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30

Fayre me observó, sus ojos reflejando una promesa no verbalizada, una certeza de lo que estaba por venir. Con movimientos pausados y llenos de propósito, se volteó y comenzó a caminar hacia un balcón que, hasta ese momento, había pasado desapercibido para mí.

Al llegar al borde, se detuvo un instante, cerró los ojos y pareció recordar la sensación de libertad al sentir la brisa acariciar su rostro. Por un breve momento, pensé que iba a lanzarse al vacío. Pero en lugar de eso, su figura comenzó a cambiar gradualmente, transformándose ante mis ojos en algo mucho más grandioso.

Corrigió su postura volviéndola más erguida con una gracia natural. Cerró los ojos brevemente y sus rasgos humanos desaparecieron, dando paso a la majestuosa figura de un dragón. Las escamas, de un brillo cegador, empezaron a cubrir su cuerpo. Eran como un cielo de estrellas, cada una resplandeciendo con un fulgor propio.

Sus alas, vastas y poderosas, se desplegaron lentamente, extendiéndose hacia los cielos con una majestuosidad imponente. La membrana entre sus huesudas estructuras brillaba con un resplandor iridiscente, como si capturara la luz de la luna y la refractara en mil colores sobre el paisaje nocturno. El aire a su alrededor parecía vibrar con una energía palpable. Al moverse creaba un eco profundo y resonante, como un tambor celestial que marcaba su presencia en el firmamento, recordando a todos la grandeza y el dominio natural de la criatura alada.

La presencia de Fayre en su verdadera forma era increíble, una mezcla inigualable de belleza y fuerza. Sus ojos, ahora se habían hecho más grandes. Cada movimiento, cada respiración, emanaba un aura de autoridad, como si el mismísimo mundo reconociera y respetara su poder.

Observé en silencio, asombrada por la magnificencia del ser dracónico que se alzaba ante mí.

En ese momento, la puerta de la sala se abrió, Alastor, Brom, Sasha y Esme entraron apresuradamente. Sus rostros mostraban una mezcla de preocupación y alivio al verme sana y salva.

—Amber, ¿estás bien? —preguntó Sasha, su voz llena de inquietud.

—Estoy bien —respondí, con una sonrisa llena de confianza—. Fayre está con nosotros.

Alastor asintió, su rostro severo mostrando una ligera suavidad al presenciar la transformación de Fayre en dragón.

—Esto cambia todo —soltó Alastor con asombro—. He visto cómo los humanos masacraron a los antiguos dragones, y ahora, ver qué lograste dominar a Fayre de una manera en la que solo un verdadero compañero podría, me hace reconsiderar mi visión sobre la humanidad.

Fayre, ahora completamente en su forma de dragón, emitió un rugido poderoso que resonó en todo el valle. Era una llamada a la acción. Junto a mis amigos, me sentí más fuerte que nunca.

—Necesitamos a Zelly y a Sofía —anuncié, mirándo a los presentes en la sala.

Sasha obedeció de inmediato y salió rápidamente en busca de ellas mientras Brom, Esme y yo nos preparábamos. El dragón esperó pacientemente en el balcón.

En pocos minutos, la hechicera regresó con la elfa y el hada.

—Estamos listas —anunció Zel.

Con eso, él se inclinó, permitiendo que subiéramos a su espalda. Brom, Sasha, Esmeralda, Zelly y Sofía se acomodaron con agilidad. Pero para mí, fue una tarea mucho más complicada.

Después de todo, montar en un dragón no era algo que se hacía todos los días.

El lomo de Fayre, era sorprendentemente resbaladizo. Con escamas moteadas en tonos que recordaban las pecas de su forma humana. Su cuerpo brillando en matices de blanco, naranja y rojo. Sus iris intensos, irradiaban un resplandor rojizo como el fuego mismo.

Cada vez que intentaba montarme mis pies se deslizaban, mezclando la emoción que tenía con una pizca de miedo. Brom me extendió una mano para ayudarme.

—Tranquila, Amber.

Con su apoyo, logré subir y acomodarme detrás de él. La superficie, aunque resbaladiza, también era cálida al tacto. El dragón se elevó un poco lentamente, batiendo sus alas con una fuerza que hizo temblar el aire a nuestro alrededor.

—No puedo creer que vayamos a volar en un dragón —murmuró Sofía, maravillada.

—Tú vuelas todo el tiempo —respondió la vampira.

Zelly, sin embargo, observaba a Fayre con una expresión pensativa.

—Siempre supe que había algo especial en este lugar —expuso Zelly en voz baja, casi para sí misma—. Pero un dragón...

Su comentario me hizo fruncir el ceño ligeramente. Había algo en su tono que me parecía extraño, pero no tenía tiempo para pensar en ello ahora.

Justo antes de despegar, Alastor se acercó al grupo.

—Debes ser fuerte. Fayre ha depositado su confianza en ti, porque le demostraste que lo merecías —dijo Alastor —. Yo tengo la obligación de quedarme aquí para proteger a los trolls ahora que él ha despertado. Por favor, salva Gwyndolin.

—Gracias, Alastor. Prometo que no fallaré —respondí, sintiendo el peso de la responsabilidad.

Con un rugido ensordecedor, Fayre se lanzó al cielo. El viento golpeaba nuestros rostros mientras ascendíamos, pero una sensación de libertad y poder nos envolvía a todos. A medida que el suelo se alejaba, miré a mis amigos y vi en sus ojos la misma mezcla de miedo y esperanza que sentía yo.

Juntos, volando sobre el imponente dragón, sabíamos que estábamos listos para la verdadera batalla que estaba por comenzar, y con Fayre de nuestro lado, teníamos una oportunidad real de cambiar el destino de todos.

Mientras más nos elevábamos, pude ver la mágica división del día y la noche en el horizonte. Era como si el amanecer estuviera pintado por un artista celestial, con pinceladas de dorado y rosado entrelazándose con azules oscuros y los destellos plateados del cielo de la noche. Las estrellas, como joyas brillantes, comenzaban a desvanecerse lentamente, cediendo el paso a la luz del sol naciente que iluminaba el paisaje debajo de nosotros.

Desde lo alto, el mundo se desplegaba vasto y misterioso, revelando Akuma en la distancia. Las murallas colosales de la ciudad se alzaban como guardianes imponentes, bañadas por los primeros rayos del sol que las hacían brillar con un resplandor dorado. Las enormes barreras protectores rodeaban un castillo de piedra gris oscuro, cuyas torres se elevaban majestuosamente hacia el cielo matutino. El reflejo del sol en las defensas parecía un escudo de luz que protegía la ciudad y su centro de poder.

Fayre volaba con una gracia imponente, sus escamas reflejando los destellos dorados del sol como un millón de espejos encantados. Cada destello que emanaba de su cuerpo añadía un toque de magia al paisaje urbano, creando un contraste entre la antigua fortaleza y la belleza natural circundante. La brisa fresca de la altitud se mezclaba con el calor reconfortante de su cuerpo, creando una sensación de seguridad mientras nos aventurábamos más alto en el cielo.

Amber...

—¿Dijeron algo chicos? —pregunté confundida.

—¿A qué te refieres? —dijo Zelly.

—No, no es nada.

Amber...

¿Acaso era... Fayre? Se escuchaba como él, pero parecía estar dentro de mi cabeza.

Así es, solo tú puedes escucharme.

Di un salto en mi lugar, quedé sorprendida de escuchar su voz de una forma tan clara.

Quiero agradecerte querida, por liberarme. Tu valentía ha sido mi salvación y nuestra unión será ahora nuestra fortaleza.

Me sentí abrumada por su gratitud, ya que no había razón para agradecer. Comencé a pensar que Alastor tenía razón, y que los humanos solo pensaban en ellos mismos después de todo.

Fayre era libre ahora, pero estaba siendo forzado a usar todo su poder por el bien de... nosotros.

Creí que habías aprendido que la verdadera grandeza reside en el sacrificio por aquellos que amas. No estás siendo egoísta. En ti he encontrado un propósito noble, Amber. No temas por mí, pues este camino elegido, ahora también es el mío.

A medida que nos alejábamos aún más del suelo, esa sensación de asombro y maravilla se intensificaba. Estábamos en el umbral de dos mundos, entre la imponente ciudad fortificada y los horizontes infinitos, con el futuro desplegándose ante nosotros en un espectáculo de colores y sensaciones que solo pueden existir en los confines de la fantasía.

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