- ¿Qué quieres decir? -no dejé que me contestara con más ambigüedades.
- Cuando estaba cerca del portal del bosque de Quebec... el oro líquido empezó a emitir un sonido muy peculiar... Era como si miles de granos de arena chocaran unos contra otros, suspendidos en el aire... Recuerdo empezar a escuchar ese sonido en las zonas más profundas del bosque, junto al sinuoso río que envolvía un árbol tras otro. Sonaba a través de ellos, en un tono leve que se elevaba conforme más me aproximaba al lago, como si me susurrara el lugar hasta el que debía llegar. Y no fue hasta que se me ocurrió verter una parte del oro líquido sobre el lago que el sonido dejó de sonar y el portal empezó a formarse frente a mis ojos, en las profundidades del río -me explicó sosegado.
- ¿Y qué buscabas en el bosque de Quebec? -le pregunté, llena de intriga.
- Una forma de salvarte -añadió serio, como si necesitara recobrar fuerzas.
- Después de atravesar el portal de Eskdale aparecí cerca del puente en el que nos encontramos. Probablemente debido a mi deseo de volver a reencontrarnos en una situación en la que no estuvieras sometida por Aaron -reflexionó triste.
- ¿Salvarme de qué? ¿No estabas en otra realidad a la mía? -pregunté confusa.
- Salvarte de lo que te pasó en el futuro. Todavía no has hecho nada, pero lo podrías llegar a hacer. Es por eso que te buscan en esta frontera temporal. Quieren conseguir de ti lo que no consiguieron en su momento. Y puedo asegurarte que si hubieran sido ellos quienes te hubieran encontrado primero, la situación en la que te encontrarías ahora sería muy distinta -me advirtió con un tono severo, abrumadoramente prudente, como si tuviera la total certeza de lo que me hubiera podido pasar de no haber ocurrido las cosas tal como habían acontecido.
- Bueno, tampoco sé del todo qué hago aquí ni quién eres tú -le respondí ya en los últimos tenedorazos de la ensalada.
- Sólo necesitas saber que estoy de tu lado y que busco protegerte -me comentó mientras recogía mi plato y lo llevaba al fregadero.
- Pero, ¿Por qué? ¿Qué soy yo para ti? -insistí, llena de impotencia.
- Eres... alguien muy especial. Pero no sólo para mí, para muchas personas. Aunque eso es algo que todavía debes descubrir por ti misma -me contestó con cariño.
- ¿Especial yo? ¿Para viajeros del tiempo? Pero si yo nunca he sido especial -le respondí un poco apenada.
- En eso te equivocas Ro, tú siempre fuiste especial -me respondió con su grave voz, mostrando también una gran pena interior.
- Pero, ¿Por qué yo? ¿Por qué soy tan especial? -insistí, desesperada, con mis ojos acristalados por las lágrimas.
- ¿Has recordado algo? -me pareció escucharle decir justo después, mientras trataba de terminar de masticar el trozo del bocadillo al que le había pegado un bocado.
- ¿Acaso debería? -le pregunté desconcertada.
- Eso esperaba con traerte a esta casa -me dijo, antes de dar un nuevo mordisco al bocadillo, con el que se llevó buena parte del mismo.
Curiosamente, continuaba tranquilo mientras me explicaba aquella disparatada historia, recostado sobre una de las paredes de la puerta de la cocina.
- La taza me resulta familiar, ¿puede ser que sea mía? -le planteé.
- Sí, claro, como todo lo que hay en la casa. Pues, la casa es tuya -añadió él, tan tranquilo, como si fuera algo que todos los de la sala tuviéramos que haber sabido mientras continuaba disfrutando de su bocadillo.
- No puede ser -le contesté extrañada.
No mantenía ningún recuerdo de aquél lugar.
- Es tu casa Rose, créeme -me repitió con rotundidad.
- ¿En qué lugar de Francia estamos? -pregunté dudosa, pero intentando confiar en su palabra.
- Estamos en Canadá, a unos cuantos kilómetros del bosque de Quebec -me corrigió él.
- ¡¿En Canadá?! -repetí asombrada, sin poder contener mi sorpresa.
Me quedé boquiabierta. No podía creerlo.
- Así es -me reafirmó él, antes de dar el último bocado.
- ¿Y cómo hemos llegado aquí? Si yo nunca he estado fuera de Francia -le pedí explicaciones, pues cada vez estaba más confusa.
- Sí has estado Rose, es sólo que no lo recuerdas -advirtió él.
- No puede ser, no puede ser. No te digo que no haya sentido cierta familiaridad con la casa, cierta cercanía, pero de ahí a que la casa sea mía... Es que es sencillamente imposible.
Me cerré en banda. No concebía la posibilidad de no recordar algo, pues nunca antes me había pasado.
- Rose, ¿recuerdas que nada más despertar buscabas respuestas? Pues sólo aquí puedes encontrarlas. Aunque es muy posible que muchas de ellas ni siquiera sepas que las buscas. Tendrás que encontrarlas para poder entenderlo todo y poder saber realmente quién eres -me declaró abiertamente.
- ¿¿Quién soy?? ¡Yo sé quién soy! -respondí alterada, pues me sentía injuriada.
- No, pequeña, estoy seguro de que todavía te quedan muchas cosas por descubrir sobre ti misma y sobre tu pasado -añadió con juicio, asumiendo su verdad como lo absoluto.
- ¡¡Que no me llames pequeña!! -le recriminé sobresaltada.
- Niña, entonces -se corrigió.
- ¿Y no puedes contármelo tú? -le pregunté de nuevo.
- Si te lo contara yo no me creerías, hay demasiada magia y demasiado dolor en todo ello -me explicó un poco apenado, no sé si por mí o porque se le había acabado el bocadillo, pues se quedó mirando fijamente el papel de aluminio con el que lo llevaba envuelto, ya vacío.
- Entonces, ¿me has traído aquí para que encuentre esas respuestas? -pregunté de nuevo, con tal de aclararme.
- En parte sí y en parte no -respondió sin más, con ese carácter flemático suyo.
- Entonces, ¿es un secuestro? -reflexioné.
- En parte sí y en parte no -contestó de nuevo con la misma ambigüedad.
- Ah, ¿te parece gracioso? -le recriminé molesta.
- Un poco -añadió seco, escondiendo la risa bajo una pequeña sonrisa.
Momentos después se acercó hasta mí y se puso a examinarme la pierna.
- ¿Cómo la llevas? -preguntó preocupado, cambiando de tema.
- Ya puedo mover los dedos -exclamé orgullosa.
- ¿Si? ¿A ver? -me respondió con cariño, burlándose también un poco de mí mientras observaba cómo movía los dedos arriba y abajo.
- ¿Cuándo empezamos el tratamiento? -pregunté intrigada, aceptando la situación en la que me encontraba.
- ¿Ya no quieres escapar? -preguntó con sarcasmo.
- Pues... la verdad es que eres más molesto que el hecho de que no me pueda mover, pero mientras venía hacia aquí he podido ver las gafas de mi madre sobre la mesita del comedor -me justifiqué así.
- Mañana a mi regreso, pues -añadió en seco.
- ¿A tu regreso? -pregunté extrañada.
- Sí, Rose. Ya te dije que tenía otras cosas importantes de las que encargarme -me respondió un poco borde.
Mientras tanto, VIX empezó a recoger la mesa. Lavó los platos y echó las sábanas a la lavadora. Terminó de guardar la compra en la nevera y de limpiar los platos de los animalillos. Acto seguido, me cogió en brazos y me llevó hasta el comedor, en donde me dejó tumbada sobre el sofá. Una vez allí, se colocó la túnica y el sombrero, listo para salir.
- ¿Te marchas? -pregunté sorprendida, mientras Baloon se me acurrucaba.
- Sí, me están esperando -añadió serio, mientras acababa de colocarse la túnica.
- ¿Pero regresarás más tarde? -le pregunté preocupada.
- Sí, espero que a la hora de la cena -me respondió seco.
Entonces, con premura, VIX salió por la puerta.
Recuerdo sentirme abrumada por la soledad que en un instante asoló la casa. Sin embargo, no pude estarme quieta, o no más de lo que me impedían las piernas. De tal modo, decidí tirarme al suelo desde el sofá y arrastrarme de nuevo hasta una de las alargadas estanterías que, de algún modo, habían sido empotradas en la pared del salón, en su parte trasera.
Así, observando los libros, algunos desgastados, otros rotos, y la mayoría de ellos con marcadores sobresalidos, vinieron a mi mente algunas escenas de mi pasado, las cuales, en algún momento debía haber olvidado. En ellas aparecíamos mi hermana y yo jugando de pequeñas, corriendo por esa misma habitación mientras mi padre leía uno de esos viejos libros llenos de polvo. El salón se había conservado intacto, aunque en el recuerdo parecía más limpio, más nuevo, más vivo.
Traté entonces de enfocarme en el recuerdo. Mi madre aparecía de fondo, cantando, y el libro que leía mi padre, su título me parecía haberlo visto antes entre las novelas de aquella estantería que me encontraba examinando. Así pues, retrocedí con la yema de mis dedos entre varios de ellos, rozando sus carcasas en dirección contraria a la que había iniciado el recorrido. Hasta que finalmente, lo vi. Era el penúltimo de la fila, tenía un aspecto mucho más envejecido, más maltratado, probablemente porque mi padre le dio un mayor uso en el pasado.
- ¡Cierto! ¡Se titulaba El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl! - rememoré para mis adentros.
Estaba emocionada. Había podido recuperar parte de mi memoria, al mismo tiempo en que parecían empezar a fundamentarse las afirmaciones de VIX.
Así pues, sin demora, me dispuse a ojearlo.
Y en efecto, parecía que aquel libro iba a ser la clave para recuperar mis recuerdos.
Pues, pasando las primeras páginas pude descubrir algo más en su interior. Había un sobre entreabierto, utilizado a modo de marca páginas.
No tardé en abrirlo.
En él mi padre guardaba algunos cigarrillos, pequeños recortes de periódico y diversas fotografías reveladas. Algunas de esas fotografías mostraban a mi madre, estaba muy joven, otras eran radiografías de nuestros embriones, y algunas otras sobre cámaras de cristal, las cuales, guardaban extraños objetos en su interior. Unos objetos que, conforme más me fijaba, más me parecían órganos.
Poco después, de forma inesperada, la fotografía me recordó un antiguo olor nauseabundo, y con ello, un viejo laboratorio situado en el interior de un profundo bosque vino a mi mente.
En el recuerdo el laboratorio estaba destrozado, su suelo cubierto por cristales rotos, y sobre ellos, varios cadáveres se aparecían. Un hombre adulto y varios niños.
Recuerdo también poner cara de asco nada más recordarlo y cómo un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
- Pero, ¿realmente había llegado a presenciar aquel horripilante recuerdo? -me cuestioné extrañada.
Pese a todo, no desistí con la indagación, y continué pasando una fotografía tras otra. De ellas, me llamó la atención una que estaba quemada en sus bordes. Se trataba de una fotografía mucho más antigua que el resto, en blanco y negro, firmada con un bolígrafo rojo por un tal Dr. Horst Waas.
En ella, aparecían además tres hombres de mediana edad, vestidos con batas blancas frente a una mesa de operaciones en el interior de una cueva, mientras hacían ademán de superioridad, mostrando a la cámara el que parecía ser el último de sus hallazgos. Un frasco con un viscoso líquido en su interior, etiquetado como radioactivo.
Poco después, fijándome un poco más, pude discernir el rostro de mi padre entre el de aquellos tres científicos.
No tardé en atar cabos. El laboratorio... El bosque... El líquido radioactivo... Los cadáveres...
Entonces, un vago recuerdo asomó en mi cabeza. Y así, lo vi. El día en el que escapé de aquel espantoso lugar.
Pero, ¿aquel laboratorio del que recordaba haber escapado era el mismo que aparecía en las fotografías? No podía saberlo. Sin embargo, aunque debía comprobarlo, una buena parte de mí intuía que tanto uno como el otro eran distintos. Uno parecía un laboratorio en el bosque, y el de las fotos, sin embargo, estaba en ¿una cueva? Me resultaba todo muy extraño, demasiado difuso e inconexo.
- Debe encontrarse en el interior del bosque de Quebec, aquel del que me ha hablado VIX horas antes, pero, ¿dónde exactamente? -especulé reflexiva.
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