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Capítulo 33 • Desencuentros (I)

Segunda realidad · Año 2039 · 18 de Noviembre · Canadá

Al final, lo cierto es que de lo único que sí éramos responsables era del modo en el que nos tratábamos. Y tanto VIX como yo, por mucho que discutiéramos, nos queríamos más que a nada.

Sólo por el otro dejábamos nuestro ego a un lado. Y eso era bonito, aunque para entonces no pudiera verlo.

- Le encontraré Rose -afirmó convencido, dolido también, sintiéndose muy culpable de lo trastocada que había acabado mi vida, así como de todo el sufrimiento por el que había tenido que pasar.

- ¿Cómo? -pregunté entre lágrimas.
En cierta manera sintiendo que él era mi única esperanza.

- Volveré a esa realidad y lo encontraré. Después volveré a aquí y podremos estar juntos de nuevo. Te lo prometo -trató de hacerme ver así hasta dónde estaría dispuesto a llegar por mí.

- En ese caso, no pienso dejar que vayas solo -rechacé su oferta con dureza.

- No sabemos qué nos podemos encontrar en el futuro. Es mejor que tú te quedes con Nathan y que juntos desarrolléis la organización -me contradijo, también concienzudo.

- Ni de coña, yo voy a encontrar a mi hermano pequeño -rechacé tajantemente su oferta, manteniéndome firme en mis convicciones.

- Pero Rose, es mejor que os preparéis y que cuando estéis listos, nos reencontremos en esta misma casa, con todos nuestros objetivos cumplidos y todos los planes desarrollados -me intentó convencer, totalmente en desacuerdo con lo que le pedía.

No se arriesgaría a volver a ponerme en peligro.

- De nuevo, ¿por qué tienes siempre que decidir qué es lo mejor para mí? ¿No entiendes que mi vida no tiene sentido sin Léon y sin ti? ¡No puedes irte sin más y dejarme aquí, ahora que estoy enamorada de ti! -le recriminé molesta, pero sobre todo dolida.

- ¿Estás enamorada de mí? -me preguntó tímidamente, como si no pudiera creerlo.

Era la primera vez que se lo decía directamente. No obstante, pese a la tímida y dudosa voz que había puesto, yo sabía que aquella simple frase, por el gesto de su rostro con cierta turbación y sonrojo, le había hecho más feliz que cualquier otra cosa en el mundo.

- ¡Pues claro, idiota! ¿Por qué no te entra en la cabeza? No pienso quedarme aquí, lejos de las personas que amo -le recriminé molesta.

- Está bien, si es lo que quieres, no seré yo quien te lo impida -concluyó serio.

- ¿Acaso no quieres que estemos juntos? -le pregunté dolida.

- También estoy enamorado de ti, pero es complicado Rose, tú eres menor de edad y yo... -me confesó inseguro, debido a la complejidad moral que le suponía aquella decisión.

- ¡Pues ya está! ¡No dejes que la opinión externa impida que un amor que ha desafiado las leyes del tiempo caiga en el olvido! -le recriminé obstinada.

- Tienes razón, Rose. Aún así, debo de ser yo el primero en cruzar el portal -añadió con dureza.

- ¿Por qué tú y no yo? -pregunté desconfiada.

- Las leyes del tiempo sólo necesitan un receptáculo con el que equilibrar sus paradojas. Esa persona es la que atraviesa en primer lugar los dos extremos abiertos en un mismo portal -me explicó serio.

- Eso quiere decir que el tiempo sólo te robaría vida a ti, ¿no? -reflexioné con agudeza.

- Sí... -me confesó con una profunda y grave voz, como si prefiriera que no lo recordase.

- Entonces, definitivamente no. Me niego -le aseveré con firmeza, totalmente disconforme.

- Rose, es mi última petición. De lo contrario no aceptaré que vengas -se mantuvo en su sitio, también obstinado.

- ¡Pero es que no tiene sentido! ¡Soy mucho más joven que tú! De esa manera no tendríamos que preocuparnos por la diferencia de edad y podríamos estar juntos -le reproché desquiciada.

- ¿Qué es perfecto Rose? ¿Es que no te importa tu vida o qué? No voy a permitir que pierdas catorce años por mí -me reprochó sereno, pero disconforme.

- Creía que querías estar conmigo, que habías vuelto por eso... -añadí decepcionada, y triste también.

- Sí, así es... Pero no a costa tus años de vida. Yo ya he vivido mucho más de lo que tú lo hiciste... Ahora te toca a ti -me respondió afligido, tratando de hacerme comprender el porqué de su decisión.

- Me da igual vivir catorce años más si el resto de mi vida no es junto a ti -le reproché desde lo más profundo de mi corazón.

- Ya te he dicho mis condiciones, si cruzamos la frontera temporal en busca de tu hermano, seré yo quien asuma la responsabilidad y el paso del tiempo -me lo repitió tozudo.

En este tipo de decisiones morales, VIX era incapaz de ceder, y mi cabezonería no solía poder con la suya. Esa ocasión no fue distinta.

- ¿Por qué tienes que hacerme elegir entre mi hermano y nuestra relación? -le recriminé cansada.

- Lo siento Rose... Vine aquí para protegerte y es lo que voy a hacer -se mantuvo firme, sufriendo también, pero sobre todo por verme sufrir.

VIX tenía muy presentes sus sentimientos pasados, cuando tres años antes pasó por una profunda depresión. En este sentido, por su pasado y por su experiencia, VIX sabía que a la larga se sentiría mucho mejor consigo mismo si las cosas quedaban así. Y aunque me costó verlo, finalmente lo hice.

Quise respetarlo, al igual que él había hecho tantas otras veces conmigo. Aunque no por ello pude estar de acuerdo. No lo estuve, de hecho. En absoluto.

Para cuando acepté, no podía ni mirarle a la cara. Estaba demasiado enfadada con todo lo que aquella decisión suponía. Perdía demasiado. Nos perdía a nosotros.

- Está bien, lo haremos a tu manera, pero esto no te lo voy a perdonar nunca -concluí entre lágrimas, sin saber bien si estaba molesta o disgustada.

- Lo sé -respondió serio, bajando su mirada y mostrando en su voz un agridulce sabor de boca.

Yo, por mi parte, enfadada y con el corazón roto salí corriendo de la cabaña del árbol en busca de soledad.

No obstante, el destino fue caprichoso y quiso que Atenea y yo nos volviéramos a encontrar.

En una de las callejuelas de la aldea de Quebec, próxima a la zona del bosque en la que se encontraba la cabaña, fue dónde la ví.

Apoyada sobre la pared de una de las pequeñas casas de piedra que adornaban las callejuelas de aquella solitaria aldea, Atenea avanzaba poco a poco, dejando tras de sí un rastro de sangre.

No había nadie en la calle, únicamente nosotras. No era difícil que ella también pudiera verme. Instantes después de cruzar nuestras miradas sacó su pistola y apretó el gatillo. Rápidamente la bala atravesó uno de los árboles entre los que me escondía mientras le observaba. Había fallado por poco, probablemente porque estaba demasiado débil.

Poco después, ante el sonido del disparo, varios vecinos salieron de sus casas y trataron de ayudarle. Y yo aproveché la ocasión para salir corriendo de allí. No quería problemas, pero lo cierto es que aquel acto acabó incriminándome.

Atenea me señaló mientras corría, culpándome del estado en el que se encontraba y pidiéndoles a aquellos ilusos que le ayudaran a hacer justicia.

Y así, sin más, sin pensárselo dos veces, varias de las personas que se encontraban rodeando a Atenea, al ver el estado de gravedad en el que se encontraba, empezaron a perseguirme.

- ¡¿Cómo has podido hacerle eso a esa pobre chica?! ¡Animal! ¡Asesina! -fueron varias de las palabras que aquella multitud enfurecida vociferó durante la persecución.

Me persiguieron a través de las sinuosas y estrechas calles de Quebec, mientras intentaba despirtarles colándome por algún pasadizo, tirándoles barriles o tenderetes que iba encontrando, dejando restos de corteza por zonas en las que no pasaría o tratando de mimetizarme con algunos de los robles que decoraban las calles.

- ¡Criminal! ¡No huyas cobarde! -fueron otras de las muchas palabras que vociferaron tumultuosamente mientras corrían en desbandada.

Así pues, viéndome en tan inesperadas circunstancias, sin tener una oportunidad real de poder llegar hasta el bosque sin ser perseguida por aquella masa descontrolada, paré en seco con tal de entregarme. Pero antes de eso, una mano amiga, que no sabía que lo era, tiró de mí hacia un callejón oculto.

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