Capítulo 44. Pesadilla
Hubo ese lapso de tiempo en donde las palabras del médico se había esparcido por el aire, se fueron flotando, dejando el eco vació de esa aberración que provocaron estás al yo poder procesarlas segundos después. Sentí la cara entumecida, congelada, pasmada, se endurecieron mis facciones tal y como el yeso, imposible de mover, quedándose de tal forma en lo que el médico me seguía hablando.
—Sé que será difícil señora Norrington pero se lo digo a usted primero porque sé que el señor Richard ha estado pasando un momento difícil, la estoy preparando a usted porque será quien deba darle su apoyo, no será fácil, lo siento mucho.
El rostro se me ensombreció, mis manos se crisparon sobre mis rodillas, quería golpear el escritorio que nos separaba, triturarlo con mis propias manos, desahogar este coraje con quien fuera, con él por no darme las esperanzas que necesitaba, se había dado por vencido, ese había sido su dictamen, su esposo no caminará jamás y es posible que la cura no se encuentre, se había lavado las manos, era un desgraciado.
—Usted dijo que habría un tratamiento —mi cuerpo se sacudía de tanto coraje acumulado que hasta mis lágrimas hacían arder a mis ojos, tenía que dejarlo salir de alguna manera, él era el responsable —¡Usted mismo lo dijo! ¿Cómo es posible que esté diciendo que ya no hay nada más que hacer? Tiene que haber algo, haga más pruebas, las que quiera, adelante.
Meneo la cabeza con delicadeza, estaba tan tranquilo ahí sentado, quitándose con facilidad las penas que le demostraba mi desesperación.
—Lo siento mucho, señora, pero no hay nada que hacer, tenemos las pruebas que necesitamos, su esposo agravó el problema, debió haber venido con un especialista mucho antes, su problema pudo haberse tratado pero no así. Le explico, su esposo debió haberle dicho que sufría de tales calambres, era la principal señal, lo segundo eran entumecimiento en las extremidades y el tercero era el dolor, yo hice lo que pude, quise encontrarle solución pero a un grado tan avanzando no se le puede hacer mucho.
Me deje caer sobre la silla, sentía las gotas gordas del sudor frío que me provocaba el tan solo imaginar la reacción de Richard, no quería estar ahí, iba a hacer lo más catastrófico, no iba a soportarlo, cambiaría nuestras vidas, ya no volvería a hacer igual, esto cambiaría a Richard para siempre junto conmigo, él lo había dicho, no quería quedarse para siempre en la silla, ¿Qué iba a decirle? ¿Mentirle? Que deplorable, si lo hubieras sabido a tiempo.
—Señora Norrington, no quiero ser descortés pero ¿Vive alguien más con ustedes?
Parpadee aturdida, lo miré extrañada y desentendida.
—¿Por qué ? —inquirí con un tono poco amistoso.
—Porque necesitará quien le ayude con esto, un apoyo total porque no será fácil recorrer este camino. Alguien que esté dispuesto a ayudar y se involucre en lo que pueda.
Fue ahí en ese momento donde encontré una chispa de salvación al final del túnel, ya no me encontré sola de repente, ya habría quien me sostendría en el primer recorrido de este camino largo y desconocido.
(...)
2 Meses Después
Tocaban a la puerta, corrí desde la cocina para poder abrirle ya que hoy le tocaba venir a hacerle la terapia a Richard, cada dos veces a la semana venía ahora, ya no era cada mes cómo acostumbraba a venir.
—Buenos días, Nicholas, pasa —lo salude con una amplia sonrisa en el rostro.
Afuera hacía un frió insoportable, mediados de noviembre y ya era un clima tan gélido como los de diciembre, había preparado chocolate porque lo esperaba y si es que en dado caso se quedaba más tiempo a charlar.
—Buenos días, Juliette ¿Cómo amaneció Richard?
Siempre era la misma pregunta y yo tenía que encontrar la forma de descifrar el comportamiento de Richard, a veces estaba de buenas y me refería que a veces dejaba que yo le hiciera la terapia pero otras estaba tan necio que no quería que lo tocara y eso ya se estaba haciendo costumbre, casi cumplía el mes de no hacérselos yo, prefería que lo hiciera Nicholas y en su mayoría era con quien más tenía contacto.
—Está en su habitación, lee el periódico —mi tristeza era muy evidente, era casi lo que hacía todo los días, leer el periódico, comer, no salía de ahí ni para tocar el piano o escuchar la radio.
—Entiendo, iré a verlo.
Fue directo a su habitación, yo me fui otra vez a la cocina para terminar de preparar el chocolate, cuando lo deje caliente y humeante pensé en ver cómo le estaba yendo a Nicholas con la terapia. Camine con mucho sigilo por el pasillo hasta llegar a la puerta, asome solo la cabeza para que no me vieran espiándolos y no fue sorpresa lo que veía, Richard estaba más cómodo con él en la habitación, Nicholas le platicaba de su día en el trabajo con mucho entusiasmo y aunque Richard le respondía apenas con unas cuantas palabras se interesaba por escucharlo, no le era indiferente, dejaba que le hiciera la terapia con mucha accesibilidad, en cambio conmigo estaba rígido, cortante, parecía molestarle que le hiciera las terapias o el hecho de acercármele.
—Vaya hombre, que tienes piernas largas —se burló Nicholas cuando hacía flexionar las piernas de Richard arriba y abajo, cómo parte de la terapia, claro.
Se notó que Richard se incomodó un poco, apretándose los labios pero fue casi inédito cuando le respondió con amargura pero con una pizca de cierta burla también.
—Cállate —le susurró, en el momento en que paso saliva se dibujó una creciente sonrisa que no duró mucho.
Oh dios, ¿Qué estaba pasando con Richard? ¿Por qué cuando juré que lo había recuperado lo volvía a perder? Estaba haciendo lo correcto por él, acepté que se destruyera lo que quería para desahogarse pero ahora solo quería alejarme para quizá no hacerme parte de ese sufrimiento que aún lo torturaba, ¿Por qué y para qué? Si de todos modos su desdén era mucho peor que verlo sufrir por el resto de su vida en una silla de ruedas.
Me quedé sentada en el sofá bebiendo de mi chocolate, se le hacía una capa delgada después de que me olvidaba darle un sorbo, se ponía cada vez más frío y yo de todos modos lo tomaba, era solo una distracción. Escuche pasos provenientes del pasillo de la habitación de Richard, me levanté y suspiré de alivio al ver a Nicholas.
—Lo deje recostado en la cama —me informó con mucha paciencia, sonrió apenas. —Está leyendo el periódico otra vez.
Asentí, era rutinario, nunca lo dejaba.
—Está bien —di una sonrisa que no me costó nada —Muchas gracias, Nicholas, eres un gran apoyo.
Me regresó la sonrisa y una mirada que parecía tan calmada al principio se volvió profunda, radiante, imposible de ignorar, no supe si lo hacía a propósito, dejar emanar ese magnetismo en sus ojos que me atrapaba, hizo desvanecer mi sonrisa, dejándome sin oportunidad de hablar.
—No tienes que agradecer y lo sabes, Juliette. Cualquier cosa llámame, estaré dispuesto a venir cada tarde para ayudar.
Di una risita intimidada, era quien tenía más conexión con Richard, me daba mucha pena tener que estar pidiéndole esto pero era necesario, no podía dejar pasar sus terapias.
—Contigo es con quien se desenvuelve un poco más, yo parezco que le estorbo.
—No lo entiendo, ¿Por qué dices eso? —entrecerró los ojos con suspicacia, hacía unos meses estábamos recién casados y hoy yo parecía ser una extraña cualquiera deambulado en la casa provocándole toda clase de molestia —Eres su esposa, no creo que sea así, puede que malinterpretes las cosas, eres su apoyo, no le estorbas.
No iba a decirle nada de lo que sucedía entre Richard y yo, no iba a hacerlo, me lo decía porque no veía su comportamiento, ni como me trataba pero tarde o temprano dejaría que él mismo se diera cuenta de los cambios que estaba pasando esta relación porque no era algo que pudiera ocultarse.
Deje que las cosas se quedaran así, no le di la razón a Nicholas, preferí hacerle creer que la situación para Richard no era fácil y que era su motivo de estar de tan mal humor. Lo acompañe a la salida sin oportunidad de ofrecerle chocolate, tenía prisa y no quería entretenerlo, en cuanto se fue me serví más chocolate y fui a ver como se encontraba Richard. La puerta se encontraba entre abierta, la empuje para entrar y en efecto lo encontré recostado en la cabecera leyendo el periódico, levantó la vista, se me quedó viendo con una expresión indescifrable por varios segundos y retomo la lectura.
—¿Todo bien? ¿Necesitas algo?
No respondió en seguida, espero a dar la vuelta a la hoja y levantó los ojos solo un poco para dejármelo saber.
—No, estoy bien.
No quise moverme de la puerta, tenía que insistirle, hacerlo hablar, decirme algo, tarde o temprano esta estúpida fase tendría que acabar, ya era suficiente, quería que se diera cuenta que estaba aquí ¿Por qué me ahuyentaba con su desdén?
—Richard —dije su nombre con toda la formalidad y serenidad que me fue posible, no sé por qué pero ahora era miedo lo que me provocaba tener que enfrentármelo —¿Te he hecho algo que te haya molestado? ¿Algo que dije? No entiendo tu actitud hacia a mí, he estado tratado de apoyarte y no sé qué sucede, me tratas diferente, no quieres que me acerque, no quieres hablarme. ¿Por qué?
Suspiró profundamente, aquel suspiro me hizo estremecer, era ese miedo otra vez de enfrentarlo lo que me obligaba a querer salir de ahí y no escuchar ninguna razón suya. Sus ojos a distancia se lograban ver tan fúnebres, opacos, era una mirada indiferente, pétrea.
—¿Crees que es fácil estar en esta situación? ¿Crees que me siento cómodo?
La forma en que lo dijo, su estado de ánimo tan amargo me recorrió la espina dorsal en un estremecimiento frígido, inmovilizándome incluso la cara, nuestros ojos quedaron enganchados y cuando intenté huir no me lo permitió, quería estar seguro de que lo mirara y lo escuchara.
Trague saliva a pesar de sentir la mitad de la garganta cerrada en un nudo.
—No. —contesté, carraspeando para aclarar mi voz casi perdida, estaba espantada.
Sonrió sin trazo de alegría.
—No parece que lo entiendas, ¿Es que me quieres ver paseando por toda la casa como si nada aquí hubiera cambiado? ¿Quieres que me ponga a cantar y tocar como si las cosas hubieran mejorado realmente? —inclinó la mitad de su cuerpo para que su voz pudiera caerme más cerca —No lo entiendes, si lo hicieras no tendrías la necesidad de venir a preguntármelo.
No iba a acobardarme, ya no, no importaba que era lo que ocurría en esta casa, que había cambiado, lo que importaba era lo nuestro, lo que estaba haciéndome, no quería seguir envenenándome con cada desplante suyo, era poco tiempo pero si seguía así ¿Qué iba a pasar entre nosotros?
—¿Por qué vengo y te lo pregunto? —repetí su pregunta con un alto nivel de extrañez que en seguida captó más su atención, estaba empezando a ganar fuerza de voluntad y me gustaba sentirme tan poderosa de enfrentarme a su obstáculo —¡Porque soy tu esposa! ¡Soy tu mujer, maldita sea! Me tratas como una desconocida ¡¿Y que el tiempo que hemos estado juntos no importa?!
—¡¿Y quien creerá que puedes llegar a amar a un hombre así, Juliette?! ¿Tú podrías? ¡Estoy harto de que me traten como a un bebe, de tener que necesitar estas estúpidas terapias y tomar cada maldito medicamento para este dolor que no me deja jamás! ¡Quiero levantarme, salir pero no puedo...no puedo! Creí que la guerra iba a hacer la última batalla en la cual lucharía pero me equivoque, parece que no he ganado ninguna batalla.
Soltó un gruñido cuando sus ojos se trasparentaron en lágrimas que deseaban huirle de los ojos, bajo la mirada se tapó la cara con una mano, no escuche nada por parte suya, estaba cohibiéndose su llanto y no quería estorbarlo, no iba a resignarme pero tenía un límite claro de a donde quería llegar.
—Lo entendería si me dejaras intentarlo —confesé, también intentando ahogar la desdicha de mi voz.
Salí de su habitación sin tener ganas de discutir, no sabía si había cambiado su mentalidad, si pude haber tocado parte de su sensibilidad yo solo estaba segura que le daría tiempo suficiente para cambiar porque sabía que despertaría de su propia pesadilla y yo me encontraría a su lado para cuando sucediera.
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