Capítulo 4
Alan
Voy al trabajo como cada mañana. Cada vez mi mujer está más rara. A mitad de mañana, hablaré con mi socio por si se puede hacer cargo un momento de la empresa, mientras me ausento un momento para ir al estudio donde hace sus cuadros. Quiero comprobar que es lo que está haciendo y porque tiene eses moretones por el cuerpo, además de esas manchas rojas. Ya que ella no ha sacado el tema, me veo forzado a hacerlo porque la situación no puede estar peor. Hasta ahora me fiaba de ella, pero tengo un mal presentimiento. La sorprendere y de paso le daré una sorpresa al verme allí.
Se acerca la hora. Estoy a unas pocas calles. Tengo un traje gris y empieza a dar mucho el sol, por lo que decido quitarme la chaqueta y remangarme la camisa. Estoy empezando a sudar y se lo mucho que le horroriza a Clarisa que la bese estando sudado, así que decido parar en un bar a coger una botella de agua a refrescarme un poco. Cuando estoy más sereno y no tan acalorado, decido emprender la marcha porque solo tengo que girar la calle y buscar el número, ya que las llaves las tengo porque he cogido una copia que habíamos hecho cuando alquilamos el estudio.
Aquí está, meto la llave en la cerradura y giro el picaporte con cuidado. No quiero que me escuche para poder darle una sorpresa, pero al abrir la puerta lo que veo me deja paralizado y monto en cólera rompiendolo todo. Así es como Clarisa se da cuenta de mi presencia y sin decir ninguna palabra, decido ir a nuestra casa para prepararle las maletas. No compartiré casa con una mujer adúltera que se pasa el acuerdo de matrimonio por la raja. ¡ Que ciego he estado!¿ Como no he sabido darme cuenta que me era infiel?. Tengo su imagen gravada. Ella vestida toda de cuero a cuatro patas, mientras alguien le la estaba penetrando por detrás, azotandole con una fusta. Normal que no me hayan oído entrar entre tanto gemido y ruido. Conmigo nunca quiso probar posturas nuevas. Solo el misionero y con la luz apagada. En esta ocasión no le importó que estuviesen sudados. Cuantas veces me he tragado esa excusa, si en realidad era que no quería acostarse conmigo. Unas lágrimas corren por mis mejillas por los recuerdos y por estar viviendo en una mentira. Menos mal que he hecho separación de bienes y al no tener niños, ella no se puede quedar con la casa. Es lo único bueno que saco ahora, porque en esta casa he invertido parte del dinero que me quedó de mi madre y no voy a permitir que esa zorra me la quite. Termino de hacerle las maletas con todo lo básico, el resto se lo mandaré encantado cuando ya esté instalada en otro lugar. Lo di todo por ella y me ha fallado. Con razón mis amigos me decían que no me fiase de ella y yo jamás los había creído, pensando que me tenían envidia. Lo que no entiendo es porque se casó conmigo. Pero pienso encararla cuando venga y saldré de dudas.
Escucho la puerta de la entrada abrirse y al poco rato, veo entrar a Clarisa con cara de pánico. Le arrojo las maletas por las escaleras y ella las esquiva por los pelos.
—Adelante, me lo merezco por haberte engañado. No se lo que me ha pasado con ese hombre, pero desde que lo vi entrar a mi estudio porque estaba interesado en uno de mis cuadros, no he podido sucumbir a sus encantos y me he acostado con él—dice con la cabeza gacha.
—Eso ya no importa ahora. Porque sé que te has acostado con él no una, sino varias veces porque tus marcas te delataban. A pesar de que te lo pregunté varias veces, nunca me diste una explicación convincente. Solo era cuestión de tiempo que te descubriese en esa mentira. Hace meses que apenas nos tocamos en la intimidad, además de que estabas muy rara y a todo le ponías pegas. Quiero que cojas tus cosas y que te largues de aquí, porque no quiero volver a verte en mi vida. Bastante tiempo he empleado en esta causa perdida. En unos días recibirás la petición de divorcio. Acelerare los trámites para que sea cuanto antes, así también podrás estar con tu amante. He aguantado mucho tiempo a tu lado y ya no nos queda nada. Dicho esto, dame tus llaves porque esta casa ya no te pertenece—digo en un susurro, debido a lo dolido que me siento.
—No me puedes hacer esto. No puedo quedarme en la calle. Yo también he puesto dinero en esta casa—dice colérica, lanzándome un jarrón que fue un regalo de bodas.
—Claro que puedo y mi madre me hizo prometer antes de morir que firmara la separación de bienes antes de casarnos, porque da la casualidad que nunca se fio de tí y menos mal que le he hecho caso, porque yo fui quién compró esta casa y parte de los muebles que aquí hay, con su herencia y eso está estipulado en unos papeles que jamás verás y que tú firmaste. ¡ Que sabía era y que razón tenía!—digo con una sonrisa forzada.
—No me puedes hacer esto. No a mí que me he jugado mucho con esta relación. ¿ Por qué crees que te escogí a tí al friki del instituto?. No fue porque me atrajeras, fue porque vi que mi vida se iba al traste e iba pasar dificultades, porque mis padres estaban arruinados y no me podían pagar la universidad, por eso me tuve que hacer pintora y visto que a ti se te daba todo tan bien, sabía que tendrías un futuro prometedor y me podrías cumplir todos mis gustos, pero eso últimamente no pasaba, debido a nuestros bajos ingresos y tú aún encima te gastaste hasta el último centavo de tu madre en esa maldita empresa. ¿Crees que me gustastes alguna vez?. Pues no. Podía tener a cualquiera que quisiese a mi lado, pero te escogí a ti, porque eras el más fácil de engañar, debido a tu escasa experiencia con las mujeres. Se me presentó la ocasión muy fácil, después de verte embobado viéndome el primer día que nos conocimos. Si eras el friki del colegio¿cómo me iba yo a fijar en tí?—dice sonriendo, con la maldad reflejada en su rostro.
Yo me paro a digerir toda la información que me ha dado de golpe y exploto de la peor manera.
—¡Fuera de aquí!. Se te acabó la fuente de ingresos, a partir de ahora tendrás que apañartelas sola, porque este tonto no gastará ni un duro más en tí. Vete como has venido y quiero que salgas de mi casa y de mi vida para siempre—le digo echándole las maletas fuera y empujándola a ella para que se dé por aludida. A los pocos segundos, veo como sale con una sonrisa triunfal por la puerta hacia fuera y cuando noto que ha cruzado la calle, es cuando me permito derrumbarme sobre la puerta recién cerrada. Lloro sin cesar por el desengaño tan grande que acabo de sufrir y por ser tan tonto de no haberme dado cuenta.
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