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III. El baile

Los acordes de la guitarra electroacústica envolvieron el ambiente dorado del MUSICE, y la mujer frente al micrófono comenzó a tararear a su compás. «Lala-La-La-Lala-Lá», decía, suave como el Retsiemjagger de Izan, una bebida adulta de hierbas que no casaba con su aspecto cicatrizado e infantil. En su mala costumbre, tenía las piernas encima de la mesa y no llevaba zapatos, lo que provocaba algún que otro ceño fruncido a su alrededor. Pero, ¿qué más daba? Hoy era noche de chicas. Y sí no fuera porque todos le conocían él casi parecería una, ¿verdad? ¡Más valía disfrutar!

—¿Seguro que vendrá? —preguntó, de pronto, Macer, recto como un palo en una de las sillas que rodeaba la mesa. Al igual que el fallecido Calan, prácticamente se había acostumbrado a verle a los ojos casi sin parpadear. Casi.

—No tengo ni idea —respondió el detective, apoyándose el vaso vacío en el pecho e intentando aguantarlo con la barbilla—. Pero creo es lo suficientemente inteligente como para encontrar este sitio sin que yo le dé la dirección, al menos. Ahora solo tenemos que esperar y pasárnoslo bien. Eso último, sobre todo —se rio, volviendo a coger el vaso con la mano y dando un vistazo a la cantante del escenario. Apenas podía moverse con aquellos tacones que le estarían obligando a llevar, pero, de todos modos, lo hacía de maravilla. Hablaba de la locura después de la oscuridad y de cómo los demonios canturreaban al son de la misma, obligándote a subir junto a ellos hasta El Abismo.

«Qué ironía», pensó Izan con una mueca. Después levantó el vaso en el aire y lo meció hacia la única de las camareras que no le estaba dando la espalda: la del pelo corto y los hombros de furia que se apoyaba en la barra. Daba la impresión de que Tiane-Tiam siempre tenía un hueco en sus ojos negros para él.

—¿Qué? —le largó al aproximarse. Desde que su restaurante había ardido en llamas por segunda y última vez y se había visto obligada a trabajar en el club, estaba de un humor de perros. Izan se limitó a entregarle el vaso con una sonrisa que intentaba aparentar inocencia.

—Otro Retsiemjagger, Tim-Tan —dijo—. Ah, y trae también un zumo de sangre de dragón(11). Tengo una cita.

—Sigues siendo un ridículo. ¿Quién iba a quedar contigo si no es por necesidad? —respondió ella, regresando a la barra con el vaso vacío mientras oía al detective chillar: «¡Amargada!», furioso como un niño de verdad. Por suerte, Macer hizo que la rabieta no le durara demasiado, alzándose sin apenas doblar las rodillas y dirigiendo una mirada serena entre su jefe y una de las entradas circulares y protegidas con cortinas del MUSICE.

—Ha llegado, jefe —le dijo, justo al instante en el que terminaba la canción y la sala se llenaba de aplausos. El detective no soportaba ese apodo, pero lo dejó pasar a medias, haciendo la segunda mueca de la medianoche, y se volvió hacia Ily Blauvemark. Le había hecho caso: estaba bastante guapa con aquel vestido lechoso cubierto de flecos brillantes; de igual forma, la diadema de piel de titanoboa(12) contrastaba bien con su pelo de princesa antigua. Si no hubiera sido por su nariz desigual y sus cejas fruncidas hacia abajo, a Izan casi le habría dado por piropearla en alto. Sin embargo, prefirió gritar:

—¡Vaya, impresionante, Inny! ¿Dónde lo has robado?

La chica les dirigió un vistazo asombrado y se encaminó hacia ellos nada más oír mal su nombre.

—En un GUN'CHEL ARADA(13) —suspiró luego al lado de Izan, como si hubiera dado una enorme caminata. No obstante, el detective no pareció entender al vuelo de lo que hablaba y soltó un «¿Qué?» bastante desagradable. Ily aclaró—: Es dónde he robado la ropa. En un GUN'CHEL ARADA de diez calles más allá.

—Vaya, vaya —continuó el detective, moviendo los dedos con ansia sobre su pajarita; necesitaba otro vaso vacío con el que jugar—. Seguro que ni siquiera sus egotelos han podido dar la alarma, ¿verdad? Los cleptómanos sois la ostia. Anda, siéntate con nosotros antes de que te detengan.

Gakuma chasqueó los dedos a Macer y este, cual keukegen(14) que ha olisqueado cerca una mancha de humedad, se acercó rápidamente a Ily Blauvemark y la obligó a sentarse en la silla contigua al detective. Después regresó a su sitio y volvió a adoptar su posición antinatural de hombre-árbol. A Izan le dieron ganas de burlarse de él, pero sabía que tenían otros asuntos pendientes. De hecho, apenas podía dejar de observar al tipo encorvado encima de la barra que estaba retrasando a Tiane-Tiam.

—Podía sentarme yo sola —se quejó Ily, apretando los labios. Pero al darse cuenta de que el detective no le prestaba ni un mínimo de atención, prosiguió—. Entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Tengo que contarle otra vez todo lo que me ha pasado?

—¿Qué? —repitió Izan, mandándole una sonrisa que nada tenía de agradable— No. Oh, no, no, no. Lo recuerdo perfectamente, gracias.

—¿Y entonces?

—¡Entonces a divertirse!

Los aplausos y silbidos volvieron a llenar el club. En el escenario apareció un hombre regordete y afroblondatanio(15) que saludaba a todo el mundo, e Izan y Macer se unieron al coro sin prestar atención a la mala cara de su invitada. ¿Habría venido hasta allí para nada? Bueno, de sobra tendría que haberlo previsto. Al fin y al cabo, recordaba hasta el mínimo detalle las historietas de Izan Gakuma, el detective maldito por demonios y descendiente de brujas y magos que vagó por años en el desértico sur. Con aquella carta de presentación era menos de fiar que cualquier vulgar hechicera del mercado negro. Además, estaba todo ese asunto de la mujer elegante... ¿Tendría algo que ver con sus visitas indeseadas? ¿O era solo otra señal de que la Kapital estaba teñida de mentiras?

El cantante afroblondatanio comenzó su show y, al mismo tiempo, la camarera dejó en la mesa el pedido de Gakuma: un vaso verde y otro rojo. Ily, que aún era menor de edad, no tenía que preguntar cuál era el suyo. «Menuda estafa», pensó la chica con tristeza, haciendo ademán de marcharse mientras algunas parejitas abandonaban también sus asientos y se ponían a bailar al ritmo del frenesí, como instaba la música. Sin embargo, Macer la siguió y la agarró de los hombros.

—Te lo digo muy en serio, Ily Blauvemark —dijo, por contra, el detective, bebiéndose de un tirón su Retsiemjagger. Era la primera vez que decía bien su nombre—: necesitas divertirte.

—Lo que necesito es que me ayudes —contestó ella, sin luchar contra su represor. Era demasiado difícil deshacerse de un hombre gris entregado a su cometido. Estaban hechos, precisamente, para ser más fuertes y eficaces que un ser humano corriente—. Dijiste que me ayudarías —le rememoró de inmediato, con esos ojos estallando en tormentas. No obstante, Izan replicó de la misma manera, asustando a una pareja de ancianos que pasaba cerca de sí.

—¡Lo estoy haciendo! Esto es parte de la ayuda, cariño. ¿Cómo vas a resolver tus problemas en ese estado de paranoia y tensión constante? Así no se puede pensar con claridad. —El rostro de Ily no vaciló ni un milímetro, así que el detective alegó de igual forma—. Mira, sé que no empezamos con buen pie. ¿Qué le voy a hacer? Soy un excéntrico; estoy acostumbrado a no caer bien. Y entre eso y lo otro (que todos sabemos y no pienso volver a mencionar) me gano mi mala fama a pulso. Pero ya te lo dije en tu casa: si quieres que te ayude, va a ser a mi modo. Soy yo el que está perdiendo su tiempo y no tú. ¡Si hasta me buscaste expresamente! Así que, ¿quieres enfurruñarte e irte? ¡Estupendo! ¡Ocúpate tú de tus problemas, ya que tanto sabes solucionarlos! Pero si te quedas, ya sabes lo que toca. Sí, es una jodienda. Y, sí, es bastante injusto teniendo en cuenta que tú pones el dinero (que no es mucho, por cierto) y estás bastante desesperada. Pero ten en cuenta dos cosas, Ily Blauvemark: no existen los favores a cambio de nada y yo no soy una buena persona. Ahora, ¿quieres bailar con nosotros un rato o prefieres irte a casa y esperar a tus demonios?

Los zapatos del cantante rechinaron en el escenario como si pisara el cerebro chafado de Ily. El hombre gris la había ido soltando lentamente, a medida que el discurso de su jefe se hacía más intenso y desesperanzador. O, al menos, eso último parecía decir la mirada eléctrica de ella, que, todavía, no conocía el verdadero motivo por el que el detective la había traído hasta allí. Macer localizó enseguida al varón borracho y con traje de la barra. Incluso si aguzaba los reguladores de sus orejas era capaz de oírle balbucear incoherencias a la exdueña del restaurante CHINO o a cualquier empleado que pasara por su lado. «Me voy a morir pronto, ¿sabes? Me voy a morir prooooooontooooo...». Había sido su superior mil diez y uno de los cinco mil congregantes de aquella orgía ritual. Era el sexto superviviente. Así que debían darse prisa.

De repente, Ily abandonó su sitio y cogió de la mesa el zumo de sangre de dragón que Izan le había pedido. Se lo bebió de un trago, imitándolo, y después le tendió la mano.

El detective fingió no comprenderla y esta le soltó con rabia:

—¿Bailamos o qué?

—Ah, bueno, si insistes.

El muchacho aceptó su mano y, seguidos por un Macer discreto y vigilante de su objetivo, los tres se entrometieron entre las parejas danzarinas cerca del escenario y empezaron a moverse a un ritmo extravagante, como seguía dictando la canción. Ninguno de ellos sabía lo que hacía: Izan levantaba las piernas e intentaba hacer corrillos con sus acompañantes sin parar, y ambos le seguían al compás. Sin embargo, al final de la música, Ily llegó a conseguir una sonrisa de verdad.

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