Recuerdos añejos de años malditos

La luna de enero...

Alumbra la escena.

Las luces y fuegos...

Adornan la espera.

La reina de seda...

Espera en su trono.

El príncipe del sueño...

Le trae su decoro.

¡Oh, dama!

Febril e inquieta fémina,

que entre aquestos mis brazos juegas

a perderte entre las olas.

Espérame, oh, dulce compañera.

Pues cuando nuestras almas se unan,

poco sabremos de ellas.

Mas que son entes con vida,

con lujos y asperezas.

Pero, ¿Qué será de nuestros cuerpos?

¿Qué será de nuestra estrella?

El polvo del frío de febrero...

Inunda la alacena.

El suspiro lento y acompasado...

Se ahoga en esa mesa.

La dama de cabellos de oro...

Yace en su espera.

Espera a su príncipe albino...

Que jamás nunca llega.

¡Sufrida y condenada espera!

Oh, príncipe.

¿Por qué me rompes los esquemas?

¿Por qué no llegaste con la luna llena?

A veces, tiemblo.

Y yerta, y dolorida, y atónita...

Miro a tu reflejo en aquel cuadro...

Sigo esperando a que vuelvas.

Las hojas muertas de Marzo...

Caen en la acera.

La lluvia fresca y húmeda...

Golpea ya fuera.

La paciencia agotada de la reina...

Marcas de cera.

El príncipe en su deseo de verla...

Encarcelado sin fuerza.

Y primaveras de abril mudas,

Y el sol de mayo que brilla.

Pero junio y su verano llega,

Y los sones de la vida burda.

Y ya, casi en su último suspiro,

Rozando septiembre y sus hojas,

Tras octubre y sus ademanes,

Y un noviembre de seda y nieve...

Llegó.

El invierno la cubrió como otras veces.

Y ya no podía refugiarse en su príncipe.

No podía respirarlo hondo.

No podía conciliar el sueño por él.

Era algo más que un absurdo recuerdo muerto...

Era la vida caduca que de un suspiro... se siente.

Y casi sin sentirse. Casi sin detenerse...

Llega el último suspiro, el último adiós.

El ademán de la nieve y sus copos...

Le rompen el corazón.

«Y fue entonces, solo entonces...

Cuando las almas yertas vivieron.

Y de entre los restos de azufre...

De los muertos, renacieron»