Capítulo 21 • Niñerías (I)
Segunda realidad · Año 2047 · 30 de Octubre · Canadá ·
- Pasad, ¡rápido! - indicó el niño mientras nos abría la puerta, tras habernos visto llegar desde una de las ventanas.
Una vez dentro, me quedé maravillada con su arquitectura. El interior de la casa era tan acogedor y envolvente como parecía desde fuera. La entrada del piso inferior daba a un mueble de madera sobre el que se enroscaban algunas de las enredaderas que bordeaban la casa. Colocado sobre éste, un espejo circular de tamaño medio y decorado con pequeñas tiras de madera, le otorgaban una forma de sol, captando toda la atención de la entrada principal.
Asimismo, en uno de los lados del mueble, destacaba también un jarrón ovalado de un color crema, del que sobresalían cinco o seis ramas onduladas, enroscadas sobre sí. En el otro extremo, no pasaban tampoco desapercibidos los diversos troncos que, apilados unos sobre otros, hacían de soporte al hacha con la que debían haberse cortado.
Por su parte, el joven nos presentó el comedor, con tal de acomodarnos. Éste, se encontraba situado junto a la entrada, ocupando la mayor parte de la casa. En él, destacaba el enorme sofá, sobre el que recaían mullidos almohadones de algodón, con tonos crudos, beige y arena, sobre los cuales, una enorme manta blanca de pelo largo, que cubría la mitad del sofá, sugería una gran comodidad.
Frente a éste, destacaba también una pequeña mesita de tronco de árbol, realizada mediante el corte de uno de sus anillos, sobre la que habían situadas gruesas velas de cera encendidas y cuencos llenos de algunos de los dulces canadienses que más le gustaban a VIX, entre los que pude ver diversos timbits, muffins de arándanos y rosquillas de sirope de arce.
El salón también disponía de dos estanterías de mimbre, rectangulares y alargadas, repletas de objetos relajantes que iban desde velas aromáticas a algunos pequeños libros apilados, o un jarrón con flores secas y una figura de un buda sentado. Asimismo, recostada sobre una de las estanterías, prácticamente escondida tras una de las sillas que había hechas de mimbre, con el culo en forma de concha, y cojines sobre las mismas, llamaba la atención una guitarra.
Y más sorprendente si cabe, todo lo descrito sobre el comedor se encontraba situado alrededor del tronco que nacía del centro. De este modo, en los lados que más sobresalían, una chimenea y una cocina se abrían paso entre el mismo, otorgando mayor dinamismo a su interior.
Así pues, asentados ya, con Harvey habiendo vuelto a su tamaño natural, el chico preparó una taza de chocolate caliente antes de sentarse sobre una de las sillas que se encontraban situadas frente al sofá, sobre el que me había aposentado.
- ¿Estás bien? -me preguntó preocupado, con la cara enrojecida, tratando de esconder su vergüenza mientras me entregaba la taza de chocolate.
El joven que nos abrió la puerta tenía unos pequeños vibrantes ojos verdes y una sonrisa de oreja a oreja que le mostraban como una persona afable y confiada que me resultaba familiar. Y entonces, até cabos.
- ¿Nathan? -le pregunté con duda.
- Sí, soy yo -me respondió tímidamente, tal como lo recordaba.
- ¿Te acuerdas de mí? -le pregunté, de nuevo, ahora emocionada, ante lo inesperado que me resultaba haberme reencontrado con él en tales circunstancias.
- ¡Claro! Nos conocimos hace seis años, cuando te perdiste por el bosque -exclamó enérgico, lleno de alegría y dulzura en sus palabras.
Me confirmó así mis sospechas, entornando una pequeña sonrisa.
- Entonces, ¿qué edad tienes ahora? ¿Once? -continué con el interrogatorio.
- Claro, Ro. Seis menos que tú, como siempre -me respondió tiernamente.
Ante tales circunstancias, no pude contener la emoción y le di un
enorme abrazo sin avisar.
- ¡No sabes lo feliz que me hace saber que eres tú! -le comuniqué con franqueza, un poco más animada, mientras continuaba apretujándolo contra mí.
- ¿Sí? -exclamó sorprendido, tapándose la cara con la camisa que llevaba, con tal de esconder la vergüenza que le daba estar hablando conmigo.
- ¿Y vives aquí tú solo? -pregunté sorprendida.
- No, desde hace meses vivo con el pequeño Jawara. Cuando despierte te lo presento -explicó con su dulzura característica.
- ¿Jawara? Ese nombre me suena... -comenté en voz alta.
- Puede ser, al fin y al cabo, es hijo adoptivo de Sinnom -expuso él.
- ¿Sinnom? -pregunté de nuevo, extrañada.
- Sí, Ro, el compañero de Harvey, ese señor mayor que es tan bueno. Me dijo que pasaba las mañanas contigo -concluyó reflexivo.
- ¿Estás hablando de VIX? Porque yo más bien lo definiría como un hombre molesto -pregunté extrañada, sin buscar realmente una respuesta.
- ¿Molesto Sinnom? ¡Qué va! ¡Si siempre está preocupado por todos! Es sólo que hay muchas cosas de su pasado que le duelen mucho y por eso puede parecer borde, pero nunca le he visto ponerle mala cara a Jawara, sino más bien lo contrario, pues no deja de hacerle carantoñas y bailes raros con tal de hacerle reír -respondió sorprendido, mostrando su total disconformidad con mi argumento.
- ¿Bailes VIX? Eso tengo que verlo -añadí burlona, soltando una pequeña carcajada que traté de contener.
- Sobre lo del nombre que decías -retomó él.
- Yo le llamo Sinnom (Sin nombre) porque nunca me dio un nombre con el que referirme a él -me explicó hastiado.
- Vale, sí, definitivamente estamos hablando de la misma persona. Yo le di el nombre de VIX por la misma razón, y parece que responde bien a ese -le concreté también mis motivos.
- Ah, ¡Pues sobre el mío nunca ha hecho ni caso! Le llamaré así entonces -exclamó sorprendido, y en parte feliz por VIX, porque parecía que se había abierto más a otra persona que no fuera él mismo.
Poco después del bostezo de Harvey, el llanto del bebé que había escuchado horas antes empezó a sonar de nuevo.
- Jawara nos reclama -indicó Nathan, lleno de emoción.
Así pues, nos dirigimos a su cuarto.
Era una habitación luminosa, con el suelo de madera e impolutas paredes añejas pintadas de un blanco roto, a excepción de aquella más próxima a la cuna, que había sido utilizada como lienzo, habiéndose realizado sobre ella un increíble dibujo del bosque de Quebec, con un realismo muy logrado y un acabado monocromático que parecía fruto de la técnica de la aguada a tinta color café, con la que las figuras parecían adquirir un aspecto flotante, casi evanescente.
También, la pequeña habitación disponía de una cómoda y un ropero, de tonos claros y crema, a juego con el salón. La cuna, por su parte, era blanca y con velo, guardando así a la criatura más hermosa que había visto nunca.
- ¡Holaa, criaturilla! ¿Has dormido bien? - preguntó Nathan con suma ternura.
De repente, unos grandes ojos color miel aparecieron despiertos, colocados bien abiertos sobre unas pequeñas motas doradas que iluminaban, desde los pequeños mofletes, una hermosa cara de tez oscura y rasgos africanos.
- ¡Hambre! -replicó el pequeño Jawara, con ímpetu.
- ¿Vamos al comedor a por tu leche? -le preguntó Nathan cariñosamente.
- ¡Sí, sí, sí, sí! ¡Lechitaa! -respondió Jawara enormemente ilusionado, con los ojos brillantes y prácticamente salivando, mientras saltaba sobre la cuna, indicándole a Nathan que le aupara.
Entonces, Nathan lo cogió en brazos. Su tamaño era más grande del que parecía tener en la cuna y su peso también, pues una vez en la cocina, Nathan me dejó cogerlo mientras preparaba su lechita.
- ¿Me lo sujetas? -me preguntó aquel chico seis años más joven, mientras risueño, elevaba al pequeño monstruito hacia mí.
- ¿¿Yo?? -añadí sorprendida, pues hacía mucho tiempo que no sostenía a ningún niño en brazos
- ¡Claro! ¿Quién, si no? -me respondió alegremente mientras lo cogía.
Una vez en mis brazos, quedé prendada de su calidez y ternura. Viendo cómo se reía y me sonreía, me pareció sentir con él una profunda conexión. Un deseo indescriptible por protegerle. Un sentimiento, en definitiva, que me inundó de esperanza, hasta el punto de conseguir que entre la profunda pena que me asolaba por la pérdida de mis hermanos, lograra sacarme una tímida sonrisa con la que buscaba hacerle feliz.
Fue entonces cuando recordé de qué me sonaba su nombre. Jawara era, o al menos, había sido, mi hijo.
Con la leche lista, Nathan, Jawara y yo pasamos al comedor, al que quedaba abierta la cocina. Allí, Jawara se bebió rápidamente el vaso de leche, sentado junto a mí en el mullido sofá. Después pasó a tomar un plato de frutas que Nathan había pelado y cortado previamente en múltiples trocitos.
No podía dejar de fijarme en él, cómo cogía alegremente cada trozo y disfrutaba de cada bocado con encantadora ingenuidad. Su mirada era realmente embaucadora, y el follaje que formaba sus cabellos, verdaderamente magnífico.
- ¡Parece que Jawara tiene más apetito que tú! -exclamó Nathan al observar mi tazón de chocolate totalmente lleno.
- Sí... no me apetece nada, lo siento -le respondí apenada.
- ¿Y otra cosa? -insistió.
- No, tampoco, es que no me encuentro bien -intenté disculparme de alguna manera. No quería ser descortés.
- ¿Y eso? ¿Qué ha pasado? Os vi a ti y a Harvey venir muy rápido hacia aquí, cuando en principio este lugar debía permanecer oculto -me preguntó intrigado desde su silla, pues también tenía muchas preguntas.
- Baloon... -intenté explicárselo, pero era demasiado duro. Pronunciar sus nombres, hacía real la realidad.
- ¿Sí? -asintió.
- Mi hermana... -traté de seguir, pero guardé silencio. Estaba destrozada.
Entonces, Jawara empezó a berrear. Parecía ser capaz de sentir lo mismo que yo estaba sintiendo. Empecé a mecerlo pues, con tal de calmarlo, pero no paraba de llorar. De tal manera que, rápidamente, Nathan se levantó y lo cogió en brazos, meciéndolo de un lado a otro con cariño, hasta que finalmente logró calmarlo.
- Qué bien se te da -añadí con ternura.
- Gracias... -respondió con su rostro enrojecido, mientras se quedaba absorto mirando al pequeño.
Nathan empezó entonces a cantarle en voz bajita mientras lo mecía, hasta que finalmente acabó durmiéndose. Le mecía con sumo cuidado, como si se fuera una pieza de porcelana.
- ¿Cuánto tiempo llevas cuidando de él? -le pregunté llena de ternura por aquel bonito acto de amor.
- Llevaré unos seis meses. Sinnom o VIX, como sea que quiera llamarse, me pidió ayuda, y no pude negarme -me justificó mientras miraba dormir al pequeño Jawara.
- Pero, ¿has estado seis meses encargándote sólo de él? -pregunté sorprendida.
- No, no. Ojalá. Tengo también que ayudar a mi hermano. VIX y yo nos intercalábamos su cuidado. Él venía todas las tardes y algunas noches, cuando tenía que irme -me concretó, mientras le recostaba con cuidado en la mullida manta, sobre el sofá.
- Hmm... entiendo... eso explica muchas cosas... -suspiré pensativa.
- Pero, dime Ro. No hablemos tanto de mí, ¿qué te ocurre? -me preguntó preocupado.
Yo agaché mi cabeza. No sabía por dónde empezar.
Siempre había sido una persona transparente, y más para Nathan, pues siempre me observaba con atención. Pero sin saber realmente el porqué, no encontraba las palabras para poder expresar todo lo sucedido.
No obstante, igualmente, él lo notó. Me dio entonces un abrazo y me dijo que no era necesario que le explicara nada si me hacía tanto daño, que tenía todo el tiempo del mundo para asimilar lo que fuera.
Pero, como cabezota que era, quise decírselo.
- Nathan, es que... es que ellos... - lo intenté de nuevo, con la voz fragmentada en mil pedazos.
Pero era muy difícil. Cuando pensaba en lo ocurrido, el estómago se me contraía y me generaba dolorosos pinchazos. Mi corazón se aceleraba y empezaba a sentir como si me ahogara.
Sabía que decirlo lo volvería real, y no quería que lo fuese. No quería aceptarlo, pero sabía que tenía que hacerlo. Así pues, traté de calmarme, me concentré en respirar y expiré una y otra vez. Intenté coger fuerzas mirando a Jawara, pues lo cierto es que me hacía sentir valiente.
Fue entonces cuando me sentí lista. De modo que, cortante y rápida, como cuando quitas una tirita, traté de darle voz al suceso.
- Han muerto -expresé con dureza, tratando de contener mi llanto.
- ¡¿Qué?! -exclamó alterado, sin dar crédito a lo sucedido.
- Sí... Ya no hay nada que se pueda hacer... -concluí abatida.
- Pero, ¿¿qué ha pasado?? -preguntó extremadamente preocupado.
- Unos asesinos aparecieron en nuestra casa. Tenían a mis hermanos, así que, intenté protegerles entregándome, pues ellos me buscaban a mí, pero nuestras circunstancias eran más desfavorables de lo que esperaba y mis ataques acabaron volviéndose en mi contra -traté de darle una explicación, aunque me quedó un poco burda.
- ¿Atenea ya nos ha encontrado? -preguntó asustado, cogido a las asas de la silla e inclinando su cuerpo hacia mí.
- ¿Sabes de quién estoy hablando? -le respondí intrigada, con una nueva pregunta.
- Sí, VIX me lo contó todo cuando me encontró en el bosque -puntualizó él.
Se recostó entonces de nuevo sobre la silla.
- ¿Todo? -continué preguntando, pues no esperaba que Nathan supiera tanto.
- Sí, todo su pasado en una realidad futura, sus viajes en el tiempo con tal de salvarte, así como el de aquellos que, al servicio de tu padre, te persiguen -me concretó más.
- Estupendo -respondí molesta.
Entonces, Jawara se despertó y empezó a llorar de nuevo. Sin embargo, ésta vez coseguí calmarlo rascándole la barriga. Poco después se puso a reír y a reclamar atención.
- ¡Jugar! -manifestó el pequeño.
- ¿Quieres tus coches, plantita con patas? -preguntó Nathan lleno de amor, mientras se levantaba a por ellos.
Estaban dentro de una de las cestas de mimbre que decoraban el comedor, situadas junto a las estanterías.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! -exclamó lleno de vitalidad, mientras sus oscuros y enraizados cabellos se alargaban, enroscándose entre sí.
Nathan no tardó mucho en traer dos pequeños cochecitos de madera, pintados cada uno de un color. Se los dio a Jawara después de bajarlo del sofá, para que pudiera jugar con ellos y así nosotros continuar la conversación.
- Venga, ¿qué te ocurre Ro? De repente estás muy rara -preguntó extrañado, al no entender mi cambio de humor.
- Nada, nada -le respondí indignada, sin querer entrar en detalles por lo ofendida que me sentía.
- No, dime -insistió preocupado, con esa cara suya tan compasiva.
-Hmm... -rechisté un poco, no quería montarle una escena, pero tampoco quería contenerme del todo.
- Venga Ro, no voy a juzgarte, te lo prometo -añadió él, comprensivo.
- Está bien. Básicamente, no entiendo por qué a mí le costó tanto decirme todas esas cosas y tú pareces saber más de mí y de lo que está trastocando mi vida más que yo misma -sopesé molesta.
- Quizá quería que estuvieras mentalmente preparada para poder asumir la carga emocional que implicaba saber que en otra realidad habías muerto por culpa de tu padre -reflexionó el joven.
- Sí, algo así me dijo. Concretamente, que no le creería si me contara todo lo que tenía que saber -le confesé.
- ¿Y es así? -lanzó una pregunta al aire, sin esperar una respuesta concreta.
- Es probable, sí. Aunque lo sabría con certeza de haberme dado otra opción -le reproché, aunque a quien verdaderamente quería reprochárselo era a VIX.
- Bueno, si te consuela, fue VIX quien me buscó para que pudiera ayudaros -intentó justificarse.
- ¿VIX te buscó? -mi enfado fue sustituido rápidamente por la curiosidad.
- Sí -reafirmó él.
- Pero, ¿por qué a ti? -pregunté extrañada.
- Piénsalo, ¿quién mejor que tú mismo para confiarle a alguien la tarea más importante de tu vida? -me planteó juicioso, con un brillo especial en sus ojos.
- Entonces, ¿sabes que VIX eres tú con unos 35 años más y tú eres él con unos 35 años menos? -le interrogué.
- Sí, aunque su carácter es cierto que se ha visto desmejorado -se rio.
- ¡¿Y lo aceptas sin más?! -exclamé asombrada.
- Bueno, la primera vez que le vi fue un poco chocante, no te digo que no. Lo negué, de hecho, durante unas cuantas semanas. Creo que a nadie le gustaría saber cómo será 35 años en adelante. Pero, al insistir e insistir, cuando empezó a hablarme de ti, del modo en que nos conocimos, de la sensación que tuve la primera vez que te vi... No tenía ninguna duda de que era yo mismo la persona que me estaba pidiendo ayuda -me confesó honesto.
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