Lizi iba caminando por la calle una noche de otoño para encontrarse con su novio, se conocían hace pocos meses pero ella decía que estaba muy enamorada y que no podía vivir sin él.
Se acercó a una banca donde este la esperaba, se aproximó a el para besarlo pero le volteó la cara.

—¿que ocurre, te encuentras bien —preguntó la chica

—Sientate tenemos que hablar —se sentaron y enseguida el comenzó a hablar —llevamos juntos dos meses ya, dos meses en los que he tenido que aguantarte, aguantar tus estupideces, y tu estúpida manía de decir que si te dejo morirás.

—Y es verdad si me dejas moriré, no puedo vivir sin ti —dijo suplicando

—Entonces morirás porque lo nuestro ha terminado, Elizabet —dijo con voz cortante y fría

—Pues si eso quieres, moriré —tomó un vidrio que había en el suelo y se corto las venas de ambas manos muy profundo.

—Que has hecho Liz, que has hecho —lloró por la culpa que cargaba, por su culpa Liz  había muerto —No lo puedo creer, no, ha muerto por mi culpa, todo esto es mi culpa —dijo observando el cuerpo muerto que había a su lado.

Enseguida el lugar se llenó de personas y la policía no tardó en llegar, se llevaron el cuerpo, pero a Sebastian lo mataba la culpa, estaba en su casa culpándose por todo.

No, no puede ser, esto ha sido mi culpa— dijo entre sollozos —murió por mi culpa, Liz murió por mi culpa.

Se dirigió al pasillo, entró a la habitación de sus padres, y abrió una gabeta, tomó una pistola, la colocó en su cabeza

—¿Liz, ahora estas feliz? —dijo con risa en la voz— , has logrado llevarme contigo  —jalo del gatillo, y cayó desplomado al suelo, manchando de sangre la alfombra que había antes debajo de sus pies.