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23

El aire fresco del bosque, cargado de la fragancia de la tierra húmeda y el aroma penetrante de los pinos, nos rodeaba, proporcionando un respiro temporal de nuestras preocupaciones. Caminamos en silencio, cada uno de nosotros perdido en sus pensamientos. El canto lejano de un pájaro solitario rompía de vez en cuando el silencio tenso.

Zelly lideraba el grupo, su arco siempre preparado, sus ojos verdes brillando con determinación mientras escudriñaba cada rincón del camino. Sofía, con su porte estoico, volaba detrás de ella, su mirada fija y alerta. Sasha, con el mapa en mano, verificaba constantemente nuestra ruta, susurrando cálculos bajo su aliento, asegurándose de que no nos desviáramos. Yo caminaba al final del grupo, mis pensamientos oscilando entre la misión que teníamos por delante y las múltiples amenazas que acechaban en cada sombra.

Esmeralda caminaba junto a Brom, manteniendo su postura altiva y su mirada afilada. El paisaje cambió drásticamente; los árboles altos y majestuosos del bosque dieron paso a vegetación densa y retorcida. El suelo comenzó a volverse fangoso bajo nuestros pies, y una neblina espesa se cernía sobre el área, difuminando los contornos y creando formas fantasmales en la penumbra. El aire estaba cargado con un olor a agua estancada y plantas en descomposición, haciendo que cada respiración fuera complicada.

Los troncos de los árboles, retorcidos y cubiertos de musgo parecían figuras grotescas en la bruma, y las raíces sobresalían del suelo como dedos esqueléticos. El barro negro y espeso parecía moverse como si estuviera vivo, y cada paso se convertía en un esfuerzo consciente para no resbalar y caer. Las plantas acuáticas que emergían de las aguas estancadas parecían manos tratando de alcanzar la superficie, mientras que el croar profundo de las ranas gigantes y el zumbido constante de los insectos creaban una sinfonía inquietante que resonaba en el aire pesado.

Sabíamos que el tiempo era un lujo que no podíamos permitirnos, pero también sabíamos que la prudencia era nuestra mejor aliada en este terreno traicionero. Los cíclopes, con su tamaño descomunal y su habilidad para moverse silenciosamente a través del pantano, eran una amenaza que no podíamos subestimar. Sus ojos únicos y penetrantes podían detectar el más mínimo movimiento, y su fuerza bruta era suficiente para destrozar a cualquier intruso.

—Aquí empieza el borde de One Eye —dijo Sasha, consultando el mapa—. Debemos tener cuidado, este es un lugar traicionero. Su densidad permite a los ciclopes ocultar su gran tamaño y emboscar a los desprevenidos, aunque rara vez se alejan del pantano.

—No siempre es así —intervine—. En una de mis visiones al pasado, vi a Brom y Carlos siendo atacados por un cíclope en Coral Azul.

Brom asintió, confirmando mis palabras.

—Es cierto. Fuimos atacados por un cíclope que había cruzado al norte.

—Últimamente los del sur han estado rompiendo el pacto de paz que tenían, cruzando al norte sin motivo aparente —agrego Zelly.

—Qué maravilloso. Más tiempo para disfrutar de la compañía de todos ustedes —comentó Esmeralda, con su habitual ironía.

Sofía lanzó una mirada de advertencia a Esmeralda, pero se mantuvo en silencio. Sabíamos que la tensión entre nosotros no desaparecería fácilmente, pero también comprendíamos la importancia de mantenernos unidos.

Comenzamos a bordear la ciénaga, manteniéndonos alerta a cualquier signo de peligro. Cada paso debía ser calculado cuidadosamente para evitar caer o tropezar.

—Manténganse juntos —dijo Brom, liderando el grupo con una confianza que parecía inquebrantable—. El sendero puede ser traicionero, pero si permanecemos unidos, lo superaremos.

La marcha continuó en silencio, cada uno de nosotros concentrado en el camino. E l terreno comenzó a descender abruptamente, y nos encontramos frente a un estrecho desfiladero. Las paredes de roca eran empinadas y resbaladizas, pero era el único camino viable para seguir rodeando One Eye.

—Cruzaremos uno a uno —ordenó Brom—. Yo iré primero para asegurarme de que es seguro. Después, el resto me seguirá.

El elfo comenzó a descender con cuidado, utilizando las raíces y las rocas como puntos de apoyo. Lo observamos en silencio, cada uno de nosotros preparado para seguir sus pasos.

—¡Es más seguro de lo que parece! —grita Brom, una vez que llegó al otro lado—. Pero tengan cuidado, cualquier paso en falso podría ser peligroso.

Sasha fue la siguiente, seguida de Zelly y Sofía. Esmeralda y yo fuimos las últimas en cruzar, manteniendo una distancia prudente entre nosotras para evitar cualquier percance.

Cuando todos estuvimos al otro lado, sentimos una breve sensación de alivio, pero sabíamos que el peligro aún no había pasado. Continuamos nuestro camino, con Brom liderando el grupo y Esmeralda manteniéndose en la retaguardia, observándonos con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

—No falta mucho para salir de la región de One Eye —suspiro Brom, su tono tranquilizador—. Una vez que lo logremos, estaremos más cerca de Trolgrot.

El sol comenzó a descender, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa. Sabíamos que debíamos encontrar un lugar seguro para pasar la noche antes de que la oscuridad nos alcanzara.

—Allí —soltó Sofía, señalando un faro abandonado en la distancia —. Parece un buen lugar para refugiarnos.

Sin embargo, a medida que avanzábamos, la sensación de ser observados se intensificó. De repente, un rugido ensordecedor rompió el silencio, seguido por el sonido de árboles cayendo.

—¡Cuidado! —gritó Zelly, apuntando hacia la fuente del ruido.

De entre los árboles emergieron dos enormes cíclopes, sus ojos únicos brillando con una ferocidad primitiva. Cada uno de ellos medía al menos cuatro metros de altura, y sus cuerpos colosales eran una masa de músculo y fuerza bruta. Sus pieles, de un tono grisáceo y correoso, estaban marcadas por cicatrices de innumerables batallas pasadas, como recuerdos vivientes de las guerras y conflictos en los que habían participado.

El ojo central de cada cíclope era grande y penetrante, irradiando una luz feroz y casi hipnótica. Parecía capturar cada movimiento, cada susurro en el aire. Sus narices achatadas se dilataban con cada respiración pesada, y sus bocas, llenas de dientes amarillentos y desiguales, se curvaban en muecas de pura intimidación.

El cabello, enmarañado y sucio, caía en mechones desordenados sobre sus frentes anchas, y sus enormes manos, cada una del tamaño de un escudo. A medida que avanzaban, los cíclopes gruñían y rugían, sus voces resonando como truenos en la quietud del lodazal.

—¡Corran! —ordenó Esmeralda, aunque su tono era irónico—. No creo que quieran ser el almuerzo de estas bestias.

Nos dispersamos, intentando evitar los golpes de los cíclopes. Las criaturas eran lentas, pero poderosas, y cada paso que daban sacudía el suelo bajo nuestros pies. Brom, a pesar de su cojera, se movía con sorprendente agilidad, guiándonos a través del caos.

—¡Hacia el faro! —grité, señalando la estructura a lo lejos.

—¡Vamos chicos, no se queden atrás! —respondió Sasha, lanzando su daga a la pierna de uno de los cíclopes para ralentizar su avance.

El faro estaba a la vista, pero los cíclopes no iban a dejarnos escapar tan fácilmente. Uno de ellos nos cortó el paso, levantando un enorme árbol para lanzarlo contra nosotros. Esmeralda, con un movimiento rápido, lanzó una ráfaga de energía oscura que desvió el árbol, salvándonos de ser aplastados.

—Vaya, parece que eres útil después de todo —expresó Zelly con una sonrisa forzada.

—No te acostumbres —respondió Esmeralda, sus ojos brillando con malicia.

Justo cuando pensamos que habíamos ganado terreno, uno de los cíclopes nos lanzó una roca enorme. Nos dispersamos nuevamente, pero Zelly tropezó y cayó al suelo. Sin pensarlo, me lancé hacia ella y la ayudé a levantarse justo a tiempo.

—¡Gracias, Amber! —dijo Zelly, su voz temblando.

—No hay tiempo para agradecimientos —respondí—. ¡Tenemos que llegar al faro!

Los cíclopes rugían con frustración, pero seguimos corriendo, esquivando y desviando sus ataques como podíamos. La adrenalina corría por mis venas, y cada paso parecía un desafío contra la muerte. Finalmente, llegamos al faro, jadeando y con el corazón acelerado. Las puertas estaban astilladas y desgastadas, pero las forzamos y entramos, cerrándolas rápidamente detrás de nosotros. Los cíclopes, frustrados, golpearon la estructura con furia, pero no lograron romperla.

—Estamos a salvo, por ahora —dijo Brom, apoyándose contra la pared y recuperando el aliento.

—Esto fue demasiado cerca —murmuró Zelly, inspeccionando su arco en busca de daños.

—¿Están todos bien? —pregunté, mirando a mis compañeros.

—Solo un par de rasguños —respondió Sofía, aunque su voz estaba tensa.

Nos asentamos en el lugar, asegurándonos de que las puertas estuvieran bien cerradas.

—Brom —cito Sasha, mientras todos nos sentábamos en un círculo —, ¿crees que los cíclopes nos seguirán hasta aquí?

—Dudo que se aventuren tan lejos de su territorio. Además, este faro tiene una historia antigua —sacudió la cabeza, su expresión serena pero alerta —. Los cíclopes tienden a evitar lugares con demasiada historia humana.

—Espero que tengas razón —murmure, vigilando la puerta con una mano en la empuñadura de mi espada.

***

La noche cayó, y el faro se convirtió en nuestro abrigo. La luz intermitente en la cima del faro proyectaba sombras inquietantes en las paredes, pero sabíamos que estábamos relativamente seguros.

—Mañana al amanecer continuaremos hacia Trolgrot —dijo Sasha —. Despertaremos al dragón Fayre y destruiremos las barreras de Akuma.

—Será difícil —comenté, mirando a mis compañeros—, pero estamos juntos en esto.

—Juntos —repitió Brom, con una sonrisa enigmática—. Como las hojas y el viento, moviéndose al unísono.

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