... tenemos que recibirlo. Una cena familiar de trabajo —concluí nerviosa al tiempo que todos me examinaban.

—De acuerdo —concluyó Kevin con ironía—. Entonces será mañana, ¿no tendrás otra "cena familiar de trabajo"?

Al notar mi negativa, la reunión se dio por terminada y todos nos retiramos. No podía decir que me reuniría con Fred después del trabajo, no quería que todos supieran que buscaba respuestas acerca de lo que pasaba en casa de Kevin.

Además, no estaba segura de que él quisiera que se supiera sobre la pequeña reunión secreta entre nosotros.

De cualquier forma, ninguno de los dos dijo nada y actuamos con naturalidad. Al despedirnos simplemente intercambiamos una mirada de complicidad como si estuviéramos confirmando nuestro encuentro y cada quién siguió su camino.

El asunto me estuvo atormentando todo el día, escapándose en cada minuto en que yo intentara pensar en algo diferente a la reunión con Fred.

Finalmente, dieron las cinco y yo tomé mi mochila con una agilidad impresionante para lograr alcanzar la casa del chico.

El naranja comenzaba a reinar en el pueblo, nuevamente. El timbre de Fred envolvió la casa y el eco que este causo parecía indicar que los padres del chico aún no llegaban.

—Nicole —saludó Fred abriendo la puerta—, pasa.

Ambos bajamos hacia el sótano y él sacó un par de latas de refresco del pequeño frigorífico que acababa de instalar. Me entregó una y se sentó en el sillón de enfrente.

—Cuando recibí tu mensaje estaba a punto de enviarte uno —dijo mientras abría su lata—, creía que me volvía loco para tener que pedirte ayuda.

—¿Qué es lo que necesitas? —pregunté y él negó con la cabeza.

—Dime tú qué querías de mí —replicó él y yo suspiré.

—Lo mío es algo delicado —expresé pasando la fría lata entre mis manos.

—¿Quién dice que lo mío no? —cuestionó Fred y yo le sonreí levemente. Coloqué la lata en la mesa de enfrente y me armé de valor.

—Necesito que me hables sobre los padres de Kevin —pedí y él se quedó con la boca entreabierta y la mirada fuerte—. Sé que ya me habías dicho que no era mi asunto, pero, cuando fuimos arrestados, noté algo extraño. Yo aprecio mucho a Kevin, quiero ayudarlo. No puedo si nadie me dice qué es lo que sucede.

—Vaya —expreso Fred suspirando—, ¿es verdad que tú lo aprecias?

—¿Por qué habría de mentirte? —Fred dejó la lata a un lado y se acercó un poco más a mí.

—Kevin y yo nos conocimos en jardín de niños —comenzó a relatar el chico con una pequeña sonrisa asomando por sus labios—. Nadie quería juntarse conmigo porque yo mordía al resto de los niños... Tenía un par de conflictos en casa.

—¿Fue por tu papá? —pregunté y él asintió sonriendo.

—Veo que Dylan no sabe guardar un secreto —comentó y yo me sonrojé un poco—. De cualquier forma, Kevin fue el único que se acercó a mí en esos tiempos. Era el niño más inquieto que habían tenido las profesoras. Nadie lo aguantaba más de dos horas y el resto de alumnos no sabían seguirle el juego. Cuando comenzamos a ser amigos sentí, por primera vez, que yo podía importarle a alguien.

—¿Dylan fue su amigo en esos entonces? —cuestioné y él soltó una risa.

—Para nada, él comenzó a ser nuestro amigo un año antes de que tú llegaras —respondió y yo me acomodé en el sillón para seguir escuchando la historia—. Al salir de jardín de niños e ingresar a primer año en la escuela del pueblo, comencé a notar todas esas cosas que tú has notado. Él nunca hablaba de sus padres, no quería que fuéramos a jugar a su casa y siempre que había juntas, su madre se quedaba unos minutos y después se iba... Sabes Nicole, no sé si debería contarte esto —comentó el chico y yo me puse el cabello tras la oreja.

—Te prometo que no le diré nada a nadie —dije con seriedad y él suspiró.

—Un día la maestra nos dejó un proyecto especial. Teníamos que trabajar en equipo, pero mis padres no iban a estar en casa y no permitían que nos quedáramos solos. Teníamos solo siete años. Mi madre habló con la madre de Kevin y le pidió que nos dejara hacer el proyecto en su casa. La mujer accedió a regañadientes después de que ella le insistió hasta la muerte. Mamá es muy persistente —agregó con suficiencia.

—Lo imagino —respondí dando un sorbo a mi refresco.

—Aquella tarde Kevin lucía más nervioso de lo normal. No habló mucho durante clases y su gesto parecía muy angustiado —relató Fred pasándose una mano por la frente—. Y fue ese día que lo descubrí... Terminando la escuela, nos dirigimos a su casa. Está del otro lado del parque principal. Llegamos y Kevin revisó que no hubiera nadie para dejarme entrar. La casa parecía abandonada y recuerdo que sentí mucho miedo al estar ahí. El papel tapiz estaba amarillo y con grandes manchas café, la madera del piso parecía ser muy vieja y crujía tétricamente cada vez que dábamos un paso. Fue espeluznante.

—Me imaginaba diferente la casa de Kevin —comenté y Fred asintió.

—Yo también —agregó siguiendo con el relato—. Nos sentamos en una mesa que tenía pésimo aspecto, parecía que había sido arreglada improvisadamente y se tambaleaba de vez en cuando. Su madre llegó pocos minutos después con un reloj en la mano. No me saludó, ni siquiera notó mi presencia. Pero todo cambió cuando él apareció.

—¿Quién?

—Frank Baxter —respondió y un escalofrío me recorrió.

—El papá de Kevin —articulé. Él me miró con tristeza.

—Se escucharon pasos en el ático de la casa. Kevin se puso a temblar de inmediato, parecía que no contemplaba su presencia. Cuando bajó pude verlo, un hombre alto, con rostro fúrico y complexión gruesa. Me miró con repulsión antes de caminar hacia la cocina en donde estaba la madre de Kevin. Mi amigo solo me miró con terror antes de que comenzaran a escucharse gritos, como de una pelea. El hombre le reclamaba a ella el haber traído un extraño a casa. Luego, todo se volvió más y más intenso, hasta que los ruidos solo implicaban vidrios rompiéndose y gritos de dolor.

—¿Él la golpeaba? —pregunté con un nudo en la garganta. Fred asintió.

—Lo sigue haciendo —aclaró—. Kevin comenzó a llorar en silencio, yo no sabía qué hacer. Después de un rato solo me miró, limpió sus lágrimas y me dijo: "Por favor, no se lo cuentes a nadie". Yo era el único que conocía su historia hasta que comenzó a asentarse mi relación con Mónica.

—¿Mónica lo sabe?

—Por supuesto. ¿Recuerdas el día del viaje a la ciudad? —cuestionó y yo afirmé—. Bueno, gradualmente, cuando Kevin creció, toda la agresión también se volcó sobre él. Ese día Kevin estaba muy triste porque su padre le había roto un brazo a su mamá. Él intentó defenderla, pero fue empujado por su padre y perdió la conciencia unos minutos. Nos contó todo en mi casa antes de irnos.

—Pero, ¿por qué hace eso? —cuestioné con ira—. Son su esposa y su hijo.

—Yo no lo sé. Kevin dice que su padre tiene problemas con el alcohol. Llega ebrio casi siempre en festividades grandes como...

—Navidad —completé recordando el día en que tocó a mi puerta—. Él inventó eso de que no celebraban en su casa, ¿cierto?

—Claro que sí. Siempre que está tan ebrio comienza a insultar a Kevin. Eso yo lo vi una vez... Pasé por él para ir a una fiesta y su padre salió detrás gritando que el chico era una pérdida de tiempo para la humanidad, un estúpido sin futuro. Es por eso que Kevin decidió no tomar alcohol nunca.

—¿Qué? —pregunté con incredulidad.

—Él no toma alcohol, ¿no te habías dado cuenta?

—Pero... se suponía que me besó en Navidad por el vino —dije y Fred soltó una carcajada.

—Nicole, creo que ya está bastante aclarado ese punto... Todos sabemos que le gustas a Kevin. Siempre le has gustado. Solo inventa excusas para acercarse —explicó y yo me quedé congelada.

—Por eso la madre de Kevin siempre luce tan nerviosa —dije cambiando de tema.

—Frank comenzó a aumentar reglas en su casa conforme fue pasando el tiempo. Sara no puede tener amigos, ni salir más de treinta minutos de su casa, por eso siempre trae un reloj. Kevin ama a su madre, sufre mucho cuando la ve tan mal.

—En su familia no saben que pinta —comenté y él suspiró.

—El padre destruyó el cuaderno con sus primeros dibujos. Desde ese día él pasa horas en el Warhol pintando lejos de todo... Nicole —dijo Fred mirándome con severidad—, a Kevin no le gusta que los demás sepan sobre esto porque no quiere causar lástima. A él le gusta brillar por otras cosas. Te ruego que lo sigas tratando igual.

Yo asentí y él se quedó satisfecho. El corazón me palpitaba muy fuerte y mis ojos buscaban el momento perfecto para dejar correr las lágrimas, pero estaba ahí con Fred y prometí no volver todo tan sentimental.

Recobré la fuerza y volví a la conversación con toda la normalidad que pude.

—¿Y tú qué querías pedirme? —pregunté y él se echó para atrás en el sillón.

—Nicole, de verdad necesito que me ayudes a recuperar a Mónica —expresó con toda la seriedad del mundo.

—¿Cómo? —cuestioné interesada.

—No han resultado del todo bien mis intentos. Cuando fuimos a caminar comenzó bien, pero en cuanto ella inició sus reclamos yo también me enfurecí y terminamos peleando —relató y yo sonreí—. Es que yo quiero que vuelva, pero no sé cómo. Tú eres algo así como mi amiga y si lo eres, vaya, eres la única.

—¿Qué tanto estás dispuesto a hacer para recuperarla? —pregunté y él se incorporó para tomar la expresión más seria que encontró.

—Lo que sea.

—Bueno, yo creo que en primer lugar deberías aceptar que lo que haces está mal.

—Pero es que... —interrumpió y yo lo miré con severidad—. De acuerdo, de acuerdo, ¿y después?

—Lo que haces quizá no lo entiendas, pero si quieres recuperarla necesitas hacerlo.

—¿Cómo se supone que haga eso?

Me quedé un momento mirándolo, para suavizarlo.

— Con un terapeuta, Fred. Necesitan ir con una persona que los guíe, solo así podrán sustentar lo que tienen—solté al tiempo que él suspiraba esperando esa respuesta.

—Sí, lo haré. Buscaré uno cuanto antes —aseguró con sinceridad—, mientras tanto, ¿qué más puedo hacer? 

—Tengo una idea —dije con emoción y él se levantó tras de mí.

Recuperar a Mónica no iba a ser sencillo después de todo lo que había hecho Fred, pero, al final, yo creía firmemente en que era real el amor que se tenían. Solo debían aprender a llevarlo de una manera sana.

Cruzamos todo el pueblo sin que yo dijera una palabra sobre lo que planeaba. Los sentimientos que tenía Fred por Mónica deberían ser expresados, según mi punto de vista, de manera más clara para ella. Y es que, como había dicho antes, el problema no era que no se quisieran, sino que no sabían llevar ese amor a un punto bueno para ambos y eso es lo que empezaría a hacer Fred esa noche.

—¿Qué demonios hacemos aquí? —preguntó él observando el pequeño lugar hecho de madera fina que ocupaba toda nuestra vista.

—La familia de Mónica es de México, ¿no es así?

—¿Y por eso estamos en el restaurante mexicano? ¿Le vamos a llevar unos tacos? Vaya, Nicole, esa chica es capaz de romperlos en mi cabeza —reclamó Fred y yo reí.

—Necesitamos ayuda —dije con firmeza y entré al restaurante.

El ambiente del lugar era placentero. Las pequeñas manualidades que decoraban las paredes habían sido hechas por los voluntarios del equipo de arte de la preparatoria que hubieran querido dar a conocer sus obras.

Cuando ingresamos, no supe exactamente a quién dirigirme, sin embargo, estuve planteándole la situación a una mesera hasta que esta llamó a la dueña y ambas escucharon mi plan con interés. Después de reír un segundo por lo improvisado del asunto, la dueña me dijo que tres de sus hermanos ya habían terminado sus labores y que estaban dispuestos a ayudar con la idea.

La noche comenzó a avanzar, al tiempo que los hermanos de la dueña bajaron a las mesas del restaurante con un par de instrumentos y dieron inicio a la tarea.

Todos nos miraban con ojos curiosos mientras los hombres nos mostraban la pronunciación exacta de una canción que, según ellos, era perfecta para ser cantada por Fred.

El chico me lanzaba de vez en cuando una mirada extraña, como si dijera "espero que esto funcione". Yo estaba más que segura de que Mónica adoraría un gesto tan lindo por parte de Fred.

Aquella fue una de las noches más divertidas. Yo adoraba a las personas del restaurante mexicano, siempre lucían tan felices a pesar de todo el trabajo que hacían. Cuando recién llegamos al pueblo fue uno de los primeros lugares en los que comimos y, a partir de ese momento, yo pedía celebrar cada cumpleaños ahí.

Todos los comensales y el equipo de trabajo se involucraron en el plan para recuperar a Mónica. Se acercaban dándonos consejos y recomendando arreglos para la melodía.

Cuando la canción quedó más que memorizada y los hermanos proclamaron estar listos, los cinco salimos con decisión hacia la casa de la chica.

Fred parecía muy nervioso. Usualmente, su gesto era incorruptible y la dureza de su personalidad te hacía creer que nada en el mundo podría volverlo débil, pero ahora, daba la impresión de poderse deshacer con un simple soplo de viento.

Llegamos a la casa de la chica y los hermanos preguntaron la ubicación del cuarto de Mónica. Rodeamos el lugar tratando de causar el menor ruido posible, para poder terminar bajo uno de los balcones de la casa blanca.

Todos nos colocamos en posición. Los tres hermanos traían sus guitarras y yo había sido provista de unas maracas para llevar el ritmo. Fred se paró en frente de nosotros y se limpió el sudor con la manga de su sudadera.

—¿Estás listo, muchacho? —preguntó uno de los hombres y él asintió.

El sonido de las guitarras inundó el ambiente y Fred comenzó a temblar al tiempo que se acercaba su entrada. Antes de comenzar, volteó a verme y yo le sonreí con calma. Ya era momento de arreglar las cosas.

Que se quede el infinito sin estrellas, o que pierda el ancho mar su inmensidad, pero el negro de tus ojos que no muera y el canela de tu piel se quede igual. —El chico pronunciaba con dificultad y su voz se notaba temblorosa e inestable, sin embargo, no pasó mucho para que la luz de la habitación de Mónica se encendiera—. Si perdiera el arcoíris su belleza y las flores su perfume y su color. No sería tan inmensa mi tristeza, como aquella de quedarme sin tu amor.

—Está funcionando —comenté con alegría admirando a Mónica salir hacia el balcón con una bonita bata de dormir bordada. Cuando la mirada de ambos se cruzó, Fred se debilitó un poco más y un color pálido lo invadió.

Me importas tú y tú y tú, y solamente tú y tú y tú. Me importas tú y tú y tú y nadie más que tú. —Mónica se recargó en la orilla del balcón con gesto inexpresivo. Sin embargo, Fred notó que lo que estábamos haciendo sí era acertado y que ella mostraba un leve interés por saber qué pasaría. Jamás había visto algo parecido, pero los nervios abandonaron a Fred de un golpe y el coro dejó de ser un lamento para la historia de los cantantes, convirtiéndose en versos expresados con fuerza y sentimiento—. Ojos negros, piel canela que me llegan a desesperar. Me importas tú y tú y tú, y solamente tú y tú y tú. Me importas tú y tú y tú y nadie más que tú.

Durante los segundos que correspondían solamente a las guitarras de los hermanos, Mónica y él intercambiaron fuertes miradas. Todo cambió cuando la seriedad de Fred escapó por la ventana y se puso a bailar al ritmo de la melodía.

La chica comenzó a reír y su mirada volvió a brillar. Parecía como si nadie estuviera ahí en ese momento más que ellos dos y la cápsula que los protegía fuera la canción.

Cuando las guitarras dieron su última nota. La chica se ajustó la bata y regresó a la habitación.

Todos nos quedamos un segundo dudando si ella ya no regresaría o si se había dedicado a bajar las escaleras para encontrarnos.

Ese segundo se prolongó por demasiado tiempo hasta que la puerta trasera de la casa se abrió y Mónica salió cruzada de brazos para cubrirse del frío.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —preguntó con suavidad la chica.

—Mónica... —comenzó y se quedó un momento pensando antes de tomar aire y continuar—. Yo acepto que está muy mal lo que te hago.

—No solo es muy malo, es terrible —respondió la chica. Fred parecía querer responder negativamente ante esa afirmación, pero se detuvo y colocó sus manos sobre los hombros de la chica.

—Es muy difícil para mí acepar lo que hago porque es complicado aceptar que mi papá me afecta tanto como para fallarte a ti también —dijo el chico y todos nos quedamos helados—. Y mi intención nunca fue alejarte, porque, te amo, Mónica. Sí que te amo y no quiero perderte de esta manera. ¡Y de ninguna otra! Es por ello que ya decidí que iré a una terapia, podemos ir juntos si quieres.

—Yo sé que tu padre te ha hecho daño —expresó Mónica sin dejar de cruzar los brazos—. Eso no te justifica.

—Entiendo —dijo Fred y se dio media vuelta.

—No me dejaste terminar —gritó ella logrando que el chico se detuviera y volviera a pararse frente a ella con ilusión.

—Eso no te justifica, pero me alegra que al fin aceptes que me lastimas —expresó mirándolo con fuerza—. Sé que no cambiarás de un día para otro, y que yo también he cometido errores con esto. Así que claro que me encantaría acompañarte

—¿Eso qué diablos significa? —preguntó Fred con gesto de angustia y Mónica rio.

—Pedazo de idiota —expresó ella abrazándolo—, significa que volvemos. Pero que debemos trabajar en lo nuestro, desde la raíz.

—Te lo juro —pronunció el chico lleno de emoción y acto seguido le dio un largo beso.

—No sé por qué te hacen caso esas chicas si eres tan feo —comentó Mónica riendo y él le dio un beso en la mejilla.

—Dicen que si sales con alguien muy lindo sube tu categoría en belleza automáticamente —respondió él y la chica soltó una carcajada para después brindarle otro beso.

Agradecimos a los hermanos e intentamos pagarles, pero ellos dijeron que haber ayudado a que una pareja se reuniera era más que suficiente. Caminé junto a los hombres hasta el restaurante y después volví sola a casa.

Estaba muy feliz de que Fred y Mónica hubieran regresado, pero ahora que toda la felicidad había terminado, mi mente volvía al asunto de Kevin.

No podía creer que alguien como él viviera una situación tan dramática. Siempre se le había visto sonriente, enérgico y lleno de vida. La oscura realidad del chico me provocó un escalofrío macabro.

Al día siguiente, Kevin y yo iríamos a entrevistar a las gemelas Morrison para averiguar quién era el dichoso Chad Pennington que tanto había salido en nuestras investigaciones. Después de eso, estaríamos a un paso de completar todo, terminando justo en tiempo para el juicio.

Kevin decía que aún faltaban unos detalles por pulir, pero que nuestra coartada estaba casi perfecta.

Seguramente iba a ser muy extraño ver frente a frente al chico ahora que sabía la verdad. A veces la idea que se tiene sobre una persona no está completamente apegada a la realidad y cuando nos enfrentamos a esa persona como es, sin nuestro ideal, asusta.

Mi estómago estuvo revuelto toda la noche pensando en lo que probablemente podría pasar cuando viera, por fin, a Kevin.

Cuando el día desplazó a la noche y partí a mi trabajo, las ansias se intensificaron provocando que configurara mal la presión de la llanta en la máquina de aire comprimido, provocando que el cliente tuviera que volver por lo extraño que se sentía su auto.

—No estás concentrada —me dijo Chuck mientras encendía la máquina.

—Lo siento... ¿Recuerdas cuando te pregunté sobre Kevin Baxter? —pregunté y él sonrió.

—¿Ya te enteraste?

—Me cuesta trabajo entender cómo es que algo tan malo le puede pasar a alguien así —dije y él comenzó a quitar la tapa de la válvula.

—Verás, Nicole. Creo que podemos imaginar muy fácil quién es bueno y quién es malo. Qué tipo de cosas merece una u otra persona, pero, la realidad es, que las cosas positivas y negativas pasan en nuestra vida, oscilando constantemente. No es que lo merezcamos o no, simplemente es parte de la vida de todos —expresó Chuck con un gesto sabio en su rostro.

—Eso es muy profundo —comenté con una leve risa—. Yo no recuerdo que me haya tocado vivir algo tan triste.

—Bueno, a lo mejor no de la misma manera —dijo y yo asentí como si la idea se fuera acomodando en mi mente.

—¿Irás al juicio? —pregunté con entusiasmo.

—¿Crees que voy a ir a ver a un grupo de adolescentes jugando a ser abogados? —argumentó él y yo sonreí.

—Entonces esperaré verte entre el público —afirmé mientras soltaba una risa.

Con el paso de los días la relación con Chuck había sido mucho mejor. Me gustaba pasar horas con él reparando autos o dándoles mantenimiento al tiempo que charlábamos sobre lo que fuera. Había encontrado, además, en esas tardes, un momento para poder alejarme de todo el bullicio de la investigación. Yo adoraba ir a trabajar.

Al terminar mi turno, me despedí de Chuck y me dirigí hacia el parque principal, en donde había quedado con Kevin para buscar a las gemelas. Llegando, me senté en el borde de la fuente con las manos en los bolsillos y la mochila a mi lado.

El día parecía bastante tranquilo, los pájaros cantaban a bajo volumen como si decidieran respetar esa paz y los árboles se balanceaban poco a poco al tiempo que armonizaban la vista.

Cuando el paisaje logró alcanzar todos mis sentidos y yo empezaba a relajarme, sentí una mano en mi hombro. Me levanté de un golpe y volteé para encontrarme a ese chico con el que había pasado tantas cosas desde aquel baile.

—Hola, Nicole —dijo Kevin sonriente. Un escalofrío me recorrió al recordar toda la historia que me había contado Fred. Miré hacia el fondo del parque con melancolía y después volví mi mirada hacia él tratando de disimular.

—Me alegra que llegues temprano —solté al tiempo que comenzaba a avanzar por la calle—, ¿ya sabes en dónde encontraremos a las gemelas?

—Escuché que Allana Boston está dando una fiesta hoy —explicó acomodando sus chinos—. Casi es seguro que ellas estarán ahí. Debemos ir.

—No me avisaste que iríamos a ninguna fiesta —reclamé con una sonrisa.

—En realidad, me enteré hace poco —respondió—, además, creo que nos hace falta salir... A divertirnos, claro.

—Está bien —acepté tranquila y ambos seguimos caminando.

El silencio reinó entre nosotros un tiempo hasta que mi celular comenzó a sonar. Miré la pantalla al tiempo que lo sacaba de mi bolsillo y me di cuenta de que era Dylan.

—Hola, Dy.

—Hola, bonita. Me preguntaba si estás ocupada —dijo él por el auricular. Kevin metió sus manos en la sudadera como si intentara desaparecer.

—Sí. Recuerda que iba a ir con Kevin a entrevistar a las gemelas.

—Es cierto, lo olvidé por completo —expresó él con una risita—. Lo siento. Solo quería invitarte a cenar. Bueno, de hecho, mis abuelos quieren invitarte a cenar.

—¿En serio? —pregunté sobresaltada.

—Por supuesto. Dicen que les gustaría poder charlar contigo e invitarte a comer la famosa tarta de fresas de mi abuela —propuso ilusionado. Me quedé un momento sin saber qué contestar, me parecía muy pronta esa reunión, pero no podía rechazarla—. Entonces, ¿qué te parece si nos vemos mañana después de tu trabajo?

—¿Para ir a cenar?

—Claro que sí —afirmó él con entusiasmo—. Paso por ti y nos vamos a mi casa.

—Bueno, está bien —expresé con inseguridad.

—Así quedamos entonces. Te veo, Nicole. ¡Cuídate mucho, bonita! —se despidió y yo corté la llamada.

—¿Todo bien? —preguntó Kevin con cautela.

—Sí, sí —afirmé y él me miró de reojo.

—Escuché que Fred y Mónica regresaron —dijo el chico tratando de cambiar de tema—. En la mañana hablé con él.

—Es un alivio, ¿no?

—¿Por qué lo dices? —preguntó confundido.

—Pues... Es que Fred y Mónica son de esas parejas que pareciera que nacieron para estar juntas. Sería una lástima que por ignorar sus problemas ya no puedan estarlo, ¿no te parece? —Al hacer esa pregunta el chico se detuvo en seco y me miró, sin embargo, aquello solo duró unos segundos antes de seguir caminando.

—Una lástima en verdad —argumentó ligeramente cabizbajo.

La casa de Allana se hizo presente ante nosotros y el ruido propio de una fiesta comenzó a desplazar la tranquilidad del día.

Kevin esquivó a las personas que se encontraban bailando en el jardín con tanta habilidad que pareciera que se dedicaba a colarse en fiestas como actividad profesional.

Cuando alcanzamos la entrada de la casa, el chico me pidió que no me separara de él.

Recorrimos toda la planta baja, pero no había ni huella de ellas. Sin embargo, noté que el lugar estaba repleto de populares. No de la clase común, sino de aquellos que son sumamente exclusivos y que son los únicos invitados en fiestas importantes.

A la distancia pude ver a Kim que hablaba enérgicamente por teléfono mientras caminaba de un lado a otro manoteando. Supuse que hablaba con Demian, así que decidí no acercarme y seguir mi búsqueda junto a Kevin.

El chico sugirió subir un piso para ver si las gemelas se encontraban ahí. Dimos una última vuelta a la casa y después nos dirigimos hacia las escaleras alfombradas que daban al primer piso.

Las luces rojas y moradas iluminaban todo el inmueble, así que tardamos un momento en reconocer los rostros que llenaban los pasillos del primer piso. Íbamos casi a la mitad de nuestro recorrido cuando dos risas inconfundibles nos llamaron: eran, finalmente, las gemelas.

—¡Mildred, Allison! —grité emocionada alcanzándolas.

—¡Nicole! —respondieron al mismo tiempo.

—Chicas, qué bueno que las encontré —expresé dándoles un abrazo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Allison sonriente.

—Necesito su ayuda, ¿creen que podamos ir a un lugar más privado? —propuse y ellas comenzaron a buscar una habitación vacía.

Todos nos acercamos a lo que parecía ser el cuarto de los padres de Allana, tomamos asiento y cerramos la puerta dejando lejos el bullicio de la fiesta.

—¿Y a este quién lo invitó? —dijo Mildred examinando a Kevin.

—No otra vez, Kevin Baxter. Tus amigos y tú siempre se cuelan a nuestras fiestas para arruinarlas —reclamó Allison mirando con furia al chico.

—No, no, no. No intentábamos arruinarlas —se excusó el chico sonriendo con nerviosismo—. Bueno, tal vez un poco.

—Pedazo de...

—Lo importante, chicas —interrumpí levantándome rápidamente—, es preguntarles un par de cosas.

—¿Qué sucede? —preguntó Allison tranquilizándose.

—¿Ustedes conocen personas de la ciudad? —pregunté volviendo a mi asiento.

—Pues, claro —respondió Mildred de inmediato—. Gracias a ellos, la protesta fue un éxito.

—Lo que sucede es que estamos a un paso de descubrir quién fue el que arruinó el baile de Navidad —expliqué y las gemelas abrieron la boca al mismo tiempo.

—¿Es en serio? —cuestionó Allison con interés.

—Tenemos un nombre, el posible culpable. Necesitamos que ustedes nos digan si lo conocen —expresé y ambas asintieron emocionadas—. ¿Les suena el nombre de Chad Pennington?

Se quedaron un momento pensando al tiempo que Kevin y yo intercambiábamos una mirada de intriga. Si las gemelas lo sabían, ya no faltaba mucho para concretar todo y zafarnos de este embrollo.

—No, lo siento —concluyó Mildred con pesar. Sin embargo, unos segundos después, Allison le dio un codazo a su hermana con el rostro iluminado.

—¿No es Chaddie, el chico de la farmacia? —cuestionó ella y Mildred abrió los ojos esbozando una sonrisa.

—¡Sí, es él! —respondió con emoción y ambas se giraron hacia nosotros.

—Ya lo recordamos. Chad sí vive en la ciudad. Va en la preparatoria que está al norte, una de las más grandes. De hecho, muchos de sus compañeros fueron los que nos apoyaron en la manifestación —explicó Mildred.

—Aunque, el muy tarado no nos quiso ayudar ese día cuando los convocamos a todos —complementó Allison furiosa—. Chad trabaja en una farmacia del centro. Lo conocimos porque Mildred se enfermó en un viaje a la ciudad. Es un chico bastante huraño.

—¿Ustedes saben de alguna persona que también lo conozca? —preguntó Kevin inclinándose hacia adelante.

—Pues...

—¿Qué demonios hacen aquí? —preguntó Kim que entraba con su celular en la mano.

—Perdona, Kim, por un momento olvidamos que es tu casa. No, espera. No lo es —reclamó Mildred mirándola de arriba abajo.

—¿Siguen con todo esto? —preguntó Kim dirigiéndose a Kevin y a mí.

—¿A qué te refieres? —cuestioné y ella giró los ojos—. Tú nos ayudaste, creí que querías que se concretara.

—Nunca llegarán a nada. Tienen que dejar esto por la paz antes de que los metan en más problemas —argumentó ella con seriedad.

—¿Quién nos meterá en problemas? —cuestioné levantándome.

—Solo... pongan más atención, ¿de acuerdo? —concluyó Kim nerviosa y después se retiró de la habitación.

—¿Y a esta qué le pasa? —preguntó Mildred molesta.

—No lo sé —dije confundida. Lo que había dicho la chica parecía una advertencia, pero no entendía totalmente a qué se refería.

—Bueno... regresemos a la pregunta, ¿saben de alguien más que lo conozca? —retomó Kevin y todos volvimos al tema.

—Sí, hay tres nombres. Tres personas que lo conocen. Dos son enemigos de Chad y el otro, extrañamente, es su amigo —explicó Allison con misterio.

—Los enemigos son Conan Bowell y Demian Robson —expresó Mildred—. Me parece que Conan y él fueron al mismo campamento de música un verano. Chad trató y trató de impresionar a los líderes, pero siempre era opacado por Conan. Él lo odia desde entonces.

—Y Demian... —continuó Allison—. Bueno, a Chad le gustaba Kim. Ella viaja mucho a la ciudad y él la vio un día. Simplemente lo flechó. Demian se enteró y, con sus amigos, fueron a golpearlo a la farmacia. Terminó muy mal.

—¿Y el amigo? —pregunté con interés—. ¿Quién es la tercera persona?

—No sé si esté bien que se los digamos —expresó Mildred mirando a su gemela.

Ambas se quedaron en silencio un instante, casi como si estuvieron consultándose telepáticamente si debían abrir la boca.

—Desconocemos lo bueno o malo que pueda ser esto —dijo Allison y ambas suspiraron.

—La tercera persona es...

—¡Mis padres! ¡Mis padres llegaron antes, salgan de aquí! —entró gritando Allana a la habitación—. ¡Salgan de aquí! ¡AHORA!

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