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Capítulo 40. Lo Más Cercano.

—Hola, Juliette, buenos días —me saludó Nicholas, con una apariencia inocente en el rostro y asintiendo con la cabeza.

Me había quedado muy sorprendida, no me lo había esperado ¿Cómo es que sabía dónde vivíamos? ¿Richard se lo habría dicho? Entré tratando de fingir que no me había parecido una imprudencia su visita ya que yo creía que Richard y yo íbamos a almorzar juntos, incluso había traído de comer solo para nosotros.

—Buenos días, Nicholas —le respondí dando una sonrisita y avancé con mis cosas hacia las escaleras.

Vi de reojo que Richard se levantó y me siguió, supuse que quería ayudarme y así fue, le dije que no era necesario que yo podría, subí hacia nuestra habitación y deje mi violín y las cosas personales de Richard que eran las viejas fotografías que había rescatado del bombardeo. Al bajar escuche de nueva cuenta esas risas divertidas de ambos, estaban platicando de los años que no se habían visto y también de los que habían pasado juntos.

Al llegar deje nuestro almuerzo en la mesa de la cocina y con aire casual me acerque a ellos. Richard fue el primero en atenderme.

—Siéntate con nosotros, Juliette, estamos platicando de viejos recuerdos —me tomo de la mano y me hizo espacio a lado suyo en el pequeño sofá.

Al tomar asiento y escuchar sus conversaciones me sentí desconocida, no sabía de qué se trataban sus viejos recuerdos, no sabía de qué personas hablaban y eso me hacía sentir muy excluida pero al menos veía a Richard bastante entusiasmado, era agradable verlo compartir tiempo con alguien que no fuera solo yo y más si se trataba de su familiar, pensábamos que no quedaba nadie con quien pudiera comunicarse y encontrarse con Nicholas fue como una salvación

En el tiempo que se dieron para reír aproveche para entrar en la conversación con una pregunta que pudiera sacarme de ahí rápido.

—¿Quieres una taza de té, Nicholas? —le pregunté, sin apresurarme a levantarme aunque lo quería.

Él negó con mucha amabilidad, parecía ser una persona de modales muy frecuentes, viéndolo bien no tenía gran parecido con Richard, no lo esperaba porque Richard se seguía viendo un poco mayor pero aun así había solo una pizca de cierto parecido entre ambos.

—No, muchas gracias.

—¿Estás seguro? —lo alentó Richard.

Se observaron para asegurarse si no sería mucha molestia para mí así que me levante para ir de una vez a prepararlo.

—No es molestia, en serio —aclaré, yéndome a la cocina, respirando de alivio.

De todas maneras en la cocina seguí escuchando parte de sus conversaciones, muchas como era obvio no las comprendía, hablaban de gente que eran conocidas para ambos así que tarde o temprano sin darme cuenta deje de prestarles atención. Tuve suerte de que el té tardara un poco en hacerse sobre todo porque el agua hirvió muy lento.

Llegue con la bandeja y las tres tazas de té de limón, la deje en nuestra pequeña y modesta mesita de centro. Nicholas fue el primero en tomarlo y habló para variar.

—Le platicaba a Richard que es un hermoso piano. ¿Dónde lo compraron? —señalo con la barbilla el piano que estaba detrás de él.

Richard en automático se volvió hacia mí como fue de esperarse, me acomodé sobre mi asiento y dije todo sin necesidad de dar tantos detalles porque en cierta manera no los había.

—Compramos la casa y aquel piano venía incluida, los dueños decidieron dejarlo para no viajar con el así que aquí esta.

Nicholas miraba el piano en toda la aclaración que le di, parecía fascinado o hechizado por el piano, se le notaba esa ansiedad por ir a acercarse pero se contenía bastante bien.

—Es muy bello —susurró sin dejar de mirarlo.

Sonreí porque no era de buen gusto que se quedara con la sensación atascada en el pecho, no sería mala idea que fuera y lo acariciara al menos para quitarse esas ganas.

—Puedes ir a verlo, no hay problema —le aseguré con toda la confianza posible, sin deshacer mi sonrisa.

Dejo la taza de té y no se lo dije dos veces, se levantó casi de un salto y camino hacia el piano, ya estando frente al mismo no supo que hacer, alzó las manos para hacerlas viajar muy despacio hacia las teclas, las rozo con mucho cuidado y cuando toco una por accidente se giró hacia nosotros con una sonrisa avergonzada.

—Toca algo, sería genial ya que queremos escucharte —le pidió Richard, alentándolo con una expresión divertida, como si le trajeran buenos recuerdos.

Creí que la primera persona que tocaría el piano sería Richard, no quise decir nada porque tampoco quería ser una pesimista así que deje que Nicholas fuera el primero. Se sentó en el banquillo, se tomó su tiempo para empezar aunque tardo más de lo que debería.

—No recuerdo muy bien cómo...—volvió su cabeza hacia nosotros con la preocupación ocupando parte de su frente llena de arrugas y la boca hecha un gesto.

Richard rió entre dientes, tal y como si se le hubiera contado un chiste ligero.

—Puede que estés nervioso pero olvidarlo...jamás —remarcó la última palabra con las cejas bien alzadas —Sylvia nos enseñó tan bien que dudo que lo hayas olvidado, no seas tímido, adelante, ¿Qué tal algo de Chopin? Se te daba muy bien.

Exhalo aire, parecía más decidido y todavía un poco vacilante levantó las manos y la magia empezó, las teclas rompieron el silencio hueco de la casa, el resonar de las teclas me erizó los vellos de las manos, hacía mucho que no escuchaba el sonido de un autentico piano y ahora que estaba tan cerca era casi un manjar auditivo estar llenándome de tan hermosa muestra, me aceleró el pulso de tan solo ver como sus dedos jugaban con las teclas, parecía casi una muestra de magia como es que de repente parecía que sus dedos desaparecían a una velocidad ingeniosa e imposible de creer, una cosa de otro mundo.

Cuando termino se quedó todavía estático, esperamos que se moviera y al hacerlo nos sonrió con el orgullo evidente que debía sentir.

Valse no. 1 de Chopin. Es el más clásico de tu repertorio, Nicholas. —aplaudió Richard con satisfacción.

Tarde en reaccionar, para cuando aplaudí termine siendo la única, Nicholas reprimió una carcajada y jadeo de sorpresa al verlo el reloj de pared, se levantó de un movimiento que casi nos asustó.

—Ya es muy tarde, debo retirarme. Muchas gracias por el té, estaba delicioso.

No supe cuánto tiempo había permanecido en la casa ya que cuando llegue, él ya estaba aquí, debieron pasar dos horas o menos, no sabía cuánto pero me parecía demasiado pronto para retirarse. Richard se quedó tan desentendido como yo porque se fue directo hacia la puerta.

—¿No quieres quedarte a almorzar? —quiso saber Richard con tono esperanzado.

Nicholas se disculpó de la forma más amable posible.

—De verdad lo quisiera pero tengo pendientes que resolver del trabajo, no me di cuenta de la hora, además debo estar incomodando, es su nueva casa y yo acabo de llegar.

—No hay problema por nosotros, Nicholas —me apresuré a aclarar, ya que sabía que se refería a mí, yo acababa de llegar con mi almuerzo y el de Richard y quizá detecto que hacía mal tercio.

Negó varias veces.

—No se preocupen, vendré otro día a visitarlos con más calma y puede que les traiga algún obsequio de bienvenida —sonrió con timidez, tomo su abrigo del perchero y se despidió. —Gracias de nuevo por el té. Nos vemos pronto.

No nos dio tiempo de acompañarlo a la puerta, casi fue como si hubiera huido de la casa, nos quedamos quietos con la secuela del ruido del estruendo de la puerta todavía vagando en el ambiente, no supimos que decir, fue tan extraño y acelerado.

—Parece que al llegar fui yo la que hice mal tercio —comenté, mirando todavía hacia la puerta.

Richard se volvió a mí con escepticismo, podía pensar que yo estaba perdiendo la cabeza.

—No digas eso, no fuiste tú, es él.

Solté un resoplido que sonó como una risa burlona.

—¿Siempre se comporta así de extraño?

—No es así —me explico mientras se levantaba del sofá directo a la cocina, desde ahí todavía podía escucharle con claridad, vi que sacaba de la bolsa el almuerzo que traje y que ya debía estar frío. —Tiene algunas deudas, trabaja mucho para pagar, es increíble que todavía tenga ese buen humor que lo caracterizaba siempre estando trabajando tanto.

—¿Deudas? —repetí, hace poco que había llegado de la guerra, no comprendía. —¿Qué tipo de deudas?

—No le pregunté, ni tampoco me lo dijo —se encogió de hombros —No le gusta preocupar a los demás, sea lo que tiene pronto lo resolverá.

Era cierto, cada quien tenía sus propios problemas y lo mejor era no estar preocupándonos por problemas ajenos. Pensé en algo que me causo mucha gracia y a Richard le intrigó saber que era lo que pasaba por mi cabeza.

—¿Cuál es el chiste? —quiso saber, asomando una sonrisa.

Fui hacia donde estaba para sentarme finalmente a comer, aproveche en guardarme el chiste para mi misma en lo que me sentaba y daba mi primer bocado en el día.

—Es un alivio que al menos tengas a Nicholas para platicar, es bueno que tengas a alguien más con quien compartir tiempo que no sea solo yo.

Solté una risa y él lo hizo ya mucho más tarde.

—¿Es eso? —echó la espalda hacia atrás sobre el respaldo de la silla, sorprendido —No tengo problemas en hablar solo contigo, siempre ha sido así.

Sus ojos destellaron en complicidad de sus palabras, se quedó fijo mirándome y yo me intimide sin poder evitarlo, tener toda su atención todavía me hacía sentir tan acomplejada que mis pensamientos se revolvían en un vorágine difícil de calmar.

—Vi tu entusiasmo —lo desafíe con la mirada cuando recuperé compostura —Supe que te había encantado tener una charla de hombre a hombre, no tengas miedo en aceptarlo, yo lo entiendo, Richard.

Negó con la cabeza con insuficiencia, sabía que yo era tan obstinado como él y de nada serviría hacerme cambiar de opinión, en estos casos siempre me daba la razón para no dar más de que hablar.

—Sí tú lo dices...—y con una voz socarrona y poco convincente me hizo ver que era imposible, tanto como yo.

—¡Ay dios mío! Haz convivido tanto conmigo que eres tan parecido a mí —puse los ojos en blanco y me reí de lo perpleja que me parecía la situación. —Ya no hay remedio.

Rió a carcajadas, las mismas que me parecieron insoportables porque se burlaba de mí, porque era mi culpa que ahora se comportara tanto como yo.

—Tarde o temprano tenía que pasar —aceptó entre risas todavía molestas y escandalosas —Tú fuiste quien me enseñó.

Resople frustrada y me levanté para mejor irme a preparar un té, pase cerca suyo y ahí me tomo del brazo y me jalo para hacerme caer directo sobre su regazo, creí que iba a molestarme más con sus reproches pero no fue así, me ataco con un beso apasionado y desenfrenado que me encendió como fue de esperarse, rodeo sus brazos a mi espalda para mantenerme equilibrada y no caer cuando apretó más su rostro al mío y mi espalda iba cayendo casi sobre la mesa.

Cuando me dejo libre yo tenía el flujo de la sangre en un aumento escandaloso, me maree tanto que me aferré a su cuello temiendo a que fuera a caer todavía más.

—Eres imposible —susurré, con la expresión desentendida, no estaba muy consciente de todo porque tarde un poco en regresar a la fiel realidad.

Me regaló una sonrisa pícara lo cual me remató ya al punto de dejarme con el poco razonamiento que había sobrevivido después de su beso arrebatador.

—Creí que con el beso que te di habías cambiado esa idea —apretó la sonrisa un poco decepcionado y sus ojos balancearon un destello que era tan poderoso como el cegador brillo del sol y con el mismo resultado, calentándome en un santiamén. —¿Qué puedo hacer para lograr que creas en otra cosa?

Todavía sentía la cabeza desencajada pero gracias a dios mis ideas todavía eran claras y eso fue victorioso.

—Puedes seguir intentando con el mismo procedimiento, es muy agradable.

Levantó la cabeza para apreciarme con más firmeza.

—Me gusta que a veces coincidamos en algunos pensamientos. —atusó un cabello rebelde que se había puesto en mi frente, fue una chispa eléctrica lo que recorrió mi columna, haciéndome estremecer por dentro —Eso también es muy agradable.

Lo contemplé con una adoración que me cosquilleaba, extrañaba tener su belleza a mi disposición cuando lo quisiera, cuando lo necesitaba, era mi medicina, mi consuelo. No dije nada porque fui yo quien ahora se echó encima de él para atacarlo con ese beso que aclamaban mis labios y mi ser completo.

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