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23: Tus acciones tienen consecuencias

Al día siguiente...

17 de octubre de 2023.

Parque Avándaro.

Era un nuevo día en la ciudad. El cielo estaba despejado, y el clima estaba frío. Eran las seis de la mañana

Melissa, Alan y Franco estaban en el parque Avándaro, caminando tranquilamente.

Estos eran sus atuendos:

Alan: Sudadera blanca, pantalón de mezclilla negro, zapatos tenis blancos.

Franco: Sudadera negra, pantalón de mezclilla blanco, zapatos tenis negros.

Melissa: Sudadera blanca, pantalón de mezclilla beige, zapatos tenis negros.

De repente, alguien se acercó a ellos. Era Andrés, usaba una sudadera gris, pantalón de mezclilla negro y zapatos tenis negros. Veía a los chicos, y estaba feliz al verlos. Melissa y los demás voltearon a verlo y quedaron estupefactos.

—¡Chicos! ¡Soy yo, Andrés! —dijo Andrés.

Nadie cabía de la felicidad. Melissa, Alan y Franco quedaron sorprendidos al ver a Andrés.

—¡Andrés! —gritaron felices, mientras corrían hacia Andrés para abrazarlo.

—¡Qué bueno que estás bien, Andrés! —gritó Melissa con lágrimas en los ojos—. ¡Mamá y yo hemos estado muy preocupadas por ti!

Los tres chicos no dejaban de abrazar a Andrés, estaban muy felices al verlo. Pocos segundos después, se separaron de él y hablaron.

—Nos da mucho gusto volver a verte, Andrés... —dijo Melissa llorando, mientras volvía a abrazar a Andrés—. ¡No sabes cuánto te extrañé!

—Lo sé, Melissa... —dijo Andrés tranquilo—. No sabes el gusto que me da volver a verte.

—¿Dónde has estado, Andrés? —preguntó Franco preocupado.

—Pues, no lo sé... —susurró Andrés tranquilo—. No sé cómo decirles esto, chicos. Pero Adriano me secuestró. Trató de matarme.

—¿Cómo que Adriano quiso matarte? —preguntó Melissa horrorizada.

—Sí, Melissa. Adriano quiso matarme. Pero no pudo —dijo Andrés tranquilo.

—Pero lo importante es que estás bien —dijo Franco.

—Ahora tu mamá te espera en casa, Andrés —dijo Alan tranquilo.

—Ya les diré más tarde cómo es que Adriano quiso matarme —dijo Andrés.

De repente, Daniela y Matías aparecieron. Daniela usaba una sudadera celeste, pantalón de mezclilla azul y zapatos tenis negros. Matías usaba una sudadera blanca, pantalón de mezclilla negro y zapatos tenis grises. Se sorprendieron al ver a Andrés y corrieron hacia él, Andrés volteó hacia ellos y sonrió.

—¡Andrés! —gritó Daniela sonriendo.

—¡Andrés, hermano! —gritó Matías sonriendo.

—¡Daniela, Matías! —gritó Andrés sonriendo.

Daniela y Matías abrazaron a Andrés y se llenaron de felicidad al verlo. Poco después, lo soltaron y hablaron con él.

—¿Dónde estabas, Andrés? —exclamó Daniela sorprendida—. ¡Estábamos muy preocupados por ti! ¿Dónde has estado?

—Es una larga historia, Daniela... —dijo Andrés tranquilo.

—¡Todos estábamos muy preocupados por ti, incluyendo tu familia! —exclamó Matías sorprendido.

—Lo importante es que ya estoy bien, chicos... —dijo Andrés tranquilo.

—Sí, Andrés. Eso es lo importante —dijo Daniela tranquila—. Ahora vamos, tienes a una madre que te espera. Claro, después de clases.

Andrés y sus amigos se fueron a sus respectivas facultades para iniciar sus clases. Está claro que esto enfurecería a Adriano más tarde.

***

Más tarde...

Facultad de Ciencias de la Comunicación.

Habían pasado horas desde la reaparición de Andrés, ya era mediodía.

Alan estaba saliendo de la escuela, después de un largo día. Melissa y Franco lo vieron y lo siguieron para hablar con él.

—¡Alan, hermano! —exclamó Franco.

Alan se detuvo y volteó hacia Melissa y Franco para hablar con ellos.

—Me da gusto saber que ya estés más tranquilo —dijo Franco feliz.

—A mí también me da mucho gusto, Alan —dijo Melissa sonriendo.

—Gracias, chicos —dijo Alan aún cabizbajo—. Aún sigo triste por lo de mi hermano, pero aquí estoy.

—¿Cómo te sientes ahora, Alan? —preguntó Franco.

—Pues, tranquilo —dijo Alan con tristeza, pero subiendo la cabeza para voltear hacia Franco—. Me puse muy mal, y no he podido superar lo de Osvaldo —volteó hacia Melissa—. ¿Qué hay de ti, Melissa? ¿Cómo te sientes al saber que Andrés apareció finalmente?

—Muy bien, Alan —dijo Melissa con tristeza—. Me alegro que todo haya salido bien al final. ¿Vas a ir a terapia después de todo lo que pasó?

—Sí, Melissa —dijo Alan tranquilo.

—Entiendo, Alan —dijo Franco con tristeza—. Espero que puedas tratar de sanar las heridas y salir adelante.

—Vamos a estar contigo para apoyarte en lo que necesites, Alan —dijo Melissa amablemente—. Porque sabes que eres nuestro mejor amigo.

—Muchas gracias, Melissa —dijo Alan mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. De verdad que tú y Franco son los mejores amigos que he tenido en mi vida. Qué bueno que Andrés volvió a casa sano y salvo.

Alan empezaba a recuperarse mientras hablaba con sus amigos, y se secó sus lágrimas. Estaba recobrando sus sentidos y volvía a ser feliz.

De repente, alguien llegó a la facultad. Era Roberta, quien usaba una blusa azul de mangas cortas, pantalón de vestir negro, un par de zapatos negros y un cubrebocas blanco. Enfureció al ver a Alan platicando con Franco y Melissa, y se les acercó.

—¡Vaya! ¡Hasta que el pinche gato de Alan Ventura regresó! —exclamó burlona, deteniendo a Alan y a sus amigos.

Alan y los demás voltearon a ver a Roberta; Alan se llenó de terror al ver a la mujer que había asesinado a su hermano y lo había violado aquel día.

—¿Qué quieres, Roberta? ¿A qué viniste? —preguntó Alan muy asustado.

—¡Miren! ¿Es que acaso no te gustó lo bien que la pasamos ese día, pendejo? —preguntó Roberta burlona—. Ah, sabia que debí haber pasado un momento agradable con un verdadero hombre, no un pinche niñito de mamá como tú.

Franco y Melissa empezaron a defender a Alan de las terribles humillaciones.

—¡Ya deja en paz a Alan, maldita arpía! —exclamó Franco lleno de ira.

—¡No te metas con nuestro amigo! ¡Déjalo en paz! —exclamó Melissa.

Roberta volteó hacia Franco y Melissa, enfureciendo más.

—¿Y quiénes son ustedes, par de pinches gatos? —exclamó furiosa.

—¡Somos sus mejores amigos, Roberta! —exclamó Melissa molesta—. ¡Somos amigos de Alan, y estaremos ahí para defenderlo!

—¡No te metas con él! —exclamó Franco molesto—. ¡Déjalo en paz, o llamamos a seguridad!

—¡Yo me meto con quien quiera, pinches gatos! —gritoneó Roberta más furiosa—. ¡Ni saben limpiarse la pinche cola, y ya quieren defender a este pendejo de mierda que tienen de mejor amigo!

Alan ya no aguantaba más los insultos de Roberta, y se lanzó contra ella.

—¡Ya deja en paz a mis amigos! —gritó molesto—. ¡Y déjame en paz a mí también! ¡Por favor, no nos hagas daño!

—¡Cállate, pendejo! —le gritó Roberta llena de ira—. ¡No sabes con quién te estás metiendo!

—¡Basta, Roberta! —exclamó Alan lleno de ira, pero con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Haz conmigo lo que quieras, pero con mis amigos no te metas, carajo!

—Yo me meto con quien quiera, maldito pendejo —dijo Roberta furiosa.

Ella quiso someter a Alan para golpearlo, pero él la empujó, tirándola al suelo y empeorando su ira.

—¡Maldito hijo de perra, mil veces maldito! —gritó la joven mientras se levantaba del suelo— ¡Yo misma te voy a enseñar a no volver a meterte conmigo, cabrón!

Roberta le dio un puñetazo a Alan, tirándolo al suelo, causando el terror en Franco y Melissa. Ellos veían cómo Roberta empezaba a golpear a Alan varias veces, sin importarle que muchos presentes vieran semejante escena.

—¡Alan! —gritaron los dos al mismo tiempo.

Alan quiso levantarse del suelo, pero Roberta se arrodilló para seguir golpeando al indefenso chico.

—¡Vamos! ¡Defiéndete, pendejo! —gritó Roberta mientras seguía golpeando a Alan, y éste gritaba del dolor—. ¡Vamos, párate y pelea como los hombres, pinche maricón! ¡Oh, se te olvida que no puedes golpearme, porque soy mujer, pendejo!

—¡Ya basta! ¡Déjalo en paz, animal! —gritó Franco asustado.

—¡Ya basta! —gritó Melissa asustada.

—¡Detente, Roberta! ¡No sigas, por favor! —gritaba Alan mientras Roberta lo seguía golpeando—. ¡No sigas, por favor, me vas a matar!

Roberta seguía dándole puñetazos a Alan, asustando los presentes. Algunos empezaban a grabar el momento con sus celulares, pero Roberta ignoraba las miradas y seguía golpeando a Alan, dejándolo malherido. Un perro cachorro color café se acercó corriendo, y comenzó a ladrarle a Roberta.

—¡Defiéndete, pinche cobarde! —gritó Roberta mientras seguía dándole puñetazos a Alan—. ¡Levántate, pinche gato, o te voy a matar! ¡Te voy a matar, pendejo! ¡Te voy a matar, hijo de tu pinche madre!

—¡Basta! ¡No sigas, por favor! —chillaba Alan mientras Roberta lo seguía golpeando aún más fuerte—. ¡Roberta me va a matar!

Nadie podía detener la furia de Roberta, ni siquiera los ladridos del perrito. Dos estudiantes musculosos, vestidos con uniforme de fútbol americano, se hartaron de la situación, corrieron hacia la joven y la sometieron para que no siguiera golpeando a Alan, quien estaba malherido y tirado en el suelo.

—¡Suéltenme, pinches gorilas! ¡No saben con quién se meten! —gritó Roberta histérica, mientras los dos estudiantes la sometían.

Roberta se zafó de los dos estudiantes y les dio un puñetazo a cada uno, rompiéndoles la nariz.

—¡No saben con quién se meten, hijos de la chingada! —les gritó furiosa.

Los estudiantes retrocedían asustados por la furia de Roberta, mientras el perrito café le seguía ladrando. Ella lo enfrentó.

—¡Ya cállate, pinche perro machito! —gritó histérica.

Roberta le dio una fuerte patada al perrito, arrojándolo lejos de sí y haciéndolo chillar. El perro cayó al suelo, chillando del dolor, mientras los demás presentes veían el acto con horror.

Finalmente, Roberta escapó corriendo del lugar como si nada, todoś le tenían miedo. Alan se quedó tirado en el piso, malherido y lleno de sangre. Lloraba y lloraba como un niño, mientras Franco y Melissa corrían hacia él para auxiliarlo.

—¡Alan! —gritaron los dos.

—¡Chicos! —susurraba Alan llorando.

Alan estaba malherido después de la tremenda golpiza que Roberta le dio. Estaba llorando, y ni siquiera se levantaba. Franco y Melissa lo ayudaban a ponerse en pie, con esfuerzo. Varios estudiantes miraban con indignación y tristeza aquella escena en la que Roberta había golpeado a un chico inocente hasta dejarlo malherido. Algunos fueron a ayudar al perrito, que estaba lesionado de su pierna delantera izquierda, por la patada de Roberta.

—No puedo creer lo que acabo de ver... —dijo una chica.

—Pobre Alan... —dijo un chico.

—Esa Roberta está loca —dijo otra chica.

—Si esos chicos no hubieran aparecido, ella lo termina matando —dijo otro chico.

—No fuera Alan quien estuviera golpeando a Roberta, porque ya lo habrían golpeado —dijo otro chico.

Franco y Melissa no se despegaban de Alan ni un segundo. Querían buscar la forma de ayudarlo. Alan seguía muy asustado por las agresiones que había recibido.

***

Más tarde...

Casa de los Abascal.

Andrés y Melissa llegaron a su casa, después de haber terminado sus clases. Los dos estaban en la sala de la casa, viendo la televisión.

La madre los vio, y al ver a Andrés, empezó a llorar, y corrió hacia él para abrazarlo.

—¡Andrés, hijo mío! —gritó llorando—. ¡No sabes cuánto te he extrañado!

—¡Mamá! —sollozó Andrés mientras su mamá lo abrazaba.

—¡Qué bueno que estás bien, mi niño! —sollozó la señora.

La señora dejó de abrazar a Andrés y habló con Melissa.

—¿A ti cómo te fue, hija? ¿Dónde encontraste a Andrés? —dijo sollozando de alegría.

—Lo encontré en el Parque Avándaro, mamá —dijo Melissa—. Me dijo que no sabe cómo sobrevivió.

—Sí, mamá. Adriano quiso matarme, pero no pudo —dijo Andrés determinado.

—¿En serio? ¡Ese Adriano Villamizar es un miserable! —dijo la mamá indignada.

—Lo sé, mamá. Haremos que se arrepienta de no haberme matado —dijo Andrés ya enojado—. ¡Ya es mucho el daño que nos ha causado!

Tras escuchar el televisor, los tres lo vieron, y quedaron horrorizados con lo que veían. Veían las noticias, ahí decían cómo Roberta había golpeado a Alan en la Facultad de Ciencias de la Comunicación.

—¡Dios mío! —exclamó Andrés horrorizado.

—¿Cómo pudo Roberta hacerle esto a Alan? ¡Yo estuve ahí cuando lo golpeaba! —exclamó Melissa petrurbada.

—¿Qué pasó, chicos? —exclamó la mamá.

—¡Vi cómo Roberta golpeó a Alan en la escuela! —exclamó Melissa asustada.

—¡Dicen que lo golpeó hasta casi matarlo! —exclamó Andrés.

—¿En serio? ¡Dios bendito! —dijo la mamá horrorizada—. ¿Qué clase de animal es Roberta?

—Sí, mamá... —dijo Melissa con lágrimas en sus ojos—. Roberta casi lo mata a plena luz del día.

—Si esos dos deportistas no hubieran llegado a tiempo, Roberta lo habría matado —dijo Andrés indignado.

—Dios mío, no puedo creer lo que le pasó a ese pobre muchacho... —dijo la mamá indignada—. ¡Esa Roberta Lazcano es una salvaje!

—Sí, mamá... Y tengo mucho miedo de que ahora sí lo mate —dijo Melissa asustada.

—Y por si fuera poco, pateó a un pobre perrito y se escapó como si nada. Dicen que todos le tenían miedo a esa mujer —dijo Andrés indignado.

—Roberta es un monstro disfrazado de mujer, Andrés —dijo Melissa indignada.

—¿Y cómo está Alan? ¿Lo van a internar en un hospital? —preguntó la mamá.

—No lo creo, mamá —dijo Andrés tranquilamente—. Pero Roberta lo dejó malherido, y no se sabe de qué pueda ser capaz esta vez.

—Y sí, mamá —dijo Melissa intranquila—. Después de comer, iré a ver a Alan para saber cómo está. No pienso dejarlo solo en este momento tan difícil.

—De verdad, no entiendo qué le pasó a Roberta Lazcano para que se desquitara de esa forma con un chico inocente... —dijo Andrés molesto—. No cabe duda de que esa mujer es una basura de ser humano.

La familia estaba preocupada por lo que le había pasado a Alan momentos atrás, pero confiaban en que se iba a recuperar tarde o temprano. Andrés conocía a Roberta, y estaba pensando lo peor de ella.

***

Más tarde...

Casa de los Lazcano.

Matías regresaba a su casa, después de un día de clases. No quería encontrarse con Roberta, pues no estaba para aguantar otra discusión.

De repente, alguien llegó corriendo a la casa. y no era otra que Roberta. Ella llegó a la casa corriendo, después de haber golpeado a Alan en el campus, frente a muchas personas. Al verla, Matías quedó sorprendido.

—¿Acaso golpeaste a chico inocente, Roberta? —preguntó Matías—. ¡Contesta! ¿Es verdad?

—¡Que te valga verga, pendejo! —gritó Roberta furiosa—. ¡Yo no le hice nada a nadie!

—Ya no te hagas, Roberta. Sé que golpeaste a Alan hasta casi matarlo —dijo Matías molesto—. Ya lo saben todos, ya salió en las noticias.

—¡Vete a la verga! —gritó Roberta histérica.

—¡Por el amor de Dios! ¿Qué no te das cuenta de que pudiste haberlo matado, Roberta? —exclamó Matías lleno de indignación—. ¿No te das cuenta de cómo lo dejaste?

—Sinceramente, me vale verga —dijo Roberta molesta, indignando a Matías.

—¡Date cuenta de lo que dices! —gritó Matías lleno de indignación—. ¡Mínimo deberías tener un poco de empatía con él y con su familia! ¿No te das cuenta de que perdió a su hermano hace semanas? ¿Ni siquiera te das cuenta de que está muy deprimido?

—¡A mí me vale verga ese pendejo! —le gritó Roberta furiosa—. Él perdió a su hermano mayor porque se lo merece. Me vale verga que esté muy deprimido. Simplemente le di la putiza de su vida porque se lo merecía.

—Tienes que estar loca, ¿dónde carajos quedó tu humanidad? —dijo Matías más indignado.

—¡Pues no tengo humanidad, cabrón! —gritó Roberta enojada—. ¡Lo poco que tenía de humanidad, se fue a la verga!

—Pobre de ti si ese chico se muere —dijo Matías enojado—. ¡Más te vale que no le hagas daño! ¡Porque si no, te juro que te meto a la cárcel! ¡No sabes de lo que soy capaz!

—¿Cómo te atreves a amenazarme, pendejo? —preguntó ya más tranquila—. ¿A mí, que soy tu hermana?

—Tómalo como quieras, Roberta —dijo Matías indignado—. Pero te lo juro. Si te vuelves a meter con Alan, no te la vas a acabar. ¡Tus acciones tienen consecuencias!

Tras decir eso, Matías se fue hacia las escaleras y se dirigió a su habitación. Era obvio que estaba furioso por lo que Roberta le había hecho a Alan. Roberta se quedó en la sala de la casa, sin remordimiento después de haber golpeado a Alan.

***

Más tarde...

Casa de los Ventura.

La mamá de Alan estaba en la cocina, preparando la comida, pero, estaba sumamente preocupada al saber que su hijo no volvía de la escuela. No contaba con que Roberta lo había golpeado brutalmente hasta casi matarlo. Eso, sin mencionar que seguía muy dolida por la desaparición de su hijo mayor, Osvaldo.

—¿Dónde estarás, Alan? —susurró sumamente preocupada—. ¿Por qué no me has mandado ni un mensaje?

Pasaba el tiempo, y su preocupación aumentaba progresivamente. No hallaba la manera de tranquilizarse al saber que su hijo tardaba mucho en volver de la escuela. Para tratar de olvidar la angustia que sentía, intentó concentrarse en seguir preparando la comida, y tenerla lista para cuando Alan llegara a casa.

De repente, alguien abrió la puerta de la casa y entró. Y no era otro que Alan, quien venía herido y golpeado. Él llegó a la casa, pero quería irse directamente a su habitación, sin querer encontrarse con su mamá.

—¡Que bueno que llegaste, cariño! —dijo la mamá sonriendo—. Ya va a estar lista la comida, ya no tardo.

La mamá quiso ir con su hijo Alan, pero quedó completamente sorprendida al ver que el chico venía completamente golpeado y cubierto de sangre.

—¡Dios mío, qué te paso! —exclamó la señora completamente sorprendida al ver a su hijo golpeado.

—Nada, mamá... —sollozaba Alan sumamente asustado.

—No, hijo. Estoy segura de que alguien te hizo esto —dijo la mamá todavía más preocupada—. ¿Quién te golpeó hasta dejarte así?

—Nadie, mamá... —sollozaba Alan muy triste y asustado—. Simplemente fueron unos tipos los que me golpearon a mí y a mis amigos. Ellos están con heridas menores, pero yo me llevé la peor parte.

—¿Cómo es posible que te hayan hecho esto, hijo? —preguntó la mamá muy asustada y preocupada—. ¿A tus amigos no les pasó nada?

—No, mamá... —dijo Alan ya llorando.

—Después de comer, te llevaré con un médico, para que te revise —dijo la mamá—. ¡No puedes dejar pasar esto como si nada! ¡Te voy a llevar con el doctor hoy mismo!

—Sí, mamá... —dijo Alan—. Por favor, mamá. ¡No dejes que me hagan daño!

—Tranquilo, hijo. Vas a estar bien... —dijo la mamá.

Ella abrazó fuertemente a su hijo para consolarlo. Alan estaba sumamente asustado y comenzó a llorar desconsoladamente. Tenía miedo de que Roberta lo buscara y le hiciera algo peor, y ese miedo aumentaba conforme pasaba el tiempo.

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