Capítulo 5.
Una noche de verano con un buen vino tinto es un plan que no tiene pierde.
Mucho menos si es admirando la vida nocturna de Madrid desde la terraza de mi restaurante favorito, al lado de un hombre atractivo en todos los sentidos.
Christopher Uckermann lo tenía todo. El porte de los príncipes que nos describían las niñeras a mis hermanas y a mí cuando éramos pequeñas, de ojos miel con mirada intensa, una sonrisa enigmática y la palabra "éxito" destilando por todos lados. El traje, la presencia, la seguridad con la que hablaba.
Era un hombre culto, con temas interesantes de conversación, de esos que le hacían falta a la mayoría de chicos con los que había salido hasta ahora. Con un encanto natural y un magnetismo impresionante que me mantenía absorta en la forma en la que se movían sus labios.
Y en sus palabras, por qué no.
–El vino tiene una crianza de 18 meses en barricas de roble francés. Por eso el sabor tan "indescifrable" –hace las comillas con sus dedos, continuando con la explicación a cerca de los vinos que pidió para degustar–. No es tan viejo, es del 2018. Se le dice que es un vino de añada, porque está hecho con uvas de una cosecha específica.
–¿Hombre de negocios y catador de vinos también?
–Amante de los vinos diría yo –no sé si nuestras manos se rozan a propósito, pero no me aparto, pues el contacto se siente bien–. ¿Hay algo en particular que te guste de los vinos, Dulce?
–Ese toque ahumado que a veces tienen los tintos –digo pensativa–. También los que tienen notas de frutos rojos.
–Es precisamente el perfil que tiene el que estamos tomando, un Borgoña –explica tras asentir, señalando levemente la copa que tiene sobre la mesa–. ¿Ya has probado los vinos de Ribera del Duero? Están más estructurados, con notas más de cueros y especias.
Niego rápido, confieso que nunca en mi vida había escuchado de esa clase de vinos.
–Si te interesa, podríamos organizar una especie de cata estos días.
–Me imagino que no hablas de negocios catando vinos. Así que... ¿debería asumir que me estás invitando a una cita?
–Tenemos más cosas pendientes además de hablar de negocios, Bella Dulce.
Mi corazón se acelera al escucharle. Es una mezcla de todo. De su manera de mirarme, del contacto íntimo de nuestras manos. De la forma tan peculiar que tiene para referirse a mí.
De inmediato, mis ojos viajan hacia sus labios como si tuviesen vida propia.
Estas cosas pendientes sí me gustan.
Le regalo una sonrisa pícara inclinándome hacia su boca. Nos separa una mesa, pero me acerco lo suficiente como para que su aroma me nuble la cordura.
–NO has respondido a mi pregunta. ¿me estás invitando a una cita?
–Estamos en una y te estoy invitando a otra, sí.
Una corriente de deseo se desplaza desde mi estómago hasta el centro de mis terminaciones nerviosas, y actúo por impulso humedeciendo mis labios.
–Así que nuestra "reunión de negocios" se convirtió en una cita.
–Siempre lo fue. Y por lo visto mi propuesta te ha interesado demasiado.
–Me intrigas, Christopher –me sincero, apartándome un poco para beber de mi copa–. Digamos que me has dejado pensando. Y no solo en negocios.
–¿Y en que más, entonces?
Humedezco mis labios con mi lengua ante su atenta mirada miel que se nubla con algo similar al deseo.
Un flash de nuestro beso en la fiesta de mis padres me eriza la piel, no sé si él también lo recuerda, pero levanta la mano para delinear suavemente mis labios entreabiertos.
Cierro los ojos para disfrutar el roce de sus dedos suaves. No son ásperos como los de un guitarrista, ni tan fríos como los de un médico.
–Por las cosas pendientes –levanto mi copa de la mesa cuando aparta su mano, el escozor de mi piel todavía no se ha ido.
–Por las cosas pendientes –susurra en un tono profundo que me deja sin aliento–. ¿Y por cuál de todas te gustaría empezar, Dulce?
Quiero que me bese otra vez.
He estado deseándolo desde que llegué al restaurante hace más de una hora. Mientras me recomendaba lo mejor de la carta; mientras comíamos; y ahora, justo cuando se inclina la copa a la boca.
También sé que estoy aquí en busca de algo más, y aunque a regañadientes, termino inclinándome por aquello.
–Has dicho que podías ayudarme con la publicación de mi libro –sonrío al verle asentir convencido–. ¿Qué me ofreces?
–¿Qué me ofrece Dulce Escotet como escritora? Por lo que hemos hablado dudo mucho que sea un libro de negocios o algo referente a la financiera.
Si escribo algo parecido mi padre sería el primero en mover cielo, mar y tierra para publicarme.
Niego satisfecha tras comprender que me ha estado prestando atención, y que muy en el fondo, cree que puedo dar más al margen de los negocios de mi familia.
Así lo siento.
–Has acertado. Te ofrezco un libro sobre la vida, Christopher. Se llama "Bella esencia", un conjunto de cartas y poemas que hablan desde el amor más puro, hasta la sensación abrumadora que surge cuando nos enfrentamos a tener que elegir una carrera.
–Lo cierto es que no hemos publicado muchos libros de ese estilo.
–¿No me habías dicho que querías ampliar el abanico de contenido? Bella esencia es el libro perfecto para hacerlo. Es una apuesta distinta y yo estoy segura que va a ser un éxito.
No tanto, sin embargo, intento sonar lo más convencida posible.
Christopher me sonríe complacido, y esa sensación de felicidad que esperé experimentar cada que iba a una nueva reunión con los editores se instala de repente, en un contexto distinto. Con una persona distinta.
Aunque todavía no me ha dicho nada, elijo creer que estoy en el lugar indicado si quiero publicar.
–Segura, me gusta –sus dedos haciendo círculos sobre el dorso de mi mano me distraen de mi objetivo un instante, él continúa hablando como si nada, ajeno al escalofrío agradable que recorre mi espalda–. Hagamos algo, bella Dulce. Lleva el manuscrito a mi oficina el lunes por la mañana.
–¿Y luego?
–Permíteme leerlo –lo miro incrédula y él se ríe–. No seré editor, pero de buenos libros sí sé. Y estoy convencido que el tuyo lo es.
–¿Gracias? –dudo llevándome la copa a los labios–, supongo.
–No hay de qué, bella Mia. Supe que tu última reunión en la editorial fue con Laura Rojas. ¿Cómo fue?
–Imagino que has sacado conclusiones. Eres un hombre muy inteligente.
–Me halagas –me regala un guiño seductor que me seca la garganta–. Debo suponer que ella es la persona que te hizo creer que a todos mis trabajadores les faltaba "un poquito de humildad" –asiento despacio, dándole la oportunidad de continuar–. Para nosotros es una pieza fundamental. Es muy buena en lo que hace...
–Eso no le quita lo prepotente, maleducada y prejuiciosa. ¿Sabes por qué pedí la cita con ella? Porque pensé que me daría una crítica objetiva desde la experiencia. Pero fue todo lo contrario, y si de verdad es una pieza elemental, la editorial deja mucho que desear.
–Prejuiciosa. No entiendo de qué manera pudo...
–Mi padre es uno de los hombres más ricos y por eso en mi vida no hay problemas. Que las únicas cosas que puedo contar van de como convenzo a mi padre para que me cumpla mis caprichos –digo acelerada, con un toque de rabia en la voz–. Tu pieza elemental juzga a un libro por cómo percibe al autor.
–La conozco muy bien, ella no...
–Estás diciendo que soy una mentirosa.
Tiene las pestañas largas y obscuras, cejas pobladas que enmarcan el brillo intenso de su mirada.
–Para nada –niega repetidas veces sin dejar de mirarme a los ojos–. Solo se me hace difícil creerlo.
–Acéptalo de una vez. Su editora estrella tiene el significado de "profesionalismo" un poquito distorsionado. Yo no sé si tiene resentimientos sociales o una mala experiencia con gente de mi entorno, pero me ha humillado y a pisoteado mi esfuerzo.
–No sabes cuánto lo siento.
–Yo siento más que su pieza elemental transmita esa clase de mensajes al público.
Arquea las cejas, entrelaza nuestros dedos de manera sutil, agacha un poco la cabeza, volviendo la conversación mucho más íntima.
Christopher tiene un aroma amaderado imponente, sobrio, entre el punto exacto de lo sencillo y lo exagerado. No sé si es el perfume por sí solo, o si es por el hombre que lo porta, pero ya se ha vuelto mi fragancia masculina favorita.
–Permíteme compensarte por esa mala experiencia. Las puertas de mi oficina están abiertas para ti, leeré bella esencia, y puedes llevar todos los manuscritos que quieras.
–Gracias.
–A diferencia de lo que puede opinar Laura, a mí sí me pareces una buena escritora. Hay pasión en tu mirada, ya te lo había dicho antes –señala haciendo una reverencia que me descoloca.
–Y no solo pasión para escribir –añado batiendo mis pestañas en un coqueteo sutil–. Puedo ser apasionada con muchas otras cosas.
Va más allá de mis ganas de publicar en Plumas Blancas.
Estoy dispuesta a hacer todo para lograrlo, sin embargo, la naturalidad con que le guiño el ojo y me relamo los labios va de otra cosa.
Es el hombre inteligente, malditamente atractivo y enigmático que tengo al frente. Los labios carnosos y la boca que me pide a gritos ser besada. Esa mirada electrizante e intensa con la que llevo soñando ya varias noches.
–¿Está permitido mezclar negocios con placer, entonces?
–Nunca me han dicho lo contrario –respondo en el mismo tono bajo que él ha empleado.
No sé si es una confirmación, sin embargo, ni bien esas palabras salen de mi boca, deja atrás el asiento de en frente para acomodarse a mi lado.
Y me besa.
Ni siquiera sé si en un primer momento es un beso, el roce de sus labios suaves con olor a vino tinto es sutil, como si estuviese haciendo una pregunta en silencio. Cierro los ojos por instinto y respondo al beso, entreabriendo la boca ligeramente.
Parece ser respuesta suficiente, pues la intensidad aumenta. Su mano se desliza por mi brazo hasta alcanzar mi nuca, trayéndome más hacia él, profundizando aquel intercambio silencioso de promesas y posibilidades.
Nos separamos lentamente, quedando a pocos centímetros, en una pose perfecta donde su aliento se entremezcla con el mío mientras que sus ojos, obscuros e intensos me observan con deseo.
–Creo que podría ser un problema, señorita –susurra con la voz ronca.
–Y no tienes una idea lo mucho que me gustan los problemas –sonrío nerviosa, aunque el tono de mi voz se oiga firme y tentador.
Mi mirada se fija en sus labios anticipando otro beso, él parece leer mis pensamientos porque acorta la distancia de nuevo.
Titubea, lo miro en sus ojos nublados por la pasión. Y yo soy la encargada de borrar todas sus dudas volviendo a unir nuestros labios en un beso más demandante, caliente, vehemente.
Un gemido se escapa de mi garganta cuando sus dedos se enredan en mi cabello suelto, inclinando mi cabeza hacia atrás para profundizar el contacto. Su lengua explora mi boca con una intensidad que me hace temblar. El sabor del vino tinto que aún persiste en sus labios se mezcla con el mío, creando una explosión de sensaciones que amenaza con hacerme estallar en pedazos.
Nos separamos por un instante, jadeando, en busca de aire. Su mirada recorre mi rostro con una profundidad que me hace sentir vulnerable y al mismo tiempo poderosa.
–Bella Dulce –me dice con un tono que eriza mi piel y humedece aún más mis bragas.
Vuelve a besarme, esta vez con una suavidad infinita, temiendo romper la burbuja de intimidad que hemos creado. Sus labios se mueven con lentitud sobre los míos, saboreando cada instante.
Sus manos recorren mi espalda deteniéndose en la curva de mis caderas, apretándome contra él. Siento su excitación a través de la tela de su pantalón y un calor intenso se extiende por mi vientre.
Inmersos en este torbellino de deseo, el murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas se desvanecen en un segundo plano. Solo escucho el latido acelerado de mi corazón y nuestras respiraciones entrecortadas.
Cuando lo miro a los ojos, noto que la necesidad imperiosa por más no es solo mía.
Deslizo una de mis manos por debajo de la mesa y acaricio su pierna, sintiendo su muslo tenso. Al principio mi toque es leve, pero poco a poco se vuelve más insistente. Él se estremece y su respiración se acelera.
–Bella Dulce... –empieza otra vez.
Lo interrumpo con un beso corto y apasionado. No quiero hablar.
–¿A qué le temes? –susurro con nuestras frentes juntas y las respiraciones entrechocando.
Christopher inclina la cabeza y besa mi cuello, siguiendo con suaves mordiscos hasta llegar al lóbulo de mi oreja.
–NO es miedo, Dulce. Es cordura.
Sonrío y arqueo una ceja.
–Cordura –repito despacio–. ¿Cordura es resistirse a lo que ambos queremos?
–¿Y qué quieres? –susurra en mi oído, erizándome la piel.
–Lo sabes perfectamente.
Vuelvo a besarlo con premura, urgencia, necesidad.
Nos separamos por falta de aire y soy yo quien atrapa su labio inferior con los dientes, dejando un mordisco sutil.
–Y tú quieres lo mismo.
Él me sonríe ligeramente, y por primera vez en todo este tiempo, dudo.
–Quiero tantas cosas, bella Dulce.
–¿Entonces? ¿qué estamos esperando? –me acurruco un poco más contra él, dejando que pase sus brazos por mi cintura–. No suelo quedarme con las ganas –digo en voz baja, consiguiendo que me mire con sorpresa–. ¿Tú sí?
Niega.
–Sin embargo, me gusta ir con calma.
Traza un camino de besos húmedos desde mi cuello hasta mi boca, mi centro palpita con ganas de más, tengo las bragas totalmente arruinadas, y no importa. Le acaricio la piel que le deja la camisa entreabierta, gruñe en mis labios.
Pero se separa, guiñándome el ojo antes de ponerse de pie.
Atónita, le recibo la mano que me extiende para hacer lo mismo. Tengo los labios hinchados, las piernas no me funcionan, mi corazón amenaza con salirse de mi pecho y una corriente de deseo hace estragos en mi interior.
¿Qué mierda?
–Las mejores cosas se cuecen con calma, bella Dulce –dice con voz profunda mientras me entrega el bolso–. Cuanto más lento arde el deseo, es más intenso.
Drogada por el sabor adictivo de sus labios, asiento.
Estoy confundida y contrariada, sin embargo, sus palabras encienden aún más la llama de lujuria que me recorre por completo. Me besa otra vez, y el recorrido suave de su lengua en mi boca se siente como un millón de promesas silenciosas.
Salimos del restaurante con las manos entrelazadas, la sensación de sentir su piel rozando la mía se hacía cada vez más disfrutable, necesaria, especial, familiar. Me abrió la puerta del asiento del copiloto de su auto, me ayudó a subir, me acomodó el cinturón y cuando me vio cómoda, se dio la vuelta para ocupar su lugar.
Era la primera vez que recibía tantas atenciones en tan poco tiempo.
Y me gustaba. Se sentía diferente. Bien.
***
A veces me daban ganas de ahorcar a Anahí con mis propias manos. Sobre todo, cuando volvía a tropezar con la misma maldita piedra de siempre. Nicolás de la Parra.
Nico, como todos lo conocíamos, había sido parte de nuestro grupo de amigos desde que puedo recordarlo. Era un rubito pedante, presumido e inmaduro. El típico niño hijo de papi al que no se le podía negar nada.
SI de amigo era todo un dolor de cabeza, en el papel de "novio de Anahí" desde hacía cuatro años era insufrible. Tóxico. Controlador. Manipulador.
He perdido la cuenta de las veces que mi amiga me ha dicho «ya no más» para luego volver a caer en menos de una semana. Solo hacían falta un par de detalles, el mismo discurso de siempre, las promesas vacías.
Así que no debió sorprenderme ver a Any con el rostro preocupado y la mirada ansiosa ese domingo por la tarde, mientras ayudaba a Tatiana a tomarse unas buenas fotos en la piscina de casa. Incluso debí advertir el motivo de su llegada repentina por todas las señales inconfundibles.
Una caja de mis brownies favoritos, café helado y varias bolsitas de gomas de gusano sin ácido.
La forma tan desesperante en la que batía las pestañas mientras la observaba desde el borde de la piscina. El rubor de sus mejillas al decir:
«Tengo que contarte algo»
Había vuelto con Nico.
Otra vez.
Luego de haber encontrado mensajes comprometedores con una chica de su carrera justo antes de iniciar la semana de finales en la universidad.
–Prometo que es la última oportunidad que le doy –me dice mientras me acomodo la salida de baño–. Hablamos en la fiesta de aniversario de tus padres, estaba muy arrepentido y... todos merecen otra oportunidad.
–Que explicación para más estúpida –me quito la pinza que sujetaba mi cabello–. ¿Sabes qué? ya déjalo. No voy a gastar palabras hablando de esto.
Me he enojado demasiadas veces. De hecho, tengo un libro a medio escribir en donde cuento su historia, con alguna que otra modificación, pero inspirada en ella al final. Es el ejemplo perfecto de que para salir de una relación se necesita más que darse cuenta de las cosas.
Ya me ha decepcionado, lo ha vuelto a componer.
Ahora estamos en un punto muerto, y solo queda esperar. Si ella no se decide a salir de allí, poco voy a poder hacer.
–¿Me invitas uno? –pregunta Tati golpeando la caja de Brownies de la mesa, asiento–. Son una delicia. Any, si Dulce ya no quiere oírte puedo hacerlo yo sin problema, siempre que traigas cosas tan ricas. A ver, cuéntame. ¿Tanto lo quieres?
–Demasiado –responde ella en susurro, evitando mi mirada, eso no es amor, es dependencia, costumbre–. Nico es el amor de mi vida. hemos planeado un futuro hermoso juntos. Como él dice, no lo podemos tirar todo al tacho por errores.
Escupo el café que bebía producto de las ganas incontrolables de reír. Nico tiene un poder de persuasión impresionante, ya quisiera tener ese mismo poder para persuadir a los editores.
–Habría que ver qué tipo de errores. Si él es el que la caga todo el tiempo, entonces es él quien tiraría todos sus planes a la basura. No tú.
–Me prometió que cambiaría.
–¿Le crees?
Tatiana la mira expectante, ella no dice nada. Yo he ganado.
Aquí aplica eso de "el silencio dice más que mil palabras".
–Eso significa... –intenta adivinar mi hermana.
–Eso significa que no le cree. Que nunca le va a creer porque antes le ha prometido lo mismo y no ha cambiado –digo todo sin respirar, hago una pausa para tomar un poco de café–. Bueno quizá sí. Pero para mal.
–Entonces... ¿por qué sigues con él? –Tati parpadea varias veces para comprender las cosas.
–Porque él la manipula. Por costumbre. Porque es una estúpida. ¿Quieres un consejo, Tati? –asiente dudosa y continúo–, tu nuevo interés romántico tiene que ser alguien mínimo, tres años mayor.
Ambas me miran escandalizadas. Anahí niega, Tati parece recordar algo y se sorprende.
–¿Cómo ha terminado lo tuyo con Ares? –le recuerdo a mi hermana, y ella hace un gesto de asco con la boca–. ¿Tu salida con Matías?
–¡No me lo recuerdes! Se la pasó todo el tiempo viendo un partido ¿para qué me invitó a salir?
–Los hombres de tu edad tienen como cuatro años menos. Así que digamos que has estado con un tipo de 14 años.
–No todos son así –murmura Anahí entre dientes.
–¿Cuál es tu excepción? ¿Nico? –ella no dice nada, abro la bolsa de gomas de forma distraída–. Los chicos a esta edad son unos inmaduros, cargados de testosterona que quieren follar en la primera cita. En cambio, si quieres algo más... interesante, con buen tema de conversación... busca a alguien mayor.
–Estás generalizando.
–Los hombres tardan en madurar, Tati. No lo digo yo, lo dicen los estudios. Así que, si quieres estar con alguien más o menos de tu edad, cuatro años de diferencia está bien.
–¿Y si es más mejor, ¿no?
–Puede ser –le respondo con una media sonrisa.
–Así como... ¿Christopher? –cuestiona con cautela y la mandíbula se me descuelga–. ¿Cómo lo conociste, Dulce?
El recuerdo de sus labios mordiendo mi cuello me nubla la mente por un segundo, tengo la ropa de baño mojada, pero siento que me mojo más al evocar las sensaciones de su boca sobre mi piel .
Calma.
¿Por qué mierda me pidió calma?
¿Por qué acepté?
–¿Christopher? ¿Qué Christopher?
–No me acuerdo su apellido. Los encontré hablando en la fiesta y... ¿qué tienes con Christopher, Mía?
–¿Por qué de la nada hablamos de él? Estaba siendo cortés con los invitados, es todo.
–¿Christopher Uckermann? –suelta Anahí atando cavos, se cubre la boca acusándome con la mirada–. ¿Qué tanto pasó con el señor...?
–Se besaron.
Oh. Oh.
Tatiana no pregunta, lo afirma con total seguridad.
Y si ella lo vio...
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