VII. El adiós
Con las fiestas a mitad de la esquina, Izan Gakuma salió del hospital con un ojo vendado y el pelo más corto. Rechazó las prótesis que ofrecían los médicos a pacientes de enucleación, y durante su estancia se había visto obligado a declarar a furias y policías turbados sobre el llamado caso de la biblioteca sangrienta. «Encontrar un círculo mágico en uno de los mayores monumentos mundiales. Encima, con jóvenes transmutadas y trozos de cadáveres descuartizados no debe de ser fácil. Aunque me sorprende de las furias...». Por suerte, nadie se enteró de lo que había robado a hurtadillas, tal y como haría Ily Blauvemark.
No había vuelto a ver a la mujer polilla desde su ingreso juntos en el hospital. Macer le decía que no paraban de entrar y salir de su habitación —algunos interesados, otros asqueados—; de igual modo, había visto a un alto cargo sobreviviente discutir por ericófono(18) si mandarla o no a las vinculas(19) de la Kapital. Todos tenían muy claro que se trataba de una bruja, a pesar de que ni el detective ni el hombre gris sabían a ciencia cierta si aún podía comunicarse con los demás.
—Tendremos que estar alerta —concluyó Izan, fumando a escondidas del personal.
Ily Blauvemark tampoco le hizo ninguna visita de cortesía, y eso le puso de más mal humor que otra cosa. «Ya sé que está enfadada... ¡Pero no quería que sufriera! Bueno, lo cierto es que hasta ese momento me daba igual... No sé ni lo que pienso». En todo caso, Macer era el único que seguía a su lado. Eso le compensaba bastante en un mes como el otoño, lleno de excusas para abrazarse con los demás. El hombre gris no era nada efusivo, pero, al menos, le dejaba acurrucarse en su abdomen inflexible. Salieron del hospital tal y como entraron: con Izan cogido a él cuál marsupial. No obstante, la verdadera sorpresa se la encontraron fuera.
—¿Qué haces ahí plantada? —soltó Izan, despegándose de Macer al fin—. Además, te has cortado el pelo.
—¿Sabes?, alguien me dijo eso mismo en sueños. Además, tú también te has cortado el pelo —contestó Ily frente a ambos. La melena albina se le ondulaba hasta la barbilla, cubierta por gasa y esparadrapo, y llevaba ropa de negro como mandaba la tradición—. Ya son las fiestas de agradecimiento(20), ¿no deberías vestirte de oscuro?
—¡No me agobies! Acabo de recuperarme de un episodio traumático. —Izan se señaló la venda con teatro y, después, añadió: —La doctora Dezzie dijo que, una vez cicatrizado, si no lo aireo por las noches me saldrán hongos. Otra cosa más a la larga lista de estigmas de Izan Gakuma. ¿Y tú? ¿Se puede saber dónde narices has estado?
—Eso no te incumbe —respondió la chica, sacando de su bolsillo un pequeño saco—. Lo cierto es que he venido a verte por el dinero...
—¡Ja, pero si no he resuelto tu caso, Ily-Bynnie! —rio el muchacho.
—Eso no importa. Creo que tenías razón. Ese día... Los tipos que iban con mis tíos llevaban máscaras de demonios. Empiezo a pensar que tu teoría era correcta. Supongo que estarían preparándome para el sacrificio, si es que puedo llamarlo así. Cuánto más agotada la víctima, más fácil es de llevar, ¿no?
El detective dudó en decir lo que pensaba, pero, al cabo de un segundo, cambió de opinión y sonrió.
—Cierto. Al menos, ya no te molestarán, querida.
Ily asintió, acercándole el dinero. Izan lo cogió y se lo dio al hombre gris, que rápidamente lo engulló como si fuera una máquina tragaperras. Después, un silencio sepulcral se instaló entre todos y el detective rompió el hielo con una idea repentina:
—Se me ha ocurrido algo, Ily. ¿A ti te importaría mudarte de la Kapital? ¿Tienes a alguien importante por aquí, alguna amiga, amigo...? ¿Novio?
La joven negó con la cabeza, intentando averiguar a dónde quería llegar.
—¿No venías con alguien el día que te encontraste conmigo cayendo de aquel edificio?
—Caminamos juntas a casa por casualidad. Nada más —aclaró, tímida de pronto.
—¡Maravilloso! Entonces esta noticia te encantará. ¿Por qué no vamos a ver a Tiane-Tiam y te lo cuento en detalle? Asimismo, tengo que darte una cosa que Macer me ha estado guardando...
Izan le envolvió la cintura con un brazo sin soltar la chaqueta de Macer. Y mientras hablaba con cada vez más alegría, los tres se alejaron del HOSPITAL KAPITAL bajo el cielo anaranjado de la mañana. Ninguno, ni siquiera Izan, se percató de que unos kilómetros más allá, sobrevolando la ciudad como si fueran hugin-mugins, unos pequeños monstruos se ocultaban de la humanidad bailoteando en el aire.
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