Capítulo 35 • Despertares (I)
Segunda realidad · Año 2047 · 18 de Noviembre · Canadá ·
Era la primera vez que probaba uno. Su sabor era horrible y el humo de las primeras caladas te rascaba la garganta, pero la sensación final era increíble. Era como si te drogaras o al menos eso creía estar haciendo, aunque en ese momento no sabía muy bien lo que decía.
Y mientras tanto, la anciana continuó con la conversación.
- Cielo, por lo que veo, vuestra situación sentimental no es nada fácil. Entiendo que hayas querido huir pero, ¿de verdad crees que vale la pena estar aquí, sin aprovechar hasta el último momento en el que podríais estar juntos? -me preguntó preocupada.
- No lo había pensado... Puede que tenga razón... -sopesé apenada.
Y así, conforme pensaba más en ello, más me daba cuenta de que todo por lo que habíamos discutido no era lo bastante importante como para estar separados el resto del tiempo que nos quedara.
- Si de verdad has aceptado su decisión y le quieres, yo no perdería el poco tiempo que os quede guardándole rencor -me advirtió con convicción.
- Ya... -le respondí triste, únicamente pudiéndome centrar en mi dolor.
- Lo sé, niña, es muy duro. Pero tienes la oportunidad de decidir cómo quieres que sea el final de vuestra historia y no deberías desaprovecharla estando aquí -me comentó apesadumbrada. Parecía estar mucho más implicada emocionalmente en nuestra relación de lo que debería esperarse.
Y entonces, el recuerdo de la última vez que había visto a VIX vino a mi mente como si de una realidad inmediata se tratase. Su cara de preocupación, los ojos vidriosos que mostraban cómo se desmoronaba mientras me despedía de él antes de salir corriendo... Él sabía que estaba demasiado herido para perseguirme, pero yo estaba demasiado dolida como para quedarme.
¿Cómo estaría? ¿seguiría en la cabaña? Eran algunas de las preguntas que empecé a plantearme conforme mi enfado se iba disipando.
- Tiene razón, no sé cómo no he podido verlo... -le respondí con corage mientras terminaba de secarme las lágrimas.
- Niña, es normal que tu primera reacción haya sido escapar. Afrontar el dolor no es fácil, pero sé que eres fuerte y podrás con ello -me aleccionó con ternura.
- Tiene toda la razón, ¡tengo que volver con él! -exclamé con rapidez mientras me levantaba de un salto.
- Hermaana noo, ¿acaso no te acuerdas de por qué estamos aquí? -me recordó Liam desde su sofá mientras me dirigía a la puerta.
Apreté mis puños con rabia. No, no me acordaba. No podía salir de allí mientras los pueblerinos siguieran buscándome.
- ¿¿Y entonces qué hago?? -le pregunté impotente.
- Esperar -me respondió con enorme pasividad.
- ¡¿Esperar?! -exclamé disconforme.
- Sí, tener paciencia -me reiteró tranquilo.
- Pero, ¿y si están en peligro? ¿Y si Atenea ha ido hasta la cabaña? -le pregunté nerviosa.
- Rose, deja de estresarte, que me estresas. Piensa, ¿cómo va a encontrar Atenea la cabaña si VIX tiene su colgante? -me explicó con calma.
- No lo sé Liam, ella me ha visto, me ha intentado disparar -añadí estresada.
- Lo sé, os he visto en la plaza. Pero le hemos despistado, confía en mí -me explicó sosegado desde el sillón sobre el que se encontraba, tratando de transmitirme esa misma serenitud.
- Quiero confiar, de verdad... -empecé a relajarme y a intentar convencerme de que todo iría bien.
- Claaaro, tú relájate -me confirmó calmado, demasiado calmado para todo lo que le había contado.
- Pero tu abuela tiene razón, no debería estar aquí... No debería haberme ido, os estoy poniendo a todos en peligro -le dije compungida.
- Tranquila, centro del mundo -me recriminó burlón.
- Centro del mundo, no. Te acabo de decir que una asesina profesional debe de estar buscándome y puede que también acuda a aquí, ¿¿cómo puedes estar tan tranquilo?? -le discutí nuevamente, alterada.
- Pues probablemente por el porro, y porque también soy un asesino -me respondió risueño, como si aquello que acababa de confesarme fuera una anécdota más de su vida.
Inmediatamente después empezamos a reirnos de manera descontrolada.
- ¿Qué? ¿Y qué piensas hacer? ¿Matar a Atenea delante de tu abuela? -pregunté entre risas, hasta el punto en que se me saltaban las lágrimas.
Entonces, el tono del ambiente cambio por completo, pues Liam dejó de reirse y cambió su rostro a una seriedad profunda.
- Si es necesario, lo haré. Pero si podemos evitarlo, mejor. Suele resultarme desagradable y aburrido -reflexionó rotundo, contrariamente al carácter jocoso y despreocupado que durante horas me había estado mostrando.
Estaba desconcertada. No esperaba esa respuesta.
- Vale, pues eres un asesino, muy bien. Pero es que no lo entiendes, no es tan sencillo, ¡esa mujer está loca, casi mata a VIX! -continuaba sin tomármelo en serio, probablemente por los efectos del porro, que ya me estaba subiendo.
- La que no lo entiendes eres tú, yo también soy un asesino. No es que haya matado a alguien sin querer. Te estoy ayudando, pero no es porque sea buena persona, no estoy jugando a salvar el mundo, sino a salvar mí mundo. Aún así, no te preocupes, no creo que haga falta un enfrentamiento directo con Atenea para poder llegar a la cabaña del bosque -me rectificó molesto, sin rastro ya de aquellas risillas tontas que nos habíamos estado pegando en el sofá.
- ¿Y eso cómo lo sabes? -le pregunté intentando contenerme la risa, tapando mi boca con la mano.
- Novia de Nat, te creía más inteligente -me recriminó.
- Venga sí, tú provócame, a ver si ya no sólo es un asesino y somos dos -le respondí molesta, con una actitud mucho más agresiva.
- No olvides que estoy de tu parte y que por suerte para ti, no todo es lo que parece. Si te digo que estés tranquila es porque de verdad puedes estarlo -me advirtió calmado.
- Porque confías en tus habilidades, ¿no? -le respondí condescendiente.
- Eso una, porque soy la polla. Pero Rose, me estás subestimando otra vez. Mi gente lleva vigilando la casa desde el momento en el que hemos bajado del techo -me comentó con suma confianza.
- ¿Cómo? -musité sorprendida.
- Te dije que confiaras. En Quebec, yo soy el guardián de los bajos fondos -me reprendió orgulloso.
- Y entonces, ¿qué podemos hacer nosotros? -le pregunté desconcertada.
- Lo que te he dicho hace unos minutos -respondió más amablemente.
- ¿Esperar? -pregunté dudosa.
- Bieen, lo vas captando. Tenemos que esperar a que mis compañeros me avisen de que todo está despejado para poder salir, pero mientras que no nos digan nada continuamos más a salvo aquí dentro -me explicó más tranquilo, con ese carácter risueño que había mantenido toda la tarde.
- Está bien... -acepté con hastío y un poco molesta.
- Yo te puedo contar mientras la leyenda de El despertar de los bosques, ¿te apetece? -añadió la anciana muy tiernamente.
- Abuela, esos cuentos son pa' críos... -comentó Liam totalmente disconforme.
- ¡Tú a callar! -le lanzó un grito aquella anciana de largos cabellos blancos, mientras enfadada, se encogía de hombros y golpeaba el suelo con el bastón que sujetaba.
Liam enmudeció entonces.
- Muy bien -respondió tajante, preparándose para contar la historia.
- Qué pereza -comentó para sí, al tiempo en que sacaba una pistola y unos fajos de billetes de dentro de la caja.
- ¿Qué dices? -le preguntó su abuela que, al parecer, estaba un poco sorda.
- Nada, abuela, nada. Tú dale caña a la historia -le respondió con evasivas mientras cargaba la pistola y empezaba a contar el dinero.
Y así, sin más dilación, la anciana empezó a narrar aquel mágico relato al que había dado el nombre de "El despertar de los bosques".
Cuenta la leyenda que, una noche de invierno los árboles de Quebec se morían de frío, las cortezas de sus troncos sangraban como si de lágrimas se tratasen, envueltas en una maldición que empezó a consumir la vitalidad del bosque. Sus hojas adquirieron colores rojizos debido a la sangre, las aguas cristalinas se tornaron metálicas y otros muchos cambios empezaron a darse. Sin embargo, un día, el paseo desenfadado y alegre de una niña a través del bosque fue el comienzo de su revitalización, por el que éste decidió otorgarle, en agradecimiento, un don sin parangón. Este don le permitía vivir mucho más tiempo de lo normal, al igual que la niña había salvado al bosque de su muerte inminente, otorgándole más tiempo. Pero aquel don podía verse también como una maldición, pues conllevaba asimismo una gran responsabilidad que marcaría para siempre su destino. Pues éste ligaría a la niña con el alma del bosque, convirtiéndola en uno de los elegidos, con los que el bosque buscaría llevar a cabo su venganza contra los hombres.
Poco después de terminar su historia una fuerte ventisca abrió las puertas de la ventana, golpeándolas fuertemente contra la pared, y todas las velas que iluminaban el salón se apagaron, dejándonos prácticamente en una absoluta oscuridad.
- ¿Qué ha pasado? -pregunté extrañada.
- ¿Cómo encedemos las velas? -continué preguntando, pero sólo pude escuchar un extraño gruñido.
- ¿Liam? -pregunté titubeante.
No me dio tiempo a reaccionar. Al momento estaba viendo cómo una criatura descomunal se abalanzaba sobre mí.
- ¿¡Liam!? -grité entre lágrimas.
Y de repente, estaba en el suelo, con los hombros ensangrentados, marcados por las enormes garras de aquel animal.
No mucho después volvió a levantarse con intención de matarme y entonces lo vi claramente. Era un oso tres veces más grande de lo normal, con una enorme masa corporal envuelta en un singular pelaje de tonos rojizos.
- ¿¿Pero qué ha pasado?? -gritaba para mis adentros.
Aquel oso parecía furioso, como si estuviera fuera de sí. Y entonces, pronto se abalanzó nuevamente contra mí. Frente a ello y temiendo por mi vida, cerré los ojos, aparté el rostro hacia un lado y endurecí mis cabellos, logrando protegerme dentro de ellos.
Pero el oso no paró de atacarme, empezó a arañar mi pelo descontroladamente, como si estuviera desesperado por matarme, no pudiendo ocasionarme nada más que unos pequeños rasguños, de tal modo que conforme más fallaba, más fuertemente gruñía. Pero lo peor fue, que aquello acabó alertando a los guardias de Liam.
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