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Capítulo 17 • Pasiones (I)

Efectivamente, cuando salí de allí estaba tiritando, con la cara pálida y los labios morados. El agua estaba congelada y mi ropa mojada, fría también. Necesitaba cambiarme o esperar a que la ropa se secara, pero antes de poder decidir qué hacer, VIX se metió en el agua.

Y así, abrazados en medio del agua, sumidos en la intensidad del momento, con la cascada cayendo detrás nuestro, le besé.

- Rose... -añadió él, con los ojos vidriosos.

- VIX, yo... -no sabía cómo expresar los fuertes sentimientos que me inundaban en aquel momento.

- Calla -añadió brusco, antes de volver a besarme, lleno de pasión.

Después, me cogió en brazos y me llevó hasta la colina en la que estaba, donde pegaba el sol. Una vez allí, me abrazó, intentando que entrara en calor. Me apoyé sobre su hombro, tranquila, sintiéndome segura al fin, pero también, triste, muy triste. El mundo se me antojaba un lugar injusto y conflictivo, con sólo cabida para los fuertes.

- Lo has conseguido, ¿cierto? -afirmó convencido, rotundo en su voz, mientras, adormecido por el hálito de esperanza que aquello suponía, disfrutaba de la infinidad del paisaje.

- Sí... pero, ¿a qué coste? -sopesé con duda, invadida por un sentimiento agridulce.

- ¿Quieres hablar de lo que ha pasado? - me preguntó preocupado, pero respetando en todo momento lo que yo creyera mejor.

- Sí... -respondí con sinceridad, mostrándome vulnerable.

- Pequeña, el pasado es pasado y tú eres tú -añadió VIX, con esa ambigüedad suya que otorgaba cierto misterio a todo lo que decía.

- Ya... -respondí compungida, con mis esperanzas destruidas, corroyéndose por la necesidad de venganza.

- Lo que sea que hayas visto, nada de eso es responsabilidad tuya y nada de eso importa ya -clarificó así lo dicho anteriormente.

- Pero VIX, yo no me siento bien, me siento horrible. Siento como si hubiera debido haber hecho algo antes, como si debiera haber evitado que todos esos niños... -le recriminé con los ojos empapados, llena de dolor.

Él sabía lo que estaba sufriendo. Todo aquello me habían hecho mucho daño, mucho más del que pudiera haber imaginado. Me había visto sometida, despreciada y humillada de varias formas. VIX lo sabía, y por eso, no tuvo en cuenta cómo me expresaba o la forma en la que pudiera tratarle en aquel momento. Únicamente me abrazó con fuerza, compasivo.

- Lo que verdaderamente importa ahora es que estás aquí, con vida, y que tienes todo el tiempo del mundo para aceptar lo que pasó y superarlo. Ahora que al fin has despertado tu poder, eres libre, completamente libre -reflexionó con cariño, mientras sostenía mi barbilla y me miraba con esos profundos ojos verdes.

- Estoy de acuerdo. Pero VIX, yo sólo quiero encontrar a mis hermanos, lo que haga o quiera mi padre, no me interesa -manifesté convencida, ya mucho más tranquila.

- Para eso también necesitas tu don, Rose. Domínalo, y juntos encontraremos a tus hermanos -indicó con firmeza.

- ¿Me lo prometes? -añadí compungida, mostrándome vulnerable.

- Te lo prometo -respondió convencido, abrazándome con fuerza.

Y así, pasó el tiempo sin que nos diésemos cuenta. Le conté en profundidad todo lo que había llegado a recordar, ver y sentir en aquella gruta. Y las horas pasaron, pero VIX no dejó de escuchar ni de poner atención sobre ninguno de los detalles que le contaba.

Una mezcla agridulce de sentimientos sobre los hechos rememorados, pero también vividos, sobre los que todavía guardaba esa contradicción interna sobre si verdaderamente necesitaba o no conocerlos, y sobre si "despertar" mi poder había sido una decisión propia, sobre algo que verdaderamente quería, o si en realidad había sucumbido a lo que VIX esperaba de mí, con tal de complacerle.

Así pues, indagué más en algunas dudas que tenía.

- Oye, VIX, si yo no hubiera querido "despertar" mi poder, ¿qué hubieras hecho? -le pregunté intrigada, y en parte, con miedo.

- Pues matarte -añadió serio, al ver la preocupación en mis ojos, para que no pareciera una broma.

Le miré asustada. Entonces, él soltó una carcajada.

- ¡¡No tiene gracia!! -le recriminé tremendamente irritada.

- Está bien, seré sincero -se retractó, a modo de disculpa.

- Bien -manifesté complacida.

- La verdad es que no sé del todo qué hubiera hecho, o cómo hubieran transcurrido los acontecimientos. Lo único que sé es que me hubiera mantenido cerca de ti, con tal de protegerte -contestó honestamente.

- ¿Y si nadie hubiera venido a por mí? ¿Y si no fuera necesario que me protegieras? ¿Me habrías buscado igualmente? -pregunté, llena de interés.

- Sí -confesó.

- ¿Por qué? -pregunté sorprendida.

- Porque estoy enamorado de ti -dijo con rotundidad.

Nos quedamos en silencio unos instantes. Me había pillado por sorpresa.

- Aunque, igualmente, mientras tu padre siga vivo o alguien que sepa lo mismo que él, siempre estarás en peligro -continuó, más apesadumbrado.

Mi mente había dejado de escuchar por un momento. No podía dejar de pensar en su última confesión.

- ¿Estás enamorado de mí? -pregunté incrédula. Pero... dijiste que... -intenté recordarle lo que me dijo hacía unos días.

Recordaba cuando, desnuda, me metí con él justo por estar tan avergonzado como me encontraba yo en ese momento.

- Sí... te quiero Rose, siempre lo haré. En esta realidad o en otra... Pero tengo miedo -respondió triste.

- ¿Miedo? -le pregunté sorprendida.

- Soy demasiado mayor para ti, no podemos estar juntos -reflexionó con dureza.

- ¿Por qué no? A mí eso no me importa -le respondí obstinada.

- Rose... creo que te estás confundido, no puede ser que me quieras... -expresó dudoso.

- Bésame y compruébalo -le reté con convicción, mirándole apasionada e intensamente.

Entonces, me besó de nuevo, dejándonos llevar por el profundo amor que sentíamos.

- VIX... vamos a estar juntos. Nos amamos, lo sé -le confesé justo después de besarnos.

No me replicó más. Una lágrima cayó sobre su mejilla y entonces, me abrazó de nuevo.

- VIX, quiero que me hagas el amor -le confesé, con los sentimientos a flor de piel.

- ¿Estás segura? -preguntó nervioso.

- Sí... -añadí convencida, pero nerviosa también, mientras le cogía para intentar aproximar su pecho hacia mí.

Entonces, me recostó sobre la hierba. Me besó de nuevo y continuó por mi cuello. Nerviosa, con un hormigueo en mi interior, toqué su pecho. Estaba ardiendo.

Y así, terminó de quitarme la camisa lentamente, después continuó con sus pantalones, y me miró de nuevo, ya desnudos. Entonces, susurró mi nombre con cariño, y nos fundimos en pura pasión.

El tiempo pasó volando. Después, al darnos cuenta de que la manada de renos se marchaba, decidimos volver a casa. VIX me cogió en brazos de nuevo y me llevó encima suyo tres cuartas partes del viaje, haciéndome andar el resto con su ayuda, con tal de que practicase.

Ya allí, Harvey y Baloon nos recibieron entusiasmados.

Los encontramos tras la puerta, moviéndose inquietos. Parecían querer alertarnos de algo. Fue entonces cuando VIX cayó en la cuenta de la hora que era. Mucho más tardía de la hora a la que solía irse de casa. De modo que, también inquieto, dejó entrar a las criaturillas en su mochila y se puso a recoger rápidamente las cosas que necesitaba. Una vez recogidos su túnica y su sombrero, VIX salió por la puerta.

Parecía un asunto importante. Yo, por mi parte, no tuve más remedio que adentrarme en las páginas de aquél libro que me había prestado.

Encendí pues, la chimenea, me recosté sobre el sofá y me hice un pequeño corte en la mano con un saliente de mi afilada corteza, que previamente había arrancado. Fue entonces cuando pude abrir el libro por primera vez, gracias a mi sabia. Con ella, las raíces regresaron lentamente hacia el interior del libro, hasta prácticamente desaparecer.

Y es que, en la gruta, tal como había predicho VIX, recordé el motivo por el que sólo un mimético podía llegar a abrir el libro, el cual, consistía en la evidencia de que su sangre no es humana, es arbórea. Y sólo la sangre mimética permite su apertura. De modo que, el problema no residía en el hecho de no recordar cómo me convertí en mimética, tal como pensaba VIX, sino más bien, en el hecho de no recordar qué necesitaba para abrir el libro, desde mis particularidades miméticas, que ya formaban parte de mí.

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