Capítulo 1 • Encuentros (I)
Tercera realidad · Hechos del 2047 narrados desde el 2074 · 15 de Junio · Desde Francia, sobre Francia ·
Y así, aparecimos en una nueva realidad temporal, trece años en adelante, desde el momento en que VIX y yo iniciamos nuestro propio viaje.
Un viaje que, sin embargo, tiene un inicio y un final, comenzado con aquél en el que se embarcó Nathan tres años después de escapar del castillo de Carisbrooke, mucho antes incluso de conocerme.
* * *
Tercera realidad · Hechos del 2047 narrados desde el 2074 · 16 de Junio · Desde Francia, sobre Francia ·
Recuerdo que la noche anterior había llovido y la humedad se colaba entre las rendijas de mi ventana. Junto a ella, un intenso olor a pan recién horneado me sacaba bajo las mantas una pequeña sonrisa. La lluvia, el frío, el tiritar de mi cuerpo, helado por el gélido aire otoñal que me había estado acechando los últimos días, no hicieron más que empeorar mi despertar matutino.
De tal modo, siguiendo el mismo ritual de cada mañana, me escondía y me arremolinaba bajo mis mantas e intentaba continuar durmiendo. Sin embargo, el frío de aquella mañana me hizo retardar mucho más el habitual letargo, ¡llegaba tarde! Así que intenté apurar el tiempo a toda velocidad con tal de llegar a mis clases.
Lo primero que hice fue correr las cortinas de los tres ventanales que conformaban mi cuarto. Entonces, una intensa luz inundó la sala y no pude evitar querer asomarme. Quería contemplar la calle que recorría la avenida. Me gustaba el paisaje que formaba en otoño. Toda llena de hojas resecas de tonos castaños que se movían formando círculos impulsados por el viento, haciendo pequeñas piruetas entre las solitarias calles que conformaban aquella pequeña aldea francesa en la que vivía antaño.
Unos minutos después me dirigí hacia el armario con intención de vestirme, arrastrando sobre mi cabeza la sábana con la que había llegado hasta los ventanales. Quería resguardarme del frío, por lo que no me hacía los ánimos de tener que quitármela.
Finalmente llegué al armario, me puse un jersey beige de cuello vuelto sobre unos vaqueros negros, a juego con mis botas preferidas y una vez vestida, bajé las escaleras y me reuní en la cocina con mi familia.
Mi madre, una mujer muy atareada, a quien parecía que le faltaran horas en todo momento, estaba haciendo mi desayuno mientras mis dos hermanos empezaban a tomar lo que ya había en la mesa. En un extremo, mi hermana pequeña, Blanche, se estaba untando nocilla dentro de uno de los croissants de la mesa, y en el otro, el pequeño Léon trataba de tomarse su bol de leche con cereales sin mancharse, mientras se quedaba embobado mirando la tele. Pero sus esfuerzos fueron en balde y la mayor parte de la mesa quedó igualmente hecha un desastre. Yo, por mi parte, desayuné deprisa un vaso de leche fría, tan fría, que se me helaron los huesos. ¡Ah! Y también lo que me preparó mi madre. Esos increíbles huevos revueltos con bacon que tanto me gustaban.
Lo cierto es que sí, éramos muy felices. Siempre estuvimos muy unidos y nos quisimos de verdad. Blanche, la mediana, era calmada, fina y delicada, con una voz angelical que incluso a sus 15 años todavía conservaba. Lucía una melena de un rubio transparente, ojos azules y vigorosos, colocados sobre una redondeada nariz recubierta por diminutas y dispersas pecas. Asimismo, pese a su temprana edad, era una joven muy inteligente y siempre se anticipaba a los hechos, siendo por ello capaz de infundir respeto y seguridad al mismo tiempo. Por su parte, Léon era un adorable renacuajo de 5 años, sumergido en una vitalidad y desparpajo que mezclaba con gran humor y simpatía. Siempre fue el niño de mis ojos, el alma de la familia, el pequeño de rizos castaños, grandes ojos marrones, tez oscura y gruesos labios que siempre acababa convirtiéndose en el centro de atención.
Así pues, al terminar recogí las cosas lo más rápido que pude y por los pelos no me dejé la investigación sobre genética que había estado preparando para una asignatura de ciencias. De modo que, tras cogerla apresuradamente, la metí en la mochila y me despedí de mi madre con un beso, tal como hacía siempre.
Sin embargo, ese día no fue como el resto de días. No sólo porque estuviese todo lleno de niebla debido a la humedad, sino porque aquel día, en aquel vetusto puente solitario próximo a mi casa, por el que pasaba cada mañana, vi a un extraño hombre aparecer y desaparecer de la nada. Un hecho inaudito que no sólo erizó mi piel y estremeció mi cuerpo, sino que fue el detonante de que ese desayuno fuera el último que tendría con mi familia al completo.
- ¿Hay alguien ahí? -grité con fuerza y el sonido rebotó por el eco.
Estaba indecisa, no sabía si avanzar era seguro. Parecía que alguien me acechaba.
- ¿Holaaaa? -pregunté de nuevo, dudosa pero atrevida.
El sonido contenido en el eco y el vibrar del viento perforaban los leñosos árboles impidiendo discernir algún sonido. Así pues, viendo que nadie respondía, me dispuse a avanzar lentamente.
- No deberías exigir nada a un extraño, es propio de necios -observó una profunda voz masculina justo detrás de mí.
- ¿Cómo? ¿acaso es más normal ocultarse entre la niebla y ni siquiera contestar? -afirmé con convicción y ciertamente molesta mientras me giraba rápidamente para descubrir quien era aquella persona tan siniestra.
- Yo no estaba hablando de normalidad, sino de actitudes, necia -me reprochó con dureza.
Hice caso omiso. Parecía un hombre desquiciado.
- ¿Me dejas pasar, por favor? -le pregunté con amabilidad, pero nerviosa por el tiempo.
Tenía prisa por llegar a clase. Era un día importante.
- Antes vengo a alertarte, corres un grave peligro y debemos irnos enseguida -murmuró con seriedad aquella grave y profunda voz, todavía detrás mía y sin poder verle con claridad.
- ¿Por qué debería fiarme de ti si ni siquiera puedo verte? -pregunté osada.
- Debes hacerlo -me reiteró severo.
- ¡Yo no me voy a ninguna parte! ¡Y déjame pasar, que voy a llegar tarde! -le advertí molesta.
- No me conoces, pero debes confiar en mí. He venido a salvarte -reconoció aquella voz varonil sobre mí oído, al mismo tiempo en que su gruesa mano retiraba mi cabello hacia un lado.
En aquel momento no estaba segura de si lo que estaba ocurriendo era real o pura imaginación. Pero de repente, la niebla se despejó frente a mí y pude vislumbrar mucho mejor la silueta de aquel hombre misterioso.
Llevaba una holgada y antigua túnica que le llegaba hasta los talones, si bien, le venía grande; también llevaba un elegante sombrero negro, a juego con la túnica que tapaba la mayor parte de su figura.
- ¡Tenemos que irnos ya! Siento su presencia muy próxima a nosotros -propuso en voz baja el hombre del sombrero mientras miraba alrededor del puente, que seguía cubierto por niebla.
- ¡Noo! ¡suéltame! -dije retorciéndome entre sus brazos.
- ¡¡Escúchame!! -exclamó mientras me tambaleaba.
- Van a llegar unos hombres que pretenden asesinarte. Sé de un lugar donde podemos escondernos, pero debemos irnos inmediatamente si queremos llegar con vida -explicó fríamente.
- ¡Eres tú quien parece que quiere hacerme algo malo! ¡suéltame! -le reproché osada, mientras conseguía soltarme de entre sus brazos.
Me encontraba muy desconcertada, aquel hombre parecía conocerme y querer ayudarme de verdad, pero al mismo tiempo podía querer raptarme o simplemente estaba mal de la cabeza. No sabía qué hacer. De modo que, me quedé allí, sin salir corriendo por el momento, tratando de descubrir quién era y cuáles eran sus verdaderas intenciones.
- Rose, quiero ayudarte, créeme -reiteró el hombre con cierta amabilidad y exasperación, justo después de haberme soltado.
Parecía haberse dado cuenta de que forzar las cosas sólo complicaba más la situación.
- ¡¿Cómo sabes mi nombre?! ¡déjame ir o empezaré a gritar lo más alto que pueda! -le advertí con dureza, elevando la voz.
- Rose, no tenemos tiempo para esto...-expresó exhausto.
- ¿Pero qué ocurre? -pregunté intrigada, negándome a marcharme con él si no me daba antes una explicación razonable.
- No tenemos tiempo para explicaciones. Venga, tápate con mi sombrero y utiliza esta capa también -manifestó grave, mostrando cierta preocupación.
En ese momento, el hombre misterioso sacó una capa color esmeralda de la enorme mochila que llevaba sobre su espalda y me la ofreció. Me colocó también su sombrero, esperando poder así ocultar mi identidad. Después, cogió mi mano y trató de ponerse en marcha. Pero frené en seco.
- No sé quién eres, ¡suéltame o gritaré! -le advertí con convicción.
- Yo que tú no lo haría -me advirtió él, preocupado.
Sin embargo, antes de poder hacer nada, el hombre se desvaneció en la niebla. Fue entonces cuando empezaron a escucharse numerosas pisadas acercándose.
- Siento su presencia muy próxima a nosotros -comunicó en voz alta la voz de una mujer.
- ¡¡Sigamos!! -ordenó con firmeza.
- Rose no debe de estar lejos -añadió eufórica.
- ¿Por dónde? -preguntó una voz masculina más tímidamente.
- El flüstern se mueve en dirección noroeste -informó aquella, con esa voz imponente.
Supuse entonces que era alemana, debido al acento y al uso de la palabra flüstern ("susurro" en alemán). No parecía tampoco muy amigable. Su tono de voz era duro, fuerte y dominante.
Poco después, sonidos metálicos golpeándose empezaron a escucharse. Parecían chocarse unos contra otros, como si de un armamento se tratase.
¡Se aproximaban! Debía haber varias personas más junto a la mujer, pero no podía verlas, estaban cubiertas por el espesor de la niebla.
Poco después, alguien me retuvo a la fuerza. Tampoco podía verle, pero era grande y sus manos gruesas, como las de aquel hombre misterioso. Con ellas tapó mi boca. A partir de ese momento empecé a sentirme bastante cansada y mis ojos empezaron a cerrarse muy lentamente.
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