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01

Los cuentos de hadas siempre comienzan con un viaje, uno que lleva a los protagonistas a mundos mágicos, cabañas ocultas, reinos injustos o destinos olvidados. El mío no fue diferente. Comenzó mientras estaba sentada en un auto, acompañada de mis padres, con la lluvia cayendo fuertemente sobre el parabrisas. Nos dirigíamos a nuestro nuevo hogar.

—Amber —habla mi madre mirando por el espejo retrovisor —, ¿lista para conocer la nueva casa? —decido no responder a su pregunta y solo sonreír.

Hemos tenido que mudarnos por el trabajo de mi madre. Esta casa, la más económica que encontramos en la zona requerida, estaba en un barrio que parecía salido de un sueño, o tal vez de una pesadilla. Mirando por la ventana, noté que la lluvia había cesado extrañamente, como si el cielo hubiera decidido hacer una pausa. A través del cristal, veía una casa algo desvencijada, y justo del otro lado de la calle un orfanato viejo y silencioso.

—Unos cuantos arreglos y ya está, ¿no? —sonríe mi madre deteniendo el auto frente a la horrible residencia.

—Supongo —comento, no muy convencida de mis propias palabras cierro la puerta del auto detrás de mí. Me aferro al libro que tenía en brazos, convencida de que mágicamente seria capaz de volver el lugar menos espeluznante.

—No está tan mal, podría ser peor —suspira mi padre rascándose la frente.

—¿Verdad que sí? Además, ahora es nuestra; podremos transformarla a nuestro gusto siempre que queramos. —mi madre, toda una optimista, coloca sus manos en la cintura y alza la barbilla con orgullo.

Por consiguiente, saca las llaves de la casa del bolsillo, pero debido a unos movimientos torpes, parece que se le caen al suelo... o al menos eso creí ver. De manera inesperada, las llaves ya estaban en el cerrojo de la puerta. Como si se tratara de magia, me quedé sorprendida.

¿Qué ha ocurrido?

—Listo, a entrar. —Mi madre actuaba con indiferencia ante lo que acababa de ocurrir, lo que sembró de inmediato un montón de dudas en mi cabeza.

Sin embargo, no dije ni una palabra. Cuando ambos padres entraron a la casa, tomé las llaves para examinarlas. El objeto tenía alrededor un extraño polvo brillante de color azul, muy parecido a la brillantina que se usa en trabajos escolares.

—¿Aquí vivía alguien antes de nosotros? —le pregunté a mi madre, quien sacudía la polvorienta entrada con las manos y soltaba unos cuantos estornudos—. ¿Alguien con niños, quizás?

—Hasta donde sé, hace mucho tiempo que no vive nadie aquí. Gracias a eso, le bajaron el precio, así que decidí aprovechar la oferta. —Mi ceja se arqueó, intrigada, mientras veía unas escaleras que llevaban al piso de arriba. Mi madre notó mi mirada y señaló con el dedo índice hacia el segundo piso—. La segunda habitación a la izquierda es la tuya. Ve a ver qué te parece, Amber.

Sin soltar mi libro, subo las escaleras sujetándome del barandal, viejo e inestable, cubierto de polvo. Al llegar arriba, mis ojos se detienen en el lado derecho, pero mis pies me llevan hacia el lado izquierdo del pasillo. Frente a la segunda puerta, la abro sin cuidado, empujándola hasta el fondo.

Al hacerlo, me encuentro con una vista panorámica de una habitación no muy grande, pero bastante acogedora. Había una gran ventana con viejos cojines donde podría sentarme, una estantería vacía, un clóset y una cama con solo el colchón.

—No me puedo quejar —murmuré para mis adentros. Me lancé sobre la cama, pero al instante una enorme capa de polvo se elevó, obligándome a ponerme de pie de un salto.

Recojo el libro que había dejado caer en la cama y limpio su hermosa portada. Tenía a una preciosa ninfa de manantial. Trataba de un fantástico libro de criaturas mitológicas. Lo coloqué con cuidado encima de la estantería, que pronto pensaba llenar, y pasé suavemente la mano sobre él.

A su vez, siento a mis padres alzar la voz en el piso de arriba, así que me asomo al marco de la puerta de lo que ahora es mi habitación para escuchar mejor.

—¡Es que no puede ser que lleguen mañana, Irina! ¡Si habíamos acordado que sería hoy en la tarde! —protesta mi padre—. Les di dinero extra justo para eso.

—Lo sé, cariño, pero el camión dijo que tenía un problema con la tormenta que hay fuera del barrio. No podemos hacer mucho más que esperar —ella intenta calmarlo, pero él se da la vuelta.

—Perdona, linda, no quise gritarte. No es tu culpa —acaricia suavemente su mejilla —. Iré a entrar lo poco que trajimos en el auto.

—Jayden… —Mi madre alza la mano, pero la recoge rápidamente y se gira hacia mí, cambiando completamente su expresión.

—¿Te gusta tu habitación? —Sonríe dulcemente, y yo asiento con la cabeza—. Puedes explorar la casa, tiene un sótano. —La última frase la murmura como si fuera un secreto, acompañándola de un gesto en el que pone su mano al lado de la boca.

—¿Qué hay de relevante en un sótano? Sólo es un lugar aterrador. —Salgo del marco de la puerta y me acerco a mi madre con curiosidad.

—Hay muchos libros. —Me guiña el ojo, dándome el visto bueno, y empiezo a dar pequeños saltos mientras bajo las escaleras.

Busco el acceso para llegar al sótano y lo encuentro con facilidad, pues no es más que una bajada.

—Sí, efectivamente da miedo.

La entrada no tenía luces, y los interruptores estaban al terminar las escaleras. Así que un paso en falso, y en el mejor de los casos, podría terminar con un tobillo roto.

Puse el primer pie con cuidado, el escalón rechinó bajo mi peso. Luego, el segundo pie, y rítmicamente fui aumentando mi velocidad. En poco tiempo, ya estaba en el piso de abajo sin problemas.

Precipitadamente, di al interruptor. Las luces iluminaron todo, era algo extraordinario. Las librerías no estaban llenas de polvos, como todo en la casa.

Tal vez mi madre se tomó el tiempo de limpiarlos para mí.

Pasé mis dedos por los lomos de los libros, explorando uno a uno, hasta notar algo interesante. Me di cuenta de que cada novela parecía haber sido escrita por el mismo autor, ya que en todas aparecía un único nombre en la portada, además de ser del género fantasía, según lo que mostraban sus cubiertas. Los libros eran de un azul profundo, con los textos dorados que brillaban suavemente bajo la luz.

Creí notar otro nombre de autor en uno de ellos, y mientras lo miraba con atención, de soslayo, una luz azul brillo fugazmente a mi lado. Me di vuelta rápidamente, pero no vi nada. Sin embargo, justo cuando giré, a mis espaldas, un libro cayó al suelo con un golpe seco. Un escalofrío recorrió mi espalda, y la piel se me erizó al instante.

Analicé la situación rápidamente, me agaché a recoger el libro y colocarlo de nuevo en su lugar, de la nada, unos cuantos brillos cayeron sobre mi nariz.

A consecuencia de esto, no pude evitar estornudar, y, para mi sorpresa, una risilla aguda y traviesa se escuchó desde detrás de las estanterías. Abro paso entre algunos libros con mucho esmero, y mis ojos no podían creer lo que observaban en aquel instante.

Era una criatura fantástica.

Di un paso adelante, y como estaba de espaldas a mí, se dio vuelta sorprendida. Sin embargo, luego se quedó inmóvil, observándome con curiosidad. Se acercó tanto que su luz me cegó por un momento, pero al estar tan cerca, pude apreciarla mucho mejor.

Frente a mi nariz yace, literalmente, un ser pequeño, sutil y delicado, de piel blanca y suave como el algodón. Es una hermosa mujercita, con alas de mariposa azul y un vestido hecho de hojas y pétalos, tan radiante como sobrenatural.

—Eres muy bonita.

Alzo mi dedo y lo acerco lentamente a ella para tocarla, pero huye de mí a toda velocidad.

Acabo de ver a un hada en mi sótano.

Curiosa e hipnotizada, con ganas de continuar viéndola por más tiempo, perseguí los destellos que emitía la criatura. Al final de su destino, terminó guiándome hacia una puerta. Una que no reconocía. Nos acabábamos de mudar, pero mis padres no dijeron nada sobre una surrealista puerta en el sótano con alas azules pintadas sobre ella, y dudo mucho que les haya pasado desapercibida.

Ya no había rastros de la pequeña hada. Sentía que mi curiosidad me carcomía, deseando atravesar esa puerta. Puse mi mano sobre la manija y empujé hacia abajo. La puerta se abrió del todo, y la mágica luz blanca era tan intensa que me hizo poner las manos para cubrirme los ojos. Pensar en lo que había al otro lado me emocionaba tanto que sentía como si las ansias corrieran por mis venas en lugar de la sangre.

Caminé a través de la hermosa luz, sonriendo.

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