Capítulo 4 • Misterios (II)
Tras el chasco, lo que restó de la hora del patio estuvimos hablando.
Érika me contó que tenía miedo al futuro, o más bien, a que su futuro no fuera tal como ella soñaba. No tenía interés en lo académico, pues concebía su vida como un viaje en el que descubrir diferentes mundos, culturas y personas. Sin embargo, no creía poder cumplir su sueño de viajar si no convencía a su padre.
Yo le conté que mi sueño era ser bioquímica o genetista, con el objetivo de desarrollar curas a enfermedades aparentemente incurables y con ello poder ayudar a muchas personas.
Recuerdo insistir también en la relativa importancia de los estudios y en que llegaría a lo que ella quisiera, pues parecía ser de esas pocas personas que a los dieciocho años de edad deciden vivir su vida y apostar por su propio sistema.
Érika se emocionó entonces y me abrazó poco después. Nunca antes alguien había creído tan ciegamente en ella.
Luego continuamos hablando un rato más y a pesar de que no suelo hablar de mi vida personal, Érika me transmitió la suficiente confianza como para hacerlo. De modo que, decidí contarle cómo descubrí aquel lugar.
- Como persona altamente curiosa que soy -le dije a Érika.
- Hace unos años me fui a investigar la zona que todos los niños temían acercarse. La zona del roble, en la parte trasera del instituto, junto a la puerta de acceso a la azotea -expliqué.
- ¿Qué edad teníais? -me preguntó.
- Creo que estábamos en el primer curso de la ESO -continué- El tutor nos contó que los ruidos que escuchábamos durante las clases, eran gritos agonizantes de niños que se portaban mal, a los cuales, el monstruo que dormía en el roble de detrás del colegio raptaba en la hora del patio -le expliqué.
- Muy majo tu profe -me interrumpió con ironía.
- Evidentemente, todo eso era una mentira que el tutor nos decía para que no nos alejáramos de la zona que estaba supervisada por el profesorado, pero claro, a esa edad nosotros no teníamos ni idea y yo me sentía bastante valiente adentrándome en el territorio de Norn, el roble maldito. En consecuencia, al poco tiempo, el resto de niños empezó a pensar que tras volver de la zona del roble con vida había sido poseída por él y empezaron a llamarme Norn. Y así, rápidamente quedé excluida del resto del grupo, siéndome cada vez más difícil acercarme -le dije.
- ¿Y qué hiciste? -preguntó inquieta.
- Para solucionarlo intenté descubrir el verdadero significado de los gritos que en ocasiones podían oírse, procedentes del interior del roble. Me acerqué entonces al árbol y subí a través de sus ramas, esperando encontrar en la cima cualquier cosa menos cadáveres. Finalmente, el misterio quedó resuelto. Los ruidos procedían de una pequeña habitación que el árbol tapaba con sus ramas, siendo incrementados por el tronco, que funcionaba como un amplificador natural -expliqué.
- Al final, resultó ser una gata y sus siete crías recién nacidas que no paraban de maullar, causando esos ruidos que el árbol distorsionaba y que tanto misterio habían generado -añadí resuelta, a modo de conclusión.
- Joo, ¡qué suertee! Los gatos son adorables -subrayó Érika, haciendo gestos adorables con sus mofletes.
- De hecho, desde que los encontré, siempre les llevaba comida e iba a jugar con ellos. Y uno de ellos, el más gordito, era mi favorito. A él le llamé Pop, debido a que hacía burbujitas con la saliva y era el sonido que producían. También había otra cría a la que tenía mucho cariño, era un gato gris de ojos verdes, quien por ser la cría más pequeña de la camada siempre se me acurrucaba, pero nunca dejaba de dar guerra al resto de sus hermanos -declaré.
- Es por ese motivo que le llamé D'Artagnan -confesé.
- ¡Ay! ¡me encanta! -exclamó ilusionada, tapándose la boca para contener la emoción.
- Al pequeño D'Artagnan... -continué- ...al principio, sus hermanos le apartaban e incluso su madre no quería amamantarlo. Probablemente por el instinto de supervivencia de los propios animales. Por eso yo le alimentaba con leche y jeringuillas que me traía de casa, de tal forma que acabó creciendo fuerte y sano, hasta el punto de que en un momento dado su madre empezó a amamantarlo también junto al resto de hermanos -concluí.
- ¡Wow! -comentó Érika, maravillada.
- Recuerdo que eso me hizo muy feliz, sí -manifesté complacida.
- Sin embargo, al cabo de unos meses esa felicidad se detuvo por un día. Pues, como sabes, los niños muchas veces son crueles y a mí me habían relacionado con Norn y la muerte que envolvía su historia. De tal modo que, un día, algunos críos decidieron hacerse los valientes y vinieron a por mí, para acabar con la "maldición" del colegio. Éstos, creyeron que estaba maldita porque relacionaban la extraña rugosidad de mi piel con la corteza de Norn, el roble del patio, empezándome a considerar una personificación del mismo. Así pues, juraron evitar que ningún otro niño más muriera, acabando con la vida de Norn personificado, es decir, conmigo -clarifiqué.
- ¡No! -proclamó Érika, llevándose de nuevo la mano a la boca, al esperarse lo peor.
- Sí, Érika -le dije, con resentimiento todavía en mi voz.
- Recuerdo que eran muchos los que vinieron, me tiraron al suelo y me cogieron del pelo. Después me arrastraron hacia la habitación trasera del árbol, en donde se escondían los gatos, e intentaron "acabar" conmigo a patadas -concluí.
- He de decirte también que de pequeña era una niña muy endeble. Y, por lo tanto, no tenía forma de parar aquello por mis propios medios. No sabía qué más pretendían hacerme, pero antes de que algo pudiera pasar aparecieron los gatos que había prácticamente criado, ya más mayores, y comenzaron a maullar, descubriéndose así el secreto. La madre, además, saltó hacia los niños para que me soltaran, pero sólo consiguió arañar a uno de ellos, por lo que fue golpeada y lanzada con gran fuerza contra la pared mientras un niño trataba de desprenderse de ella. Segundos después, cayó al suelo entumecida. Seguía viva, pero estaba débil y probablemente moriría -le conté a Érika con mucha tensión y las lágrimas contenidas.
- No puede ser... ¿y cómo acabó todo? -preguntó Érika preocupada y compungida.
- Nada, lo lógico. Al ver lo que habían hecho, los niños salieron del cuarto despavoridos, tratando de olvidar lo sucedido. Yo, en cambio, me quedé con la madre durante la hora más de vida que vivió, y acabé llorando junto al resto de los gatitos, que maullaban junto a su cuerpo. Pop, mi pequeño gordinflón se tumbó sobre mis piernas tratando de consolarme -le respondí seriamente al recordar el traumático suceso.
- Pero ahí no acabó todo -añadí.
- Al poco, algunos niños volvieron para comprobar si realmente la gata había muerto. Entonces, al verme con ella, me amenazaron con tener que callarme sobre lo sucedido si no quería ser más golpeada de lo que ya iba a serlo. Yo no sabía defenderme y tampoco tenía demasiada fuerza, de modo que acabé magullada y llena de moretones. Estuvieron así hasta quedar satisfechos. Después se marcharon -le comenté seguidamente.
- ¡Qué fuerte! -se le escapó de repente, sin poder llegar a creérselo del todo.
- Me dio la impresión de que necesitaban desahogarse tras haberle quitado la vida a un ser vivo -añadí compungida, tratando de comprenderles.
- Rose, no les justifiques. Lo que hicieron no está bien, no importa los motivos -concluyó más seria, preocupada por mí.
Pese a su apariencia más infantil, más despreocupada, sabía quererse mejor.
- Una vez estuve sola, al fin, con la cara llena de moratones, descubrí unas escaleras en la habitación donde me habían apaleado. Y aunque estaba todo oscuro, las subí y encontré mi zona de seguridad, mi espacio de tranquilidad, la azotea en la que ahora nos encontramos -le expliqué.
- La azotea estaba abierta y junto a ella, Pop me esperaba jugando con las llaves, rodando en el suelo feliz, como si nada hubiera sucedido.
- ¡Qué monadaa! -exclamó de nuevo con su dulce voz.
- Así pues, aunque con dificultad, pude abrir la puerta de la azotea gracias a las llaves que me trajo mi amigo gatuno. Luego ya, una vez arriba, grité por ayuda a los profesores, y aunque tardaron mucho en darse cuenta de que los niños me habían encerrado, tras sacarme y contarles lo sucedido, los expedientaron y fueron expulsados durante semanas -concluí.
- Estoy flipando -me confesó Érika- De verdad, no lo puedo creer -continuó, mostrando su sorpresa.
- Y si tienes curiosidad sobre qué paso luego con ellos, la verdad es que no sé qué fue de los gatos. Probablemente siguieron sus vidas en las calles -le dije a Érika.
- Jo, qué penaa -se quejó haciendo pucheros.
- Sin embargo, aquella experiencia a mí me marcó mucho. Entonces me juré a mí misma que me protegería de cualquiera que intentara hacerme daño, a mí o a mis seres queridos -le confesé, coléricamente decidida.
Y así, al poco de terminar mi historia la hora del patio concluyó y tuvimos que volver a clase. Durante la impartición de las mismas no dejé de darle vueltas a todo lo vivido desde aquella extraña mañana. Recopilé en mi cabeza cada uno de los acontecimientos vividos, y de ese modo, mientras quedaba inmersa en mis pensamientos y la clase me pasaba desapercibida, empecé a realizar un esbozo del hombre que se me había aparecido en la niebla.
La verdad es que ahora que lo pienso, si VIX se hubiera dado cuenta de que le había dibujado mientras, no le hubiera hecho ninguna gracia.
¡Qué lástima no haber conservado el dibujo! Teniendo en cuenta lo serio que es... ¡cómo me hubiera reído! - pensé por un momento mientras a mis 21 años trataba de reconstruir todo mi pasado palabra a palabra con tal de recuperarlo.
Así pues, aquél día, mientras hacía un bosquejo de VIX en las horas lectivas, mi cabeza no dejó de divagar y el caos se apoderó de ella.
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