Capítulo 4
–Conocí a Andrés en un seminario de dirección de empresas en Londres hace casi seis años. Nos hemos visto en más eventos, un saludo y ya está. Así que entenderás que la invitación me sorprendió mucho.
–Me imagino –muevo la copa lentamente sin desviar mi mirada de sus ojos.
–Pero definitivamente, a sido una sorpresa agradable. Porque gracias a esa invitación estamos aquí –hace un gesto señalando nuestras manos que siguen entrelazadas–. ¿Y tú, Dulce? ¿cómo llegaste?
Sopeso el rumbo de mi respuesta en silencio. No me gusta, pero tarde o temprano tendré que decirle mi apellido, o se enterará por sí mismo cuando consiga que se interese en mi libro.
–La vida es una caja de sorpresas ¿no te parece? –asiente y sonrío complacida–. Digamos que yo no he tenido necesidad de llegar a la fiesta. Siempre estuve aquí.
Me mira con curiosidad al tiempo que me regala una sonrisa enigmática que casi me deja sin respirar.
–Estás en mi casa, Christopher.
Me deleito con su rostro que pasa de la curiosidad a la confusión y luego, a la sorpresa infinita empañada con una pisca de diversión.
–¿Dulce sin apellido es Dulce Escotet, entonces? –asiento bebiendo un poco de champán–. Vaya, esto sí que no me lo esperaba...
–¿Eso cambia el rumbo de las cosas?
–Para nada.
Deja de sostenerme la mirada, pero no pierdo el trayecto de sus ojos, que bajan disimulados por mi collar, deteniéndose un par de segundos en mi colgante para luego descender distraídos hacia mi piel descubierta gracias al escote.
La intensidad de su mirada me eriza la piel. Desde que lo vi en el restaurante hace más de una semana sentí algo extraño, como una fuerza magnética que nos une y nos deja pendiendo de una cuerda cargada de tensión.
–Hay muchas cosas que me intrigan ¿sabes? Por ejemplo, todavía no me ha quedado claro qué hacías en la editorial.
–Tuve una reunión. Me lo preguntaste ya.
–También te pregunté si escribías, y me dijiste "eso creo". Me parece que para esa pregunta solo hay dos posibles respuestas, y esa, sin duda, no está en las opciones.
–Siempre hay otra opción –me pierdo en el movimiento que hace cuando arquea las cejas, evidentemente contrariado–. Escribo, pero quizá no lo suficiente...
–¿Subestimas lo que haces, Dulce?
Antes no, ahora no sé.
Me limito a negar furiosamente, odiándome por permitir que las palabras de Laura condicionen todo. Estoy dudando de mí, y hasta entonces, no lo había hecho.
–¿Y qué escribes, Dulce?
Mi cuerpo reacciona con la forma particular en que pronuncia mi nombre. Tan profundo, bajito, como si estuviese saboreando cada letra.
Y me gusta.
–Sobre la vida.
–Me imagino que la reunión era por eso. ¿Cómo te fue?
–Preferiría no hablar del tema –respondo escuetamente llevándome la copa a los labios–. Me limitaré a decirte que a las personas de tu editorial les hace falta un poquito de humildad.
Me dedica una mirada larga y profunda que me estremece de pies a cabeza. Mi estómago cosquillea con una sensación similar a los nervios, la que se asemeja a cientos de mariposas revoloteando dentro.
–Lo tendré en cuenta –libera mi mano sin dejar de sonreír–. Pero ¿sabes una cosa? No está bien generalizar.
–Desde pequeña me han preparado para hacer negocios y una de las cosas que más me han repetido es la importancia de dar una buena primera impresión. Todo cuenta. La apariencia, la actitud, la mirada, las primeras palabras. Y más cuando eres figura principal de una empresa importante. Yo no le llamaría generalizar, más bien, es una analogía bastante sencilla. Los trabajadores hacen a la compañía.
–A veces existen malos días ¿no es así? las primeras impresiones no siempre son correctas...
–Lo son, al menos en el mundo en que nos movemos. Por cómo actúas juzgan a la empresa, por cómo tratas a la gente deciden hacer o no hacer tratos contigo.
–Entonces imagino que también me toca juzgarte –abro la boca consternada–. La primera impresión que tuve de ti no es precisamente esta. Chocaste mi camioneta, no tenías tu licencia de conducir a la mano. ¿Qué idea debería hacerme a partir de eso? –hace una pausa larga–. De pronto que vas por la vida saltando reglas, que vives desafiando límites...
Por primera vez en toda la conversación no tengo respuesta. Pienso rápido mientras me termino el contenido de mi vaso en un par de sorbos. Él espera paciente sin dejar de observarme, y en cierto punto me dificulta el trabajo.
No está tan equivocado. Suelo ser demasiado impulsiva.
Y sí me gustaría romper todas las reglas que me han impuesto desde pequeña.
–Puede ser. Pero en tu lógica hay un pequeño detalle –muevo mi dedo índice en círculos enfatizando el punto, él me mira interrogante–. No nos conocimos con negocios de por medio. Nunca se me pasó por la mente que le había chocado el auto al presidente de plumas blancas, y a ti tampoco se te ocurrió pensar que la persona que arruinó la lata de tu camioneta era la hija de Andrés Escotet.
–Nunca, sin duda –me detalla con una expresión que no puedo descifrar.
–No estaba en juego ninguna venta de acciones, ni ninguna alianza, ni ningún donativo. Estábamos viviendo como cualquier otra persona. Y en la vida cotidiana, donde nadie sabe quién eres sí están permitidos los malos días, las consecuencias de haber llegado tarde o de haberse manchado el traje, los accidentes.
–¿En los negocios no?
–Me enseñaron que no. Y la persona que me atendió ese día en la editorial y yo sí estábamos hablando de negocios –le reitero y me sonríe aún más si es posible.
No dice nada. Observo cómo se le mueve la manzana de Adán al suspirar y al vaciar todo el espumante de su copa en sus labios.
Le hago una seña con la cabeza para que me siga luego de pasar la mirada por nuestras copas vacías. Caminamos hacia la barra oyendo de fondo lo que parece ser una de las piezas de las cuatro estaciones. No estoy muy segura de haberla identificado bien, ni siquiera sé quién es el autor del concierto; pero de algo me suena.
Tomo la delantera levantando dos copas servidas de una de las bandejas listas para ser repartidas. No me detengo a ver si me sigue cuando camino por uno de los senderos hasta llegar a las mesas de aperitivos. Quesos, canapés, dulces.
Respondo el saludo de uno de los amigos más cercanos de papá con un asentimiento leve de cabeza, rogando por no derramar el licor mientras me hago con una de las canastitas dispuestas alrededor.
–Permíteme ayudarte. Ya no vas a sorprenderme más –le entrego las copas sin voltear a verlo.
–No estés tan seguro.
Lleno la canastita de varios tipos de queso, un par de canapés de salmón, pero arraso en la sección de dulces. Mi madre siempre va por la vieja confiable,, la misma empresa de Catering de todos sus eventos. No hay pierde. Lo sé, por eso selecciono con cuidado lo mejor de la mesa.
–¿No me vas a dejar elegir?
–Intento ser buena anfitriona.
Nos movemos con todas las cosas hacia el mismo sofá al lado de una de las fuentes. La organización del evento está tan bien pensada que hay ambientes para todas las necesidades. La nuestra, en definitiva, es privacidad absoluta.
Me habla sobre su papel dentro de la editorial. Tomó la dirección hace siete años por decisión del consejo, luego de negociar con éxito la apertura de una nueva cede en México. A partir de entonces, Plumas Blancas expandió su presencia a todo Latinoamérica, Estados Unidos y Canadá. Su intención ahora es llegar hasta Inglaterra e Italia, y en el proceso, ampliar su segmento y el contenido de publicación.
Christopher no escribe ni edita, ha estudiado negocios en Inglaterra para poder tomar la dirección de una empresa que durante años manejó su familia. Tiene el 45 por ciento de acciones, está negociando la posibilidad de comprar otro 10 por ciento, para hacerse con la mayoría del poder.
Maneja una editorial sin ser escritor.
Y por lo visto lo ha hecho de maravilla.
–Todas las empresas necesitan a un especialista en dirección y negocios. En un hospital, por ejemplo, los médicos curan, pero la logística dista mucho de su carrera. Las universidades, los colegios, los clubes deportivos, las revistas –no es lo que dice, su voz tiene algo que me fascina por sí sola–. ¿Sabes? las ciencias administrativas es el área más versátil, competitiva y necesaria.
–Aburrida también –murmuro entre dientes.
–No es lo tuyo –concluye encogiéndose de hombros–. Entonces me imagino que tu futuro no está en la financiera.
–Aunque no lo creas, está. Dicen que soy la futura presidenta de la financiera.
–Provecho. Aunque por la forma en que lo dices, me temo que no te hace mucha gracia. ¿Por qué, entonces?
–Porque no tengo opción.
–Siempre hay más opciones.
–En este caso, lamentablemente, no. Cruz por haber nacido primero –me río con sarcasmo.
–¿Nunca lo has hablado con tus padres?
–De nada a servido –digo masticando un pedazo de trufa–. Así que si dentro de unos años ves en las noticias que la financiera Escotet está en crisis será porque ya he ocupado el asiento de mi padre.
–Un poco más de confianza, bella Dulce. Eres muy inteligente.
Bella Dulce.
Una descarga eléctrica me recorre el cuerpo cuando sus ojos chocan con los míos a medida que habla, perpetuando el tono profundo que usa con el apodo.
–Reprobé econometría. ¿Te sigo pareciendo inteligente?
–Y muy sensible también. Creativa, apasionada.
–No me conoces.
–Lo puedo ver en tus ojos. Son el espejo del alma ¿te lo han dicho?
–¿Y qué mas ves, Christopher? –me llevo la copa a los labios, disfrutando de la cercanía y el ambiente que nos envuelve.
–Determinación y seguridad.
Mi piel se estremece cuando acuna mi rostro con una de sus manos, levantando mi mandíbula para profundizar el contacto visual. Sus ojos, de un intenso color miel, parecen penetrar hasta lo más profundo de mi ser.
–Y una pasión ardiente –añade en un tono ronco que me hace tragar fuerte.
¿Perdona?
El calor se me sube a las mejillas y la cercanía se vuelve casi insoportable.
–¿Así coqueteas?
Christopher sonríe, es una sonrisa que me pone los nervios de punta. No sé qué dije.
–¿Eso estoy haciendo?
¿Sí? No lo sé.
Nunca había dudado tanto en la vida. Atrapo mi labio inferior con mis dientes, pero mi corazón se salta un latido cuando lo libera con uno de sus dedos.
–En estos años he aprendido muchas cosas –siento su aliento rozándome la piel–. Cuando la gente escribe con pasión se nota en los ojos. Y eso estoy viendo en ti. Pasión, determinación, ambición. ¿Qué quieres, Dulce?
Que me beses.
Me recrimino en silencio por la respuesta inmediata que salta en mi mente, mientras expulso todo el aire que no sabía estaba reteniendo.
Ayudé al destino por algo, recuerdo al procesar sus palabras luego de toda una eternidad. Solo nos puse en el mismo lugar, pues todo el trabajo lo está haciendo él. Me ha lanzado la pregunta que necesitaba escuchar.
–Publicar –le susurro con la boca seca.
–¿Qué más, Dulce?
La forma desbocada en la que late mi corazón me da vergüenza. Que no se de cuenta, por favor.
–Quiero dejar mi huella en el mundo, al margen de ser Dulce Escotet, la hija de uno de los hombres más ricos de España y futura presidenta de la financiera. Quiero que la gente me lea y se conmueva con lo que escribo.
Sus ojos brillaban de una manera desconcertante, y yo ya estaba al límite.
Su mano todavía en mi mandíbula me producía escalofríos, una sensación extraña en el punto de encuentro del deseo, la incertidumbre y el miedo que, hasta entonces, no sabía que sentía.
–¡Aquí estás! Llevo buscándote casi una hora.
Mierda.
Reconozco la voz de Tatiana y Christopher se aleja, poniendo una distancia que me deja un vacío extraño al centro del estómago. Tengo las mejillas completamente rojas, los labios secos y el cuerpo al borde del colapso.
–El brindis... –escanea la escena con sus ojos idénticos a los míos y luego me mira interrogante–. Buenas noches, señor. No quería interrumpir, yo...
–Christopher Uckermann, mucho gusto –se adelanta, levantándose para estrechar la mano de mi hermana.
–Tatiana Escotet –se presenta con sus ojos en mí.
–Buenas noches, Tatiana –saluda–. No ha interrumpido nada –la tranquiliza.
¿Cómo que no ha interrumpido nada?
–Gracias. Sí, bueno. Nos están esperando para el brindis, el discurso y todo eso. ¿Me acompañan?
–Por supuesto.
Asiento recibiendo la mano que me extiende Christopher para levantarme. Frustrada, le miro por un largo rato y él asiente, dedicándome una leve sonrisa que me remueve todo otra vez.
Camino al lado de mi hermana sin decir nada, no volteo para fijarme si nos sigue, pero el silencio de Tatiana es la confirmación suficiente. De no ser así, ya me hubiese llenado de preguntas.
Mis padres están en el escenario principal en cuanto llegamos. Me ubico al lado de mis hermanas para oír el discurso de todos los años, corroborando una vez más lo importante de mantener las apariencias y una imagen limpia ante el mundo. Cumplen 24 años de casados, tienen tres hijas hermosas que continuarán con el legado del apellido.
Pese a todo, nos quieren. Somos quizá lo más importante de sus vidas, aunque eso no alcance para dejarnos volar. Mi padre nos detalla con adoración mientras levanta la copa en señal de brindis, y por alguna razón quiero llorar.
Son la primera pareja que salta a la pista de baile cuando todo mundo termina de chocar sus copas. Una balada suave inunda los altavoces y me muevo hacia una de las fuentes para observar el revuelo.
Me quiero echar a reír cuando veo a Anahí con Nico en la pista. ¿No me había dicho que ya no estaría para él?
Enrique y Daniela, Tatiana con el hijo de una de las mejores amigas de mamá. Mis padrinos, un montón de parejas de las que ni siquiera recuerdo el nombre.
–¿Bailas?
Asiento girándome a cómo puedo, Christopher ha vuelto a mi lado volviendo a despertar el estremecimiento generalizado que me recorre el cuerpo. Todavía tenemos una conversación pendiente, muchas cosas que aún no le he dicho y entre ellas, esas ganas inmensas por besarlo que me surgieron de repente.
La música envolvía el jardín, transformándolo en un ambiente íntimo y sensual. Con su mirada intensa sobre la mía me tendió la mano que acepté de inmediato. Todo estaba siendo extremadamente irreal.
Su cuerpo se ajustaba al mío a la perfección, cada roce era una chispa que encendía aún más la llama que ardía entre nosotros. Sus manos se deslizaban por mi espalda, acariciando suavemente mi piel sobre la tela del vestido. Podía sentir su corazón latiendo al compás de la música, al mismo ritmo que el mío.
Incliné mi cabeza hacia un lado y nuestros rostros quedaron a centímetros de distancia. Había dicho que los ojos eran el espejo del alma, pero mientras me miraba, no logré identificar con exactitud lo que escondía el brillo intenso.
¿Deseo?
¿Curiosidad?
¿Las mismas ganas de besarlo que tenía yo?
Solo sabía que el mundo se reducía a este momento. A este baile. A él y a mí.
–Quizá puedo ayudarte con eso –dijo de la nada, sobresaltándome.
–¿Quizá? ¿a cambio de qué?
–¿Tiene que ser a cambio de algo? –asentí con duda–. Si el destino ha insistido en juntarnos por algo a de ser. Y quizá ese algo tenga que ver con lo que quieres.
–Quiero muchas cosas, Christopher.
–¿Más? –su aliento con sabor a licor se mezclaba con el mío.
–Mucho más. Y te sorprenderías con muchas de ellas.
–No soy un hada de los deseos. Pero si hay algo más que puedo hacer por ti...
–Puedes. Y eso, a diferencia del asunto del libro, no es un quizá.
–Cuéntame entonces, Bella Dulce.
Nuestros rostros se acercaron tanto, que incluso nuestros labios se rozaban. Me mordí el labio inferior, sintiendo el ritmo de la música latiendo en mis venas.
Es ahora o nunca.
–Bésame.
La palabra salió de mi boca en un susurro cargado de deseo mezclado con nerviosismo. En su expresión primero vi sorpresa, luego apareció una sonrisa lenta, al límite de lo sensual.
Estaba perdida.
Lo supe cuando tras titubear, se inclinó levemente para unir nuestros labios en un beso profundo y apasionado. Una corriente eléctrica nos recorrió a ambos, uniéndonos. Sus manos se aferraron a mi cintura con firmeza, mientras que las mías se enredaron en las hebras de su cabello negro para profundizar el contacto.
La música pasó a un segundo plano cuando su lengua tanteó a mis labios entreabiertos para colarse en ellos con gentileza. El sonido de los latidos frenéticos de mi corazón se mezclaba con nuestras respiraciones agitadas, mientras el sabor a licor me embriagaba por completo.
Su lengua exploró cada rincón de mi boca, tejiendo un mapa de deseo y promesas.
Nuestros cuerpos se moldeaban a la perfección, sentí la creciente erección contra mi muslo y un calor intenso se apoderó de mi vientre. Su lengua danzando al compás de la mía en un beso demandante, caliente y ardiente, que electrizaba cada fibra de mi ser.
Me aferré a él con todas mis fuerzas, sintiendo como mi cuerpo se estremecía bajo su toque. Nunca había experimentado algo igual, era como si nos hubiéramos conocido en otra vida, como si este momento hubiera estado a suceder desde siempre.
Cuando nos separamos me sentía tocando el cielo con la punta de los dedos. Nuestras frentes juntas, mi respiración tratando de normalizarse y mi corazón latiendo a mil por hora. Nos miramos a los ojos, y en ese instante supe que nada sería igual.
–Esto debería estar prohibido –susurró.
–Pero no lo está –le respondí con un hilo de voz.
–Es peligroso –siguió alegando.
–No tienes idea de cuanto me gusta el peligro –mis labios hinchados se curvaron en una sonrisa.
Y lo besé. Con urgencia, siguiendo a la punzada de deseo que palpitaba en mi interior.
Estaba besando al hombre que me había dicho que "podía ayudarme".
Y me gustaba.
***
¿Qué se considera para aprobar un préstamo?
Tecleé la pregunta en Google al borde del desespero, llevaba dos horas leyendo una solicitud de crédito para abrir un club de intercambios en el corazón de Madrid. Flipé al leer la idea. Sin duda, era demasiado interesante.
Me intrigaban muchas cosas. ¿Cómo se manejaría? ¿qué implicaría una inscripción? ¿hasta donde estaba dispuesta a llegar la gente?
Y quería ir. Sería una experiencia alucinante que quería vivir.
SI se abría esperaba contar con la invitación a la inauguración, por favor.
Pero ese no era el punto. En el comité que tendríamos en exactamente 40 minutos poco importarían mis ganas de ir a un lugar de esos con la idea latente de ver follar a mucha gente o, por qué no, formar parte de alguno de esos intercambios. Necesitaba presentar mi evaluación del proyecto, analizar sus posibles ingresos, egresos, y todas esas cosas.
Pero no sabía por donde empezar. Sí quería aprobar ese crédito, con todo el dinero que nos pedían. Quinientos mil euros, pago mensual, por tres años.
Evaluar el historial crediticio.
Analizar los ingresos y gastos del solicitante.
Analizar la situación financiera y la capacidad de pago de la persona o empresa solicitante.
Leí lo primero que me apareció en el buscador con el lapicero en la boca, me estaba doliendo la cabeza. Parecía fácil, sin embargo, no tenía ni la más mínima idea de cómo empezar a hacerlo.
Los recuerdos de la noche anterior tampoco es que me dejaran en paz, pues a cada nada en mi mente se proyectaba la conversación con Christopher, nuestras interacciones y esa promesa de "nos volveremos a ver pronto, bella Dulce" que me hizo al despedirnos.
Lo había besado. Me había gustado. Y ahora quería más.
–¿Necesita algo, señorita? –la secretaria de mi padre dijo del otro lado ni bien levanté el intercomunicador.
–Tráeme un cappuccino y una fuente de galletas de avena y chispas de chocolate, por favor –pedí jugando con el lapicero–. Y llama a uno de los analistas junior, es urgente.
Extrañaba a Anahí. Mi padre la había enviado a evaluar el negocio de un cliente a Toledo con uno de sus analistas de confianza. Tatiana estaba en una reunión en la casa de una amiga, así que descarté llamarla de inmediato. Cayetana estaba igual o más perdida que yo. No sabía qué hacer.
El joven analista llegó en un suspiro a mi oficina, le hice pasar y le extendí el expediente con la solicitud. Éramos de la misma edad, pero mientras él estaba preparado para estas tareas, yo me estaba muriendo de aburrimiento.
–Necesitamos la evaluación en media hora. Si haces un buen trabajo no solo vas a tener el recibo que acredite la práctica con una buena recomendación, si no que podemos negociar tu contratación permanente. La presentaré en el comité de hoy.
–Muchas gracias por la oportunidad, señorita.
–Dulce. Dime Dulce. No me gustan las formalidades ¿cómo te llamas?
–Daniel –contestó sorprendido.
–Muy bien, Daniel. Estamos contra el tiempo así que manos a la obra.
Ni bien le alcancé el ordenador empezó a teclear con manos hábiles. Con un par de clics ya tenía el historial crediticio del cliente, sus cuotas de pago, sus ingresos mensuales. Hay gente que simplemente sí sirve para esto.
Hizo un resumen del presupuesto que había adjuntado el solicitante, buscó un estudio rápido de la zona donde se pensaba poner el negocio y según sus propias palabras, lo que seguía era evaluar la rentabilidad del club.
Juro que estaba dispuesta a seguirle el ritmo, sin embargo, el número desconocido que iluminó la pantalla de mi teléfono con un mensaje me distrajo.
"¿Cómo vas, bella Dulce?"
Casi me atraganto con una galleta al leer el apodo. Ese que ayer había escuchado tantas veces y me había erizado toda la piel.
Christopher.
Una sonrisa se formó en mis labios mientras tecleaba rápido. No quería hacerle esperar.
"Aburrida. Estoy preparando la presentación de un crédito para el comité de hoy".
"¿Puedo hacer algo por ti?"
Besarme, otra vez.
"¿Ahora? no lo creo. Esto es una tortura".
"Eres muy inteligente. Te irá bien".
Inteligente el chico que teclea rápido a mi lado.
"Gracias"
"Me parece que tenemos una conversación pendiente"
Me muerdo el labio inferior al leer su respuesta, tenemos muchas cosas pendientes, y él lo sabe.
"¿A sí? ¿qué?" –respondo rápido, sintiendo que los latidos de mi corazón se aceleran en un segundo.
"He pensado que tenemos que hablarlo cara a cara. ¿Cenas conmigo, bella Dulce?"
Oh. Oh.
El celular se me escapa de las manos al leer la propuesta, rápido lo recojo, procurando que el hombre que trabaja concentrado a mi lado se distraiga. Ni siquiera quiero que se dé cuenta que estoy atenta a otra cosa.
O, mejor dicho, a alguien.
"¿Vamos a hablar de libros en una cena?. Pensé que tenía que agendar una cita"
"Estamos agendando una cita, bella. ¿Quieres que mande por ti?.
"Todavía no he dicho que sí".
"¿Es un no, entonces?"
"Es un depende".
"¿De qué? pensé en ir al restaurante donde chocaste mi camioneta. Aunque si prefieres otra cosa..."
Me muerdo el interior de la mejilla para no gritar. Pensé que este día sería horrible, pero me equivoqué.
"Nos vemos allí a las 9:30"
No sabía qué quería más. Si convencerle para publicar mi libro o seguir alimentando la tensión que, tras el beso, se había disparado mucho más.
Solo sabía que cualquiera de las dos cosas tenían que ver con él.
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