Capítulo 30. El Último Aliento
(Febrero 19 de 1941)
Freddie se había enfermado de gripe, en esta temporada de invierno nos había pegado mucho más el frío que el año anterior y esta vez fue él quien lo resintió mucho más, nunca había sido un niño que se enfermara tan fácil pero como cualquier otra bebe no era inmune a ninguna enfermedad. Me levanté de inmediato cuando lo escuche llorar recién apenas amaneciendo, fui a su cuna y le tome la temperatura, estaba un poco alta.
Hace cinco días había venido el pediatra, le había recetado los medicamentos necesarios aunque lo peor de todo es que no siempre duraban mucho, siempre terminaba el medicamento de la fiebre más rápido que las otras porque su fiebre era algo con lo que había estado luchando desde que se enfermó. Cuando tocaron a la puerta y vi que era Victoria quien entraba di gracias al cielo que hubiera llegado en el preciso momento para ir a conseguir la medicina que necesitaba.
—¡Oh, Victoria! Gracias a dios que viniste —le sonreí de oreja a oreja en lo que yo remojaba un paño con agua para calmar la fiebre de Freddie.
Victoria asomó la cabeza hacia donde estaba y cruzó la habitación completa para llegar a donde Freddie lloraba sin control.
—Oh ¿Qué pasa, querido? —preguntó con un tono que pretendía calmarlo, le toco la frente y se volvió a mí —¿Regreso la fiebre?
Asentí de prisa y me acerque para cubrir su frente con el paño húmedo, lloraba sin parar y yo tenía la necesidad de salir corriendo para poder comprar su medicina y borrar todo el dolor que lo acompañaba.
—¿Podrías por favor quedarte con él? Necesito comprar su medicina.
Le pase el paño húmedo y ella fue ahora quien trataba de controlar a Freddie.
—Claro, no te preocupes yo cuidaré de él.
Tome mi bolsa y la receta médica, antes de salir me incline hacia Freddie quien poso sus ojos hinchados y lagrimosos en mí, le acaricie sus mejillas ruborizadas y le bese la frente.
—No te preocupes, regresaré pronto para que te sientas mejor —le di un beso en la mejilla y le eche una mirada antes de salir por la puerta.
Camine por la calle con pasos acelerados, quería llegar lo más rápido a la farmacia y así comprar lo necesario para regresar, decidí tomar un taxi para ir rápido a pesar de que la farmacia me quedaba a ocho cuadras. Cuando llegue compré todo lo necesario y salí.
La única forma de conseguir un taxi para regresar era caminando hasta la esquina de la calle así que llegue hasta allá y para cuando fije mis ojos en la avenida para detener a alguno escuche una alarma, fue un ensordecedor sonido que detecte venía desde unos megáfonos que estaban puestos sobre los postes de luz, me tape los oídos y mi corazón quiso salir disparado de mi pecho cuando vi a la gente mirar hacia el cielo totalmente boquiabiertos para luego salir huyendo del lugar en cuestión de segundos.
Cuando la alarma se detuvo pude escuchar con claridad los alaridos de la gente que corrían y trataban de entrar a los establecimientos cercanos ya fuesen tiendas, cafeterías, bares, lo que fuera. Me quedé estupefacta en la esquina observando el pandemónium que se había creado en tan solo un instante.
No comprendí, desentendida cruce la calle y llegue hasta el otro lado siguiendo a un grupo de personas que corrían por la acera, seguía frustrada por no entender hasta que un hombre que estaba en la esquina donde yo me encontraba grito a todo pulmón lo que había estado temiendo por meses, el horror en carne propia, la pesadilla se había vuelto realidad.
—¡Ya vienen! ¡Las bombas ya vienen! ¡Todos cúbranse!
Me encontré en el centro del mar de gente que se estancó en la acera, mis ojos se abrieron de golpe, mi corazón se paralizo al igual que mi cuerpo, mis brazos y piernas dejaron de responder cuando quise nadar entre la gente para salir huyendo directo hacia casa, oh dios...Frederick, Victoria.
Los gritos de la gente se hicieron insoportables, todos quisimos huir y yo era una de las más desesperadas, muchos tuvimos que encontrar salida en medio de la calle y yo me uní, corrí por en medio de la calle pasando por un lado los autos que se habían quedado parados hasta que todos fuimos presentes de la primera bomba que cayó en la ciudad, juraba que el piso tembló sobre mis pies, el viento se sacudió levantando esporas de tierra, en esa fracción de minúsculos segundos se habían desvanecido muchas almas.
Había caído de rodillas en medio de la calle, me había dejado caer cuando mis piernas habían desobedecido mi orden al intentar correr, le rece a dios que por favor Victoria hubiera salido huyendo de casa, lo suplicaba, no podría perderlos, a nadie más.
—¡Rápido! ¡Señorita! —había sido tomada del brazo sin verlo venir por un hombre alto, de mediana edad que tenía urgencia por alejarse de donde estaba, levantándome con fuerza del piso —¡Tenemos que cubrirnos!
No me di cuenta que estaba siendo jalada hacia uno de los establecimientos más cercanos si no fue porque más tarde desperté de mí colapso y comencé a quitarme su mano de encima, gritando histérica sin importar la mirada de otros.
—¡Déjeme! ¡Debo regresar a mi casa! ¡Suélteme! —le lancé una mirada envenenada que él ignoro con mucha facilidad porque una mujer que debía ser su esposa me retuvo también.
—¡No podemos dejarte ir! ¡No puedes! —me tomo del brazo y me adentré al lugar sin querer gracias al empuje que hacia la gente que moría por entrar.
—Mi hijo...por favor —les suplique sollozando sin parar para que se apiadara de mi desesperación —Debo ir con mi hijo, no puedo quedarme...no puedo.
La mujer miró a su esposo, compartieron miradas hasta que otro estruendo estremecedor se escuchó a lo lejos, de nuevo la gente se detuvo segundos y retomaron con más agresividad al querer entrar. El hombre me arrastro hacia donde todos estaban bajando, al sótano del bar, a tropezones baje las escaleras de metal en forma de caracol, ya había gente arrinconada en el piso protegiéndose en grupo unos a los otros.
Fui llevada por la mujer a uno de los pocos rincones disponibles que quedaron, me hice un ovillo llorando al escuchar el bombardeo de afuera y al ver los niños que gritaban frenéticos por el miedo que los aprisionaba, adultos también dejaban escapar el terror de estar viviendo esta pesadilla, la potencia de las bombas eran feroces, escuchamos todo, inclusive hubo uno que callo tan cerca de la calle que me hizo pensar que me había desintegrado de este mundo sin haberme despedido de Freddie y Victoria.
Dios mío por favor que Victoria se haya llevado a Freddie a tiempo, por favor...
Otra bomba nos hizo estremecer, nos hizo agachar la cabeza con los ojos cerrados tragándonos la sensación amarga de la vulnerabilidad y lidiando con el sufrimiento. Cerré los ojos, tapándome los oídos, esperaba que Victoria se hubiese llevado a Freddie, a cualquier lugar donde pudieran estar a salvo, tenía que imaginarme que ellos estaban a salvo porque mis ganas de gritar y salir eran alarmantes, quise arrancarme la agonía que me tenía carcomiéndome las entrañas, no quería imaginarme lo peor porque si sucedía ya no quedaría nada de mí, ellos eran el último pilar que me mantenía en pie, si dejaban de existir yo me derrumbaba sin razón de volver a renacer.
(...)
Alguien me sacudía del hombro, apenas pude captar de quien se trataba hasta que abrí los ojos de golpe estremeciéndome completa y causando un espanto a la mujer que me había traído hasta acá.
—Se ha terminado —me informo, incorporándose otra vez sin quitarme los ojos de encima —Ya han dejado descansar la ciudad.
Me levanté de un salto, la gente ya estaba caminando hacia las escaleras, corrí detrás de ellos, insistiendo que avanzaran pisándoles los talones, debieron haber pasado unas cuatro horas y por supuesto debí haberme quedado dormida, no pude quitarme de encima la desesperación y la angustia, cuatro horas que debió haber pasado Freddie sin su medicina, sin que pudiera estar yo ahí para atenderlo, dios mio, pobrecito.
Corrí para poder salir a la calle y fue inevitable no desarmarse delante de la escena catastrófica de la que era testigo, me puse en medio de la calle y contemple llegando al final de la avenida casas derrumbadas echas escombros, despedazadas, se extendían restos de cada una de ellas por toda la calle. Todo se vio invadido de policías y gente de primeros auxilios quienes llevaban camillas muy prácticas y voluntariado para ayudar a quienes habían salido lesionados.
No hubo taxis a quien pedir servicio así que termine por correr, eran ocho cuadras que debía pasar y cada vez que terminaba una eran más destrozos, perdidas que debía ver, no podía terminar de verlo porque comenzaba con lo mismo, había sido la manzana completa y tal vez unos cuantos kilómetros a la redonda. Empecé a llorar sin control de tan solo imaginar lo peor, tal vez nuestra casa no hubiera sido la excepción pero esperaba, realmente rogaba con el alma entre las manos que ellos no se hubieran quedado.
Cuando giré para entrar a nuestra calle sentí el corazón rasgado, como si alguien hubiera arrancado mi corazón descuartizándome por dentro, la calle estaba desierta, todo había sido derrumbado, unas cuantas casas estaban de pie por obra de una suerte bendita pero los de a mediación y final estaban hechas polvo, enterradas en el suelo.
—No...no —camine entre los pedazos de escombros que tenían cubierta toda la acera y parte de la calle, ya había llegado la gente del voluntariado y primeros auxilios quienes estaban quitando los grandes pedazos de ladrillos que tenían atrapadas a las personas.
Fue ahí cuando perdí el control y la compostura.
—¡Frederick! ¡Victoria! —grité tan fuerte para que pudieran escucharme desde cualquier lugar donde hubieran estado refugiados pero la gente que salía de los sótanos de las casas eran desconocidas para mí.
Y entonces me detuve casi cayendo encima de los escombros frente a nuestra casa en ruinas, lo que había quedado de ella que eran solo pedazos rotos e irreconocibles, me derrumbe en ese momento cuando una montaña de simples pedazos de piedras y ladrillos sustituían mi hogar. Se habían arrinconado hombres del voluntariado y cuando me vieron se levantaron y uno de ellos estaba acercándose a mí con cautela porque yo ya estaba echándome hacia adelante para tratar de salvar todo lo que podía rescatar.
—¿Frederick? —pregunté con los ojos fijos en la montaña de escombros, luego levante mi mirada violenta contra los hombres —¡¿Dónde está mi hijo?! ¡Dónde están!
—¡Señorita! —uno de los hombres corrió hacia mi para interponerse en mi carrera hacia las ruinas, me sujeto de los hombros y yo luche con toda las fuerza de mi débil cuerpo para quitármelo de encima
—¡Dónde están! ¡Frederick, Victoria!
Lloré con tanto tormento que el hombre que me tenía sujetada me dejo libre, dejándome sola en mi dolor y en mi desgracia, no podía ser...no pude haberlos perdido pero ¿Dónde estaban? ¿Por qué nadie me decía nada? Luego lo comprendí de la más destructora manera, me volví hacia el lado donde los hombres del voluntariado se dispersaron y dejaron ver una sábana blanca tendida en un espacio de suelo disponible, cubría un cuerpo y era de un tamaño pequeño, no era necesario preguntar, yo sabía a quien pertenecía.
Me deje caer y rogué inútilmente que no hubiera sucedido así, que no se hubiera tratado de Frederick pero el mismo hombre que me impidió ir a los escombros fue el mismo quien me ayudo a levantarme y entonces me lo confirmo todo.
—Lamentamos mucho su pérdida y la de la mujer...también.
El hombre me rodeo y me giró hacia el lado de la calle para que no lograra ver como de los escombros de la casa sacaban el cuerpo de Victoria.
—¡Abran espacio! ¡Espacio!
Me apreté los ojos escuchando como se acercaban todos de prisa y la cubrían con una de las sabanas de repuesto, me deje destruir por mi llanto que imponía el ruego de despertar finalmente de esta pesadilla.
—Por favor...—le suplique al hombre que no me confirmara que se trataba de mi hijo —Dígame que no es él quien está ahí por favor...
El hombre se apretó los labios para evitar que sus gestos me lo dijeran todo, me clavo los ojos e inhalo aire para explicármelo sin que me quedaran dudas de nada.
—Lo encontramos en su cuna, todo fue fulminante para los dos, créame señorita. Además él parecía estar dormido cuando todo sucedió.
Cuando me leyó la expresión llena de dolor fue cuando finalmente me dejo correr hacia los cuerpos inertes de Frederick y Victoria, me tropecé las veces que fueron necesarias para llegar hacia donde estaban, me arrodille frente a ellos y con manos trémulas intenté hacerme cara a la verdad de sus muertes pero no pude, no lo soporte.
Había perdido a la mujer que consideraba como a una madre y a mi hijo, a Frederick, lo único que me quedaba de Richard, lo único que tenía conmigo para darme razones de vivir, de seguir en pie, luchando juntos para fortalecer nuestra esperanza, ahora simplemente se había desvanecido, la vida de Frederick había acabado y junto con él todas mis fuerzas de supervivencia y mi prioridad de seguir luchando contra esta batalla carnal, era ya bien sabido que había perdido todo.
Tome el cuerpo rígido de Frederick todavía con la sabana envuelta en su pequeño cuerpo, lo lleve a mi pecho y recordé lo mal que había estado, lo infeliz que estaba por cómo se sentía, nunca pude aliviar su malestar, me hacía recordar que todavía tenia su medicina en mi bolso, ni siquiera pude hacerlo sentir mejor, no pude, le falle tanto que me culpe de todo, nadie iba a poder aliviarme de su perdida. ¿Qué iba a hacer en este mundo sin mi hijo y sin Victoria?
La respuesta no se presentó porque en segundos perdí total sentido de mi alrededor, deje a Freddie en el suelo cuanto sentí aflojado mis brazos y mi cuerpo, al final pude librarme y salir huyendo de esta pesadilla, cayendo inconsciente entre los escombros.
No me odien, de verdad, no me odien, jajaj, yo se que es cruel pero ya conocerán mis lados crueles y malvados, vendrán cada vez más fuertes, esto es para que se acostumbren así que...prepárense, comienzo con la crueldad muajaja.
Las quiero montones lo saben y aunque lo saben se los recordaré por finales de los tiempos
Besotes enormes y gracias de verdad por su apoyo y constancia.
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