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Capítulo 8 • Desmemorias (II)

Una vez dentro de la cocina, el hombre me sentó con cuidado en una de las sillas y se preocupó de que pudiera llegar bien a la comida. Sin embargo, no pronunció palabra alguna hasta que la aparición de un erizo me hizo romper el silencio.

- ¡¡Un erizo!! -comenté ilusionada, elevando un poco la voz debido a la emoción.

- Baloon, venga, baja de la mesa que vamos a cenar -le pidió aquel hombre amablemente mientras le colocaba varias bellotas en un pequeño cuenco próximo a la mesa.

- Es una monada -recalqué.

- Te veo más calmada, me alegro -añadió él, manteniéndose serio.

- Todavía no me fío de ti, no te creas -le dije amenazante, con una mirada intimidante.

- ¿Por qué acaricias entonces a Baloon? -preguntó sarcástico.

- Si llevo aquí un mes y no me has matado, supongo que puedo fiarme un poco -reflexioné concienzuda mientras dejaba que el pequeño erizo rosado continuara lamiéndome el dedo.

Entonces, aquel hombre suspiró.

- ¿Y Harvey? Sal, pequeño, venga, que nuestra invitada al fin ha despertado, y ya puedes saludarla -sugirió con su apagada voz, aunque un tanto más alegre.

Al instante, un pequeño roedor asomó su cara por la rendija de una de la puerta de los armaritos de la cocina. Cercano al suelo, no tardó en salir de su escondite y venir a donde estábamos nosotros, dándome la bienvenida con un áspero lametazo en el pie y un pequeño mordisco.

- ¡Ay! - me quejé de inmediato.

- Harvey, venga, contén tu emoción -le regañó el hombre tras agacharse para ver dónde me había mordido.

- ¿Son tuyos? -le pregunté curiosa.

- Mis compañeros, sí -matizó él, mientras terminaba de mirarme la pierna y giraba su rostro hacia mí.

- Entiendo -dije con seriedad y bajando la mirada, pues sentía que acababa de meter la pata.

- No te preocupes por el mordisco, Harvey es un animal muy limpio y está bien cuidado. No te transmitirá ninguna infección, te lo aseguro -me explicó él mientras acariciaba al pequeño hurón y dejaba mi pierna reposar.

- No pasa nada, no me asustan los animales ni las infecciones. Nunca me he contagiado de nada -le comenté con cierto reparo, pues no entendía del todo qué estaba pasando.

- Lo sé, pero no por ello iba a no revisarte -respondió él, al tiempo en que se levantaba en dirección a su sitio.

- ¿El qué sabes? -le pregunté alarmada.

- Tu pierna, fíjate, ni rastro del mordisco -añadió él con seriedad, señalándomela mientras la elevaba de nuevo.

- Ah, sí -dije yo, tras comprobar que, efectivamente, no quedaba ni rastro de la herida.

- ¿No te había pasado antes? -me preguntó él, con la boca llena de comida, tragando casi como si de un animal más se tratase.

- Puede -intenté no responderle, pues no sabía por qué le interesaba tanto mi capacidad regenerativa.

Y volvió el silencio. Poco después, en el momento en el que ambas criaturas empezaron a comer, el hombre se levantó y sin decir nada más, empezó a ponerme agua y a servirme la comida.

- Come anda, que todavía no has probado bocado -añadió él, un pelín más amable.

- ¿Puedo? -pregunté ilusionada, con cierto brillo en mi mirada y la saliva ya en la boca.

- Tenías hambre, ¿eh? -comentó el hombre al tiempo en que elevaba una ceja, al verme devorar las salchichas y el pan. Dejó entonces entrever una cierta sonrisa entre su impasible serenidad.

Durante largos minutos únicamente comimos. Es más, de no ser por el ruido que hacíamos con los cubiertos y el brusco modo en que lo hacíamos, la sala podría haberse inundado de un silencio absoluto. Después, cuando ambos terminamos, le repetí varias de las preguntas que le había hecho previamente, pero continuó ignorándolas.

- Por favor, necesito saber qué está pasando, ayúdame -le supliqué.

- Estoy cansado -se excusó.

- ¿Por qué tienes un collar con el número XIV colgando del pecho? -inquirí.

- ¿Cómo? Mi collar es un reloj de arena, nada más -respondió él al tiempo en que escondía el collar entre la camisa negra que llevaba, probablemente en un intento por protegerlo.

- No, mira, fíjate -continué- El reloj de arena del que hablas, las líneas tienen tonalidades doradas más o menos intensas dependiendo de la letra romana que parecen formar -le expliqué.

Pensativo y un poco reacio, sacó el collar nuevamente de entre su camisa, sosteniéndolo sobre su mano.

- Está bien, explícame eso, pero ni se te ocurra tocarlo -me advirtió, autoritariamente.

- ¿Por qué no puedo tocarlo? -le pregunté disconforme.

- No puedes y punto -respondió tajante.

- Pero, ¿por qué? -insistí desconcertada.

- Es... - intentó articular palabra, pero antes de poder hacerlo se quedó pensando unos minutos, como si no pudiera explicármelo ni recordar si quiera por qué le importaba tanto.

- Es mi bien más preciado -terminó así la frase que trataba de pronunciar tras un tenso silencio.

Maravillada, intenté tocarlo, el líquido dorado que contenía en su interior se movía. Era como si tuviera vida.

- No lo toques -me advirtió tajante, con el ceño fruncido, denotando cierto enojo.

- Si me lo pides así... -sopesé.

- Tendré que mostrártelo por encima, pero necesito que acerques un poco esa manaza tuya si quieres verlo con claridad -le indiqué comprensiva, tratando de quitarle hierro al asunto.

- Hmm... -me gruñó un poco.

Aunque reacio, me acercó su mano, y con ella, el colgante.

- Mira, fíjate, la línea de arriba, únicamente el palo de arriba, está marcado en un tono dorado distinto al resto, mucho más oscuro -le dije.

- Después, si continúas observando con atención, en el cruce de las líneas centrales se distingue una (X) de un tono dorado mucho más brillante, a excepción de uno de sus palos, sobre el que encontramos dos colores superpuestos, uno de ellos (I) coincidente con ese dorado brillante de la X de la que forma parte, y otro de ellos en un tono más mate, el cual, coincide con la línea de abajo, con la que el reloj de arena se cierra, formando así la (V) con la que se puede crear la única combinación numérica que tendría sentido de acuerdo al funcionamiento de los números romanos, el número XIV -le dije con fascinación, concluyendo así mi explicación.

- Sí... es cierto... -me respondió pensativo, observando con detenimiento todos los detalles que le había descrito.

- Estaba fijándome antes porque estaba nerviosa y cuando estoy nerviosa me centro en cosas muy concretas, perdona si me he metido donde no me llaman -me disculpé un poco preocupada, pues parecía afectado.

- Gracias -añadió serio, con los ojos vidriosos, mientras cerraba el puño y apretaba su colgante antes de guardarlo de nuevo.

- Y... ¿sabes si el número puede tener algún significado? -le pregunté intrigada.

- Lo tiene -respondió con dureza.

- ¿Y puedo saberlo? -interpelé profundamente intrigada.

- No -contestó tajante.

- ¿Por qué? -insistí, llena de excitación.

- Al menos, no ahora, no hoy -respondió con el ceño fruncido mientas suspiraba cansado.

- Por favor, ¿qué puedo hacer para que me lo cuentes ahora? -insistí.

- Dormir -añadió él.

- Bueno, pues como no me cuentas qué significa, le voy a dar yo un significado -le expliqué.

- No puedes inventarte su significado -me recriminó él.

- ¿Cómo qué no? Claro que sí -le advertí e hice una pausa, con la intención de darle más dramatismo.

- ¿Cómo te llamas? -continué.

- No te incumbe -respondió bordemente, como venía siendo habitual.

- Lo que imaginaba, ¿ves? Ya tengo significado para el número XIV, pues es cómo te voy a llamar a partir de ahora -le expliqué con cierto retintín.

- No me gusta -contestó secamente.

- ¿Y qué tal VIX? -le pregunté, abierta a un pequeño giro.

- Mejor, pero ya no significaría catorce -reflexionó pensativo, tomándoselo en serio.

- Bueno, lo que importa es que nosotros lo entendamos -expresé positiva, intentando convencerle.

- Hmm... -gruñó de nuevo un tanto disconforme, mientras se llevaba la mano a la barbilla y miraba hacia el techo.

- Te vas a tener que aguantar -sostuve con firmeza antes de que pudiera decirme nada más.

- Bof... -resopló mostrando su desacuerdo.

- ¿Y ahora me vas a explicar cuál es su verdadero significado? -le pregunté de nuevo, como último intento.

- No -respondió tajantemente.

- ¿Y si hacemos una apuesta? -le sugerí.

- Tampoco -continuó negándose, aunque ahora más irritado.

- Venga -insistí.

- Por favor, por favor, por favor -insistí una y otra vez.

- Hmm... -gruñó un poco.

- ¿Si lo hacemos me dejarás en paz y podré llevarte a la cama? -me preguntó a regañadientes, un poco alterado.

- Te lo prometo -le respondí con firmeza, tratando de contener

- Bien, pues de qué clase de apuesta quieres que se trate -preguntó con seriedad.

- Pues... -me puse a pensar.

- Un concurso de miradas, por ejemplo. Quien aguante menos sin quitar la mirada sobre el otro tendrá que hacer algo que la otra persona le pida -propuse.

- Hecho -respondió con rotundidad.

Y así, nos quedamos mirándonos fijamente durante horas. Ninguno quería ceder, de modo que fue el sueño quien acabó decidiendo. En cuanto los ojos empezaron a cerrárseme mientras me recostaba sobre la mesa el juego concluyó. Y así, ya medio dormida, el hombre misterioso se levantó para llevarme de nuevo a la cama.

- Menos mal que has despertado pequeña, ahora descansa -me susurró tras acostarme, con un tono mucho más dulce y amable.

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