Capítulo V: Mi sensibilidad y mi neurodivergencia
En este capítulo he decidido tratar el tema de mi alta sensibilidad, mi condición neurodivergente y cómo ambas han influido de una manera u otra en la aparición de la ansiedad.
Pues bien, vayamos al grano, ya que no quiero andar con rodeos: tengo síndrome de Asperger. Y sí, seguramente hayas pensado algo así como "no se le nota nada" o incluso que te estoy tomando el pelo. Pero no, estoy siendo completamente sincera, pues tengo un diagnóstico clínico. Siempre he formado parte del espectro autista desde que nací y eso nunca cambiará, por muy trabajadas que tenga las dificultades que conlleva vivir con una condición así. Porque sí, mi infancia, aunque fue muy bonita, se resume en clases de apoyo todas las semanas, cosa que los demás niños neurotípicos no tuvieron que vivir. Yo necesitaba aprender a mejorar mis habilidades sociales (comprensión del lenguaje no verbal, las intenciones, las bromas, la ironía, los dobles sentidos...) y a saber valerme por mí misma, puesto que mi motricidad, tanto fina como gruesa, dejaba mucho que desear. Con esto quiero decir que, mientras mis congéneres podían, por ejemplo, caminar normal, comer sin problemas o abrocharse el chaquetón, a mí me tenían que ayudar a realizar estas tareas.
Además, al tener también una sensibilidad diferente, me sentía incómoda cuando me veía obligada a jugar con los demás niños, puesto que el ambiente tan ruidoso y caótico que percibía en este tipo de juegos me abrumaba, y por eso muchas veces prefería mejor jugar sola, donde podía ser yo misma y sentirme a gusto en mi propio mundo con mis intereses especiales. Y es que una característica que comparten tanto las PAS (personas altamente sensibles) como los individuos con TEA (trastorno del espectro autista) es una gran sensibilidad a los estímulos sensoriales, tales como luces, sonidos, olores, texturas, sabores, colores, dolores, cambios o incluso ciertas sutilezas y detalles del entorno que pueden pasar desapercibidos para los demás, lo cual puede provocar que nos sintamos saturados y abrumados, y que necesitemos tiempo a solas para recuperarnos. Las personas con Asperger o autismo, para regularnos en momentos así, solemos recurrir a estereotipias, que son comportamientos repetitivos como balanceos, aleteos o sonidos guturales, entre muchos otros, que nos ayudan a calmarnos en momentos críticos. Sin embargo, muchas veces intentamos disimular estas características en lugares públicos para evitar ser juzgados y parecer neurotípicos. A esto se le conoce como masking neurodivergente, y suele ser más frecuente en chicas que en chicos, y por eso es más común que el autismo femenino pase más desapercibido.
Además, esta sensibilidad sensorial también podría explicar por qué de pequeña era tan tiquismiquis con la comida (la pobre de mi madre sufrió mucho para conseguir que yo comiera bien) y la ropa (etiquetas, texturas ásperas, etc.).
Por otra parte, me gustaría abordar el tema de la empatía. Pero antes de nada, quiero desmentir el famoso mito que dice que "las personas con autismo no tienen empatía ni sentimientos". Porque esto es una mentira como un templo. La realidad es que podemos llegar a sentir más empatía que algunas personas neurotípicas, ya que nos suele importar mucho cómo se sienten los demás y queremos ofrecerles nuestro apoyo emocional siempre que podamos. Que a veces tengamos dificultades para saber lo que pueden estar pensando o sintiendo si no lo expresan de manera evidente no quiere decir que nos dé igual, pues la verdadera falta de empatía tiene lugar cuando eso no te importa ni lo más mínimo, seas capaz o no de entenderlo.
De hecho, yo muchas veces he llegado a absorber como una esponja las emociones de la persona que tenía enfrente, hasta el punto de sentir un nudo en la garganta si veía al otro llorar, o siendo capaz de reírme en situaciones públicas incluso cuando no entendía el chiste solo porque se me contagiaba la risa de las demás personas. Y también, por supuesto, siento mucha empatía hacia los animales, no soporto tampoco verlos sufrir y a veces me he llegado a plantear hasta la posibilidad de ser vegana o vegetariana. Pero de momento no lo he hecho porque tengo miedo de que eso pueda costarme la salud por la falta de algún nutriente esencial.
Algo que también está muy relacionado con mi sensibilidad es la intensidad con la que siento mis emociones. Mi día a día, desde que era niña, ha sido siempre una montaña rusa emocional, pues todo lo vivo a flor de piel, tanto lo bueno como lo malo. Y eso hace que esté tan acostumbrada a que me llamen exagerada e intensa. No obstante, esta característica no tiene por qué estar presente en todas las personas autistas o con síndrome de Asperger. De hecho, hay algunos que sufren de alexitimia y tienen dificultades para identificar sus propias emociones, y otros son hiposensibles y ni siquiera son capaces de experimentar dolor. Pero ese no es mi caso.
Y la última característica que me falta por mencionar relacionada con mi alta sensibilidad (y también, en cierto modo, con mi Asperger) es la profundidad del procesamiento. Pero, ¿qué quiere decir exactamente eso? Pues muy sencillo, que pienso y analizo todo demasiado, o, en otras palabras, que le doy muchas vueltas a las cosas. Este rasgo puede ser útil en ciertas ocasiones porque te permite ser una persona creativa, intuitiva y curiosa, pero, en exceso, te conduce a la rumiación y, por ende, al malestar.
Bueno, pues ya llegó el momento que supongo que habrás estado esperando desde el principio de este capítulo. Sí, voy a relacionar mi ansiedad con mi Asperger y mi alta sensibilidad. Porque, en efecto, todo tiene mucho que ver, más de lo que te imaginas. Así que, sin más preámbulos, vayamos al grano:
Las personas con Asperger o autismo necesitamos vivir en una rutina, ya que nuestro cerebro no soporta la incertidumbre ni los cambios, y por eso nos encanta la planificación. Por lo tanto, esta intolerancia a lo inesperado puede desembocar fácilmente en la ansiedad si nuestras necesidades no son satisfechas. Además, el tener que estar adaptándonos constantemente a un mundo caótico e imprevisible, en el que debemos esforzarnos constantemente para encajar, intentando comprender las ironías, las mentiras o las bromas y ocultando nuestros intereses especiales para evitar ser juzgados es algo que nos hace estar en tensión constante. Si a eso le añadimos la cantidad de estímulos intensos que tenemos que soportar día a día y el sentirnos incomprendidos en todo momento, lo que obtenemos es un sentimiento de ansiedad constante que nos hace preocuparnos por lo que los demás piensen de nosotros y, poco a poco, dejamos de mostrarnos auténticos delante de otras personas.
En cuanto a la alta sensibilidad, podemos decir que lo que desencadena la ansiedad es el conjunto de los cuatro pilares anteriormente mencionados (con los que toda PAS debe cumplir para considerarse como tal) si la persona altamente sensible no sabe gestionarlos bien: la profundidad del procesamiento, la intensa emocionalidad y empatía, la sensibilidad a las sutilezas y la sobreestimulación. Si te fijas, estas cuatro características fundamentales están muy relacionadas entre sí, ya que, si eres muy sensible a las sutilezas, tu cerebro las procesará de una manera más profunda y eso hará que las percibas y las sientas con una mayor intensidad emocional, lo que te convertirá en una persona más empática. Cuando estos tres pasos se repiten en exceso, tiene lugar la sobreestimulación, y, por ende, la ansiedad. Cabe destacar que, también, debido a todo esto, las PAS tienden a ser personas más perfeccionistas y autoexigentes, aunque con los demás sean más comprensivas por su alta empatía, y esta es una de las causas de la ansiedad. Además, la profundidad del procesamiento puede provocar perfectamente que imagines escenarios catastróficos en tu mente con una mayor frecuencia, y la intensidad emocional hará que experimentes fácilmente los síntomas de un ataque de ansiedad en momentos de sobreestimulación.
En conclusión, es importante añadir que la alta sensibilidad y el TEA, a pesar de que pueden coexistir en un mismo individuo y tengan ciertos aspectos en común, no dejan de ser cosas diferentes. La alta sensibilidad es un rasgo de la personalidad y el autismo es una condición de vida. Además, el espectro autista es muy amplio y, aunque todas las personas pertenecientes a él compartan las características propias de dicha condición, no hay ningún individuo exactamente igual a otro. Todos somos únicos y no debemos compararnos con nadie, sea neurotípico o neurodivergente. Y esta es la razón por la que el símbolo TEA ha dejado de ser la famosa pieza de puzzle azul (que estaba asociada al niño varón cuyo caso era un enigma y necesitaba encajar en la sociedad) para convertirse en un infinito que contiene todos los colores del arcoiris, y así hacernos ver que todas las personas del espectro somos únicas y diferentes.
En última instancia, quiero también hacer ver que, a pesar de que el término Asperger ya no se utilice, yo lo he mencionado en varias ocasiones a lo largo de este capítulo simplemente porque ese fue el nombre de mi diagnóstico en su momento, y que ahora todo forma parte del maravilloso e inclusivo espectro autista.
Espero que te haya gustado aprender un poquito más acerca de mí y que para ti todo esto que te he contado haya sido un consuelo si también eres sensible y diferente. Nos vemos en el próximo capítulo. Soy consciente de que este ha sido bastante largo... ¡Ja, ja, ja!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro