Epílogo
Nota de autor:
Además de darles infinitas gracias por leer esta historia, les recuerdo que la continuación( sin edición) se llama "Mercenarios" y está disponible completa en mi perfil. Afectuosos saludos.
Londres, Inglaterra
ZILOE
Los meses habían transcurrido lentos y reveladores. En ese día lluvioso y frío se cumpliría exactamente un año desde que los caídos descendieron, cambiando al mundo para siempre. Ziloe tomaba una taza de té mientras miraba por la ventana como la tarde caía. El departamento en el que ahora vivía se lo había conseguido Melezel. Nunca volvió al que compartió con Finn. Le habían dicho que había resultado completamente destruido, pero no había sido esa ruina la que la había alejado, sino la devastación de los recuerdos allí vividos, el deterioro de cada memoria guardada entre esas cuatro paredes, los recuerdos ahora destrozados. Suspiró. Lo extrañaba tanto.
En una de sus tantas vidas ella había estudiado diseño de alta costura. El tener que huir lejos luego de recibirse, hizo que su carrera en ese ámbito, antes de alzar vuelo, cayera en picada; pero ahora tenía una oportunidad, y entre todo lo aprendido y vivido, había entendido que esa era la profesión a la que se quería dedicar.
Los ángeles que el creador envió en su ayuda le habían facilitado todo. Un taller de confección, maquinarias, empleados y por supuesto el dinero para llevar su emprendimiento a cabo. No entendía cómo ni de dónde, pero en resumidas cuentas, él era Dios, así que...
Le iba bien. En su trabajo y en su vida. Frecuentaba a Ana y a Thomas todo lo que su ajetreada empresa en crecimiento se lo permitía. Consentía a Donato, que ya tenía un par de meses, y cenaba con ellos cada dos o tres semanas. Eran personas excelentes. Con sus consejos y ayuda este nuevo comenzar se le había facilitado mucho. También veía seguido a Pilly y a Hariel. Y eso era todo un espectáculo.
Los que antes fueron caídos se esforzaban por llevar una vida normal. Convencidos por ella, llevaban dos meses viviendo en las afueras de Portsmouth, allí en Inglaterra. El pueblito argentino en el que habían vivido todo ese tiempo los había cambiado, se notaban más humildes y serenos. Más relajados. Era cómico verlos en el mercadodecidiendo qué fruta elegir de postre o en el subterráneo mezclándose con los miles de humanos que diariamente iban y venían en ese transporte. Ni que hablar de oír a Pilly quejándose de que había subido unos kilos (los que solo estaban en su cabeza) o a Hariel presumiendo de que la barba le sentaba. Todo le sentaba y esa era una verdad indiscutible.
Amaba a eso dos como se amaba a sí misma. Porque sí, Ziloe había aprendido a amarse, aún con todos sus defectos y los enredos de su cabeza. Quizás a causa de ellos, pues en cierta forma la hacían ser quien era.
Había noches en las que todavía tenía pesadillas. Recuerdos amargos que la venían a asaltar durante el sueño; la muerte de Ana, la de Pilly... Luzbell, Yasiel y Emanuel. Pero afortunadamente esto se volvía cada vez más esporádico. Y claro, en este nuevo reconocimiento que había hecho de su persona, supo que no era de las que viven paralizadas con terrores inexistentes, sino de las que los vencen, enterrándolos en el pasado o desestimándolos frente a la realidad. También se dio cuenta de que no era de las que aceptan todo sin cuestionar nada; ya no.
Una de esas cosas eran los dictámenes del Padre, que, aunque amorosos y llenos de misericordia, en algunos casos le parecieron insuficientes. Por ejemplo: Luzbell vivía, y eso era algo que nunca le permitiría tener completa paz. No estaba de acuerdo con esa resolución... y algo más. Aquel día, frente al creador, en los ojos de la serpiente antigua obtuvo la respuesta a esa pregunta que se hizo mucho veces al cavilar en él, ¿por qué lo había hecho?, ¿cuál fue el motivo de su rebelión? Y, quizás era que ese velo que teñía su mirada de negro había sido quitado, dejando en su lugar solo aquella cristalina claridad tan sobrenatural, nítida y esclarecedora. Sus ojos celestes eran reflejo fiel de su alma atormentada, y al verlos mirar con insistencia a aquel arcángel, a Miguel, con todo el dolor que solo puede expresar un corazón roto, lo comprendió; su motivo, aunque increíble e insospechado, fue el amor.
Y en estos meses, Ziloe divagó. Creó cientos de escenarios diferentes en su mente.
«¿Lo habría rechazado aquel ángel? No lo creía, sus ojos verdes estaban cargados con la misma pena. Y con el mismo afecto».
«¿Su relación no habría resultado? No, no parecía decepción, si no ¿qué? ¿Impotencia?»
«Sería que acaso... ¿les habrían prohibido el amarse, y Miguel como buen ángel obedeció, pero Luzbell no lo aceptó?»
Solo eran conjeturas suyas solo respaldadas en una suposición y en dos miradas sufrientes, pero ¿y si fue así?... ¿si el amor imposibilitado y por ende revertido se convirtió en odio puro y cinismo?
Tal vez el Padre debió permitirles amarse. Todos se hubieran ahorrado mucho dolor. Pero, por supuesto ella no era Dios, no llevaba el peso de la decisión de un universo entero sobre sus espaldas, a gatas convivía con las suyas propias... aun así, el "¿qué hubiera pasado si...?" seguía colándose en sus pensamientos.
La razón no excusa el hecho, y Ziloe todavía creía que Luzbell debería haber quedado muerto en pago por sus crímenes, pero ya no lo odiaba como antes, más bien lo compadecía. Nunca fue mejor dicho... "Pobre diablo".
Ziloe bebió otro sorbo de té. Ya estaba frío. Se había perdido en sus pensamientos, algo que ahora le sucedía regularmente, y ¿cómo no hacerlo?, había visto tanto, mucho más que cualquier mortal, quizás más de lo que era recomendable o sano para alguien con una vida tan fugaz. Bueno, la suya no tanto.
La alarma del microondas le anunció que la cena estaba lista. Comería temprano y se acostaría. Cenaría pizza, la comida preferida de Finn, eso le hizo volver a recordarlo, lógico, era su cumpleaños.
Sus "veintiséis"... Este recuerdo dibujó en su boca una sonrisa triste.
El tiempo que pidió le había sido útil y necesario, y lo usó como lo había dicho... encontrándose, conociéndose, aceptándose. Pero ahora, casi un año después de aquella resolución... le estaba pesando, pues al internarse en sí misma, tuvo conciencia de cuanto lo amaba, de cuanto anhelaba verlo al despertar, y de cuanta falta le hacían sus dulces palabras, y sus caricias.
Finniel, Finn... su ángel.
Y Ziloe cenó. Lilly-Naiel y Tariel habían prometido visitarla al día siguiente y ella amaba sus visitas aunque no fueran muy frecuentes, ¡Vaya par de ángeles esos dos!, no podían ser más tiernos.
A su tarea de dejar las sobras en la heladera y apagar todo, la acompañó un bostezo. Estaba cansada, más de pensar que de las tarea diarias, pero no por eso dejaría de ser una persona meditabunda, porque sí, Ziloe no era de las irreflexivas (ya lo había sido dos mil años), ahora ella lo desgranaba todo en su mente y llegaba a las conclusiones más sorprendentes. Ojalá lo hubiera hecho antes, pero no, tampoco se permitiría ser de las que viven en el pasado.
El sonido del timbre la sobresaltó.
¿Quién sería a esa hora?, ¿Susan, su vecina de al lado?
Con pasos cortos y pesados Ziloe tomó las llaves y fue hacia la puerta. Abrió un poco, dejando la cadenilla puesta. Ojos claros y una pequeña sonrisa.
Finn.
Finn.
Volvió a cerrar y apoyándose en la puerta cerró los ojos.
¿Estaba preparada para dar ese paso? ¿Estaba completa su tarea de conocerse a sí misma? ¿Acaso alguien la completaba...? Solo supo que si no le abría a Finn, a sus hallazgos personales le agregaría: soy idiota.
Le iba a abrir.
Ziloe se enderezó, tomó aire y de paso una bocanada de valentía. Se acomodó un poco el cabello y se alisó el pijama (sí, estaba en pijama), y soltando la cadenilla abrió lentamente.
Él era una visión. Siempre lo había sido, pero luego de un año, era... ¡wow!
Traía su uniforme de oficial. Le habían llegado rumores de que había sido ascendido. En realidad había estaba investigando un poco, solo un poco. Llevaba su cabello platinado corto como siempre y ojeras debajo de los ojos que nunca antes le había visto. Serían, ¿por el trabajo?, ¿por vivir como mortal?, ¿por haberla extrañado?
—Finn —lo nombró en un susurro que pretendió ser más que eso, pero no lo logró.
—Ziloe —la llamó él. Y, esa voz... tantos recuerdos.
—¿Quieres pasar? —le preguntó. Él asintió y avanzó con su aplomo habitual.
Ni bien ella cerró la puerta y se giró para observarlo, notó sus ojos celestes clavados en los suyos. Tan profundos, tan angelicales.
—Sé que prometí darte el tiempo que necesitaras, y te lo di... ha pasado un año. También sé que debía esperar a que tú me buscaras, pero...
Ziloe abrió los ojos, y un poco la boca, como si esperara esa excusa, como si la necesitara, y ¡Oh, Dios!, sí que la necesitaba.
—Pero... —repitió ella, instándolo a que continuara, toda nervios esperanzados bailoteándole en la piel, y en el corazón ansias acumuladas.
Finn amplió su sonrisa y ladeó su cabeza. Un ligero rubor cubrió sus mejillas; Ziloe simplemente lo amó. A él, solo a él, y a nadie más que a él.
—Pero... —continuó—, hoy es mi cumpleaños, y me debías algo. Lo vine a buscar.
Los ojos se le cristalizaron, sintió el palpitar de cada pulso en su estómago, dándole música para bailar a las mariposas que tenía revoloteando adentro. Por un instante rememoró aquel día, un año atrás. La torta y la ilusión de una sorpresa que nunca llegó.
—¿Una torta de cumpleaños celeste cielo?
Su pregunta hizo reír un poco a Finn.
Aún sonriendo se le acercó, deteniéndose a solo un paso de ella. Se dieron besos con la mirada. Besos que comenzaban en la comisura de los labios y culminaban en la profundidad de la boca ajena. Besos celestiales con sabor a gloria.
—No —murmuró Finn, a su pregunta anterior. Exhaló y ella aspiró—. Me debes veinticinco besos.
Ziloe se rió.
Demás está decir que ella no es de las que deben.
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