Capítulo 2
Cuando me despierto Paulo ya no está en la habitación. Hay un olor a mantequilla y café flotando en la casa y se escucha el leve rumor de la música en la cocina.
Me levanto y me quito miro el reloj. Las siete cuarenta de la mañana. Casi no puedo contener el gemido de frustración. Solo faltaban veinte minutos para que sonará la alarma.
Con un humor de perros, me levanto y decidida a no perder un solo segundo más con Paulo, camino hasta la cocina donde él ya está vestido y tiene una pila de panqueques en un plato. La cafetera está en la mesa y él está poniendo un último panqueque en la torre de los mismos.
—Paulo —digo.
—Bebé —saluda con una sonrisa y sus ojos azules se iluminan—. Ven, siéntate a desayunar.
Lo miro extrañada ante su humor complaciente, él nunca actúa así si no es por que quiere algo de mí.
Me siento en la silla que ha sacado para mí y él me facilita un plato servido con fresas y banana cortados encima de varios panqueques. ¿Que fue lo que dijo sobre comer mucho? ¿Que engordaría y él no podía tener una esposa gorda?
—Oh, una vez al año no hará ningún mal —me dice como si leyera mi mente ante su comportamiento tan extraño.
Tomo una bocanada profunda y espero a que se siente del otro lado de la mesa.
—Creo que debemos firmar un acuerdo prenupcial —suelto con firmeza.
Paulo deja el tenedor con elegancia en la servilleta junto a su plato. Me mira un instante, pero después vuelve a lo suyo.
—Ah, sí —dice con facilidad—. También lo pensé, de hecho ya hablé con mi abogado y preparó un acuerdo. Más tarde te lo llevaré a tu oficina.
Ante eso lo miro con más extrañeza aún. No pensé que él mismo tomaría la iniciativa con ello, tomando en cuenta lo que me pidió anoche. Tal vez lo estoy desestimando muy rápido, tal vez él solo quiere ayudarme con todo el trabajo.
—Te lo agradezco, Paulo —le digo con sinceridad.
Él sonríe y sigue con su desayuno hasta que tiene que marcharse. Me da un beso en la sien y promete llevarme el acuerdo.
Me voy a duchar mientras pienso con insistencia en el tema ¿Realmente debería terminarlo?
Me alisto para el trabajo y salgo para allá.
En medio del tráfico, mientras espero a que el perfecto semáforo cambie del de color, pienso en el tema de la boda.
¿Realmente me voy a casar? ¿Realmente puedo confiar en Paulo?
No.
Aunque me intente convencer de que sí, lo cierto es que no confío en Paulo, sino, ¿por qué no le he confiado mi más grande secreto? Porque sé que a la mínima oportunidad, él me puede vender.
Pero, supongo que es comprensible. Cualquiera en su lugar lo haría. Es una carga bastante pesada y cualquiera mataría por saberlo.
Cuando la luz se pone verde y por fin puedo avanzar, recibo una llamada de Leonel Mancini, mi socio comercial y amigo.
Activo en manos libres y contesto:
—¿Diga?
—Schubert —saluda—. Buen día de mierda.
—Y apenas empieza —le digo—. ¿Qué se te ofrece, ofrecido?
Leonel se carcajea al otro lado.
—Se me ofrece el número de tu abogada, pero tú no me lo vas a dar —suelta con descaro.
—Puff —resoplo—. Ya te dije que yo no te voy a facilitar nada. Ten huevos, Mancini, sino nunca vas a tener a Katy Haélior.
Él vuelve a reírse y después se calla.
—No, ya en serio —dice—. Quiero hablarte de algo ¿Tienes libre la hora del almuerzo?
—Comúnmente, sí —concedo.
—Muy bien. Nos vemos. Es solo chisme de víboras, ya sabes. —. Y así como llamó, me cuelga.
Chisme de víboras, dice. Seguro va a traer un informe detallado sobre los movimientos de la competencia. Aunque no se le podría llamar competencia a un grupo que ni siquiera sabe que tan poderoso es el SchubertConstrctora.
Llego al edificio, una de mis mejores obras y diseños. Es una belleza de veinte pisos de puro lujo y capacidad.
Me dirijo al estacionamiento subterráneo y una vez que el auto está aparcado, salgo de él y lo aseguro. Me dirijo al elevador para ir a mi oficina en el piso diecinueve. En el piso veinte de encuentran diversas salas de reuniones. Salas para presentaciones, un minibar con algunos juegos de mesa, una sala de audiovisuales y varios más.
Mi secretaria, Ellie, está en su puesto, como la persona eficiente que es, por eso le pago tan generosamente.
En cuanto me mira, procede a darme un informe sobre mi agenda y demás. Tengo una reunión con Landon Schlesinger a las dos de la tarde para revisar los planos que habíamos preparado previamente.
Y mi abogada, Katy, ya me espera en mi oficina. Me apresuro a ingresar a causa de eso; está sentada con elegancia en el sofá que enfrenta al enorme ventanal, mismo que ofrece una maravillosa vista de Leamegahas, la capital de Mahasatte.
Su largo cabello castaño se posa sobre su hombro derecho en una trenza floja. Lleva un pulcro maquillaje que resalta sus ojos color miel, un lindo vestido azul con una chaqueta del mismo tono por encima.
—Señorita Haélior —la saludo con educación, ignorando la conversación que tuvimos anoche.
—Lo que te voy a decir te va a quitar ese buen humor, Shira —suspira.
[NOTA DEL AUTOR:
¿Acaso no amamos a Katy?]
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