Introducción
Apuro el paso por la calle con las manos metidas en los bolcillos del cárdigan. Llueve a cántaros, en la pista se a formado como un río y hay una que otra gotera en los techos de las casas que esquivo a cómo puedo.
Crítico.
Así está el clima. Así estoy yo.
Y se supone que debería estar feliz. Durante meses imaginé este día de todas las formas posibles, menos esta.
Ni bien pongo un pie en el edificio elegante al que tantas veces vine en los últimos meses y las gotas de agua dejan de caerme encima, una lluvia de recuerdos vuelve a nublarme la visión y la mente. con un efecto parecido al enceguecimiento, tengo que ralentizar mis pasos sintiendo el peso del tiempo sobre mis hombros, cada vez más cruel y despiadado.
Llegar hasta aquí me ha costado todo. noches sin dormir, sudor, lágrimas, malas miradas y un corazón a punto de dejar de latir.
–¿Por qué no viniste con la camioneta? –dicen a mi espalda, y el bolso se me cae del brazo por acto reflejo.
No quiero voltear. No debo hacerlo.
Dejó las cosas bastante claras y remover el pasado ya no tiene caso.
–No necesito nada tuyo –le contesto apresurándome por recoger el desastre.
–Muñe... Dulce –se corrige apresurado–. ¿Podrías dejar la dignidad a un lado por favor? ¿de verdad crees que es profesional presentar un libro así...?
–¿Tú me vas a hablar de profesionalismo? –le reclamo con sarcasmo–. Perdone, señor. Pero creo que su nombre y esa palabra son cosas que nunca van a ir de la mano.
Me acomodo el bolso en el brazo otra vez y apresuro el paso, sintiendo como me sigue por detrás. El aroma amaderado que tantas veces sentí cerca invade mis fosas nasales, trayendo a mi mente fragmentos de escenas que tendría que estar olvidando ya. Por salud mental.
Porque él así lo decidió.
Y porque al presidente de una de las editoriales más importantes del país siempre se le tiene que obedecer ¿no?
–Es lo mejor. Para los dos –susurra de la nada–. Sobre todo, para ti.
–Gracias por el sacrificio.
No me detengo. Subo las escaleras que me conducen al auditorio de dos en dos, intentando huir de él tal como debí hacer desde el principio. Tal como tengo que hacer de ahora en adelante.
Tengo una mezcla extraña de sentimientos anidada en mi pecho. Por un lado, ilusión genuina, pues voy a presentar mi libro ante cientos de personas importantes. Por otro, tristeza enorme, porque para conseguirlo he tenido que sacrificar muchas cosas. En medio de ambos, está la rabia, que crece cada que recuerdo nuestra última conversación y cada que lo oigo hablar.
Me duele el alma, y en este punto no distingo si el cosquilleo en mi estómago es sinónimo de nerviosismo y expectativa, o ganas de vomitar.
–Estoy muy orgulloso de ti –sigue insistiendo y esta vez me detengo–. Eres la mejor escritora que he conocido y sabía que ibas a llegar muy lejos...
–Un par de acostones me costó –le escupo antes de adentrarme al auditorio.
No sé si sigue tras de mí. me escabullo entre los empleados que pulen los últimos detalles para la presentación hasta llegar al lado izquierdo del escenario, en donde ya me espera mi mejor amiga y el grupo de editores del libro.
"Dulce Amargo" –Dice en letras gigantes en una de las pantallas del salón.
Recuerdos de una adolescente, le falta.
–Tus padres confirmaron la invitación –es lo primero que me dice Anahí cuando me abraza–. ¿lista para triunfar?
–Supongo –le digo alejándome para quitarme el cárdigan.
–¿Jugaste carnavales antes de venir? –se burla Marco–. Cualquiera invita.
–Se me arruinó el maquillaje –lo ignoro y me centro en Anahí.
–nada que yo no pueda arreglar. Vamos.
Dejo atrás a todo mundo y sigo a mi amiga que me saca por una de las puertas traseras. Nuestros tacones chocan con el mármol y el ruido me tintinea en la cabeza, haciendo que todo se sienta mucho más intenso que antes.
Me empuja rápido a la puerta del baño, mientras va sacando de su bolso un neceser repleto de maquillaje. Lo deja encima de uno de los lavabos mientras yo me paro frente al espejo para observarme.
Tengo ojeras. El maquillaje las disimula bien, sin embargo, yo las podría distinguir a larga distancia.
Me veo de niña jugando a vender libros en la biblioteca de mi padre. De adolescente escribiendo cosas sin sentido en la hora de clase. En la universidad, rayando los ejercicios de cálculo frustrada por no encontrar un nombre perfecto a mi libro. En las más de 10 editoriales que me rechazaron y se burlaron de mí.
Me veo en ese primer encuentro, en su oficina.
Y ahora estoy aquí, a nada de presentar de forma oficial el libro por el que luché tanto. Y no es un simbolismo, vaya que luché, vaya que sufrí, vaya que renuncié a muchas cosas y sacrifiqué otras cuantas.
"Es también el libro por el que lo conociste."
"Y por el que luego, te rompió el corazón."
Niego ignorando a esos pensamientos antes de darme la vuelta, me siento en el cerámico acomodándome el cabello para atrás.
–Christopher está aquí –le suelto cuando se acerca con una esponjita mojada con desmaquillante.
–¿Qué? Ayer tú me dijiste que...
–Pero está aquí, me lo encontré a la entrada.
–¿Y?
–Y todo sigue igual. "Lo hice por los dos" –lo imito haciendo una mueca.
–Quizá sea lo mejor –susurra inclinándose un poco.
–Es lo que dice él. Pero por favor, son puras excusas.
–Te quiere dejar volar, Dulce –insiste y cierro los ojos–. ¡No cierres! Lo que digo es que están en momentos distintos. Tú recién estás empezando a vivir, él ya vivió demasiado. Tú quieres ir a fiestas y él quedarse en casa a revisar cosas del trabajo o ver una película.
–Un buen equilibrio, ¿no te parece?
–No estoy bromeando.
–Yo tampoco. Dicen que los polos opuestos se atraen...
–¡Son 15 años, Dulce! 15 años de diferencia que ahora sí son toda una vida. ¿De verdad crees que lo suyo vaya a tener futuro? No, porque... Ya te dije, están en momentos diferentes y él lo sabe, por eso renuncia.
–Si quisiera, esos 15 años solo serían un número. Pero ya está –me adelanto a su intento de hablar–, lo entendí y si quiere que todo sea así, perfecto. Solo que deje de joder y ya está. No lo quiero volver a ver.
–Eso está muy difícil, y debiste pensarlo antes de iniciar ese juego de... seducción o como quiera que se llame –bufa cansada–. Es el dueño de tu sello editorial.
–¿Y eso qué? ¿acaso no tienes una idea de las ofertas que me están llegando ahora?
–¿Estás pensando...?
–Estoy pensando en seguir creciendo, cueste lo que cueste. Y lejos de él, para que vea que no es tan imprescindible.
Mi amiga termina de maquillarme en silencio, no está de acuerdo, sin embargo, como pasa siempre, no dirá nada más. Creo que ya desistió en la idea de hacerme cambiar de opinión.
Soy mucho más fuerte que esto. Mucho más fuerte que un juego que se salió de las manos. Mucho más fuerte que el poder de sus ojos miel. Mucho más fuerte que sus palabras bonitas y el aire de superioridad que emana.
Así que salgo sonriente, escondiendo el vacío de mi alma y la poca fuerza que me queda a mi corazón. Para cuando vuelvo al auditorio el presentador ya a iniciado con el protocolo, así que espero paciente tras bastidores, intentando disipar los sentimientos que van en contra de este momento.
Pero allí también está él, y ahora sí lo veo de frente. Me quiero morir cuando nuestros ojos hacen contacto visual, no obstante, sigo con el mentón en alto, desafiando al magnetismo que desprende.
Me trago el orgullo, el dolor, la rabia y el odio, y me acerco. Poco a poco, escuchando de fondo la voz de uno de los directivos de la editorial al micrófono y zafándome del agarre de Anahí.
–Muchas gracias por el favor, señor Uckermann. Ya ha sido recompensado.
Le susurro al oído, bajito, para que nadie a parte de él lo escuche.
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