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Susurros de un presagio

El vacío en su pecho era insoportable. Jungkook caía, su cuerpo girando sin control mientras miraba al cielo. Pero aquel cielo no era oscuro ni amenazante; era sorprendentemente hermoso. Los tonos rosados y blancos se entrelazaban con pinceladas de azul, formando un lienzo celestial que parecía demasiado perfecto para ser real. Las nubes se alejaban cada vez más, desdibujándose como si el mundo lo abandonara.

Un rayo de luz atravesaba las alturas, bañando la escena con un resplandor cálido, casi divino, que contrastaba con el frío que invadía su cuerpo. Sin embargo, aquella vista majestuosa no calmaba el dolor que lo consumía. Unas lágrimas ardientes corrían por sus mejillas; no eran de miedo, sino de pérdida. Algo importante había sido arrancado de él, algo que no podía recordar, pero que dolía con una intensidad que lo quebraba por dentro.

De reojo, vio plumas flotando en el aire, suspendidas como si el tiempo mismo se hubiese ralentizado. Algunas blancas y otras teñidas de un gris ceniciento. Se alejaban con el viento, libres mientras él seguía cayendo sin remedio. Extendió una mano, tratando de atraparlas, pero era inútil. Cada vez estaban más lejos, y él seguía cayendo.

El suelo se acercaba. La luz celestial comenzaba a desvanecerse, reemplazada por una sombra fría y opresiva. Extendió la mano, desesperado por alcanzarlas, pero el aire era frío y cruel. Justo antes de colisionar con el suelo, un grito silencioso se quedó atrapado en su garganta, y entonces…

Jungkook se despertó.

Se incorporó de golpe, su cuerpo temblaba, el pecho subiendo y bajando con respiraciones rápidas y erráticas, como si todavía estuviera cayendo. Su frente estaba perlada de sudor frío, y sus ojos estaban húmedos de lágrimas que no recordaba haber derramado. Llevó una mano a su pecho, donde el vacío del sueño parecía haberse instalado como una marca invisible.

La luz de la luna se filtraba por la ventana, bañando la habitación con un tono plateado que acentuaba las sombras en las paredes. Su cuarto era sencillo, pero acogedor. La cama de madera, ligeramente gastada, estaba cubierta por una manta gruesa de tonos oscuros. Cerca, había un mueble: un tocador con un espejo ovalado enmarcado en madera tallada, sobre el cual reposaban pequeños frascos de cremas naturales que él preparaba con hierbas del bosque.

A un lado de la cama, una lámpara de luz amarillenta reposaba sobre una pequeña mesita, proyectando un brillo tenue que apenas alcanzaba las esquinas de la habitación. El familiar aroma de madera y hierbas secas lo ancló un poco a la realidad, un aroma que solía calmarlo, pero esa noche no era suficiente, esa sensación de pérdida seguía allí, como un peso invisible.

Estoy en casa… estoy bien… estoy seguro”, murmuró para sí mismo, intentando tranquilizarse. Pero el eco del sueño aún lo atormentaba.

Un maullido suave rompió el silencio. Su gato, su pequeño felino negro de ojos brillantes, entró en la habitación y salto ágilmente a su regazo, frotándose contra su pecho. Jungkook lo abrazó con fuerza, buscando consuelo en el calor del animal. Mientras acariciaba al gato, su mente divagaba.

“¿Por qué se sintió tan real?”, pensó. Ese sueño era distinto a cualquier otro. No era solo una pesadilla; era un eco, una sombra de algo que parecía parte de él, aunque no podía explicarlo.

No podía dormir, aunque lo había intentado. Algo en ese sueño lo había inquietado profundamente.

Un extraño sonido lo sacó de sus pensamientos: un susurro, o tal vez el viento. Se levantó de la cama, cuidando de no molestar al gato, y caminó con pasos lentos hacia la ventana. El bosque se extendía ante él, iluminado por la luz de la luna. Los árboles altos parecían guardianes silenciosos, sus ramas dibujando sombras caprichosas sobre el suelo, había algo en la forma en que las sombras de los árboles se movían que le erizó la piel.

El paisaje nocturno tenía algo místico, casi irreal. La luz de la luna atravesaba las copas de los árboles, creando haces de luz que danzaban con el movimiento del viento. El aire era fresco, con un ligero aroma a tierra húmeda, y el sonido lejano de hojas moviéndose lo hacía sentir observado.

Un extraño impulso lo llevó a salir de la cabaña. Se puso su abrigo y tomo una pequeña daga que siempre llevaba consigo, por si acaso. Asegurándose de no dejar nada desprotegido y sin encender una lámpara, cruzó el umbral en silencio, dejando que la luz de la luna iluminara su camino.

El bosque de noche era un lugar completamente distinto. El aire estaba más frío de lo habitual, y una calma inquietante llenaba el bosque. Las sombras parecían moverse con vida propia, y el canto ocasional de un búho resonaba entre los troncos. A pesar de la inquietud, había algo fascinante en cómo la naturaleza se transformaba bajo la luz lunar. Cada detalle brillaba con un tono plateado, y el viento llevaba consigo susurros que parecían palabras incomprensibles.

Mientras avanzaba, sus pasos crujían sobre las hojas secas, pero de pronto se detuvo al ver algo en el suelo que llamo su atención: una pluma. Jungkook se agachó para recogerla, y al hacerlo, un escalofrío recorrió su espalda. Sostuvo la pluma entre los dedos, examinándola bajo la luz de la luna. No era una pluma común; notó que brillaba débilmente, como si estuviera hecha de plata; parecía salida de un sueño.

Un crujido detrás de él lo hizo girar, su daga lista para atacar. Pero no había nadie. Solo las sombras de los árboles y el susurro del viento, que parecía reírse de su nerviosismo. Miró hacia el cielo y vio una bandada de aves negras volando, pero entre ellas, algo destacaba: una figura más grande, más imponente, que se desvaneció antes de que pudiera enfocarla bien.

Apresuró el paso de regreso a su cabaña. Cerró la puerta con cuidado, asegurándola con el viejo pestillo. El gato estaba sentado frente a la pared, mirando fijamente a un punto vacío.

“¿Qué estás mirando?”, le preguntó con voz temblorosa, pero el gato solo siguió observando, inmóvil.

Encendió una lámpara. Su fiel amigo, finalmente se movió, trepándose a su regazo mientras él se sentaba en la cama. Una sensación extraña lo invadió. El sueño, el bosque, la pluma… todo estaba conectado de alguna manera, y aunque no entendía cómo, sabía que aquello no era una simple coincidencia.

De nuevo miró la pluma, y algo en su interior le decía que no debía deshacerse de ella. La guardó en el cajón junto a su diario y decidió que por ahora era mejor intentar dormir, aunque sabía que el sueño no vendría fácilmente.

Mientras apagaba la lámpara, no pudo evitar sentir que algo había cambiado. No solo por el sueño, sino por esa pluma, por ese extraño viento y las sombras en el bosque. Algo lo estaba llamando, y aunque no lo entendía, una parte de él sabía que no podría ignorarlo por mucho tiempo.







Algo cortito pero con importancia.

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