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De la oscuridad nace el amor

I

Una mañana helada de domingo. Iluminada por el resplandeciente sol de invierno que se reflejaba como miles de linternas en la blanca nieve, una joven pareja se paseaba por el parque, sosteniendo sus manos protegidas por los guantes.

–Rod, adivina que día es mañana–el joven albino pronunció con emoción en sus palabras.

–No lo sé–respondió el otro, castaño, con indiferencia fingida pero que el otro no supo distinguir–Es broma, nunca olvidaría esa fecha, Idiot–apretó su mano y sonrió.

–Casi me rompes el corazón–se paró frente a el, le miró ensoñador y pronunció con toda la dulzura que podía ofrecerle–Ich liebe dich–besó los finos y cálidos labios del otro.

Y mientras este bello, romántico y único momento les regocijaba el corazón, un ser rencoroso veía con furia y celos aquella escena, ideando la más cruel e infame tragedia para saciar su alma. Para arrebatarle el amor a quién tanto despreciaba, y así, obtener para él lo que le pertenecía, el amor de su vida, Gilbert Beilchmidt.

El llevaba más de diez años enamorado de ese joven albino. Desde qué lo vio por primera vez en la preparatoria y empezó su profunda y oscura obsesión.

Lo seguía, lo observaba, lo cuidaba desde las penumbras. Siempre oculto pues nunca supo expresar su sentir, y aún así, dedicando su vida a ese hombre que tanto deseaba ¿para que? Para qué se fuera, se casara, dedicara su cariño y su atención a otro y no a él, que lo merecía.

Lo odiaba, lo despreciaba tanto que dolía. Pero también lo amaba, era tanto el ardor que sentía por él que llegó a su límite. Como un fuego que te protege y te brinda calor y sin embargo, si intentas acercarte más o mostrarle algún afecto, te quemará sin dudarlo, y dolerá tanto por que sabes que sin aquel fuego ardiente, no eres nada, no puedes vivir, tu luz se extinguiría y en la oscuridad perecerías, sólo.

–Pronto vamos a estar juntos, lo juro.

Aquel ser obsesivo susurraba entonces oraciones de odio, de locura y desde dónde observaba, a lado de un viejo árbol cubierto de nieve, io por última vez a esa pareja que le provocaba retorcijones en el estómago para luego irse, dio vuelta atrás sacando un cigarrillo y colocándolo entre sus labios, se fue.

II

–¡Iré por comida!–gritó desde la puerta, su esposo seguramente estaría leyendo un libro en la sala–¡No tardo!

–No es necesario que grites, te puedo escuchar perfectamente–apareció el castaño con los brazos cruzados–Ve con cuidado–y le dio un beso tierno.

Luego de darse otros besos más, ya que Gilbert no resistía sus impulsivos deseos lujuriosos, Roderich se vio en la obligación de parar aquel acto antes de que se agravara y terminarán en el sillón, sucios, desnudos y sin comida.

Gilbert se fue pensando en regresar junto a su pareja para disfrutar esa tarde nevada sentados junto al cálido fuego de la chimenea, abrazados y platicar, dormir, amarse.

–Ahh...–suspiró al notar en la felicidad y el cariño que le provocaba aquel pensamiento–Compraré comida china

Después de caminar diez minutos llegó al bazar y entró al establecimiento donde compraría el alimento, este se encontraba casi vacío.

–¡Guten Morgen!–gritó con entusiasmo su saludo, como siempre hacia.

La demás gente se limitó a regresar el saludo de una manera más normal, lo observaban con curiosidad, ese joven debía ser muy feliz.

Uno no correspondió el saludo, recién entraba al lugar pero lo hizo de manera que no se percataran mucho de él.

–Me gustaría ordenar dos combos primavera, uno sin pollo–pidió Gilbert con su usual tono melodioso y gritón.

La cajera se contagió de su alegría, sonrió y luego le cobró.

El albino pagó y fue a sentarse en unos bancos para esperar su pedido. El no era muy paciente así que para pasar el tiempo, movía sus pies golpeándolos contra el suelo y haciendo sonar el ritmo de una de sus canciones favoritas.

Krabat–la voz de alguien lo distrajo.

Ja–volteó sonriendo–¡Tu sabes de música amigo!

Vio hacia arriba para ver a quien le habló. Era alto, seguramente más que él, de tez casi tan blanca como la suya, al igual que su cabello.

""¿También será albino?"

Se preguntó curioso pues era muy raro encontrarse con alguien con la misma cualidad que él, como solía llamar a su albinismo.

–Vaya que eres alto–dijo cuando se puso de pie–Soy Gilbert–extendió su mano para saludar, sonriendo.

Claramente el otro ya sabía eso, pero siguió con el protocolo de aquellos modales.

–Iván–y estrecharon sus manos, que estaban frías por el clima.

Ambos sonreían. Pero nadie podría afirmar que fuera de felicidad.

Ese fue el primer contacto directo que tuvieron, y para Iván, fue como jalar el gatillo, encender el fuego, el comienzo de algo fatal y enfermizo.

III

–¡Olvidé las bebidas!–se gritó al recordar aquello, tendría que volver al restaurante.

Aunque ya estaba a menos de cinco minutos para llegar a su casa y no quería hacer esperar  más tiempo a su amado.

–Creo que aquí cerca hay una tienda–miró a su alrededor

Y tras el venía aquel sujeto que conoció en el bazar,  sonriendo y con una bolsa de papel rojo entre las manos.

–¿Iván?–se quedó parado en su lugar esperando el acercamiento del otro–¡Hola! No sabía que vivieras por aquí

–No lo hago–metió sus manos en la bolsa de papel y sacó dos botellas de vidrio verde–Olvidaste esto

–¡Grandioso!–sus labios se curvaron de la sorpresa–Muchas gracias Iván, pero no te hubieras molestado en...

–No es problema, es lo que hacen los amigos ¿no?–una extraña mueca se formó en su rostro.

–¡Si...!–tomó aquellas bebidas y las guardó–¿Vives muy lejos? Tal vez podría llevarte en mi auto, no falta mucho para llegar a mi hogar

–Claro–sostuvo su sonrisa–Pero, ¿No te causaré problemas?–preguntó con fingida inocencia y preocupación, el sabía lo que pasaba.

–¿Eh? ¡No! Claro que no, Roderich lo entenderá–exclamó nervioso, su respuesta había sido apresurada, como si la mirada de esa persona lo presionara a decir las cosas aún sin pensarlas.

–Vivo en Berlitz

–Vaya, ¿No venden comida china por ahí?–sabía que ese lugar quedaba a unos quince minutos en auto, algo alejado pero no se retractaría de sus palabras.

–Si pero me gusta mucho ese restaurante

–Si, ¡su arroz es el mejor!–le dirigió una mirada confundida–No eres de aquí ¿verdad?

–No, yo vengo de San Petersburgo

–¡Que lejos! Mi esposo quiere ir allá, no entiendo porqué.

–Es un bello lugar, tal vez yo podría llevarte y a tu...esposo

–¡Eso sería asombroso! Ven, ya no tardemos más, te voy a presentar al amor de mi vida

Iván apretó su mandíbula, haciendo tronar sus dientes y cuando Gilbert dejó de mirarlo, su sonrisa se borró.

Aquellas palabras no hicieron más que avivar las llamas.

IV

–¿Te molesta si pongo algo de música?–preguntó Gilbert al poner en marcha el auto.

–No, adelante–respondió Iván con su vista fija en los movimientos del albino.

El alemán llevaba una vida bien acomodada, con una bella y moderna casa en los mejores suburbios y un auto Volkswagen último modelo. Es guitarrista y vocalista de una banda, mientras que su pareja, Roderich, da clases de arte en una prestigiosa universidad de Berlín.

Durante el camino se mantuvo el silencio entre ellos dos, sólo escuchando la música estridente a volumen medio.

El albino sintió una pesada mirada sobre su persona, volteó rápido la cabeza y se encontró con los ojos extravagantes del ruso y no fue hasta ese momento que se percató del inusual color que poseían.

Bajó el volumen de la música.

–¿Tus ojos son reales?

Iván sonrió por la pregunta, esa repentina atención le excitaba haciendo erizarse sus bellos corporales.

–Claro, tan reales como los tuyos

–Asombroso

–La música...Me pareció escuchar tu voz

–¡Si! Verás, tengo una banda–se emocionó al hablar y con la vista al frente soltando cada palabra con entusiasmo y altivo–Somos la mejor banda de Alemania, sólo que ahora prefieren escucha cosas de niñitas como esos grupos ingleses y americanos

–Quiere decir que amas tu trabajo ¿verdad?

–Por supuesto, fue así como conocí a Rod

–Tu esposo...

–Si, fue en el primer concierto que di, casi nadie los conocía y el estaba aislado así que me acerque y...bueno–su rostro se llenó de ternura y luego de un suspiro cálido dijo entre una bella sonrisa–Ahora estamos casados

Eso Iván ya lo sabía a la perfección, pero escucharlo salir de los labios de sus amado le acuchillaba el pecho, aún así, no lo detendría del aquel relato, adoraba verlo hablar y sonreír, indefenso, inocente y ajeno a lo que estaba por suceder.

Así hablaron durante otros minutos. El robusto le daba las indicaciones del camino y se limitaba a escuchar al otro cuando exclamaba insultos a los demás conductores o cuando se sorprendía de un nuevo lugar diciendo en susurros: "Este lugar le encantaría a Rod"

–Ya llegamos–espetó indiferente

–¡Oh! Que hermosa casa

Salió del auto y apreció el lugar. Una casa pequeña, estilo rústico y con un pequeño jardín nevado.

–¿Te gustaría pasar a tomar algo?

–Yo...

–Sólo serán unos minutos, es lo menos que puedo hacer para agradecerte

–No te preocupes, lo hice con gusto

–Insisto, una cerveza y prometo no ser más petulante.

–Mmm–pensó unos segundos para luego dejarse llevar por el aura insistente y la mirada del otro–Muy bien, pero espero que tengas una Heineken ahí guardada.

Iván sonrió complacido.  No pudiendo contener su regocijo de lo sencillo que estaba siendo ejecutado su plan. Se quitó la bufanda.

–Por supuesto.

Primera publicación: 20 Dic 2016

Editado: 13 Jul 2019

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