Capítulo Cinco: Rumbo a la ciudad.
A la mañana siguiente, desperté para verificar que mis padres no hubieran llegado. Al confirmarlo, salí como rayo para limpiar el desastre de la noche anterior, terminando en el momento justo en que se escuchó el motor de un auto acercándose a casa.
Realmente no me gustaba estar molesta con ellos, así que cuando me atacaron con un bombardeo de disculpas, yo no dudé en sonreír en cada una de ellas, restándole importancia al asunto.
Cuando la tarde llegó, mis padres y yo nos dedicamos a mirar las películas que me habían comprado en la ciudad (sabían que mi debilidad eran las películas de acción). Fue muy curiosa aquella vez porque, a pesar de que mi mirada estaba clavada en la pantalla todo el tiempo, mi mente en realidad no atendía lo que sucedía en el televisor. Regresaba a lo que había pasado en Nochebuena. Ese... error. Ni siquiera sabía cómo llamarlo. ¿Un suceso aislado, tal vez?
En cuanto los créditos de la última película comenzaron, me levante del sillón y subí a la habitación después de despedirme de mis padres.
El brillo del celular me iluminaba tenuemente cada vez que yo lo desbloqueaba para mirar las notificaciones. ¿Qué era lo que realmente esperaba? ¿Un mensaje de Kevin?
Como mi ansiedad no podía evitar colarse cada que tal brillo acariciaba mi rostro, decidí apagarlo definitivamente y opté por ajustar el viejo despertador de pilas que me había dado mamá a los doce años.
Mañana lo volvería a ver y no sabía exactamente cómo debía actuar. Las ideas en mi mente me apuñalaban sin piedad, evitando que pudiera quedarme dormida pronto. Y para colmo de mis males, Kevin no era al único que me enfrentaría mañana porque, no podía olvidar, había invitado a Dylan a salir.
💙💙💙💙💙💙💙
El sol inundaba mi habitación como un fantasma dorado que trataba de despertarme.
Afortunadamente, el despertador de pilas aún servía, así que lo ajuste para el siguiente día y prendí mi celular tratando de no mirarlo demasiado. Lo dejé sobre la mesita de noche y me fui a duchar.
Ni siquiera en mi cumpleaños, en la Navidad que acababa de pasar, ni en mis graduaciones había tenido tantas notificaciones en mi teléfono.
Kevin había mensajes en cadena al grupo y cada uno de las notificaciones que tenía, cuando regresé de la ducha, pertenecían al chico. Claro, con horas distintas, pero todas con fecha del lunes:
"No olviden que mañana es la próxima junta."
"Por favor, no vayan a faltar a la junta."
"Necesito que TODOS estén en la junta de mañana"
"Espero que nadie falte a la junta de mañana"
"Es importante para nuestra investigación lo que quiero compartirles"
"No falten a la junta, si saben de alguien que planee faltar, recuérdenle que es muy importante para la investigación"
"Gracias por ayudarme con esto, por cierto"
"Junta mañana. No falten"
Más de una docena de mensajes parecidos a esos inundaban mi pantalla.
¿Por qué le obsesionaba tanto la investigación? No es que no fuera algo importante, pero el hecho de ocupar todo el día de Navidad enviando mensajes a un "grupo de investigación" me preocupaba sobremanera. Había algo más que Kevin no me estaba diciendo, pero ¿qué podría ocultar? ¿Podía haber algo más grave?
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Llegué a casa de Fred a tiempo. Mónica fue la que abrió la puerta y me recibió con un abrazo de Navidad. Se quejó de los mensajes de Kevin hasta llegar a nuestro centro de reuniones en donde ya nos esperaban Donna, Fred, Dylan y el famoso líder de todo esto.
Por un instante, nuestras miradas se conectaron, como si intentaran preguntar qué era lo que seguía. Afortunadamente, aquello duró muy poco, pues Kevin dirigió su vista a otro lado y se levantó para colocarse frente a nosotros
—Bien, "chico mensajes". Ya estamos aquí, ¿qué demonios quieres? —preguntó Mónica tomando asiento junto a mí.
—Tengo al siguiente sujeto —dijo Kevin con suficiencia—. Lo estuve investigando... es el capitán del equipo de fútbol de la escuela.
—¿Hablas de Demian Robson? —interrogó Donna abriendo los ojos al recibir una afirmación por parte del chico.
—Él fue el segundo en quedar inconsciente. Resulta que es el sujeto al que encontraron en la bodega del gimnasio —explicó nuestro orador principal anotando el nombre de Demian en el pizarrón.
—Entonces, ¿qué procede Sherlock? —interrogó Mónica—. ¿A qué casa se meterán Nicole y tú esta vez?
—Otra de las razones por las cuales me urgía que se reunieran, era precisamente por eso... Esta misión la cumpliremos con un poco de ayuda del resto del equipo —planteó Kevin y todos nos miramos sin comprender—. Demian fue alejado de todo esto, al igual que Conan, pero de una manera un poco diferente.
—Solo dilo, hermano, ¿qué pasa? —preguntó Fred mostrándose más interesado.
—A Demian se lo llevaron del pueblo. Ahora vive en la ciudad... Tendremos que ir a buscarlo —dijo Kevin y todos dimos un pequeño salto por la sorpresa.
—¡¿Estás loco?! ¿Cómo demonios vamos a ir a buscarlo a la ciudad? —gritó Mónica levantándose de su lugar.
—Es muy simple, chicos —comenzó a decir Kevin—. Dylan nos prestará el auto de su abuela. Nos vamos los seis juntos y buscamos la casa. Una vez que sepamos exactamente dónde está, Nicole y yo iremos y hablaremos con Demian sobre la noche del baile.
—¿Y por qué tenemos que ir nosotros? —cuestionó Mónica golpeando con su dedo índice el pecho de Kevin.
—Eso es sencillo. Necesitamos hacer una excusa para este viaje, ¿qué mejor que una inocente salida de amigos? —planteó y todos sonreímos ante la imposibilidad de su plan.
—Mi abuela no me dejará usar el auto —argumentó Dylan pasándose una mano por la cabeza.
—Eso es lo mejor de todo... No le diremos a nadie —explicó Kevin con una gran sonrisa en su boca—. Tu abuela nunca lo sabrá porque los sacarás a escondidas. Ella nunca sale de la casa.
—No sé si entiendes que esto no tiene sentido. ¿Cómo demonios vamos a tener una "inocente salida de amigos" como una excusa cuando nadie sabrá que nos fuimos de viaje? —reclamó la novia de Fred con desesperación.
—Obviamente, lo descubrirán —respondió Kevin girando los ojos—. Cuando no nos encuentren en casa, claro. Les estoy dando una buena excusa. Íbamos de viaje con amigos, un rato a la ciudad. No tiene nada de malo.
Todos concordábamos en que aquello no funcionaría. Nuestros padres jamás dejarían que viajáramos solos a la ciudad, en especial conduciendo un auto (sin saber si el que lo conduciría tenía siquiera una licencia), sin embargo, la emoción de Kevin casi nos obligó a decirle que pensaríamos mejor las cosas y que le daríamos una resolución después.
Sabíamos que debíamos decir que "no", pero postergar ese momento era lo mejor. Al final, no queríamos hacer sentir mal al chico, él era algo así como... nuestro amigo.
Terminando la reunión, miré la hora y ya casi daban las nueve. Habíamos acordado que las reuniones serían temprano para que yo pudiera llegar a mi empleo, así que tomé mi mochila y avancé hacia la salida después de haber charlado un momento con Mónica y Donna.
—¡Nicole! —gritó Dylan al tiempo que abría la puerta—. Hola, Nicole. Oye, quería saber si vamos a salir hoy, como habíamos quedado.
—Hola, Dylan. Por supuesto que sí —respondí atravesando el marco de la puerta—. ¿Te parece si nos vemos en la hamburguesería de Kenny?
—Si tú lo prefieres así, nos vemos ahí, pero, ¿tú trabajas en el taller de Chuck, no? —preguntó él con emoción.
—Sí, de hecho voy para allá —contesté con apuro, no quería llegar tarde al trabajo.
—Paso por ti a tu trabajo a la hora que salgas, ¿de acuerdo?
—Salgo a las cinco —contesté sonriendo y salí corriendo hacia la calle mientras me despedía con la mano.
Dylan era un chico muy amable, como ya he dicho. Parecía muy emocionado por nuestra salida y, al recordar su carta, entendía perfectamente por qué. Sin embargo, no podía evitar sentirme un poco culpable por lo que había pasado en Navidad.
No es que él y yo fuéramos algo pero, al leer su carta e ir a buscarlo para salir, había sido casi como aceptar el hecho de que yo le gustara. Besar a Kevin había sido algo totalmente incongruente y tonto.
Traté de borrar aquello de mi mente y di la vuelta para poder alcanzar la calle en la que estaba el taller de Chuck.
Respiré profundamente y me llené de energía para trabajar.
—Buenos días —saludé con emoción. Como siempre, Chuck voleó a ver el reloj y al confirmar que había llegado a tiempo hizo una mueca.
—Sigue con la oficina —respondió secamente mientras sacaba unas herramientas del estante más alto del taller.
Yo solo asentí y caminé hacia donde estaba el pequeño cuarto que había estado ordenando.
Los papeles revoloteaban frente a mí a una velocidad impresionante. Ya no quería estar acomodando más documentos. Yo quería aprender sobre autos, y era algo extraño, no es que yo hubiera sentido una gran pasión por ellos siempre, pero ahora que los tenía tan cerca sentía una especie de... llamado.
Mi tía Patty había heredado el taller de mi abuelo. Recuerdo que cuando iba a visitarla, todas las conversaciones siempre giraban alrededor de modelos de autos y tipos de motores. Sin embargo, en aquel momento, creía que aquello era burdo y sin importancia.
Ahora era diferente.
El reloj marcó la una de la tarde en punto. El último papel aterrizó en su lugar y yo corrí hacia la parte del taller en donde yacía un enorme auto negro y brillante bajo el que estaba Chuck manchado de grasa.
—¡Ya terminé! —le dije satisfecha de mí misma. Él salió de debajo del auto y me miró con incredulidad.
—¿Todo? —preguntó limpiándose las manos con un trapo rojo que estaba a un lado.
—Claro, ya está todo listo. ¿Ahora puedo ayudar con los autos? —exclamé con emoción.
—Necesito que ordenes las herramientas y que vayas por más hojas para las facturas, además...
—No, yo quiero ayudar con los autos —reclamé con furia.
—Aquí no harás lo que te plazca, niña —respondió Chuck poniéndose rojo—. No tocarás los autos. Son sagrados aquí, sagrados para mí. No lo arruinarás.
—Pero...
—Ahora ve a ordenar las herramientas del taller —concluyó el hombre con severidad y volvió a su lugar
Me quedé un segundo mirándolo.
¿Cómo era posible que me hubiera dicho eso? Yo no quería descomponer los autos, quería aprender sobre ellos.
Me giré aparatosamente tratando de causar el mayor ruido posible (indispensable para una salida dramática) y caminé hacia las herramientas.
Las ordené perfectamente causando un fuerte bullicio para molestar a Chuck. Este solamente me lanzaba miradas llenas de odio de vez en cuando y trataba de ignorarme el resto del tiempo.
Corrí por las hojas de factura y regresé tan rápido como me lo permitieron las piernas. Todo estaba, nuevamente, terminado para las cinco en punto.
Reporté a Chuck con sequedad y tomé mi mochila furiosa.
No dejaría que me frenara. Yo encontraría una forma.
Una vez que atravesé la puerta del taller me sorprendí al ver a Dylan esperándome en la banqueta del frente. El coraje que había predominado durante todo el día había logrado que olvidara la cita con el chico. Sin embargo, traté de disimular y me acerqué tranquilamente.
—Hola, Dylan —saludé abrazándolo—. ¿Ya estás listo?
—Claro, ¿a dónde iremos? —contestó sonrojado.
—Íbamos a ir por un helado —respondí caminando a su lado—. ¿Te parece si mejor vamos por una malteada?
—Lo que tú prefieras —dijo con emoción.
La charla inició un poco torpe. Varios silencios incómodos y temas repetitivos, pero poco a poco todo comenzó a encajar como un rompecabezas después de que encuentras la pieza faltante.
Llegamos a Kenny's (la hamburguesería de moda) y pedimos malteadas dobles. Los minutos pasaron tan suaves y dulces como la crema batida sobre las malteadas. Jamás había hablado con Dylan a profundidad, pero en realidad parecía ser una de esas personas que pintan a ser... inolvidables.
—Es magnífico que ayudes a tu abuela en las tardes —comenté mientras daba los últimos sorbos a mi malteada.
—Gracias. Yo la quiero más que a nada en el mundo, igual a mi abuelo —respondió sonriente.
—¿Y tus padres? —pregunté con curiosidad, casi esperando alguna respuesta dramática.
—Fallecieron, lamentablemente —dijo con melancolía y después me miró, nuevamente con dulzura—. Pero tengo a mis abuelos, son lo más importante.
—Seguramente, ellos están felices con un nieto como tú —exclamé y el chico se sonrojó.
—Oye y, ¿qué opinas sobre lo de Kevin? —cuestionó Dylan y mi corazón se aceleró al imaginar que sabía lo del beso.
—¿Sobre qué? —respondí con nerviosismo.
—Sobre lo del viaje —aclaró y mi corazón volvió a la normalidad—. Yo no estoy tan seguro de que sea buena idea, pero no quiero hacerlo sentir mal. Creo que esto está yendo demasiado lejos.
—Bueno... probablemente sí. Además, no le encuentro mucho sentido a seguir investigando, honestamente —dije y él sonrió, como si hubiera dicho lo mismo que él estaba pensando.
—Mañana tendremos que decirle —sentenció y acto seguido pidió la cuenta.
Dylan y yo caminamos juntos hacia el parque y nos sentamos otro rato. Charlamos hasta que cayó la noche y después nos despedimos.
Estar con ese chico dejaba una extraña sensación en mí, como si su presencia estuviera impregnada de miel y esa dulzura provocara resaca a quien conviviera aunque fuera un minuto con él.
Apenas aquella sensación me abandonó, recordé el pésimo día que había tenido con Chuck y me puse a buscar la agenda de mis padres.
Escudriñé con la mirada cada nombre anotado en cursiva hasta que encontré el que quería: "Patty Sadstone".
—¿Hola? —contestó mi tía por el teléfono.
—Hola, tía. Soy Nicole. Disculpa que te moleste, pero necesito tu ayuda.
Después de explicarle toda la situación que estaba pasando con mi nuevo jefe, ella se quedó reflexionando un instante y me preguntó qué era exactamente lo que podía hacer por mí.
—Quisiera que me ayudaras a aprender algunas cosas básicas sobre autos. Me gustaría que Chuck se diera cuenta de mi potencial —expliqué con emoción y ella soltó una risita.
—¡Cuánto tiempo intenté que te interesaran los autos, querida! Hasta ahora comienza tu interés —comentó con alegría—. Por supuesto, Nicole. Ahora tengo trabajo pendiente, pero dame esta semana para ponerme al día y el sábado iré a visitarte para comenzar con las lecciones.
—¡Muchas gracias, tía! —exclamé gritando por el teléfono.
—¡Cuánta emoción, chica! —rio ella y yo reiteré el agradecimiento.
Todo había salido a la perfección, estaba segura de que, una vez aprendido todo lo posible de la tía Patty, Chuck quedaría impresionado y me dejaría ayudar en el taller.
Me disponía a dormir con una sonrisa en la cara cuando un mensaje de Mónica llegó a mi celular.
"Nicole, Fred quiere hablar con nosotros. Nos vemos en su casa a la misma hora de hoy"
Respondí rápidamente que iría a la reunión y después bloquee mi celular para ponerlo en la mesita de noche.
Me preguntaba qué querría el chico cuando mi celular volvió a iluminarse. Era Dylan.
"Me divertí mucho contigo, gracias por esta tarde especial"
Yo también había disfrutado de nuestra salida. No podía definirse con algo menos que "dulce". Y claro que yo también lo consideraba una tarde especial, incluso más que eso.
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—Gracias por venir hoy —dijo Fred al siguiente día en la reunión de emergencia. Aquello que más llamaba la atención era que el único que no estaba presente, era Kevin.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Donna con preocupación.
—No —descartó el chico colocándose en el lugar en donde siempre se colocaba el investigador principal del "equipo". Su figura alta y sus cejas pobladas contrastaban con la apariencia de su amigo—. Quiero hablarles sobre el viaje a la ciudad.
—Pero, amor, pensé que no íbamos a ir —comentó Mónica.
—Es ese, precisamente, el problema. Chicos, yo conozco a Kevin desde jardín de niños, prácticamente hemos crecido juntos. Yo tengo conocimiento de lo que pasa en su vida y sé que este viaje es importante para él —comenzó a explicar el chico—, más importante de lo que ustedes creen.
—¿Por qué? —preguntó Dylan que se había sentado a mi lado al inicio de la reunión.
—Es... algo complicado. Digamos que, esto no ha salido de la nada, es algo que quiero que sepan. Me gustaría que todos hiciéramos un esfuerzo por ir. El viaje lo ayudaría mucho a distraerse —concluyó Fred y nos miró con sutil súplica.
—¿Él está bien? —interrogó Dylan y Fred asintió.
—Bueno... tal vez deberíamos hacerlo —afirmó Donna mirándonos—. Si cualquiera de nosotros lo necesitara, ¿no les gustaría que todos hicieran lo mismo?
En ningún momento Fred nos reveló cuál era la razón por la que era importante que fuéramos al viaje, sin embargo, después de estar escuchando que aquello era lo correcto, no pudimos evitar sentir que si no lo hacíamos nos convertíamos automáticamente en monstruos que optaban por lastimar al chico.
Fred le envió un mensaje a Kevin confirmando la asistencia de todos al viaje y la reunión se dio por terminada.
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Los preparativos para el viaje iniciaron casi de inmediato. Sería muy corto, en realidad. Nos iríamos temprano y volveríamos ya entrada la noche. A pesar de ello, era importante crear un fondo común para comprar comida y para la gasolina que utilizaría el auto de la abuela de Dylan.
Fred conduciría el auto, afortunadamente, él era el único que tenía permiso para conducir, así que terminar en prisión ya no era ningún tipo de conflicto mental para mí.
Intenté encontrar la mejor manera de pedirle permiso a Chuck para faltar al trabajo el viernes. Sin embargo, siempre me invadía la idea de que al solicitar tal cosa, él encontraría aquella excusa que todo el tiempo buscaba para despedirme.
Cuando terminé mi trabajo el jueves (nuevamente papeleo) y me preparaba para cancelar el viaje, algo milagroso sucedió.
Chuck me dijo que su hermana estaba enferma y que cerraría el taller desde el viernes hasta el lunes, así que no tendría que ir esos cuatro días a trabajar, dándome la oportunidad perfecta para asistir al viaje.
A la mañana siguiente me levanté lo más sigilosa que pude y entré a la ducha. Era tan temprano que mis padres aún no despertaban. Usualmente, estaban tan cansados que era probable que ignoraran un huracán mientras dormían.
Me vestí, tomé mi mochila, metí dinero y algunas cosas extra, y me colé por la ventana, robando el truco de Kevin.
Ellos no se darían cuenta porque, finalmente, nunca entraban a mi habitación en las mañanas.
Avancé hacia casa de Fred, el punto de encuentro. El auto de la abuela de Dylan (un auto clásico color verde botella) nos aguardaba estacionado en la banqueta contraria con su nieto sentado a un lado.
Todos los días hasta el viernes, Dylan y yo habíamos estado enviándonos mensajes y llamándonos por teléfono constantemente, así que ya lo sentía tan familiar que no dudé en acercarme y darle un abrazo.
—¿Estás lista? —preguntó mientras recibía mi abrazo con una sonrisa.
—Por supuesto, ¿qué me dices de ti? Yo nunca he viajado en un auto conducido por tu amigo. No sé a qué me atengo — bromeé y él solo se limitó a sonreírme con calidez.
—¡Nicole! —gritó emocionada Donna que venía corriendo por la calle con una mochila de lentejuelas doradas y unos exagerados lentes de sol—. ¿Emocionada?
—Claro —contesté con ironía—. ¿Y los demás?
—Están adentro, no deben tardar —respondió Dylan al tiempo que abría la cajuela del auto—. Pueden irse acomodando mientras tanto.
Pasaron aproximadamente veinte minutos y el frío de la mañana comenzaba a desaparecer. Me preguntaba qué tanto estarían haciendo adentro.
Seguramente Mónica y Fred estaban peleando o algo parecido, sin embargo, antes de que pudiera comenzar a imaginar más teorías salieron los miembros faltantes del equipo y comenzaron a meter sus mochilas en la cajuela del auto.
—Chicos. Nicolasa —saludó Kevin que se acomodaba en el asiento del copiloto.
—¿Vamos a desayunar llegando allá? Porque yo no pude comer nada —preguntó Donna que se sentaría en el asiento de atrás junto a Dylan y a mí.
—Podemos parar en algún lugar que se vea decente —dijo Mónica que traía unos lentes de sol al estilo de los años cincuenta sobre la cabeza.
Como el auto era de tres plazas en el asiento del frente, la novia de Fred se sentó entre Kevin y su chico.
Y así, el viaje comenzó.
Donna, siempre había preferido las ventanas, y como Dylan y yo comenzábamos a agradarnos bastante, yo no tuve ningún problema en ir sentada junto a él en la parte de en medio.
Mientras mi amiga se perdía en los paisajes de la carretera, al ritmo de la música que ponía Mónica, yo mantenía una conversación de lo más animada con mi compañero de asiento.
Aquel viaje parecía haber sido una buena idea porque, la música, las risas, el viento y los paisajes se complementaban de una forma tan perfecta que casi parecía sacado de algún video musical.
El único que parecía no disfrutar tanto aquel viaje, irónicamente, era Kevin. Al parecer compartía con Donna la obsesión por las ventanas porque en todo el viaje no compartió ni una de las risas con Mónica y Fred, en cambio, recargaba sus rizos en el borde de la ventana como desvanecido.
Después de dos increíbles horas de viaje, llegamos a la ciudad.
Bajamos en un restaurante pequeño y mientras descendía del vehículo lo miré detalladamente.
Creí por un momento que el auto de la abuela de Dylan era mágico. Quiero decir, no en un sentido extraño, pero tenía algo diferente y eso me gustaba mucho.
Acaricié con mis ojos los bordes plateados y el volante antiguo al tiempo que una sensación de calidez me invadía. Aquel color verde botella y los interiores crema me provocaban una especie de nostalgia que era difícil de explicar.
Y solo una idea rondaba por mi mente en ese momento: Realmente deseaba aprender sobre autos.
—¿Sabes dónde es la casa de Demian? —preguntó Fred sirviéndose un poco de jugo.
—Tengo la dirección exacta —dijo Kevin y me dejó anonadada. ¿De dónde había obtenido tanta información?—, pero no sé dónde queda.
—Bueno, después de desayunar, buscamos la dirección y una vez que la encontremos aparcamos el auto enfrente y Nicole y tú bajan a hablar con el chico —propuso Mónica y todos asintieron.
Terminamos de degustar una comida riquísima y regresamos a nuestro mágico auto para comenzar la aventura.
El restaurante al que habíamos entrado, apenas se encontraba en la entrada de la ciudad, así que la gran vista aún nos esperaba.
Hacía mucho que no visitaba aquel lugar, casi había olvidado lo impresionante que era. Los edificios eran altos como titanes que protegían a todos los habitantes. Orgullosos y brillantes. Y las luces, que se reflejaban en todas direcciones, simulaban una lluvia de estrellas al pasar por esas calles. Era, para mí, la ciudad más bella del mundo, tan mágica, tan única.
Me encantaba también que fuera un lugar inyectado de energía. Nadie se detenía en su caminar, como guerreros elegidos para cumplir alguna misión.
Definitivamente, no me arrepentía de haber ido.
Todos atacábamos nuestros celulares tratando de encontrar la ruta para la dirección que traía Kevin doblada en una hoja, hasta que salió el primer victorioso.
Donna fue indicándole a Fred las calles en las que requería dar vueltas o hacer cruces y aquellas que debía evitar a toda costa por el terrible tránsito.
En un abrir y cerrar de ojos, estábamos frente a una bella casa blanca con jardín pequeño.
Las miradas de todos nos seguían a Kevin y a mí como paparazzis en una premier desde el auto de Dylan. Mi compañero de investigación llamó a la puerta y ambos nos quedamos esperando.
—¿Te está gustando el viaje? —pregunté al notarlo un poco desanimado.
—Sí, claro —contestó cortante—. Aunque... creo que tú lo fuiste disfrutando más.
Antes de que yo pudiera contestar, la puerta fue abierta. Una señora de blusa rosa nos miró con curiosidad y acto seguido preguntó la razón de nuestra visita.
—Bueno, señora —inicié temblorosa—. Lo que pasa es que queremos hablar con Demian.
—¿Quién los manda? —cuestionó rápidamente la mujer cruzando los brazos.
—Nadie, nadie en realidad. Mire, le seremos honestos. Estamos investigando quién fue el culpable de lo que le pasó al chico —La mirada de la mujer se ablandó por un segundo.
Habíamos acordado que no nos escabulliríamos como lo hicimos con Conan, era más probable que alguien nos viera en la ciudad y nos reportara con la policía. Que la autoridad llamara a nuestros padres no era algo que quisiéramos que sucediera.
—Me parece que no lo lograrán —dijo la señora abriendo la puerta—, pero nada pierden con intentar. Además, la policía no quiso hacer nada con mi Demian. Veamos si ustedes pueden hacer justicia.
Lanzamos una mirada de despedida a nuestros amigos del auto y entramos a la pequeña casa.
Los interiores eran de madera brillante y la vajilla alcanzaba a asomarse desde una vitrina de mármol con vidrio.
La madre de Demian fue por el chico mientras nosotros esperábamos en una acogedora sala color rosa pastel.
—¿A qué te referías hace rato con tu comentario? —susurré a mi acompañante.
—Pues a eso, ya lo dije —respondió sin mirarme.
—¿Te refieres a Dylan? —cuestioné buscando encontrarme con sus ojos.
—No, es solo que no sabía que eran amigos y ya. Lo dije por eso, porque noté que disfrutaste ir con un amigo —explicó el chico rascando su cabeza— porque, es tu amigo, ¿no?
—Eso a ti qué te incumbe, Kevin —dije mientras reía por lo bajo—. No puedo creer que estés celoso.
—No estoy celoso —respondió y yo le di un empujoncito con el brazo—. Es que necesitaba saberlo porque soy el líder del grupo, si no te habías dado cuenta. Necesito saber quién es amigo de mis amigos... o algo más —argumentó el chico recuperando ese brío que lo caracterizaba.
—No me digas, ¿eres como la abeja reina? —dije burlonamente y él se preparó para contestar, sin embargo, en ese momento vimos una cabellera rubia y un cuerpo musculoso bajar por las escaleras junto a la señora que nos había recibido.
—¿Me buscaban? —preguntó el chico acercándose a nosotros y dándonos la mano—. Kevin Baxter —dijo reconociéndolo—. Me agradas. Tu broma de biología me salvó del examen de ese día. No había estudiado y si reprobaba me sacaban del equipo.
—No hay de qué. Fue uno de mis mejores golpes —respondió Kevin sonriente y todos tomamos asiento después de saludarnos.
—Demian, necesitamos que nos cuentes qué pasó la noche del baile de Navidad. Estamos investigando al verdadero culpable —expliqué y sentí un golpe en el estómago al pronunciar la palabra "verdadero".
—La peor noche de mi vida —dijo el chico y recargó sus fornidos brazos sobre las rodillas—. Todo fue normal al inicio. Después de bailar con una de las chicas del equipo de porristas fue cuando todo empezó a empeorar. Kimberly, mi exnovia actualmente, me vio y discutimos. Justo después de que terminamos fue que pasó.
—¿Pero qué pasó? —preguntó Kevin intrigado.
—Ese es el problema, no lo recuerdo. Kimberly me dijo que todo había acabado. Yo me iba a dar media vuelta y todo se volvió negro. Desperté en el hospital del pueblo —narró el chico y Kevin y yo nos quedamos estupefactos—. Si saben algo chicos, díganmelo. Me encantaría saber quién fue el estúpido que causó esto. Tengo cuentas pendientes con él.
—Bueno... muchas gracias —respondió Kevin con nerviosismo y ambos nos levantamos de la sala.
Después de agradecer a Demian por la información y a la madre de este por permitirnos entrar, regresamos al auto a contarles lo que había sucedido.
—¿Vinimos hasta acá para eso? —preguntó Mónica dándole a Kevin un golpe en el hombro.
—¡Fue información importante! —defendió el chico sobando su hombro—. La siguiente en la lista es ella, es Kimberly White. Ella seguramente vio quién estaba cerca de Demian aquella noche.
—Bueno, pero... ya que terminamos tan pronto, ¿qué les parece si vamos al mirador? —propuso Donna mostrándonos las fotos que había encontrado del lugar en internet.
La increíble vista nos convenció a todos y pusimos el auto en marcha.
Todo el camino pensé en lo que me había dicho Kevin, realmente me costaba comprender cómo funcionaba su mente. Primero actuaba como un payaso, luego me besaba y ¿ahora estaba celoso?
Cuando bajamos, una fresca brisa alcanzó mi rostro y la ciudad se levantó ante mí como una enorme postal que presumía su belleza.
Los chicos comenzaron a platicar entre ellos y Donna, Mónica y yo decidimos ir a sentarnos en el borde del mirador.
—¿Y qué tal tu cita con Dylan? —preguntó Mónica con picardía.
—¡¿Tuviste una cita con Dylan y no me contaste?! —reclamó Donna exagerando sus movimientos.
—Fue una salida solamente —aclaré riendo—, pero sí, estuvo bastante bien.
—Vamos, han estado charlando todo el viaje. Justo lo que le decía a Kevin, ustedes hacen una pareja ideal —comentó Mónica y me dedicó una enorme sonrisa.
—Al que he notado un poco raro es precisamente a Kevin —dijo Donna sacando su celular para tomar una fotografía del paisaje.
—Sí, bueno. Ha tenido un par de problemas —comentó nuestra amiga bajando un poco la mirada, como evitando que la leyéramos.
—¿Más que los de costumbre? —pregunté bromeando y ambas soltaron una breve risa.
—Algo así —concluyó ella tratando de evadir el tema—, pero bueno, no nos has contado qué tal tu viaje a Nueva York.
—Mis padres no pudieron llegar —dije y Donna detuvo su sesión de fotos.
—¿En serio? —preguntó mi amiga y yo afirmé con la expresión un poco triste—, ¿qué hiciste en Nochebuena, entonces?
—Cené en mi casa —respondí y ambas se miraron como lamentando mi situación.
—Seguramente te aburriste en una Nochebuena sola —expresó honestamente Mónica y en ese momento Kevin volteó hacia mí como si hubiera escuchado el comentario de su amiga.
—Fue aburridísimo —dije con una breve risa y él solo regresó su rostro a la conversación que sostenía acompañado ahora por una sonrisa.
Nunca había tratado tan de cerca a todos esos chicos. Donna era mi mejor amiga desde hacía tiempo, pero los demás eran perfectos extraños en la escuela.
Era curioso como al conocer a alguien tu concepto puede cambiar radicalmente. Supongo que es lo maravilloso de hacer amigos. Transformar.
—¡Chicos! ¡Es hora de irnos! —gritó Fred que giraba las llaves del auto sobre su dedo—. Si nos vamos ahora, podremos llegar cuando apenas esté atardeciendo.
Todos atendimos la indicación de Fred y subimos al automóvil.
El chico colocó las llaves en su lugar y todos nos preparamos para escuchar el sonido del motor encenderse, aquel que nos llevaría de vuelta a casa.
Sin embargo, solo esperamos y esperamos... Pero el sonido nunca apareció.
—¿Qué demonios pasa? —preguntó Fred y dio un manotazo en el volante cuando encontró el problema—. No tenemos gasolina. Ni un poco.
—No se preocupen, iremos a comprar más —dijo Dylan sonriente.
—La última gasolinera estaba a quince kilómetros, tonto, ¿cómo caminaremos hasta allá? —argumentó Kevin.
El mirador estaba dentro de la reserva natural de la ciudad y la hermosa urbanidad que tanto habíamos admirado se había quedado muy pero muy lejos.
Todos comenzamos a estresarnos sin saber qué hacer. La solución más sencilla era llamar a un taxi o a alguien que pudiera proveernos de gasolina o transporte, pero la señal de los celulares era nula en la reserva.
Donna nos tranquilizó un poco al recordar que tenía un teléfono de emergencia en su bolsa. Se lo había dado su hermano mayor que trabajaba en la milicia. Era uno de esos que siempre tenían señal y que ocupaban muy poca batería.
Ella corrió emocionada por haber encontrado la solución y acto seguido abrió la cajuela aparatosamente para sacar su mochila.
—¡Chicos! —gritó ella con horror.
—¿Qué pasa? —dijimos acercándonos hacia la cajuela que era señalada por Donna.
—¿Alguien le puso llave cuando lo estacionamos en el restaurante? —preguntó mi amiga con los ojos muy abiertos.
—¡Nos robaron las mochilas! —gritó Fred al observar el espacio vacío.
Sin dinero, sin gasolina, sin señal y sin el permiso de nuestros padres, ¿acaso todo podría empeorar?
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