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22: No todos los malos tiempos son para siempre

Días después...

16 de octubre de 2023.

Facultad de Ciencias de la Comunicación.

Era un nuevo día en la ciudad. Clima frío, cielo nublado. Había pasado más de un mes desde la muerte de Andrés.

Alessia, Alan y Franco estaban en la facultad, caminando hacia su salón de clases. Sus atuendos:

Alan: Sudadera roja, pantalón negro, zapatos tenis blancos, mochila gris.

Alessia: Sudadera celeste, pantalón azul, zapatos negros, mochila gris.

Franco: Sudadera gris, pantalón negro, zapatos tenis blancos, mochila negra.

—Todavía no puedo creer que Andrés ya no esté con nosotros —dijo Alessia triste.

—Lo sé, Alessia... —dijo Franco triste—. Y lo que es peor, Melissa no ha venido a clases.

—Es que sigue muy mal desde la muerte de su hermano —dijo Alan triste.

—Así es, Alan —dijo Franco triste—. No ha querido contestar ni un mensaje, y tampoco las llamadas.

—Todavía no puedo creer lo que pasó —dijo Alessia triste—. Yo tampoco he hablado con Melissa en días.

—Ni yo, siempre me deja en visto por WhatsApp —dijo Alan triste—. Lo peor de todo, es que no hay una tumba para que podamos llorarle a Andrés.

—Sí, ni siquiera hubo un funeral —dijo Alessia triste—. Ni siquiera nos dijeron si habían encontrado su cuerpo.

—Así es, Alessia —dijo Alan triste—. No nos han dicho nada, sólo dijeron que lo encontraron sin vida y ya.

—Sólo espero que Andrés pueda descansar en paz —dijo Franco triste—. No podemos pedir otra cosa.

—Lo sé, chicos. Lo sé... —dijo Alessia triste.

—Y también espero que Melissa pueda resignarse —dijo Alan triste—. Después de todo,

Los tres chicos seguían tristes después de la muerte de Andrés, aún si ya habían pasado algunas semanas.

Luciano estaba afuera del salón de clases, se le veía triste mientras veía a Alan y sus amigos. Portaba una sudadera gris, pantalón de mezclilla negro, zapatos tenis blancos y una mochila negra en su espalda.

—Dios mío, ¿Cómo le voy a decir a Alan que lo que le pasó, fue por mi culpa? —susurró triste.

Tenía mucho miedo de que su secreto saliera a la luz, y que Alan lo odiara si se llegara a enterar de ese secreto. Aunque habían pasado semanas, aún seguía cargando con el peso de la muerte de Osvaldo, y de la violación de Alan.

Luciano caminó hacia el baño para tratar de calmarse. De repente, Carlos llegó al baño y se encontró con Luciano. Usaba sudadera roja, pantalón de mezclilla azul y zapatos tenis blancos, además de llevar una mochila gris en su espalda. Luciano se molestó al verlo.

—Vaya, veo que no puedes hablar de tus pecados con tus amigos, ¿verdad? —le preguntó Carlos burlón.

—¿Qué es lo que quieres, Carlos? —preguntó Luciano enojado—. ¿Acaso Adriano te envió para amenazarme por enésima vez?

—Quién sabe, sólo espero que puedas vivir tranquilo, aún sabiendo que tu querido amigo murió —dijo Carlos burlón, y Luciano le dio un empujón.

—¡Respeta la memoria de Andrés! —dijo Luciano enojado—. ¡No puedo creer que tu hermano haya llegado a semejantes extremos!

—¡Lo hizo porque era necesario! —dijo Carlos enojado—. Así, ya no seguirá molestando a Daniela nunca más. Pero velo por el lado amable, al menos vas a guardar tus secretos para ti mismo, especialmente lo que pasó hace varias semanas. No se te olvide que la muerte de Osvaldo, y la violación de Alan, fueron culpa tuya.

—¡Carlos...! —dijo Luciano enojado.

—¿Sabes cómo te va a poner Katia si se llega a enterar de que tú causaste la muerte de Osvaldo? —preguntó Carlos burlón—. O peor aún, Alan se va a traumar cuando se llegue a enterar de que tú hiciste que Roberta lo violara con un palo.

—¿Cómo? —preguntó Luciano sorprendido—. ¿Cómo que Roberta violó a Alan ese día, con un palo?

Luciano no podía seguir hablando, debido a la impresión que se llevó al oír las palabras de Carlos.

—¿Por qué no la buscas y le preguntas? —preguntó Carlos burlón—. Sirve que ella te saca de dudas. Nos vemos pronto, Luciano. Me saludas a tu hermana.

Después de esa discusión, Carlos se fue del baño. Luciano se quedó furioso e impresionado. Estaba prácticamente enterado de lo que le pasó a los hermanos Ventura, y no sabía cómo reaccionar.

***

Más tarde...

Casa de los Villamizar.

Adriano estaba en su despacho, sentado en su escritorio y trabajando con su laptop que estaba abierta. Usaba traje y zapatos negros, con corbata azul. Se le veía mnuy contento.

—Todo es tan apacible desde que Andrés murió, ¿no es así? —preguntó sonriendo.

Dejóde trabajar con su laptop y tomó del escritorio un retrato con la foto de su novia fallecida, Sofía Martell. Empezó a entristecerse mientras veía la foto.

—No sabes cómo lamento que ya no estés aquí, Sofía... —susurró mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. Daría lo que fuera por dar con el responsable de tu muerte.

Volvió a poner el retrato en el escritorio, y secó sus lágrimas para seguir trabajando.

—Te prometo que algún día, voy a vengar tu muerte —dijo más tranquilo—. Te prometo que voy a buscar al culpable. Así podrás descansar en paz. Te lo aseguro.

Trataba de el fuerte para no llorar, pero su tristeza era notable. Sofía Martell era el amor de su vida, y no podía olvidarla.

De repente, alguien entró al despacho. Era Emiliano, quien usaba una sudadera guinda, pantalón de mezclilla negro y zapatos tenis blancos. Se acercó a Adriano y se sentó en el escritorio.

—Hola, Emiliano... —dijo Adriano tranquilo.

—¿Cómo se te ocurre esto, Adriano? —preguntó Emiliano molesto—. ¿Cómo te atreviste a matar a un chico inocente?

—Caray, Emiliano. No nos hemos visto en semanas y esto es lo primero que me dices —dijo Adriano burlón—. ¿Por qué te pones así?

—¡No tenías por qué matar a Andrés! —dijo Emiliano enojado.

—¡Tenía que hacerlo! —dijo Adriano ya enojado—. ¡Era la única forma en la que podía dejar en paz a tu hermana!

—¿No crees que te pasaste de lanza? —dijo Emiliano enojado—. ¡Podías habérselo pedido de buena manera!

—¡Al diablo la buena manera! —gritó Adriano enojado, y se levantó del escritorio—. ¡Sabes que nunca pude pedir las cosas de buena manera a ese tipo! ¡Deshacerme de él era la única forma de recuperar a tu hermana!

—¿Sabes el problema en el que podrías meterte, Adriano? —preguntó Emiliano enojado—. ¿Sabes que le quitaste la vida a un inocente? ¿Cómo puedes dormir tranquilo sabiendo que una familia está sufriendo?

—¿Sabes una cosa? La verdad, a mí no me importa el sufrimiento de los Abascal —dijo Adriano burlón, sentándose en su escritorio—. Andrés se lo buscó por lo que hizo. Al fin, ya no va a molestar a tu hermana. Deberías estar contento.

—¡Pues yo no estoy contento! —dijo Emiliano enojado—. ¡Esto sólo va a hacer que mi hermana te odie más, entiéndelo!

—¡A mí ya no me importa si tu hermana me ama o me odia! —gritó Adriano enojado—. ¡Tengo que recuperarla sin importar el precio que tenga que pagar!

—Y si no te importa quitar de tu camino a quien te estorbe, lo siento. Pero yo no voy a formar parte de ese juego —dijo Emiliano enojado.

—¡Deberías estar agradecido! —dijo Adriano enojado—. ¡Porque gracias a mí, Andrés ya no va a molestar a tu hermana nunca más!

—Yo ya no quiero formar parte de esto, lo siento —dijo Emiliano enojado.

—Pues ya me da igual si quieres ayudarme o no —dijo Adriano enojado—. Porque de una forma u otra, tengo que recuperar a tu hermana.

—Haz lo que quieras, sólo no cuentes conmigo para tus planes —dijo Emiliano enojado.

Cansado de la discusión, Emiliano se levantó del escritorio y caminó hacia la puerta del despacho.

—Te lo voy a advertir por primera y última vez, Emiliano —dijo Adriano enojado—. Si sales por esta puerta, te conviertes en mi enemigo.

—Pues no me importa —dijo Emiliano enojado—. Sólo espero que puedas vivir con la culpa de lo que le hiciste, no sólo a Andrés, sino a su familia y amigos.

Emiliano se salió del despacho y caminó hacia la salida de la casa. Adriano se quedó solo en el despacho, parecía no importarle lo que pasó. Más bien, estaba contento y se sentía orgulloso, después de haberse deshecho de Andrés.

***

Más tarde...

Casa de los Lazcano.

Roberta estaba en la sala de su casa, caminando de un lado a otro. Usaba una sudadera negra, pantalón de mezclilla azul y zapatos tenis blancos. Se le veía tranquila y serena.

De repente, alguien tocó el timbre. Roberta camino hacia la puerta y la abrió. Se espantó al ver que Luciano era quien estaba tocando. Éste entró a la casa y sometió a Roberta de los brazos contra la pared, enfureciéndola.

—¿Qué te pasa, pendejo? ¿Cómo te atreves a entrar a mi casa? —gritó Roberta enojada, mientras Luciano la sometía.

—¡Eres una maldita, Roberta! —gritó Luciano enojado—. ¡Ya sé lo que le hiciste a Alan!

—¡Tú no sabes ni verga, culero! —gritó Roberta enojada, mientras trataba de zafarse de Luciano—. ¡Quítame tus pinches manos de encima, asqueroso machito!

—¿Cómo te atreviste a sodomizar a Alan? —gritó Luciano enojado—. ¿Te das cuenta del daño que le hiciste

—¿Quién chingados te dijo eso, wey? —gritó Roberta enojada—. ¿Quién te dijo eso!

—¡Me lo dijo un amigo mío, Roberta! —gritó Luciano enojado—. ¡Le destruiste la vida a un chico inocente! ¡Y vas a pagar por lo que hiciste!

—¿Y qué chingados vas a hacer, me vas a golpear? —gritó Roberta enojada—. ¡Anda, pégame! ¡Pégame, pendejo! ¡Te voy a denunciar por agredir a una mujer!

—¡La que va a ir a la cárcel eres tú, imbécil! —gritó Luciano enojado.

—¡Me valen verga tus amenazas, culero! —gritó Roberta enojada—. ¿Por qué verga se empeñan en defender a Alan? Uy, ya va a llorar ese pobre machito, ¡ahora resulta que a los hombres también los violan! Pero claro, ese pendejo me estaba rogando que siguiera, y le encantó!

Roberta soltó una carcajada histérica. Cegado por la ira, Luciano la sometió de los brazos contra el sofá.

—¡Cállate! ¡No vuelvas a hablar así de Alan! —gritó furioso—. ¡Te aseguro que vas a pagar por todo el sufrimiento que le causaste a los Ventura!

—¡Tú serás el que va a ir a la cárcel, cabrón! —le gritó Roberta enojada—. ¡Te voy a denunciar por violencia de género, pendejo!

—¡Vamos, hazlo! ¡Te acompaño a que me denuncies por violencia de género! —gritó Luciano enojado, mientras levantaba a Roberta del sofá y la zarandeaba—. ¡Sirve que aprovecho y hago lo mismo, cuando consiga pruebas en tu contra!

—¡Pues te reto a que consigas pruebas, pendejo! —gritó Roberta enojada, y Luciano la soltó—. ¡Recuerda que es tu palabra contra la mía! ¡Nadie le va a creer a un machito como tú! ¡Tengo dinero, contactos, y soy mujer! ¡A nosotras se nos defiende más! ¡Y Andrés está muerto! ¡No tienes ninguna pinche oportunidad contra mí, culero!

—¡Tal vez tú tengas dinero y contactos, y yo no! —gritó Luciano enojado—. ¡Pero te aseguro que voy a impedir tu maldita corrupción! ¡Y vas a caer, te juro que vas a caer, imbécil!

—¡Pues hazlo, pendejo! ¡Te reto! —gritó Roberta enojada.

—Pues ya veremos de qué cuero salen más correas, Roberta —dijo Luciano enojado—. Te aseguro que tú y Adriano van a pagar por lo que le hicieron a los Ventura. Ah, y una cosa más: Aléjate de Alan, o juro que yo mismo te mataré.

Dos hombres de negro llegaron a la casa y se acercaron a Luciano.

—¡Lárgate de mi casa, pendejo! ¡O hago que te saquen! —gritó Roberta enojada.

—No se preocupen, yo sé el camino —dijo Luciano tranquilo.

Luciano se fue de la casa de los Lazcano, ya no quería seguir teniendo problemas con Roberta. Los guardias se le acercaron, pero ella los alejó.

—¡No se me acerquen, culeros! —gritó enojada—. ¡Lárguense!

Los dos guardias se alejaron y se fueron de la casa. Roberta se sentó en el sofá para tratar de calmarse. Pero era obvio que no podía, pues las amenazas de Luciano la tenían acorralada.

***

Esa noche...

Parque Avándaro.

Ya era de noche. Melissa estaba en el parque Avándaro, sentada en una banca. Usaba una sudadera celeste, pantalón deportivo negro y zapatos tenis blancos. Se le veía muy triste por lo de su hermano.

—Todavía no puedo creer que ya no estés con nosotros, hermano... —dijo triste—. Ojalá que todo esto fuera una mentira, Dios mío...

De repente, Matías apareció. Usaba una sudadera roja, pantalón deportivo negro y zapatos tenis blancos.

—Hola, Melissa —dijo Matías tranquilo.

—Hola... —dijo Melissa triste, sin voltear a ver a Matías.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Matías.

Melissa no dijo nada. Matías se sentó en la banca con ella.

—No sabes cómo lamento que tu hermana haya fallecido, Melissa... —dijo Matías triste—. Aún si ya pasaron varios días.

—Gracias, Matías... —dijo Melissa triste—. La verdad, es que sólo me dijeron eso. Que Andrés murió.

—¿No te dijeron nada más? —preguntó Matías.

—No, nada más... —dijo Melissa triste.

—Qué horror... —dijo Matías—. No puedo creerlo.

—Lo peor de todo, es que ni siquiera dijeron si encontraron su cuerpo —dijo Melissa triste—. ¡El miserable de Adriano Villamizar me dijo todo eso! ¡No me dijo ni siquiera si encontraron a mi hermano!

—Dios mío, de verdad que Adriano es un ser completamente despreciable —dijo Matías indignado—. No es por nada, Melissa. Pero creo que no deberías confiar en su palabra.

—¿Quieres decir que posiblemente mi hermano no esté muerto? —preguntó Melissa consternada.

—No lo sé... Pero yo tampoco confío en Adriano —dijo Matías molesto—. Ni siquiera han dicho si encontraron su cuerpo o no. Esto podría decirme que Andrés podría estar vivo, sólo que está desaparecido.

—¿Crees que Andrés podría estar vivo? —preguntó Melissa sorprendida.

—Tal vez... —dijo Matías tranquilo.

Melissa se quedó pensativa por unos segundos. Sonreía levemente, después de oír las palabras de Matías.

—No sé qué decir, Matías... —dijo muy preocupada—. Por un lado, me alegra saber que Andrés podría estar vivo. Pero por el otro, me preocupa que esté desaparecido.

—No te confirmo nada, sólo digo que Andrés podría estar vivo —dijo Matías tranquilo—. No quiero darte falsas esperanzas, pero puedo decirte que Andrés podría estar desaparecido, más no muerto.

—¡Pues ojalá que mi hermano apareciera! —dijo Melissa sorprendida—. ¡Si Andrés está vivo, quiero que aparezca tarde o temprano!

—Tranquila, Melissa. Tranquila. No te alteres —dijo Matías para calmar a Melissa.

—¡Es que tengo una mezcla de sentimientos encontrados, que no puedo explicar! —dijo Melissa exaltada—. ¡Tal vez me siento feliz al saber que mi hermano no está muerto! ¡Pero también estoy muy triste y asustada al saber que está desaparecido! ¿No te das cuenta? ¡Tal vez tenga una gran esperanza de que aparezca tarde o temprano!

—No te puedo asegurar nada, Melissa —dijo Matías tranquilo—. Tienes que ser paciente. Quería decirte que esta tarde, mandé unos contactos para que puedan buscar a Andrés por todas partes.

—¿De verdad? —preguntó Melissa ya sonriendo—. ¿De verdad están buscando a mi hermano?

—Sí, Melissa —dijo Matías tranquilo—. Ya están buscando a tu hermano.

Melissa y Matías se levantaron de la banca, y ella le dio un fuerte abrazo. Estaba contenta al saber que Andrés podía estar vivo, y que podría aparecer en algún momento.

***

Más tarde...

Casa de los Villamizar.

Adriano estaba en el comedor de su casa, sentado en la mesa y cenando. Tenía un plato con un medallón de carne de res con unas papas de Galeana, y una copa de vino. Preparó su cuchillo y su tenedor para comer.

De repente, un hombre de negro llegó a la sala. Adriano lo vio tranquilo.

—Señor Adriano —dijo el hombre—. Lamento interrumpirlo, pero alguien quiere verlo.

—Está bien, que pase —dijo Adriano tranquilo.

El hombre se fue, mientras que un joven encapuchado entró. Usaba sudadera blanca, pantalón deportivo negro y zapatos tenis blancos. Adriano lo vio de reojo.

—¿Quién eres tú? ¿Y por qué estás interrumpiendo mi cena? —dijo Adriano enojado—. ¡Quítate la gorra y muestra tu cara!

El joven se quitó la capucha y mostró su cara. Adriano quedó completamente horrorizado al ver el rostro. Y no era otro que Andrés.

—¿Andrés Abascal...? —preguntó Adriano asustado al ver a Andrés.

—El mismísimo Andrés Abascal... —dijo Andrés tranquilo, mientras veía de reojo a Adriano—. Querías matarme, pero no pudiste.

—¿Cómo? —preguntó Adriano enojado, se levantó de la mesa y se acercó a Andrés lentamente—. ¡Yo mismo vi esa casa arder en llamas contigo adentro! ¿Cómo fue que sobreviviste?

—Sencillo —dijo Andrés tranquilo—. Busque la forma de salir de la casa, a través de una ventana. Y corrí hacia otro lugar, quería esconderme para hacerte creer que lograste tu misión.

—¡No sabes cómo me arrepiento de haber quemado esa maldita cabaña! —dijo Adriano enojado—. ¡Debí haberte perforado la maldita cabeza! ¿Cómo es que se me olvidó?

—Te salió muy mal el plan, Adriano Villamizar —dijo Andrés enojado—. Creíste que me habías matado, pero fracasaste. Querías alejarme de mi familia y amigos. Pero también fracasaste. Incluso supe que uno de tus amigos te dio la espalda. Poco a poco, te vas a quedar solo. Completamente solo.

—¡No necesito de amigos para destruirte, Andrés! —gritó Adriano enojado, y tomó a Andrés de la sudadera—. ¡Te aseguro que te vas a arrepentir por haberme separado de Daniela! ¡Ya verás todo lo que tengo planeado para ti y para toda tu maldita familia!

—¡Tú eres el que se va a arrepentir, Adriano! —dijo Andrés enojado, y se zafó de Adriano—. ¡Te vas a arrepentir por no haberme matado cuando tuviste la oportunidad! ¡Y también vas a pagar por todo el daño que has hecho!

Adriano soltó una carcajada histérica.

—¿Crees que puedes intimidarme tan fácilmente, Andrés? —preguntó burlón—. ¡Por si no lo sabes, sigo siendo un poderoso diputado! ¡Tengo dinero, contactos, soy intocable! ¿Sí sabes a lo que te estás enfrentando?

—Claro que lo sé, Adriano —dijo Andrés serio—. Tal vez no tenga tanto dinero, ni contactos como tú. Pero te aseguro que un día de estos, te voy a hacer caer. ¡Te aseguro que tu caída será muy lenta y dolorosa! No todos los malos tiempos son para siempre.

Andrés sonrió y se fue caminando hacia la puerta principal de la casa. Adriano seguía impresionado al saber que Andrés estaba vivo, y planeaba destruirlo, sin importarle lo que tuviera que hacer para lograrlo.

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