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Capítulo Cuatro: La carta secreta

Las calles, a esa hora de la noche, resplandecían bajo la luz de la luna como escamas de una sirena. Yo seguía de cerca a Kevin como si considerara que despedía algún tipo de energía protectora hacia mí.

Nos acercamos poco a poco al bar que nos había indicado Conan.

El Kaleidoscope se encontraba a tres cuadras de la escuela, bien por estrategia de ubicación, o bien porque, como casi todo en el pueblo, siempre había estado ahí.

Las luces neón que anunciaban su nombre escandalosamente entre la oscuridad, lograron atravesarme generando escalofríos en mí, provocando que dudara si aquello era buena idea.

—¿Estás seguro de que esto no terminará mal? —pregunté a Kevin que ya estaba casi en la puerta.

—Solo no digas nada. Déjame hablar a mí —aclaró tomando un aspecto severo y empujó la puerta de entrada.

Todos nos miraron unos segundos y después de eso siguieron en lo suyo, como si ver a dos adolescentes vestidos totalmente de negro entrando casi a media noche, fuera de lo más común para su rutina.

—¿Qué quieres, niño? —dijo abruptamente el hombre que atendía la barra.

—Busco a Kraken —respondió Kevin sentándose en uno de los bancos altos.

—Kraken no lidia con niños consentidos —concluyó el hombre y volteó para servir unos tragos a los clientes del bar.

—No, claro que no. Es por eso que nos mandan a nosotros... —argumentó mi acompañante con misterio—, traemos un paquete para él.

El hombre se giró rápidamente hacia nosotros y dejó los vasos que tenía en las manos sobre la barra. Acto seguido, llamó a un hombre rubio con bigote para susurrarle algo, ambos nos miraron y el hombre de la barra nos guiñó el ojo.

—Te habíamos estado esperando —dijo este último dándole un vaso de cerveza a Kevin—. Es cortesía de la casa.

El hombre regresó a su lugar, lejos de nosotros, y yo me acerqué al chico al tiempo que giraba cómicamente el vaso que le acababan de entregar.

—¿De qué demonios estás hablando? —susurré lo más bajo posible. Me aterraba lo que pudiera pasar—. ¿De qué maldito paquete hablas?

—Siempre esperan un paquete —respondió con suficiencia—. Sígueme la corriente y saldremos de esta.

Un estruendo recorrió el lugar, como trueno que parte el cielo. De entre la gente se distinguió un hombre musculoso con lentes oscuros que se acercaba a la barra con paso fuerte. El sujeto que nos había atendido señaló un cuarto que estaba en el fondo y después nos hizo un gesto con la cabeza para que siguiéramos al hombre musculoso.

—Diablos, Kevin, vas a provocar que terminemos en prisión —reclamé en voz baja y él únicamente me sonrió de manera discreta, casi como si se estuviera divirtiendo.

Atravesamos la puerta de madera que resguardaba una sala privada del bar, acompañados del sujeto misterioso, logramos distinguir unos sillones de entre la intensa luz morada que envolvía el lugar y después regresamos la vista al sujeto para saber qué procedía.

—Me dijeron que ustedes quieren ver a Kraken —vociferó el hombre musculoso mientras nos invitaba a sentarnos.

—Tenemos un paquete para él. Es de... "usted sabe quién" —respondió Kevin con seguridad mientras acomodaba su mochila como si trajera algo muy importante dentro de ella.

—Él vendrá enseguida —dijo con fuerza el hombre y se levantó para salir de la sala.

Nos miramos un instante y mis labios se secaron por completo, pero Kevin comenzó a reírse por lo bajo. Estaba a punto de reclamarle por su falta de seriedad cuando algo me recorrió por dentro y, sin saberlo, yo también comencé a reír.

Ambos paramos súbitamente cuando la puerta de la sala se abrió con fuerza. Un sujeto de barba blanca y aspecto de motociclista ingresaba con arrogancia a la habitación desprendiendo un aspecto mucho más imponente que el último que habíamos conocido.

Cerró la puerta tras de él y se sentó frente a nosotros que, sin querer, ya nos habíamos tomado de la mano por el miedo.

—¿Y bien? —dijo con una voz profunda y grave—. Veamos ese paquete.

—Te... tenemos... un paquete, claro, claro que lo tenemos —tartamudeó Kevin—. Pero... en el caso hipotético de que no lo tuviéramos.

—¡¿No tienen nada?! —gritó él, generando pánico en ambos—. ¡¿Se atrevieron a engañarme?!

Nuestras caras se pusieron tan pálidas que, seguramente, estábamos irreconocibles. Sentí una gota de sudor resbalar por mi frente y miré a Kevin suplicante.

—¡No nos asesine, señor! —pidió él mientras me abrazaba.

—¡¿Qué demonios hacen en mi territorio?! ¡Son espías, seguramente! —acusó el hombre mientras rodeaba una mesa que nos separaba para acercarse.

—¡Nos envía Conan! —salió de mi boca de repente y el sujeto se detuvo—. ¿U...usted es Kraken, cierto?

—Claro que sí —respondió este con calma mientras se reincorporaba a su asiento—. ¿Conan está bien?

—Él está bien. Acabamos de hablarle —expliqué tratando de tranquilizarme—. Su madre lo tiene encerrado, pero nos colamos para hacerle unas preguntas y nos mandó con usted.

—¿Por qué? —preguntó Kraken mirándome con interés. Parecía una persona completamente diferente a la que había entrado.

—Queremos saber qué pasó la noche que tuvieron que llevar a Conan al hospital —plantee y él me miró con sorpresa.

—Ya veo... Es por lo de la escuela —dedujo y yo asentí. Miré a Kevin, pero él aún estaba congelado por el miedo—. Bueno, chicos. Si Conan los envió es porque me está permitiendo contarles esta parte de él. —Se acomodó en el sillón como si fuera a contar la historia más larga del mundo y comenzó—. Conozco al chico desde hace unos años. Tiene un... problema de adicción fuerte. Nadie lo sabe, ni sus padres, ni sus amigos. Él viene conmigo...

—¿Usted lo provee? —interrumpí y Kevin me lanzó una mirada de amenaza.

—No, niña, no —contestó Kraken entre una risa—. Yo siempre he sido su amigo, pero hay gente aquí que sí lo provee y eso no puedo evitarlo. Es algo complejo. Esa noche había estado platicando con él, tenía muchos problemas y se sentía mal. Se sobrepasó. Quedó tendido sobre la barra y pensé en buscar a alguien que lo conociera, pero un chico entró. Un chico de sudadera negra que parecía de su edad. Asumí que era de su escuela. Él se lo llevó.

Kevin volvió en sí en ese momento y me miró confundido.

—¿Un chico con sudadera negra? —pregunté mirando a Kraken.

—Sí, recuerdo que traía puesta su capucha y una pañoleta en la cara. Se la quitó para hablar con Conan y vi su rostro, pero no lo reconocí —respondió él mirando hacia el suelo—. Es lo único con lo que puedo ayudarles.

—Gracias, Kraken —dije sonriéndole.

—A ustedes, chicos. Conan es mi amigo y estaba preocupado por él. Lo que sea que necesiten... solo díganmelo.

—Hay algo —interrumpió Kevin que aún se veía algo pálido—. Ella está buscando un empleo, ¿sabes de algún lugar?

—Pero claro —respondió riéndose—. Mi primo Chuck necesita ayuda en su taller de autos. Ve con él, su negocio está al final de esta calle. Te dará el empleo si dices que vienes de mi parte.

—Muchas gracias —respondí sonrojada.

—Y ya no se metan en más líos chicos. Otra jugarreta como esta en otro lado y es la última que cuentan.

Ambos asentimos y nos levantamos para salir del Kaleidoscope.

💙💙💙💙💙💙💙

—¿Por qué le dijiste del empleo a Kraken? —reclamé al chico dándole un golpe en el hombro.

—¡Oye! Quería ayudarte.

—Claro, pero no con un tipo que se la vive en un bar —argumenté impaciente.

—Bueno, ya Nicolasa. No te enojes. Lo importante ahora es que tenemos a un sujeto misterioso del cual hay que informar al grupo.

Seguimos caminando por la calle hasta alcanzar la avenida en la que teníamos que separarnos. Fue una despedida bastante torpe, entre un intento de abrazo y otra cosa extraña. Una vez terminada esa breve humillación, me dirigí hacia mi hogar.

Noté que el auto de mis padres ya estaba en la cochera, así que rodee el jardín para poder trepar hasta mi ventana con las nuevas habilidades que había adquirido en casa de Conan (afortunadamente, no volví a caer).

Me aventé a mi cama y quedé profundamente dormida.

💙💙💙💙💙💙💙

"URGENTE: Reunión en casa de Fred. Misma hora."

La pantalla de mi celular recitaba aquel mensaje en la mañana del siguiente día. Yo moría por quedarme a descansar más tiempo, pero sabía que si mis padres se daban cuenta de aquello, notarían algo sospechoso; así que me levanté a tiempo para la reunión para arreglarme con tranquilidad.

Mis padres sabían que andaba en algo, pero no tuve que dar muchas explicaciones para salir, ya que bastó con: "Hoy conseguiré el empleo" para que el tema de mis salidas a reuniones fuera cerrado y yo pudiera llegar a casa de Fred.

💙💙💙💙💙💙💙

—¿Y qué encontraste, Sherlock? —preguntó Mónica una vez que todos habíamos llegado.

—"Encontramos" —corrigió Kevin—. Y para tu información vaya que encontramos algo interesante—. El chico volvió a tomar un plumón para anotar en el pizarrón de la reunión anterior—. Alguien movió, esa noche, a Conan Bowell hacia la entrada de la escuela.

—¿Cómo dices? —preguntó Donna sorprendida.

—Como lo escuchan. A Conan lo movió alguien con sudadera negra —dijo Kevin anotando tal dato en el pizarrón.

—Eso no nos da muchas pistas —expresó Dylan que estaba en una esquina hojeando un libro—. Sin menospreciar su investigación —agregó el chico con amabilidad.

—Sé que no dice mucho...

—No dice nada —exclamó Mónica levantándose de su silla—. Esto cada vez está peor.

—Es una pista solamente —argumentó Kevin—. Pero... el siguiente paso es...

—El siguiente paso, mi querido amigo —interrumpió Fred acercándose a Kevin para quitarle el plumón—, es descansar.

—¿De qué hablas? ¡Dame mi plumón! —dijo el chico tratando de alcanzar la mano de su alto amigo.

—Kev, ya casi es Navidad. Hay que hacer una pausa a la "investigación" —apoyó Dylan cerrando el libro y dirigiéndole una sonrisa.

Todos estuvimos de acuerdo con eso. Daríamos la semana de Navidad libre para después seguir con todo aquel circo.

Quedaba perfecto porque así me instalaría en mi nuevo empleo y podría rendir, al menos, un par de cuentas a mis padres.

Una vez terminada la reunión, Donna y yo nos quedamos platicando en la banqueta que quedaba frente a la casa de Fred. Kevin se había ido por la avenida con un cuaderno en el que iba anotando todas las personas que hubiera visto alguna vez con una sudadera negra (ese chico estaba demente) y Mónica se había quedado en casa de Fred porque, esta vez, sus padres no estaban.

—¿Qué harás en Navidad? —preguntó Donna sonriente. Traía una chaqueta naranja que brillaba y una minifalda de mezclilla.

—Iré con mis padres a Nueva York —dije ilusionada—. Es mi sueño más grande y como han tenido que trabajar las Navidades anteriores, me lo debían.

—Navidad en Nueva York, ¿eh, amiga? —expresó ella con entusiasmo—. Tienes que mandarme todas las fotos.

—Claro —contesté riendo—. ¿Y tú qué harás?

—Iré a casa de mi abuela en Iowa —respondió mientras sacaba una fotografía de su bolso—. Mira... es ella, la extraño mucho.

—Es muy hermosa —comenté y en ese preciso momento se escuchó un portazo que provenía de la casa de Fred.

—¡Claro, claro, y yo soy estúpida! —gritaba Mónica mientras salía de la casa.

—¡No estoy diciendo eso! ¡Ven acá! —le decía Fred desde dentro.

—¡No! —respondió ella mientras se alejaba de la entrada y se acercaba a donde estábamos sentadas.

Pasó de largo, como si nosotras fuéramos parte de la calle, pero se le alcanzaba a notar que lloraba.

Nunca habíamos sido amigas de Mónica. Ella era una chica "ruda", una solitaria hasta que se volvió novia de Fred a los once años.

Respetábamos que era la relación más larga de toda la escuela, pero había rumores de que las cosas no siempre iban bien. Eran esos días en los que se veía a Mónica llorando en clase o dibujando flores.

A pesar de no ser el tipo de chica que sonríe por las calles, Mónica era bastante bonita. Tenía el cabello negro en grandes rizos y, al ser fanática del estilo pin up, siempre llevaba labiales rojos y delineador negro dibujado con mucha técnica.

Como dije, ella nunca había sido nuestra amiga, pero aquel día, Donna y yo acordamos (sin decir palabra alguna) que necesitaba de alguna persona. Y esas personas seríamos nosotras.

—¡Mónica! —gritamos mientras corríamos para alcanzarla. Ella volteó y, al vernos, siguió caminando—. ¡Espéranos!

—¡¿Qué quieren?! —preguntó al tiempo que la topábamos.

—Vimos lo que pasó —dije jadeando.

—No es su asunto —exclamó ella limpiándose una lágrima.

—No, claro que no. Ni planeamos que sea —comenzó a decir Donna con una sonrisa—, pero sabemos que cuando algo triste pasa, es mejor hablarlo con alguien, ¿no crees? Siempre es menor la carga de esa manera.

Mónica se quedó un momento titubeante, sus ojos repasaban el cielo evitando las lágrimas y sus manos estaban bien cerradas a manera de puño. Unos momentos después, todo se rompió y terminó lanzándose sobre Donna para comenzar a llorar.

—Es que siempre pasa lo mismo —expresó con dificultad—. Él siempre me hace lo mismo.

—¿Te parece si vamos a la plaza comercial? —dijo Donna y ella asintió.

Las tres caminamos hasta alcanzar la pequeña plaza que tenía nuestro pueblo. Era un recinto solo con centros de juegos, comercios de ropa y área de comida. El cine siempre había estado en otro local.

—Cuéntanos qué pasó —dijo Donna una vez que estábamos sentadas en una de las bancas del área de comida con tres helados (cortesía de Donna) para acompañar la charla.

—Yo amo a Fred, como no tienen una idea —empezó a relatar la chica—. Pero siempre es la misma historia. Descubro que está coqueteando con alguna otra chica y cuando le muestro la evidencia, él siempre lo niega. Me acusa de celosa enfermiza y se molesta.

—¿Lo viste con alguien? —pregunté mientras comía mi helado.

—Con Mary Bolton —contestó suspirando—. Los vi en el parque y tomé una fotografía mientras se abrazaban. Fred me dijo que era una exageración y volvió a suceder lo mismo —concluyó hundiendo su boca en el helado.

—No quiero ser intrusiva, ni nada por el estilo, pero, ¿has considerado terminar con él? —preguntó Donna y una lágrima se le escapó a Mónica.

—Es que no puedo... yo lo amo demasiado. Es algo muy complicado —dijo ella limpiándose la lágrima.

—No te preocupes, estamos aquí para lo que necesites —expresó Donna y ella le regaló una sonrisa.

Después de eso, estuvimos un rato platicando sobre distintos temas. Parecía que ahora Mónica era una de nosotras porque, por increíble que pareciera, tenía bastantes cosas en común con Donna y conmigo. Iba atardeciendo cuando recordé repentinamente que aquel día tenía que ir a hablar con Chuck, el amigo de Kraken.

Me despedí de las chicas y salí corriendo como un rayo hasta llegar al taller que me había indicado el hombre.

—Buenas tardes —dije al entrar al lugar. Había un enorme auto desvalijado en el fondo y toneladas de papel periódico regado en el piso.

—¿Qué quieres? —preguntó un hombre regordete con cabello blanco como el de Kraken.

—Vengo a pedir empleo —respondí con timidez y él volteó precipitadamente.

—¡Pero eres una mujer! —argumentó señalándome—. Ustedes no saben nada de este negocio.

—Eso no es del todo cierto —dije acercándome cautelosamente—. Tengo una tía que se dedica de lleno a los autos. No sé mucho, pero sé que puedo a prender.

—No lo creo.

—Me mandó Kraken, por cierto —recordé y al escuchar lo anterior, Chuck hizo una mueca.

—Ese maldito rufián, siempre me trae problemas.

—¿Eso significa que...?

—Empiezas mañana, nueve en punto. No llegues tarde o pierdes el empleo —concluyó él y yo comencé a saltar de la emoción.

Regresé a casa con una franca sonrisa en mi rostro y, cuando anocheció, me dormí con tal sonrisa adornando mis sueños.

💙💙💙💙💙💙💙

Al siguiente día di la gran noticia a mis padres. Ambos me prepararon un delicioso desayuno para acompañar mi primer día de trabajo, así que (después de degustar unos deliciosos waffles) tomé mi mochila roja y salí corriendo.

—¡Buenos días! —saludé con entusiasmo a mi nuevo jefe.

Él miró hacia el único reloj que adornaba la pared y verificó que fueran las nueve en punto.

—Muy buenos días —respondió con amargura.

—¿Qué es lo primero que aprenderé hoy?

—Hoy es viernes y este fin de semana, la mayoría de familias salen de viaje para pasar Navidad en otro estado —explicó Chuck—. Tengo el día lleno de autos que serán para revisión general. Deben estar listos para andar en carretera.

—¿Me enseñarás a revisarlos? —pregunté entusiasmada.

—¡Claro que no! Eso me retrasaría mucho —dijo con desesperación—. Lo que harás mientras tanto es ordenar mi oficina y hacer los recibos para los clientes. Les cobrarás y anotarás en una libreta.

Que mi primer trabajo fuera en un taller de autos, era verdaderamente emocionante para mí y era cierto que yo quería aprender sobre el tema, pero el problema era Chuck. Me había confinado a ordenar la oficina más desastrosa que había conocido en mi vida.

Quería terminar todo a tiempo, pero eran demasiados papeles sin clasificar ni ordenar. Sumado a esto, casi todo el pueblo fue a que Chuck revisara su auto, provocando que casi me volviera loca buscando precios y haciendo recibos.

Cuando dieron las cinco y era mi hora de salida, todavía me faltaba una carga considerable. Yo quería quedarme tiempo extra para poder terminar todo el trabajo y regresar el martes a aprender realmente sobre autos, pero pareciera que Chuck me había dejado la tarea más larga que pudo encontrar para evitar que yo me entrometiera en sus asuntos.

Y así se me pasó toda la semana en el taller, acomodando notas, agendando citas y limpiando ventanas.

El jueves sería mi último día de trabajo de la semana, porque el domingo era Nochebuena y tendría que partir el viernes temprano con mis padres para poder llegar a Nueva York.

Traté de desearle a Chuck una feliz Navidad, pero como siempre, ignoró mi amabilidad y se dedicó a lamentarse por tenerme como ayudante.

Me encargaría de aquello cuando volviera.

Donna se iría el viernes por la tarde, por lo tanto, consideramos adecuado, reunirnos una última vez en la plaza comercial del pueblo. Como sabíamos que Mónica iría con sus padres a Canadá (y que su vuelo saldría a la mañana siguiente), decidimos invitarla a nuestra pequeña reunión pre vacacional.

—¡Adoro la Navidad! Todo es tan brillante y estruendoso —expresaba  Donna mientras paseábamos por las tiendas.

—Como tu vestuario lo es siempre —complementó Mónica revisando el vestido con bordados en rojo y verde que traía puesto mi amiga.

—Es parte de mí —contestó ella y tomó uno de los suéteres guinda que estaban en oferta—. Mira, Nicole, este te quedaría bonito.

—Algo —contesté admirándome en un espejo de la tienda.

—En verdad se te ve bien —dijo Mónica tomando una falda—. Y quedaría lindo con esto... podrías usarlo en Navidad, ¿dices que irás a Nueva York?

—Sí... —respondí mientras re-evaluaba el vestuario, era más sencillo si me imaginaba caminando por las calles de Nueva York con esa ropa—. Creo que lo llevaré para mi cena de Navidad.

—¡Excelente! —Donna y me dio el suéter para que lo llevara al probador—. Hasta puedes traer contigo a un chico neoyorquino.

—No es para tanto —contesté riéndome y Mónica me dio la falda.

—Bueno, pero sin ayuda de un nuevo vestuario traes enamoradísimo a "alguien" —comentó esta última provocando que Donna y yo la miráramos con interés. Por mi mente se pasó un nombre y, seguramente, a mi amiga le había pasado lo mismo; sin embargo, aquel nombre que pronunció Mónica no tenía nada que ver con aquel que había brotado en nuestras mentes—. ¿No te has dado cuenta?

—Dime quién es —dije impaciente—, por favor.

—Pues Dylan, tonta —confesó dejándonos con la boca abierta.

No había pensado siquiera en esa posibilidad. Él era el chico más tímido y bondadoso del grupo de Kevin. Un aura de cortesía lo invadía de tal manera que me resultaba difícil diferenciar aquellas miradas que envolvieran amistad de aquellas que quisieran transmitir algo más.

Era imposible dejar de pensar en esa idea, una vez que Mónica la dijo. Así que, sin querer, retomé el tema más adelante cuando comíamos hamburguesas en el área de alimentos.

—Oye y... ¿es cierto que le gusto a Dylan? —pregunté dando un sorbo a mi malteada.

—Claro que es cierto. Él mismo me lo dijo —respondió la chica mordiendo su hamburguesa con un gesto de suficiencia.

—Entonces, ¿por qué no le ha dicho nada a Nicole?

—Bueno, la verdad es un chico bastante tímido. Lo conozco de hace tiempo y no es precisamente un galán rompecorazones. De hecho, esto solo me lo contó a mí —explicó nuestra amiga—. Le cuesta trabajo hacer amigos a quien pueda confiarles cosas muy íntimas.

Donna se quedó mirándome y yo únicamente pude emitir una sonrisa. Seguimos comiendo y después pedimos unos helados, una de mis primeras compras con el dinero que me había dado Chuck por el trabajo de la semana.

La oscuridad cayó y las tres nos despedimos.

¿Cómo era posible que no me diera cuenta antes?

Traté de olvidar aquello y avancé a mi casa con tranquilidad. Mis padres aún no llegaban, así que subí a mi habitación para preparar la maleta de Nueva York.

Iríamos en el auto familiar, así que tendría que llevarme mudas de ropa para poder cambiarme en nuestro viaje en carretera. Finalmente, serían tres días en la ruta que tendría que considerar para empacar.

Comencé a doblar toda la ropa que quería llevarme a mi esperado viaje, cuando pensé que, probablemente, era momento de limpiar mi mochila para saber si había algo que fuera de utilidad en Nueva York.

Tomé mi amada mochila roja y la volteé totalmente. Desde el último día que fui a clases, no había limpiado mi mochila, únicamente había sacado todos los cuadernos y lápices.

Salieron miles de tesoros sorprendentes disparados hacia mi alfombra, pero lo que más logró impactarme fue una carta que se deslizó en el aire hasta acabar cerca de mi mesita de noche. La tomé entre mis manos y la abrí:

Nicole:

No sé cómo decirlo, así que lo haré como debe ser, sin rodeos. Me gustas mucho, pero me aterra decírtelo en persona.

Me gustas desde el día en que te conocí, cuando teníamos doce años y yo entré con mis amigos al salón.

Nunca lo he dicho porque sé que jamás le harías caso a alguien como yo. Solo lo saben las personas de mi mayor confianza, y ahora, tú.

No sabes quién soy.

Y no quisiera que lo supieras nunca, me da miedo que me rechaces.

Espero no haberte molestado con mi carta, pero quería confesarte mi mayor secreto.

Anónimo.

Me quedé un minuto con las manos congeladas.

Dylan me había escrito esta carta desde quién sabe cuándo y yo la había ignorado por completo. Un escalofrío me recorrió y tuve que apurarme a terminar mi maleta para evitar que mi mente regresara a ese punto. ¡Que pésima persona había sido con él!

Al siguiente día, las malas noticias continuaron. Mis padres me habían dejado una carta en la que anunciaban la aceptación que hicieron de un caso muy importante de emergencia, dicho que los ausentaría todo el viernes.

Me prometían que regresarían el sábado y que tomaríamos un avión para llegar a tiempo a Nueva York.

Tenía a Dylan dándome vueltas por la cabeza, así que el viernes decidí irlo a buscar.

💙💙💙💙💙💙💙

Su casa era conocida por todos, pertenecía a sus abuelos (ellos cuidaban a Dylan) y era la única pintada de un color rosa mexicano bastante llamativo.

Llamé a la puerta un par de veces y mi estómago comenzó a revolotear sin piedad aguardando el momento en que pudiera, finalmente, hablar con el chico que me había escrito esa carta... y ese momento llegó.

—Hola —dijo él al tiempo que se sonrojaba.

—Hola, Dylan, ¿puedo pasar? —pregunté sonriéndole.

—Lo siento, a mi abuela no le gustan las visitas. Pero podemos charlar en el jardín —explicó y señaló un par de sillas de exterior que yacían junto a la puerta.

—Oye... creo que es mejor decir las cosas directas, ¿no te parece? —interrogué una vez que estábamos sentados y él asintió con timidez—. Me enteré de que te gusto... ¿es cierto?

El rostro del chico se encendió cual volcán y sus manos comenzaron a temblar notoriamente.

—Yo... yo... yo —tartamudeaba él—. Es que... puede ser.

—No te preocupes, Dylan. Vine aquí hoy porque quería... —comencé a decir. Sabía por qué había ido ahí. Quería, simplemente, aclarar las cosas con él, pero la propuesta que estaba a punto de hacer era un poco improvisada. Un total producto de la ternura que provocaba el chico al estar explotando de nervios—. Yo quería invitarte a tomar un helado el martes, ya sabes, después de Navidad y todo eso.

Sus ojos se iluminaron y aceptó de inmediato.

Regresó brillando de emoción a su casa y se despidió de mí desde la ventana. No estaba segura de lo que acababa de pasar.

¿Acababa de invitar a Dylan en una cita?

Últimamente, las decisiones que tomaba eran bastante extrañas y trataba de encontrarles sentido, sin éxito.

Lo único que me quedaba era salir el martes con Dylan y esperar a ver qué era lo que sucedía. Finalmente, ¿las cosas se podrían complicar aún más?

El hecho de que fuera a salir con Dylan pasó a segundo plano rápidamente cuando las malas noticias empeoraron y mis padres mandaron un email en la noche, diciendo que no estarían tampoco el sábado, y que el viaje sería cancelado; pero que seguramente llegarían para Nochebuena.

Donna y Mónica ya se habían ido, así que pasé el sábado viendo televisión aburrida... Y llegó el domingo.

Nicole:

Tu papá y yo estamos muy tristes de no poder llegar a tiempo para Nochebuena y Navidad, pero este caso es muy importante para la firma y necesitamos enfocarnos por completo.

Espero nos perdones, lo compensaremos en cuanto podamos verte.

Con amor, mamá.

Leí aquel mensaje en la pantalla de mi laptop la mañana de domingo y mi corazón no pudo menos que romperse.

No había nadie en las calles y la mayoría de los negocios estaban cerrados. La magia de la Navidad no había parecido alcanzarme, sin embargo, me parecía aún más triste no hacer nada por repararlo.

Bajé al sótano y tomé la mayor cantidad de adornos que pude para la mesa. Abrí el recetario de mamá y preparé una cena improvisada para mí misma que consistía en puré de papas, un bote de palomitas, unas chuletas en salsa de miel y un rico helado que alguien había olvidado en el congelador.

Con tan poco tiempo y nulo presupuesto, había logrado un gran resultado en el comedor de mi casa y, aunque de los seis lugares solo estaría ocupando uno, decidí que sería la mejor Navidad del mundo.

Me puse el suéter y la falda que había comprado para la ocasión y, antes de comenzar a comer, me levanté y conecté mi celular con villancicos navideños a unas bocinas que recargué en el comedor.

Podría parecer patético para la mayoría, pero las cosas más sencillas, son aquellas que atraen más magia... Y así sucedió.

"Sadstone", dijo una voz que susurraba por la rendija de la puerta principal.

Por un momento la ignoré y seguí comiendo, pero la frase se repitió.

Tomé uno de los cuchillos de la cena y me acerqué con cautela para abrir la puerta de un solo movimiento.

—Hola —saludó Kevin que se encontraba en la entrada de mi casa—, ¿a quién asesinabas?

—¿Por qué gozas de aparecerte en mi casa? —pregunté mientras bajaba el cuchillo.

—¿Puedo pasar? —cuestionó mirándome suplicante. Yo asentí con lentitud y me hice a un lado—. Qué linda cena —comentó al ver el comedor.

—Si te vas a burlar, te largas —dije y él me miró sonriente.

—No me estaba burlando —justificó y tomó asiento en la mesa—. ¿Por qué tan sola?

—Mis padres no pudieron llegar —expliqué y tomé un plato de la alacena para él—. Y tú, ¿qué demonios haces aquí? ¿Por qué no estás cenando con tu familia? ¡Es Nochebuena!

—No celebramos Navidad, todos vieron un show en televisión y se fueron a dormir —dijo él sirviéndose chuletas y puré—. Decidí buscar a alguien del grupo que tuviera algo de comer.

—¿Soy tu última opción? —pregunté fingiendo ofensa.

—Pues, no te quiero decir que sí... pero sí —respondió riéndose—. Entonces, ¿sí puedo cenar contigo?

—Ya estás aquí —contesté y él sonrió.

Cenamos juntos y después nos pasamos a la sala a ver un maratón de películas navideñas que transmitían en la televisión.

Kevin y yo casi no habíamos intercambiado palabras durante la cena, pero yo sabía que él no podría tardar tanto en comenzar a causar problemas.

—Ya sé quién es el siguiente —dijo mientras daba inicio la segunda película.

—¿Por qué te obsesiona tanto? —pregunté riéndome. Era ridícula su emoción—. ¿Te aterra que te atrapen, cierto?

—No me obsesiono —respondió rápidamente—. Lo tomo en serio, que es distinto. Una pregunta, ¿tienes vino?

—Esa pregunta no tiene nada que ver.

—¿Eso es un "no"? —preguntó mostrándome una sonrisa y me levanté de golpe.

Giré los ojos y caminé a la cocina. Sabía dónde guardaban mis padres la botella de vino...  solo una poco no nos haría daño.

—Ahora sí —dije mientras le pasaba una de las copas—, ¿por qué te obsesiona tanto?

—No me obsesiona, ya te dije. ¿Por qué te obsesiona que me obsesione?

—Acabas de admitir que sí te obsesiona —señalé dándole un sorbo a mi copa.

—Claro que no. Te pregunté que por qué te obsesionabas tanto con el hecho de que yo me obsesionara —defendió él lanzándome una palomita.

—Si lo dices así, estás admitiendo que sí te obsesiona, tonto. A veces, solo a veces, podrías poner atención a lo que dices —dije devolviéndole la palomita mientras daba otro sorbo a mi copa con una sonrisa maliciosa.

—Y tú, a veces, solo a veces, podrías evitar ser tan odiosa —contestó Kevin sonriente.

— Al menos no soy una gallina como tú que casi se desmaya cuando hablamos con Kraken—recordé lanzando una risa burlona al final.

—¡No me asusté! Estaba guardando fuerzas por si intentaba atacarte.

—No me hagas reír.

—Yo soy la persona más valiente de todo el grupo. Soy el único que tiene ideas grandiosas —dijo con suficiencia.

—Y también eres el único que es culpable —refuté sirviéndome más vino.

—Tú fuiste mi cómplice, no lo olvides —dijo él riéndose.

—¡Tú me obligaste! —respondí lanzando más palomitas.

—Jamás en la vida te he forzado a nada —expresó entre risas y se me quedó mirando un momento. Ambos eliminamos nuestra sonrisa y por un momento nos acercamos más.

—Y... ¿en qué universidad te quedaste? —pregunté repentinamente, alejándome y dando otro sorbo.

—Es... algo secreto. En realidad no le he dicho a nadie.

—¿Nadie sabe? ¿Ni Fred, ni tus padres?

—Absolutamente nadie.

—¿Me lo dirás algún día? —pregunté sonriéndole.

—Tal vez —contestó devolviéndome la sonrisa.

Seguimos viendo la película y lo que comenzó en un par de copas terminó acabando con la botella.

Mis padres tenían la costumbre de beber una copa en la comida, así que el efecto no lo sentía demasiado claro.

—Se hace tarde —le dije a Kevin que se comenzaba a quedar dormido en mi hombro.

—Ya me voy, entonces —respondió bostezando—. Estuvo deliciosa la comida, Nicolasa.

—No me digas, Nicolasa, tonto —respondí riéndome.

—¿Entonces Nadia o "Piedra sola"? —sugirió con alegría mientras se levantaba del sillón.

—Si me dices así una vez más, te juro... —amenacé levantándome del sillón con dificultad por el mareo.

—¿Qué me harás, Nicolasa? —se burló el chico.

Comencé a caminar hacia él, pero los pies se me enredaron y casi caía, si no fuera por Kevin que evitó tal evento atrapándome ágilmente. Me mantuvo unos segundos frente a él, casi tan cerca como estuvimos en el árbol de la casa de Conan.

—¿Qué me harás tú, Kevin? —salió de mí aquella frase casi sin permiso y acto seguido el chico colocó sus manos en mi cintura y me besó.

Quisiera decir que fue un beso corto, pero mentiría completamente. Y quisiera decir que no lo disfruté y que luché para quitármelo de encima, pero también sería una mentira más.

Cuando nos separamos, lo miré unos instantes y después suspiré.

—Estamos un poco ebrios, ¿no crees? —pregunté y él sonrió con nerviosismo.

—Sí, creo que sí.

—Esto... no debió pasar —afirmé y él asintió con la cabeza—. ¿Olvidado?

—Olvidado.

Lo acompañé a la puerta de mi casa y en cuanto cerré, sentí que la cabeza me iba a explotar.

¡Acababa de besar a Kevin Baxter!

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